55 7. Su encantadora risa

Segundo recuerdo de Pym.

La cama se sentía vacía y helada. Solo tenía que abrir los ojos, girar sobre la cama y ver el lado vacío junto a mí para saber que Adam no había llegado a descansar...

Nunca me aseguró que vendría a dormir hoy, pero dijo que lo más probable era que su servicio como guardia en el área naranja, terminaría antes de mi hora de trabajo, y vendría a su habitación, a dormir un poco conmigo.

Solté la respiración entrecortadamente, sintiendo como un frio penetrante oprimía con fuerza mi pecho y humedecía mis ojos.

Ya eran más de tres semanas que no dormíamos juntos, tanto tiempo sin abrazarlo o besarlo. La última vez lo encontré en la cafetería, él había terminado su comida, diciéndome que no podría acompañarme a comer porque debía trabajar. Ni siquiera se despidió con un beso.

La manera en que nos vimos... y en que nos hablamos... como si fuéramos desconocidos.

No me gustaba, no me gustaba sentirme así cuando apenas nos encontrábamos solo por un minuto después de largos días. Se sentía horrible esa sensación tan helada removiendo todos mis órganos.

—Odio esto— susurré, pestañando tantas veces pudiera para no llorar, para que mis ojos no me traicionaran. Respiré con fuerza, llenando mis pulmones para exhalar y desvanecer un poco ese pensamiento.

Giré nuevamente mi cuerpo hacia la mesilla de noche donde estaba mi reloj, observé la hora. Faltaba más de media hora para las seis de la mañana, más de media hora para volver a la sala 7 con Rojo 09.

Después de varias noches en las que él no pudo conciliar el sueño y yo terminaba tan exhausta que a pesar de tomar tazas de café caía rendida en la mesa de su cuarto, al fin él había podido dormir, y yo podido volver a mi cuarto para descansar unas cuantas horas.

Sin demorarme, salí de la cama y tomé un cambio de ropa para darme un rápido baño. En cuando terminé, tomé de la alacena un par de panes que unte con mermelada para desayunar lo más rápido posible y apresurarme al librero donde tomé las historietas que posiblemente llamarían la atención de Rojo 09, y los guardé en la mochila, así mismo tomé varios juegos de mesa que no pude revisar, y todavía guardé los refrescos y chocolates que prometí llevarle para que probara.

Estaba prohibido darle alimentos chatarra a los experimentos, pero la verdad es que yo quería que él conociera más cosas del mundo, que aprendiera más de lo indicado, que se sintiera uno de nosotros. Era injusto que lo obligaran a mantenerse oculto en cuatro paredes, sin permitirle siquiera salir al pasillo fuera de su sala, o salir a su sala siempre que no pudiera dormir. Era aburridísimo y horrible estar todo el día encerrado sin hacer nada en su cuarto, y más cuando le daba insomnio, así que me prometí mantenerlo ocupado hasta cansarme, aunque para ser franca era muy divertido pasar el tiempo con él. El tiempo a su lado se pasaba muy rápido.

Al tener todo guardado en mi enorme mochila, tomé el resto de las cosas, y salí apresuradamente al pasillo de la habitación. No pasó mucho cuando miré hacía la habitación de mi vecina Georgina, últimamente se había estado comportando muy extraño, se había dejado de contactar conmigo, el último mensaje que tenía de ella era cuando me dijo me preguntó que, si seguía con Adam, pero cuando le escribí, ella jamás me respondió.

Desde entonces no dejé de preguntarme por qué me escribió esos mensajes, eran extraños, confusos, horriblemente frustrantes leerlos una y otra vez y no entenderlos. ¿Cómo fue que me confundió con una chica de cabello negro? Y repentinamente cambió su pregunta respecto a Adam y a mí.

Era muy raro.

Solté un largo resoplido y me dediqué a caminar por todo el pasillo. El bloque de habitaciones en la que estaba la nuestra, lamentablemente se encontraba lejos de las salas de entrenamiento para los experimentos, y solo debía tomar un transporte para poder llegar al pequeño parte de las salas, así que comencé a recorrer el largo pasillo hasta su final, un blanco y largo pasillo vacío y rotundamente silencioso.

