"Cuando un loco parece completamente sensato es ya el momento, en efecto, de ponerle la camisa de fuerza."
Edgar Allan Poe
Esa voz cantarina rompió el transe, Fiorella Rossi estaba parada detrás de su taburete, con la mano afirmada sobre su hombro mientras aplicaba cierta presión hacia atrás para llamar su atención; en otras circunstancias Stefano le habría dedicado algunos segundos de atención al hecho de que ella estaba separándolos. Adrienna observó a la mujer detrás de ellos, y el momento se rompió, su oportunidad se había perdido quizá para siempre.
La frustración dejó sus nudillos blancos, se giró lentamente para saludar a su vieja amiga.
— Fiorella.— asintió con su cabeza a modo de saludo, sin duda toda su expresión decía "vete", pero Fiorella no estaba creada para comprender sutilezas.
— Señor Caciatore, fue un enorme placer conocerlo.— le dio un casto beso en la mejilla mientras se ponía de pie. — Espero que pienses un poco en la propuesta que tenemos nuestra amiga en común y yo.— se bajó del taburete mientras acomodaba su vestido, no dedicó ni un sólo reconocimiento a la mujer que acababa de unírseles, e intentó que su propuesta sonara todo lo sugerente que podría lograr con su voz ronca.
La copa quedó a la mitad frente a su lugar vacío.
— ¿Qué diablos estás haciendo con ella, Stefano? ¿Sabes quién es? ¡Ella conocía a ese monstruo! — Fiorella apoyó sus manos sobre su cintura, poniéndose como una jarra, al darse cuenta de la indiferencia de su amigo.
No le contestó, tomó un nuevo y último trago a su whisky antes de tomar su americana sobre su hombro y comenzar a caminar hacia la salida. Ella, inevitablemente, lo siguió. El frío exterior lo instó a prender un cigarrillo, Fiorella se colocó frente a él, buscando su rostro.
— ¡Estoy preocupada por ti! ¡Incluso Alessio lo está! — sus cabellos rubios cayeron lacios a un lado de su rostro mientras la brisa los dejaba danzar libremente.— Cuando me pidió intervenir en este caso, solo creí que debía ayudarte para que no te sintieras tan presionado a resolverlo. Pero tú...
— Yo no pedí tu ayuda.— el humo de la primera calada se interpuso entre ambos.— Tampoco la necesito.
— ¡Claro que la necesitas! Si no te sigo e interrumpo tu conversación con esa zorra fina te enrollas en un maldito problema del que no podrías salir.
— Sé lo que estoy haciendo, no intervengas para echar a perder mis avances, Fiorella. Deja de comportarte como una acosadora.
Ella siempre había odiado cuando se enojaba, incluso cuando apenas tenían diecinueve años. Stefano tenía problemas para controlarse, tenía el hábito de lanzarse de cabeza desde el acantilado de la ira, listo para ahogarse en las profundidades de la furia, hirviendo, ahogándose en su rabia, hasta que lo consumió entero. Hasta que, como una estrella, se quemó quedando en nada. Había mejorado en la regulación de su ira con la edad, podía distanciarse de esos sentimientos desagradables que surgían ante la más mínima provocación. Fue cínico, cuando no pudo manifestar su ira a través de la violencia.
— Esto es lo que ella hizo, ¿sabes, Fiorella? — escupió Stefano, con veneno en la lengua. — Lo sabes, ¿no? Acechó a Lorenzo antes de que lo inevitable sucediera. Siguió a Domenico antes de desollarlo.
— Stefano, ¿en serio estás comparándome con ella? —exclamó Fiorella, sus mejillas tiñéndose de rojo. Ah, un nervio, qué bonito.— ¿No crees que lo sé, Stef? ¡¿No crees que lo sé?! Encontré a Domenico, su piel... —su voz se apagó.
Stefano se dio cuenta de que había llegado demasiado lejos, aunque debería importarle un poco más. Quizá un síntoma de su arduo trabajo, insensibilizarse frente a cuestiones mundanas, como el dolor emocional. Fiorella lo miró, dolor aparente en su mirada. Ella solo quería ayudar. Solo era una chica tratando de ayudar a un chico, a su amigo. Solo quería que él estuviera bien, solo quería que estuviera a salvo. Dios, por qué no le interesaba su molestia al compararla con una asesina en serie. A ella, su antigua amiga.
— Fiorella, yo...
— Si quieres que te perdone, déjame acompañarte a la cárcel de ahora en adelante. Yo cuido el perímetro, sé lo peligrosa que es, quiero ayudarte.— su voz tembló, la sinceridad goteando de su boca.
— Claro, está bien.— él también intentó tranquilizarse.— Lo siento, estoy un poco estresado, eso es todo.
— ¡Todos lo estamos, Stefano! — dijo Fiorella.—Pero eres mi amigo y no me importa si tratar de mantenerte a salvo te hace enojar conmigo, no me importa si me odias, o me gritas. Voy a mantenerte a salvo.
