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Capítulo I: 20 Años Después

31 de Agosto

1990

Era una noche oscura y lluviosa, el reloj marcaba las once y la mayoría de habitantes de Black City ya se encontraban en sus casas durmiendo, viendo alguna película, estudiando, haciendo tareas, charlando por teléfono, entre otras cosas. Pocas personas se mantenían aún en las calles, algunas caminando, atendiendo sus negocios, regresando del trabajo, entre otros motivos.

Black City era una pequeña ciudad de Inglaterra, junto al océano Atlántico. Aquella ciudad era conocida por sus enormes y frondosos bosques (Cuatro en total) pero sobre todo, por su fama de ser la ciudad del Diablo.

Las casas de la calle Savior (una de sus tantas calles) no eran de gran tamaño, ni resaltaban entre otras casas, pero siempre se mantenían acogedoras.

En una de las tantas casas, habitaba una familia que no se mostraba muy diferente a las demás. Lo único en lo que podría resultar diferente a algunas otras, era en que aquella familia estaba conformada únicamente por dos personas, una madre y su hijo.

Dentro de una de las habitaciones del piso superior, había una chico de pelo negro hasta los hombros, ojos negros como la noche, piel morena clara y labios finos. Hablaba por un pequeño teléfono y mantenía la mirada fija en la ventana.

—¿Qué te parece si mañana llevo mis naipes de colección? —preguntó una voz masculina, del otro lado de la línea.

—No estoy seguro de que sea una muy buena idea, Matt —respondió el chico —. Todos en la escuela nos creen raritos y si las llevas solo los fomentariamos a seguir.

—Bueno, tal vez tengas razón —contestó del otro lado —. Bueno, me largo a dormir, nos vemos mañana —se despidió.

—Nos vemos —se despidió igual, para colgar la llamada.

El chico retiró la vista de la ventana y se levantó de la cama y colocó el teléfono en la mesita de noche junto a su cama.

Se acercó al interruptor de luz y lo accionó, la habitación quedo a oscuras y el chico se lanzó de nuevo a su cama. Cuando se dispuso a dormir, la puerta de la habitación se abrió y entró una mujer alta de pelo negro. La mujer lucia una sonrisa juguetona acompañada de labial rojo que la hacía aún más notoria.

—¿Ya te dormiste? —preguntó la mujer, jovial.

—Estaba apunto —respondió con decepción.

—¡Oh! —se lamentó la mujer sin dejar su sonrisa —. Siento haberte interrumpido —se disculpó.

—Tranquila mamá —dijo el chico, sentándose en la cama —. Por cierto, ¿Qué necesitabas? —preguntó amablemente.

—Simplemente venía a darte las buenas noches —dijo la mujer, se acercó al chico y le dio un beso en la frente —. Descansa —la mujer se levantó de la cama y fue hasta la puerta, donde se detuvo a mirarlo de nuevo —. Por cierto, Emilio, guardé tu ropa interior en el armario.

—Gracias mamá —dijo el nombrado apenado.

1 de Septiembre

1990

El reloj sobre la mesa de noche marcó las seis y diez de la mañana, la hora establecida por Emilio para levantarse, puesto que la calle Savior estaba a una distancia considerable del colegio.

Emilio, hizo todo como de costumbre, a los minutos de levantarse se cepilló los dientes y se metió a duchar, veinte minutos después regresó a su  habitación para vestirse con su odiado uniforme, se trataba de una camisa blanca complementada con una corbata negra, un chaleco y saco gris, un pantalón y zapatos de color negro. Un asco, pensó.

Una vez terminó de insultar su uniforme, salió de casa sin siquiera probar bocado, tenía el tiempo contado.

Llegó a la parada del camión y se sentó a esperar, minutos después apareció un chico de su misma edad, pero con mucha más altura que el. La cabeza de aquel chico era delgada, sus ojos eran azules y su cabello rebelde tenía un tono grisáceo. Vestía con el mismo uniforme que Emilio y parecía detestarlo igual que él.

—Hola —saludó el chico.

—¿Todo bien? —preguntó Emilio a modo de saludo.

—Si, es solo que... No se porque siento que hoy será un día bastante pesado en el colegio —dijo soltando un suspiro de pesadez.