Los empleados de este laboratorio subterráneo casi no dormían, y la mayoría en vez de dormir en sus habitaciones que estaban muy lejos de su alcance, pedían prestadas otras habitaciones más cercanas para descansar más tiempo. El trabajo en este lugar era muy duro y peligroso, aunque con un objetivo que no podíamos conocer, pero la paga lo valía todo, y no pensabas en las consecuencias o la razón de por qué te querían en el trabajo cuando toda tu familia y tú habían vivido en las peores situaciones económicas y sanitarias.

Nada en el exterior te daba la suma de dinero que el laboratorio agregaba a tu cuenta bancaria por semana de trabajo. Con esa paga vivirías el resto de tu vida sin preocupaciones, incluso los hijos de tus hijos, y posiblemente una generación más libre de deudas y hambre.

Por supuesto en el laboratorio sólo te daban diez años únicamente, luego te liberaban tras firmar un segundo y tercer documento de confidencialidad en el que aceptabas cadena perpetua y el reembolso de todo el dinero que se te dio si hablabas del laboratorio o los experimentos fuera del respectivo lugar.

La mayoría de los trabajadores aquí veníamos de familias pobres que el gobierno ruso no brindaba apoyo de ninguna manera, y el resto de los trabajadores venia de familias bien manejadas o que, tenían algo que ver con los que financiaban el laboratorio de German Chenovyl. Así que prácticamente nadie hablaría de este lugar ni en sus más oscuros sueños.

Salí de mis pensamientos cuando frente a mí, se extendió el inicio de una enorme cueva enumerada como el decima cuarto túnel. Para mi suerte, había un coche de transporte aún intacto en las riendas. Me apresuré a bajar los escalones para llegar a las riendas y subir al primer asiento del auto sin techo,

De mi mochila colgada en un brazo, saqué mi tarjeta de permiso para uso de transportes en el laboratorio, y pasé la tarjeta sobre la línea vertical agujerada de la pequeña máquina con pantalla que se encontraba junto a la palanca. Con solo pasarla, la pantalla se encendió y el motor del auto también lo hizo.

Sin esperar tomé la palanca para quitar los frenos, y ponerme en marcha.

(...)

Tan solo llegué, acomodé el coche detrás de un par de transportes de los que bajaban otras personas que se apresuraban. Tomé mi carpeta y la enorme mochila que colgué en mis hombros como pude para bajar también, no sin antes apagar la pantalla junto a la palanca y poner los frenos colocando la palanca en su lugar.

Me apresuré a subir los escalones al igual que un par de desconocidas chicas que llevaban sus gafetes de examinadoras, apenas podía escuchar su tema de conversación respecto a sus propios experimentos.

—Buenos días—saludé al tener sus espaldas a pocos pasos frente a mí, pero ni una de ellas volteó a mirarme o a responderme con la misma amabilidad, solo continuaron caminando hasta llegar a los cortos escalones—. Como quieran.

En el laboratorio había como trescientas personas, por lo menos, trabajando, y teníamos muy poco tiempo libre para conocer a la mayoría de los que trabajaban a nuestro corto alrededor, o incluso poco tiempo para conocer a todos los vecinos de nuestras habitaciones. De hecho, no nos pagaban por hacer amigos o tener novio, esa última...las relaciones íntimas estaban prohibidas, o eso venia en el reglamento que leí hace un año y meses, pero a nadie parece importante, pues Adam y yo no éramos la única pareja aquí.

Aun así, la habían prohibido porque disminuía o afectaba nuestro desempeño en el trabajo. Eso era algo que no permitiría que sucediera conmigo... Adam tampoco lo estaba permitiendo.

Mordí mi labio mientras recorría él corto pasillo blanco que llevaba a la enorme plaza en la que a su alrededor se extendían todas las salas de entrenamiento. La plaza de césped artificial había sido creada para nuestro descanso, aunque según leí, era también para los experimentos, pero, aunque intenté sacar a Rojo 09 y Verde 13 para que estiraran sus extremidades y conocieran algo nuevo, no me lo permitieron.