Finalmente encontraron sus miradas: quiso ver en ella la misma niña pálida y pequeña, que había entrado a la Academia de Policías, y había querido proteger con tanto ímpetu, pero sólo encontró bolsas debajo de sus preciosos ojos, y el peso de asesinatos como el de Lorenzo sobre sus hombros. Una mujer dispuesta a todo por los suyos, otro de los atributos que tanto había admirado de ella.
— No pude mantenerlo a salvo a él.—hablaba de Domenico, su amigo muerto en manos de aquel demonio, su voz era una brisa. Casi no podía oírla por encima del susurro de los árboles.— Por eso tengo que mantenerte a salvo a ti.
— Lo sé. Todo va a resolverse pronto.
Fiorella avanzó, probando las aguas. Pasando sus dedos por encima de su brazo, no hubo reacción. Se presionó ligeramente contra él y, tan sólo cedió a envolverla entre sus brazos. Ella lo abrazó tan fuerte, tan, tan fuerte como si fuera a desvanecerse en cualquier momento. Como si él desapareciera en la nada si ella no la anclaba. Stefano sintió que una humedad comenzaba a filtrarse en su hombro, un suspiro agitado. No supo cuánto tiempo estuvo parado en ese callejón, cepillando el cabello de Fiorella lentamente, trazando círculos en su espalda, susurrando palabras reconfortantes en su oído. Después de todo, ella siempre sería su amiga.
***
— ¡Por favor! ¡Por favor no! ¡Estaba bromeando! ¡No quise decir nada de eso!
Palabras, flujo de aire complicado, nada. Solo súplicas de una mujer que no estaría mucho tiempo en esta tierra. Esta era la parte favorita de Arabela, bueno, la segunda parte favorita, cuando creían que si gritaban, si suplicaban, podrían salir vivos de su situación. Sólo fueron ecos en los pasillos de una voz fantasma, un alma que había sido abandonada en los confines de su más preciada insensatez.
— Te lo juro, jamás te haría nada. ¡Créeme!
Lamentable.
La escuchó susurrar, al pasar, planeando hacerle, lo que ella nombró frente a otras reclusas y compañeras de celda, un "recibimiento amable". Les quería demostrar a las demás que Arabela D'Angelo no era ningún ángel de la muerte, era una mujer simple y corriente a la que le cortaría las alas empleando sus habilidades con el cuchillo que guardaba únicamente para provocarle dolor. Bianca Bianchi estaba allí cumpliendo su condena, había sido autora y cómplice de asesinatos, torturas y violaciones en un culto sectario que se había salido de control, por decirlo de una manera demasiado amable. En momentos como este, a pesar de su apatía personal, Arabela esperaba que hubiera un Dios, un hacedor. Alguien para que Bianchi se encontrara cuando su lenta y sórdida muerte finalmente la alcanzara. Esperaba que la charla sobre las llamas eternas y la condenación fuera cierta, esperaba que el sufrimiento de Bianca continuara después de haber dejado este plano. Pero, de nuevo, en realidad no importaba: Bianchi se habría familiarizado bien con el dolor en estos momentos íntimos con Arabela.
— Lo sé.— respondió Arabela entre respiraciones aceleradas.
Nadie la tocaría, nadie pronunciaría su nombre. No existía persona en la tierra que pudiera infringirle un dolor que ella no abalara.
Arabela sostuvo el cuchillo romo e improvisado sobre la mujer más ancha y más grande. Su rostro ya estaba magullado más allá del reconocimiento, golpeado, negro, azul y púrpura. Arabela siempre había amado esa combinación de colores, incluso desde que era una niña. La violencia que le susurraban. Fue realmente hermoso. Sonrió y por una vez esa felicidad, ese entusiasmo, se encontró con sus ojos: era genuino. Estaba agradecida por la franqueza del arma cuando atravesó el tendón. Perforó cada pulmón con la fuerza bruta de un toro. Tendones y ligamentos, todos deshechos por las acciones de una sola mujer. Una Diosa. Arabela se deleitó con los gritos que emanaban de Bianca. La forma en que se mezclaban con las otras almas condenadas en la prisión. Una y otra y otra vez pinchó a la mujer hasta que no quedó más movimiento. Hasta que sus gritos se convirtieron en jadeos húmedos. Un gorgoteo estrangulado emanó de la boca de la mujer, la última bocanada de aire antes del olvido.
Elevó el cuchillo, goteando de sangre carmín, frente a su rostro.
Y Arabela D'Angello lo lamió.
Los invito a que dejen su voto y comentario si el curso de la novela es de su agrado. Su opinión no sólo me servirá a mejorar en el futuro sino a motivar esta imaginación desgastante y hambrienta xd.
Espero que se encuentren muy bien, y les deseo un buen comienzo de año.