—¿Qué esperabas? iniciar un nuevo ciclo siempre es difícil, ahora iniciamos una nueva etapa en nuestras vidas —respondió Emilio con tranquilidad, pero Matías parecía no prestarle mucha atención —. Nueva escuela, nuevog grado de dificultad, nuevos compañeros" - prosiguió Emilio sin convencer del todo a Matías.

—Ni me lo recuerdes, el primer día siempre es el peor —dijo Matías, alarmado.

—Solo tratemos de no ser una carne tan fresca para los maleantes —sugirió Emilio.

—No entiendo como puedes estar tranquilo —dijo Matías extrañado —. ¿Quién está tranquilo el primer día de clases? —cuestionó con incredulidad.

Matías se puso a hacer un drama pero Emilio simplemente lo ignoró y siguió esperando al autobús con tranquilidad.

Después de unos minutos llegó el autobús, al subir notaron que ya habían una buena cantidad de alumnos sentados y todos se les quedaron viendo.

—No te asustes Emm, no hagas contacto visual y no dejes que vean que te sientes intimidado —dijo Matías tembloroso.

—Creo que al que más le resultaría eso, es a ti —dijo Emilio, burlesco.

—Es nuestro fin —dijo Matías como si estuviera llorando

—Eres un exagerado — reprochó Emilio aún riendo.

Después de detenerse en algunas paradas más, llegaron al colegio.

El inmueble era enorme, tanto así que la entrada era un portón. Al otro lado del portón, había una gran pasillo de azulejo blanco que conectaba con dos pasadizos al fondo, el de la izquierda conducía a un enorme patio de suelo de piedra, tenía la pinta de ser una cancha. Más allá del patio habían dos grandes mesas de madera, con un enorme y largo banco de madera de cada lado. A unos escazos metros de las mesas, habia una habitación que  media de largo lo mismo que las dos grandes mesas juntas. Por todos los estantes y aparatos electrónicos supuso que era la cocina. Encima de la entrada de la cocina, a la altura de un segundo piso, habían seis pequeños balcones, las puertas de cristal no permitían ver del otro lado de ellas, pues unas gruesas cortinas rosas tapaban la vista. El pasadizo del fondo conducía a unas escaleras que llevaban a un pasillo que daba con seis puertas, a lado de cada una había una ventana pero las cortinas evitaban que pudieran ver el interior. A la derecha del pasillo de azulejo blanco, habían otras seis puertas y ventanas iguales a las de arriba. Un cartel en medio de la tercera y cuarta habitación, ponía . En el pasadizo de la izquierda, frente a las mesas y la cocina, había un pasillo hacia la izquierda. Pegadas a la pared de la cocina, habían unas escaleras, que conducían a otro pasillo donde habian seis habitaciones a cada lado del pasillo, entonces Emilio recordó los balcones que había visto antes y entendió que estaban conectados con las habitaciones.

Junto a las escaleras que conducían a los dormitorios, había un pequeño patio, poco más adelante del pequeño patio, habían otros dos pasadizos como en la entrada, el de la izquierda conducía a dos grandes cuartos, el de la izquierda tenía un cartel que decía . Mientras que el de la derecha ponía . Entonces entendió que debían ser los baños. En el pasadizo de enfrente había un gran portón como el de la entrada, pero este permanecía completamente abierto, del otro lado del portón había otro enorme patio que conducía a un montón de aulas escolares.

Después de un recorrido por la escuela, los llevaron al segundo patio y los metieron al salón del fondo, donde los esperaba una maestra de pelo canoso, ojos verdes y mirada jovial, a Emilio le recordó a la de su madre.

—Hay que escoger asientos que estén juntos — apresuró Matías mirando todos los asientos disponible —. De preferencia que estén hasta el fondo —añadió.

—Si que tienes un plan para todo —dijo Emilio divertido.

—¡Ahí están! —exclamó Matías emocionado. Los ojos le brillaban —. Vamos, antes de que alguien más lo ocupe.

—No creo que alguien sea tan inseguro como tú —dijo Emilio siguiéndole el paso.

—No es inseguridad, es prevención —reprochó.

—Si, claro —dijo Emilio sarcásticamente —. De cualquier modo, no sé que haría sin ti —añadió Emilio divertido.