Solté un largo suspiro y me apresuré a bajar un par de peldaños, mirando a las pocas personas que salían o entraban en las distintas salas, incluso las que apenas se hallaban a estas horas de la mañana, sentadas en las bancas de la plaza, tomando su desayuno. Me dirigí a la sala siete, caminando cada vez más rápido para que, al cruzar el pasillo, esas enormes puertas transparentes se abrieran frente a mí.

La sala, como casi siempre, estaba vacía y en un silencio abrumador. Ya estaba acostumbrada a entrar y no encontrar a casi nadie a estas horas, pero, aun así, de todas las salas, esta sala y la doce eran las más silenciosas y vacías.

Antes de mover mis piernas hacia la recepcionista, miré de reojo la habitación de Rojo 09, y tan solo atrapé en la mira el color de su cortina verde — esa cortina que le traje para mejorar el ambiente de su habitación— algo en mi interior revoloteó.

Era desconcertante que todavía no lo miraba a la cara, y sintiera que mi estómago terminaría reventando de los nervios. Pero estaba mal sentirme así... Me obligué a reaccionar, desvanecer ese cosquilleo y llegar al escritorio donde esa mirada seria se clavaba sobre mí.

—Buenos días, soy la suplente de Eri...

—Llegas quince minutos tarde— me interrumpió, soltando las palabras secamente mientras tecleaba algo en su computador—. Espero que no tengas excusas.

—No las tengo.

— Al menos lo aceptas— respiró por la boca para exhalar—. El experimento 09 sigue durmiendo.

No dije nada, limitándome a asentir y encaminarme en silencio al pequeño cuarto en el que pronto levanté la cortina tratando de no hacer ruido. Y cuando me adentré, rápidamente clavé la mirada en esa cama ocupada por un enorme cuerpo oculto en una larga sabana del mismo color que la cortina. Reparé en lo que pude mirar de él, en la manera en la que su rostro permanecía relajado con sus párpados cerrados y sus labios cerrados sin apretarse, y en la forma en como su pecho se inflaba para respirar con una calmada lentitud.

Con los movimientos más sigilosos posibles— porque sabía que cualquier movimiento podía despertarlo—, coloqué la carpeta y libreta en la mesa y me descolgué la mochila para depositarla en la silla, todo esto sin dejar de echarle miradas a su cuerpo.

En todo el tiempo que estuve cuidando de él, jamás me había tocado verlo dormir. Así que no pude evitar acercarme a su cama, a pasos ligeros hasta acortar la distancia, hasta estar más cerca de ese relajado rostro que aun llevaba unas coloridas ojeras alrededor de sus ojos.

No pude creerlo, pero estaba claro lo que veía. Su rostro había tomado una nueva apariencia mientras dormía, su imponente figura y la seriedad y frialdad que aparentaba en su atractivo disminuyeron. Aunque ese atractivo tan endemoniado aún permanecía intacto en su rostro, en sus masculinas facciones, era imposible desvanecer lo atractivo que Rojo 09 era.

Repasé cuanto pude de su rostro, dejando que una de mis manos se apoyara en el colchón y la otra, sin permiso, se acercara a ese cabello despeinado donde las yemas pronto se pasaron por encima de unos mechones, acariciando lo sedoso y suave que estos eran.

¿Debería despertarlo, o no? La verdad era que no quería, hacía poco menos de siete horas que dejamos de vernos, y él apenas empezaba a dormirse después de muchas noches con insomnio.

Que durmiera al fin me tranquiliza, él repondría su cuerpo, le haría recuperar la energía que necesitaba y entonces se sentiría mucho mejor.

Una de más cosas más terribles que podía sucederles a los experimentos, a parte de la maldita tensión a la que aún no podía creer que tocarlos y editarlos fuera la única forma de liberarlos de la tensión, era el insomnio. Podían durar varios días despiertos, pero eso no quería decir que no tuvieran sueño. La energía de los enfermeros era más alta que la de los experimentos negros, amarillos y naranjas, pero cuando se terminaba la energía de su cuerpo, la de su cerebro perduraba, y a pesar de que ellos quisieran descansar, conciliar el sueño, no podían. No, al menos hasta que la glucosa que perduraba cuatro veces más en su cerebro que la de un cerebro normal, se terminara. Solo entonces podrían dormir.

