El amanecer alumbró las tierras, y sonaron cinco extensas campanadas. Los poquísimos villanos que dormían, atendieron al llamado. Un especial sonido el cual les avisa que deben alistarse, e ir a trabajar.
—Mira nada más, mira nasa más.—Reclamo indignada una muchacha de cabellera caoba, flequillo corto y piel blanquecina—. Ya despiértate Yasu.
El joven bostezo, estirándose sin ninguna vergüenza, ajeno al bochornoso acontecimiento de haber dormido en monte abierto.
—Hmmm... Ay. ¿Qué vamos a desayunar?
—Patas de rana.
—Mientes.
—Cierto es. Pero mírate, dormido en el zacate como los bebidos.
—No me regañes Lodrei. El cielo ayer estaba hermoso, y quise dormir viéndolo.
Lodrei nego su argumento, moviendo la cabeza de lado a lado.
—De mal en peor.
—Dioses. Véanlo, véanlo.
Un señor mayor con cara de amargado, interrumpió la conversación.
—Buenos días sean, abuelo.—Musitó la mujer.
—Sí, sí. ¿Y tú el qué está tirado ahí? ¡Levántese!
Yasu acató al vuelo los gritos del viejo.
—Aún es temprano señor.
El abuelo acentuó las marcadas arrugas, de puro enojó.
—¡Callese! Ándele, vaya a su casa. Este campo es para los mecenas.
—Ya oí abuelo.—Contestó él muchacho, rascándose el mentón. Ni ser regañado, perturbó la dichosa armonía de Yasu—. Nos vemos Lodrei.
—No creó...
Lodrei susurro una respuesta temerosa. Al marcharse Yasu, el abuelo dirigió su atención hacía ella.
—¿Tú qué haces niña?
—Voy por agua, mi marido quiere más para bañarse bien.
El viejo asintió complacido, tanto así que las arrugas disminuyeron.
—Es tú deber.
Prescindió de añadir otra contestación, partió directo a recolectar agua del pozo, y repasó mentalmente el tiempo de cocción estimado, de la sopa que preparó.
Muy adentro suyo, ella consideraba preparar alimentos tiempo perdido. Lord Carzvurxt les daba desayuno, comida y cena.
«Pero mi marido prefiere que yo le haga la comida», pensó Lodrei.
Cumplidos los dieciséis, la casaron ante el primer gañán que ella consideró atractivo. Tras estar cuatro años casada, algunas veces cuestionaba si quería a su esposo igual que antes.
«Piensas cosas indebidas Lodrei, si el abuelo supiera». Le vinieron memorias antiguas, de cuando aquel anciano la castigaba.
—Vaya. Que agradable sorpresa.
—¡Por la perra!—Exclamó la mujer y volvió el rostro. Enseguida lamento voltear, un puberto miraba sonriente, no las llanuras, a ella.
—¿Qué es esa manera de saludar?
El muchacho parecía gamberro; Cabello rubio, raíces negras, pues lo tenía teñido. De mirada altanera, tatuajes y piercings.
—No te saludo. ¿Qué buscas?
—Nada en realidad.
Lodrei menosprecio tales palabras, al esbozar una sonrisa áspera.
—Sí me permites, puedo adivinar tus razones de recién acercarte a mi. Las demás señoras han rechazado tus intentos, o puede que, quieras contar con otra arrimada en tu cuenta.
La rabia desdibujo cualquier arrogancia del gamberro.
—Se supone que las mujeres occidentales eran más fáciles. ¿No?
—¿Qué sabré yo? Estoy casada, y me vale poco un gallan que apenas le salen pelos.
Sinceramente, la muchacha admitió que se arriesgaba comportándose tan grosera, pero enojada no pensaba con claridad.
—Perra engreída.—La insulto el joven y apretó ambos puños—. Cuida lo que dices.
—Lo mismo te digo, tú, cerote mal cagado.
Lodrei sufrió un escalofrío, cuando el tipo cambió a las agresiones físicas y jaló el cuello de su camisa.
—¡No te lo tengas tan creído puta! ¡Te podría matar si quisiera!
—¡Sueltame!—Ordenó ella, sin dejar de forcejear—. ¡Te digo que me sueltes!