—No lo sé —respondió Matías mientras tomaba asiento y fingía que se ponía a reflexionar —.  Tal vez vivir más infeliz y ser más raro de lo que ya eres — soltó orgulloso.

—No soy el único raro — respondió Emilio burlonamente.

—Ustedes dos si que son raros —dijo una voz femenina junto a ellos.

Ambos se giraron hacia donde venía esa voz y miraron con curiosidad a la chica.

—¿Nos dices a nosotros? —preguntó Matías.

—Supongo que nadie más actúa tan raro como ustedes —respondió la chica sonriendo —. Pero aún así me agradan, claro — se apresuró en añadir ante la mirada expectante de ambos.

—Pues entonces, que rara eres —dijo Matías extrañado.

Una estruendosa tos hizo que todos en el salón callaran. La mujer que antes habían visto, se puso de pie y se paró frente a su escritorio.

—Buenos días muchachos, yo soy la profesora Catembell —saludó la mujer con jovialidad —. Soy la tutora de los grados 7 a 9 y les enseñaré historia de Black City —explicó. Durante el tiempo que prestó atención Emilio, entendió que los dormitorios junto a los baños, eran los de las chicas y los de la entrada los de chicos. También entendió que solamente los que firmaron un acuerdo podían quedarse a dormir en el colegio, mientras que los demás regresarían a sus casas. Emilio estaba seguro de que la profesora Catembell había explicado muchas más cosas, pero no prestó atención, en su lugar siguió hablando con la chica.

—Por cierto, ¿cómo te llamas? —preguntó Emilio.

—Me llamo Katherine, pero prefiero que me digan Kathe —se presentó la chica —. ¿Y tú eres? —preguntó expectante.

—Ah, cierto, soy Emilio —respondió.

—¿Y tú eres...? —preguntó Kathe, observando a Matías.

—Soy Matías, pero puedes decirme Matt —respondió Matías a regañadientes.

El tiempo seguía corriendo y Emilio, Kathe y Matías continuaron charlando.

—Nunca te había visto por el pueblo, ¿eres nueva? —preguntó Emilio, curioso.

—En la escuela si, en el pueblo no —respondió —. Nunca me había llamado mucho la atención estudiar en una escuela como esta, tomaba clases particulares desde mi casa —explicó sonriente.

—Qué suerte, me hubiera gustado tomar clases desde mi casa, así podría dormir y comer en cualquier momento —se lamentó Matías.

—Ojala fuera así de fácil —sonrió Kathe —. No te permiten dormir en ningún momento, no puedes comer más que una vez al día escolar y tienes que despertarte media hora antes de tus clases para preparar todo —explicó Kathe con disgusto.

—No gracias, mejor sigo como hasta ahora —dijo Matías arrepentido.

—Si, por eso me emociona estar aquí, siempre había querido estar en una escuela normal, como todos los demás —dijo con entusiasmo.

—Vaya no me imagino vivir por siempre en casa —dijo Emilio, abrumado de solo pensarlo.

—Claro que salía de vez en cuando, es imposible vivir por siempre encerrada en un solo lugar —dijo Kathe, sonriendo ante la inocencia del chico.

—Eso creo —Emilio se sintió tonto por lo que acababa de decir.

Ninguno de los dos chicos había tenido tiempo para mirar detenidamente a Kathe. El pelo de la chica era castaño, ondulado y le llegaba hasta los hombros. Sus ojos eran de un tono verde esmeralda, llevaba una falda negra con unas medias largas del mismo color, unos zapatos informales negros, una camisa blanca con un corbatín gris, llevaba un chaleco para dama del mismo color.

—Tu uniforme luce mil veces mejor que el nuestro —admitió Emilio.

—Gracias, supongo que le ponen más empeño a los uniformes de mujer — aceptó Kathe, restándole importancia.

—¿Por qué hablas con nosotros? —cuestionó Matías en tono de disgusto.

—¿Por qué no hacerlo? —preguntó con voz temblorosa.

—Pues tal vez porque hay gente más parecida a ti del otro lado del salón —reprochó Matías —. Además siempre hemos sido dos, así que... —Matías dejó que la chica interpretará lo que faltaba.

El timbre que indicaba que la clase se había terminado sonó, para alivió de Kathe que tenía los ojos llenos de lágrimas que amenazaban con salir.