Eres horrible mirar como su piel palidecía, cono sus parpados se oscurecían y su mirada cansada caía, y a pesar de eso no podía descansar. Escuché algunos casos de experimentos que enloquecían a causa del insomnio, o que insomnio afectara tanto su cuerpo que los dejara inmóviles por varias horas. Agradecí que ese no fuera el caso de Rojo 09.

A Verde 13— mi experimento infante que se encontraba en su inacabara en un plazo de más de un año por maduración— también le daba insomnios, aunque sus días despierto eran mucho menor a los días que Rojo duraba, y eso se debía al tipo de genética que tenían: la reproducción sanguínea en los Rojos era más veloz que la de un verde.

Mis dedos se pasaron nuevamente por su cabello, enredándose un poco para acariciarlos una y otra vez, mientras contemplaba su varonil rostro, contemplando más a detalle cada una de sus facciones, como, por ejemplo, su respingona nariz tan impecable de imperfecciones, ese mentón levemente cuadrado, y el grosor de sus cejas oscuras que se mantenían con una forma tan pronunciada, levemente fruncida, dándole a su mirada un aspecto serio, frio... peligroso.

Era tan atractivo y no importaba cuantas veces repitiera esa palabra en mi cabeza, atractivo le quedaba muy corto... Y no entendía, como alguien con un aspecto tan escalofriante como atractivo e imponente, pudiera ser tan... curioso, inocente y tierno. A pesar del infierno que estaba viviendo.

No importaba cuantas veces trataran de explicármelo o me dieran razones creíbles, no iba a entenderlo porque algo como intimar con ellos y quitarles su virginidad a su pesar e inocencia cuando terminara su etapa adulta, no iba a entenderlo jamás. Era como una violación, por supuesto habría casos en la que los experimentos querían imitar con su examinador, pero estaba segura que no todos los experimentos enfermeros del área roja —sobre todo— querían intimar, o desconocían completamente el motivo por el que los tocaban de esa forma y les hacían más.

Era asqueroso, repugnante pensar en eso y peor aún saber que le hacían lo mismo a Rojo 09. Estaba tan arrepentida cuando él me dijo, como si nada, que debía intimar con él. No podía ni pensar con claridad, y tuve que pedir ayuda llamando a Erika, pero ella nunca llegó, solo envió un remplazo para intimar con él.

Un remplazo, una completa desconocida para excitarlo.

Me sentí tan... Solo de pensar en lo que le hizo las veces que a él se le acumulaba la tensión hasta hacerlo sudar y palidecer su piel, me producía una desesperación, impaciencia y enojo que no sabía cómo deshacerlo. La primera vez que entró a su cuarto, creí que saldría de ahí porque él le diría que prefería liberarse por si mismo a tener ayuda de alguien.

Pero no salió.

Y la sensación que sentí fue simplemente horrorosa. La incomodidad y la culpa me rasgaban los huesos, empuñaban mis manos, me castañeaban los dientes...

A pesar de que, la segunda vez que ella vino y entró a su cuarto, salió en tan solo dos minutos diciendo que desde ahora en adelante él se liberaría de su tensión sin ayuda de ningún examinador. Eso de alguna manera me relajó, pero de alguna forma seguí afectada con la primera vez en que no salió en tan solo un par de minutos, sino después de varios.

Estaba claro lo que había sucedido...

Le pregunté a Daesy si había alguna forma de eliminar la tensión de los Rojos, ya que ella era cuidadora en la zona de maduración y área blanca, y conocía perfectamente los detalles de las feromonas y tensión en los experimentos. Pero respondió que la única forma de mantenerlos libres de la tensión era que ellos durmieran siempre que la energía de su cuerpo se agotara. O estuvieran hundidos en agua salada y a temperaturas muy bajas, o sea, que permanecieran para siempre en su incubadora.