—¿Ves lo que digo? Ustedes son basura, todos ustedes, putos occidenta-
Lodrei le cortó la palabrería escupiéndole los ojos.
—¡Me orino en tus pretensiones! ¡Mendigo hediondo!
Asustada de sufrir peores consecuencias, la mujer echo a correr. El balde desbordó por culpa los brincos, mójandole las piernas, pero temía ser alcanzada si dejaba de correr.
Es posible que el asunto acabará peor, pero Izol apareció oportunamente, tapándole la pasada.
—Deja las malas intenciones Satou.
—Pudrete zorra.
—Te lo digo de una vez, evítate un regaño y a mí el mal rato. Ser una figura de autoridad es algo que me complace, pero no si debo hacer de mamá gallina.
El gamberro dejo claro que ignoró su advertencia.
—¿Quién te crees para venir y hacer como si pudieras mandarme? Anda... ¡Inténtalo!
Izol podría haberlo amenazado, decirle que maneras tendría de someterlo. Eligió una respuesta menos vaga y concisa, que además destruiría su ego.
—Un solo llamado Satou, y el viejo Renhy vendría para darte otra revolcada. ¿Te acuerdas? El que te hizo llegar llorando al despacho del curador.
La hechicera obtuvo el resultado esperado, furia. Satou rechino los dientes, tenso cada músculo disponible y el coraje hinchó sus venas.
—¡Maldita!—Farfullo, todavía apretando la mandíbula. En esta ocasión, el gamberro salvaguardó su salud, y optó por hacer caso.
A pesar de marcharse, Satou dejó entrever que iba a cobrar venganza, tarde o temprano.
...
Diecisiete días transcurrieron, hubo ciertas ocasiones donde vi a los Guesclin pasearse, libres de preocupaciones.
Para mi y el grupo completo, las sesiones subieron de nivel, enfrentándonos seriamente. Nos cambiaron de espadas, el acero acolchado, lo intercambiaron por hojas gastadas.
Hubo llantos de compañeros al lastimarse, si bien las posibilidades de cortarse eran bajas, dolían más.
Acostumbrarse costó dos semanas, la ventaja es que mi fuerza aumentó el doble. Últimamente, me sentía imparable.
De repente, la usual monotonía fue quebrantada por Adreti y Luk. Unos sirviente les prepararon una mesita, dos sillas y fruta picada.
¿Por qué? Desde mi punto de vista, vernos entrenar debía ser aburrido.
—Escuchen.—Exclamó Izol—. Les hago saber que hoy tendrán un enfrentamiento.
—¿Enfrentamiento? ¿Con quienes?—Interrogó Obata, ajustándose los lentes con torpeza.
—Ya debe venir.—Respondió la hechicera, sus labios se curvaron hacia arriba.
El alma me cayó hasta los pies. El caballero de cicatrices, cruzó rodeado de aquella turbia sinfonía metálica.
No puede ser.... Pensé seriamente asustado, tan pronto noté que llevaba un «Lucero del Alba», hablamos de una tosca maza cubierta de púas.
—¿En serio? ¿Quieres que peleemos con él uno por uno?—Mencionó dudoso Ōmura.
Feuge se anticipó, seguro de si mismo.
—Te aseguró que conmigo basta y sobra, chavea.
—¡Oh vamos!—Replicó el chico—. Al menos debiste traer una espada, ese mazo no va a funcionar tan bien.
—Ya veremos.
No hubo ceremonias, ni siquiera un "empecemos".
Feuge elevó súbitamente la menospreciada arma, que descendió como guillotina, lo mismo que demoró Ōmura en parpadear.
—¡Demonios!
El muchacho saltó fuera del ataque y la maza partió el piso.
Feuge atacó devuelta, dirigió el mazo al cráneo de Ōmura. De milagro consiguió salvarse, las púas le rozaron el cabello.
—¡Wou! ¡Wou! ¡Wou!—Gritaba el chico.
El caballero mientras tanto, sacudió esa exagerada maza igual que una vara, ya no distinguían el arma, solo un borrón y luego escuché quebrarse algo.
Me costó no pensar que Ōmura murió, lo miré rodar hasta derribar a una compañera. Su espada rota esparció los pedazos, cual taza al caerse.
De tres movidas, Feuge había vencido.
—Adelante, pruébenme. Vean si soy capaz de vencerlos.