—No hace falta que sigas, estoy sobrando aquí —Sentenció Kathe con la voz quebrada. La chica tomó sus cosas y salió a paso apresurado del aula.

—Matt —Emilio sabía perfectamente que Matías no lo había hecho con mala intención.

—No lo dije con mala intención —afirmó con remordimiento.

—Vamos a hablar con ella —apresuró Emilio.

Matías asintió sin reprochar, parecía saber que sus palabras habían sonado hirientes. Cuando se levantaron de las butacas pudieron ver a un grupo de chicas salir del aula, Emilio no sabía la razón, pero sentía que algo no andaba bien.

Kathe se limpiaba las lágrimas frente al espejo, sus mejillas estaban rosadas al igual que su nariz de tanto llorar, sus ojos estaban algo hinchados, parecía que llevaba días sin parar de llorar.

—Soy una tonta por creer que podría iniciar de nuevo —su voz era una combinación entre dolor y molestia.

—Tienes razón, ¿a quién le interesaría tener tu amistad? —la voz de una chica a sus espaldas la hizo sobresaltarse. Se giró para mirarla y entonces se encontró con una chica rubia, alta, esta no llevaba ni el saco, ni el chaleco, ni el corbatín del colegio. Tenía una sonrisa de satisfacción en el rostro.

—Ashly —reconoció Kathe con desagrado.

—Katherine Sophia Grant —dijo Ashly. Cada vez comenzaba a acercarse más.

—¿Qué quieres? —exclamó bruscamente.

—Esa no es forma de hablarme —reprochó con fingida dolencia —. No debes hablarle así a tus superiores —afirmó con malicia.

—¡No eres mi superiora! —exclamó con molestia —. No eres nada mio —finiquitó la charla o al menos eso creía Kathe.

—Siempre has sido una maldita creída como tú madre —acusó Ashly.

—No te metas con mi madre —reclamó al instante.

—Es la verdad —afirmó Ashly, sonriendo con malicia.

—Cállate —ordenó Kathe.

—Solo piénsalo, sabes muy bien que es cierto —comenzó a moverse de lado a lado.

—¡Eh dicho que te calles! —exclamó Kathe. Su enfado iba en aumento.

—Lo vez, crees que eres alguien para callarme, pero en realidad no eres nadie, igual que tu madre —aquellas palabras fueron la gota que derramó el vaso.

La castaña se abalanzó contra la rubia, quien nada más corrió fuera del baño y cerró la puerta, había sido una trampa, Kathe podía escuchar la risa del grupo de amigas de Ashly.

—¡Déjame salir Ashly! —exigió Kathe.

—Ahí te quedarás —condenó con una risa —. Pásame aquella rama Sasha —ordenó la rubia señalando una rama de desmedido tamaño.

—Claro Ashly —una chica de pelo morado tomó la rama y se la entregó a la rubia como si de una reliquia se tratase.

Ashly tomó la rama y la incrustó en el cerrojo de la puerta del baño, haciendo prácticamente imposible abrir la puerta.

—Vámonos de aquí —ordenó la rubia al resto de su grupo.

—¡Déjame Salir! —gritó Kathe inútilmente.

El llanto se apoderó una vez más de ella y se tumbo en el suelo.

—¿Dónde se habrá metido? —preguntó Emilio más para si mismo.

—Tal vez este en la cocina —sugirió Matías.

—Solo piensas en comer —reclamó Emilio con algo de gracia.

—Mira —señaló Matías a un grupo de chicas que salían de la zona de baños.

—Vamos —apresuró Emilio.

Ambos jóvenes se dirigieron a los baños donde a simple vista parecía todo normal, salvo claro por una gran rama que bloqueaba la puerta del baño de mujeres.

—Debe estar ahí —intuyó Emilio.

Se acercaron a la entrada y pudieron escuchar sollozos, había alguien dentro.

—Ayúdame a quitar la rama —ordenó Emilio.

Ambos jóvenes intentaban retirar la rama con cuidado, un movimiento en falso y la rama podría romperse o el cerrojo podría descomponerse.

—Mira, hay una ventanilla ahí —advirtió Matías. Señaló una ventanilla junto a la puerta. El mayor problema que encontró Emilio era la altura a la que estaba, necesitarían más altura.

—Subiré en tus hombros —anunció Emilio.