Dijo que, hasta la actualidad, seguían buscando cómo eliminar su tensión, que por ahora ni siquiera sacara ese tema de conversación o me militarían por decir que a los experimentos que no querían intimar con su examinador, los violaban, porque los experimentos podían decidir si liberarse de su tensión por si solos o con ayuda de los examinadores, que no podía ser obligado si no quería a ser liberado por su examinador. Y si yo levantaba el falso, me expulsarían del laboratorio, sin dinero, sin nada con qué ayudar a mis padres y mis hermanos pequeños.

— ¿Te gustó intimar con esa mujer aquella vez? — Me arrepentí de soltar la pregunta cuando solamente era un pensamiento que apenas cruzó por mi cabeza.

Maldita sea que tuviera la maña de pensar en voz alta.

Gimió, un genio ronco y gatuno que logró que mi corazón saltara en giros grotescos y nerviosos, subiendo hasta mi cabeza y volviendo de golpe a mi pecho, latiendo con una velocidad que consumió por completo mi respiración en ese instante.

Iba a apartarme, de eso estaba muy segura. apartarme aun cuando él no se movió ni inmutó otro sonido, pero cuando di un paso atrás y alcé mi mano dejando que mis dedos soltaran su sedoso cabello, esa otra mano rodeando mi muñeca inesperadamente en un voraz y ágil movimiento, me lo impidió.

Se me tensaron los huesos y cada uno de mis músculos se congelaron cuando esos oscurecidos parpados se levantaron, revelando esa depredadora mirada que ya estaba puesta sobre mí.

—Yo...— la voz me abandonó el cuerpo cuando sin dejar de verme con intensidad, llevó a mi mano de regreso a su cabeza, enredando mis dedos en la raíz de su cabello.

—Sigue — soltó en un tono ronco, sus orbes carmín oscurecieron—. Me gusta que me acaricies...así.

En mi mente sus palabras se reprodujeron con esa misma tonada tan crepitante y... No podía explicarlo, pero solo escuchar pedirme eso, floreció en la piel de mi pecho y rostro, un calor perturbador.

—P-perdón— musité, avergonzada, y acalorada repentinamente—. Te desperté.

—No importa si eres tú— esbozó en la misma tonada, cerrando sus hermosos orbes bajo esas persianas oscuras, de pronto, se lamió sus carnosos labios, un acto que secó mi garganta. Me confundió—. Caeré si sigues acariciándome, Pym.

Pym. Estaba loca por la forma en que, al llamarme por mi nombre, me ponía tan nerviosa e invadía el interior de mi estómago con un cosquilleo. Ya antes me había pasado, desde la primera vez que lo vi los nervios aparecieron, pero conforme el tiempo paso, más sanaciones que no quise sentir se añadían, era inevitable por mucho que tratara de apartarme...

Era confuso. Estaba mal... Traté de tragar, aunque ni pude. Pero hice lo que me pidió acariciando nerviosamente su cabeza, levemente y dejando que mis dedos repasaran sus mechones despeinados.

Fue un instante en el que no pude quitarle un ojo de encima, tampoco pude pensar en nada, tratando de que se me relajarán los músculos y el cosquilleo estomacal terminara. Pero nada de eso sucedió, de hecho, me sentí mucho más tensa pensando que en ese instante, a pesar de tener sus ojos ocultos, él seguía mirándome... Mirando mi temperatura. ¿Realmente estaba dormido?

Lo escuché suspirar tras respirar profundamente, un largo suspiro que alcanzó a abrazar con calidez mi rostro, enviando ese calor por todo el rastro de mi piel por todo mí cuerpo, estremeciéndome. Se removió, girando un poco para acomodarse sobre uno de sus costados, entonces supe que estaba dormido.

—Descansa—susurré muy bajo, apenas audible, dibujado una leve sonrisa en mi pecho.

—Lo haré— Casi saltó al escucharlo hablar nuevamente cuando aparentaba que en realidad ya estaba durmiendo nuevamente.

Y me maldije en mi interior.

—Ahora sí te quité el sueño, que genial—solté el sarcasmo inmediatamente arrepentida, pero ese arrepentimiento se esfumó cuando...

Una risa corta, endemoniada y gloriosamente ronca como atractiva brotó de sus carnosos labios torcido en una sensual sonrisa abierta. Quedé sumida en su risa, en cada cuerda de sonidos que soltó y cosquilleó cada centímetro de mi piel...

Santo. Dios. Jesús. Y es que era la primera vez que lo escuchaba reír tenía una risa tan... que era tan... No había palabras, ni siquiera podía pensar en una. Rojo abrió sus ojos nuevamente, ese par de orbes tan elegantes y aterradores me observaron con dulzura.

—No intimé con ella esa vez, Pym, me liberé en el baño por mí mismo— Y esas palabras me desorientaron—. Ahora sigue, no dejes de acariciarme...—pidió, apenas pude pestañar, seguía hipnotizada por su encantadora risa recorriendo mis entrañas y aquella aclaración—. Me gustan tus caricias.

(...)

Decidí salir de la sala 7 y dejar a Rojo 09 descansar por un rato más cuando vi que después de una hora, él seguía durmiendo profundamente.

Iría por su desayuno al comedor, igual tomaría algo de comida para mí ya que los panes con mermelada no cesaron por completo mi hambre. El comedor no estaba ni lejos de las salas, solo debía recorrer unos cuantos largos pasillos para llegar a esas enormes puertas de madera con sus largas manecillas platinadas que no tarde en tomar y empujar.

Pronto escuché el sonido de las voces manteniendo conversaciones y el sonido de los cubiertos y platos de porcelana entregados en el bufet. Pero lo primero que vi no fue el enorme bufet con la forma de la enorme letra ese, sino esas mesas cuadrangulares con sus bancas color grises que se acomodaban a medio metro de otras mesas.

El comedor al igual que otras instalaciones del laboratorio, no tenían paredes coloridas, apenas solo las habitaciones de algunos bloques estaban adornadas para ambientar y cambiar el entorno de los empleados, que no se sintieran dentro de una cárcel. Porque prácticamente todo el laboratorio tenía ese aspecto.

Con sus soldados acomodados en cada cierto lugar: en las puertas de las salas de entrenamiento, en las entradas a los bloques de habitación de los empleados, en cada ducha libre del laboratorio, en el centro de transportes de túneles, en la oficina de Chenovy— por ser el encargado del laboratorio genética artificial humano—animal— y sobre todo soldados acomodados en los elevadores que se hallaban en una de las extensas paredes finales del comedor.

Esos elevadores y las escaleras metálicas de emergencia que se encontraban junto ellos, eran las salidas que llevaban a la planta de electricidad externa, que era el lugar donde este laboratorio se ocultaba.

Apenas y recordaba la planta y su interior, o el pueblo en donde esta se hallaba, nada más ni nada menos. Después de estar un año y varios meses aquí abajo, era de esperarse que comenzara a olvidar el exterior.

Todo... Menos mi familia y amigos.

Me adentré al comedor, en dirección al bufete, cuando repentinamente fui empujada por el hombro de una persona que caminaba con una velocidad tan descuidada que hizo que un par de libros que llevaba apretando en sus brazos, terminaran resbalando frente a mis pies.

Mis ojos rápidamente leyeron el nombre del primer libro del que sobresalieron algunas hojas de su pasta, y contraje la mirada al darme cuenta de que algunas de esas hojas llevaban el registro de nacimiento de los experimentos Rojos.

Incliné mi cuerpo con la intención de recoger el libro y dárselo, cuando la mano que había estirado recibió un manotazo.

—No los levantes— exclamó esa voz masculina tan familiar que me hizo levantar la mirada hacia esos orbes verdosos ocultos detrás de unos anteojos, que, tras mirarme con molestia, se inclinó de golpe y tomó el libro—. Ten más cuidado la próxima vez, Pym.