Matías extendió las manos, Emilio colocó los pies sobre las manos y luego en los hombros de Matías, a esa altura le quedaba la ventana en el pecho.

—Kathe —comenzó a llamarla.

Las lágrimas de Kathe se detuvieron al escuchar la voz del chico.

—¿Emilio? —su voz denotaba sorpresa.

—¿Puedes acercarte a la ventana? —preguntó amablemente.

—Lo intentaré —seguido de esto, poso sus pies sobre la rejilla de la puerta de entrada, la puerta quedaba un poco de lado a la ventana, por lo que su cuerpo tenía una posición curva.

—¿Puedes abrir la ventana? — cuestionó Emilio.

—Eso creo, lo intentaré —con algo de problemas por la posición en la que estaba, abrió la ventanilla.

—Bien, ¿Alcanzas mi mano? —por la ventanilla metió su mano la cual le quedaba algo distante a Kathe.

La chica se estiró y tomó su mano, para tomar la otra mano había que dar un brinco, apoyando los pies en la pared hasta sacar la cabeza por la ventanilla. Emilio pensó que seria bastante complicado para todos.

—Ahí voy —anunció Kathe, resopló y saltó, cuidando qué su cabeza no golpeara con el techo o la pared. Posó sus pies en la pared y antes de que resbalara logró sacar su cuerpo hasta la cintura por la ventana.

Emilio tiró de las manos de la chica hasta lograr sacarla de ahí, pero en un mal movimiento de Matías ambos cayeron.

—¿Qué fue eso Matt? —cuestionó Emilio adolorido, recargado sobre la pared de enfrente.

—Fue por el impulso, no estaba preparado —se excusó.

—¿Estás bien? —esta vez se dirigió a Kathe qué estaba junto a él.

—Y... Yo —balbuceó Kathe —. Gracias por sacarme —la chica abrazaba metió la cabeza entre sus piernas.

—No es nada —dijo Emilio, restándole importancia —. Pero, ¿porqué te encerraron aquellas chicas? —preguntó con curiosidad.

—Les mentí —admitió Kathe, sollozando.

—¿A qué te refieres? —cuestionó Emilio sin entender.

—Ya he estado en otras escuelas, desde el año pasado Ashly se la a pasado acosándome y haciéndome la vida imposible —sollozó con más fuerza.

—¿Pero por qué nos mentiste? —cuestionó Emilio, aún con voz pacífica.

—Sentí pena de que supieran lo que me hacían, no quería que sintieran lástima de mi —su voz por fin terminó de quebrarse y las lágrimas volvieron a invadirla.

Emilio y Matías se miraron con complicidad y se sonrieron.

—No sentimos lástima —la consoló —. A Matías también lo molestaban — comentó con gracia.

—¿Solo a mi? — reprochó Matías.

—Esta bien, admito que a mi también —afirmó Emilio a regañadientes.

—¿Y qué hicieron? —preguntó cómo si su vida dependiera de su respuesta.

—Nada —dijeron al unísono ante la mirada de confusión de la chica —. Simplemente los ignoramos y con el paso del tiempo consiguieron nuevas víctimas —añadió Matías. Aquellas palabras lograron sacarle un risita a la chica.

—Gracias —agradeció mientras se limpiaba las lágrimas con la manga.

—Para eso están los amigos —sonrió Emilio. La chica le devolvió la sonrisa, pero también miraba a Matías como si estuviera pidiendo permiso.

—Acerca de lo de hace rato... —Matías titubeó ante la mirada atenta de la chica —. Creo que malinterpretaste mis palabras, en pocas palabras... Tres son mejor que dos —dijo esquivando la mirada de la chica.

Sin esperarlo, la chica se levantó y abrazó al chico ante su mirada de incredulidad, después de unos segundos su rostro se puso algo colorado y le dio algunas palmaditas en la espalda.

—Si, si, esta bien, pero no me aprietes tanto —suplicó adolorido.

—Lo siento —se disculpó y se separó apenada.

—Entonces... —titubeó Matías.

—Entonces... Debemos darnos prisa porque la clase de ciencias esta por comenzar —advirtió Kathe mirando su reloj.

Emilio comprobó con sus propios ojos la hora, en cinco minutos comenzaría la siguiente clase.

Matías por su parte suspiro resignado y los siguió de malas.