Lo reconocí. Augusto era el oficinista o recepcionista en la sala 1 de infantes en la que yo trabajaba, a pesar de que hoy usaba anteojos, podía reconocer su sofisticada voz y ese peinado y vestuario tan extravagante como si estuviera asistiendo a una fiesta de gala, pero con trajes de colores.

Una vez, y solo una vez le pregunté por qué se vestía todo el tiempo de gala, pero era por curiosidad, ya que la mayoría de los empleados vestían cómodamente a causa de la alta temperatura del laboratorio. Desde entontes, Augusto apuntaba en su computador que yo llegaba tarde a trabajar, sobrepasando los diez minutos de tolerancia.

— ¿Disculpa? — escupí al instante, sintiéndome confundida y sorprendida por su actitud—. Tú eres el que me empujó, Augusto.

Apretó sus dientes, productivo un sonido irritante mientras ocultaba el libro repleto de registros bajo otros libros sostenidos en sus brazos.

—Porque estropeabas el paso, se más rápida, ¿quieres? Por eso se te descuenta— Se giró sin más dejándome boquiabierta por su mentira, caminando hacia la dirección orquesta en la que estaba el bufet.

—Tan quisiera yo no llego tarde buscando mis trajes de payaso— Ahora era yo la que se giraba justo cuando ese delgado cuerpo varonil se detuvo a mitad de su camino.

—Que madura, Pym— gruñó, y lo único que escuché mientras caminaba en dirección amor bufet, fueron sus zapatillas golpeando la porcelana del suelo, cada vez más lejanas. Hasta ese momento, se me ocurrió volver a voltear, solo para darme cuenta que él se había detenido frente a un elevador, mostrando a uno de los soltados que llevaba una cicatriz en su rostro, una hoja que sacó de su bolsillo y desdobló, en tanto otro de los soldados de cabellera rubia contaba los libros que llevaba en sus brazos, sin darle una mirada al contenido.

Cuando lo dejaron pasar al interior de uno de los elevadores, supe que la hoja era un permiso de salida, pero, ¿a dónde llevaba los registros? Pensé que no dejaban que nadie saliera con material y mucho menos información de experimentos del laboratorio.

(...)

Espinacas con huevo y atún era lo que venía en la dieta de Rojo 09 para desayuno, y era una asquerosa combinación que por supuesto no le daría. No sé a qué nutricionista le tocó este día hacer las dietas de los experimentos, pero sin duda ni ella ni otra persona comerían el desayuno.

Era terriblemente asqueroso. Hacían las dietas como si los experimentos no tuvieran papilas gustativas, el problema era que sus papilas eran más desarrolladas que las nuestras.

Así que me atreví a cambiarla, llevando en la charola, un par de sándwiches de pechuga, dos panes integrales con grano y la ensalada de atún. Eso y su mandoble la bebida energética. Una combinación perfecta de carbohidratos y proteína, con un esquicio sabor.

Lo bueno de cambiar las dietas, era que no había nadie que supervisara que las dietas de los experimentos estuvieran cumpliéndose de acuerdo a lo escrito y aceptado.

Me adentré a la sala 7, pasando las duchas de largo para llegar al cuarto de cortina verde. Apostaba a que Rojo 09 seguiría dormido, por lo que trataría de no hacer mucho ruido para despertarlo.

Cuidadosamente levanté la cortina sosteniendo como pude la enorme charola con una sola mano, y me adentré. Lo que no esperé encontrar cuando alcé la mirada de la charola hacía la cama, fue ese torso completamente desnudo mostrando las abdominales y sus pectorales en su perfecto estado, así como esa marcada cadera y su...

— ¡Oh santo Jesús, estas desnudo! — El respingón que terminé dando y giró que hice para darle la espalda y dejar de mirar su desnudez, logró que la ensalada de atún saltara a mi rostro y manchara no solo esa parte sino mi bata.

Los golpes de mi frenético corazón golpearon frenéticamente mi pecho, tratando de agujerarlo mientras ese calor rostizaba mis mejillas de vergüenza y... más vergüenza. Como pude, permaneciendo en esa posición, sacudí lo que pude del at��n que manchaba mi bata.

—Mi ropa estaba sucia, pensé que llegarías un poco después— comentó detrás de mí, su voz de tonalidades roncas y graves perforó mi cuerpo con más calor, y provocó que esa imagen desnuda de él volviera a mi cabeza.

Sacudí de inmediato mis pensamientos para eliminar su desnudo cuerpo, todo mi cabello corto golpeó pronto mi rostro.

—Fui por tu desayuno, así que traté de llegar rápidamente para que no se enfriara.

—Ya terminé—avisó, extrañamente su voz se había escuchado más cerca de mí y eso hundió mi cejo—. Puedes voltear, Pym, estoy vestido— Se me erizó cada pequeña vellosidad de mi cuerpo cuando su aliento rozó por encima de mi cabeza.

Sí, ahora estaba más claro que antes, él estaba detrás de mí, y a pocos centímetros de mi cuerpo. Volteé sin tardarme tanto, y subí el rostro solo para encontrarme contemplada por esa endemoniada mirada carmín llena de imponencia e intensidad. Una intensidad tan enigmática que te apartaba de toda la realidad, y se hundía en un extraño agujero del que no querías salir.

Silencio fue todo lo que se construyó a nuestro alrededor mientras sus orbes oscuros y tenebrosos se paseaban por mi rostro inquietantemente, dejándome saber con su trasparente que le estaba gustando mucho lo que miraba frente a sus ojos. No lo supe, en ese momento no supe que estaba ocurriéndome para sentir ese magnético deseo de seguir contemplándolo de indescriptible manera y que él siguiera contemplándome con intensidad y admiración. Pero tuve un extraño deseo creciente en mi interior de acaricia su rostro y admirarlo todo el tiempo que pudiera, y por primera vez en mucho tiempo terminé más confundida que antes e incómoda. Sofocada.

Así que me animé a romper el silencio y también, a romper con la cercanía y la conexión de nuestras miradas.

—Ca-cambié tu desayuno—tartamudeé de los nervios, acercándome a pasos apresurados a la mesilla para dejar la charola—. Debía de darte huevo con atún y espinacas, pero elegí todo esto, así que espero que te gusté—señalé antes de darme vuelta y darme cuenta de que de un segundo a otro... estaba acorralada contra la mesa por su inmenso y dominante cuerpo.

Temblé, pero no porque estuviera cerca de mí, muchas veces él hacía lo mismo, acortar la distancia entre nosotros de una forma tan abrumadora e inesperada de la que nunca me acostumbraría. Temblé porque ni siquiera me había dado cuenta de que él había movido su brazo, y esos dedos en un ágil movimiento veloz se encontraban acariciando mi mejilla de una forma tan suave, dulce y lenta que de mis labios liberé un jadeo nada silencioso que hizo que él mordiera su labio inferior.

—Te manchaste— Se me saltó el corazón de mi pecho a causa de su ronroneo, incluso sentí que se me saldría por la boca cuando llevo su dedo al interior de su boca donde empezó a chuparlo. Apenas caí en cuenta de que me había retirado unos restos de la ensalada de atún—. Me gusta...

Inesperadamente dio un paso más, acortando casi por completo todos los centímetros que nos separaban, y se inclinó. Retuve el aliento y no pude moverme ni un milímetro, el cuerpo no me respondió en ese instante, ni siquiera mi razón estaba consiente con su inesperada acción.

Rojo dejó que sus dedos bajaran hasta mi mentón donde se aproximó a mi labio inferior, y tan solo sentí apenas su roce caluroso, cada uno de mis músculos se comprimió en un estremecimiento profundo que hizo que ahogara un gemido. Un gemido que él alcanzó a escuchar... ¿Y cómo explicar la forma en que cambió el color de sus orbes, e incluso la forma en que ahora me miraba? No lo sé, no lo sé.

Quise descubrir cómo era posible que estuviera sintiéndome como un manojo de nervios... incapaz de moverse, como un pobre siervo hipnotizado por su depredador... pero eso era algo que tampoco podía descubrir, al menos por ahora mismo.

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