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Prólogo

—¿Donde está? —Doy un salto levantando la cabeza, para mirar hacia la ventana. —Me asustaste. —Le reprocho a quien tiene la cabeza metida por la ventana de mí habitación y no deja de mirarme con mala cara. Empiezo a envolverme los cabellos con una toalla, ignorándola.

—Te hice una maldita pregunta. —De un jalón me endereza. —¿Dónde está mi hermano?

Me le suelto dando un paso atrás para detallarla, su comportamiento no es normal.

La respiración le va acelerada, está sudada y tiene la mirada un poco perdida. Algo coacciona en mi al llegar a la conclusión de que algo anda mal con el hermano. Ponerme a preguntarle, hará que explote contra mi, así que intentaré de otra manera.

—No sé, ok. —La tomo de los brazos e intento llevarla hasta la cama, pero el que no se quede quieta, mirando en todas las direcciones me dificulta la tarea.

—¡Cálmate! —Vuelvo a tomarla, y esta vez cede, le sonrió, pero no reacciona. Suspiro para no entrar en pánico yo también.

—Dime. ¿Puedo ayudarte en algo? —Intento que se enfoque, tomándola de la cara, logrando por lo menos que me mire.

—No. —Se me suelta, intentando levantarse.

Suspiro largo entendiendo que aquí, se acabó la tregua por que la cosa no se altere. Claramente se ve, que en esta ocasión el problema donde se metió el hermano es bastante turbio. Por lo tanto no me debe importar si se enoja o no, debo saber que pasa acomodé lugar. Soy rápida al subírmele encima, logrando por lo menos ponerle los brazos sobre la cabeza, inmovilizándola.

—¿Qué pasa? —Intento sonar intimidante.

—¡Suéltame, Bi! —Capto la advertencia en su voz y expresión corporal, pero no me importa su amenaza. La preocupación por su hermano ya caló muy adentro.

—Debo irme para encontrar a ese pendejo.

—Ok. Haremos esto. Me coloco algo y vamos a buscarlo. Juntas.

—No Bi, debo y quiero ir sola.

—Entonces no te suelto. —Aprieto mas, haciéndola reír, mirando para todos lados. Parece loca.

—Bi, ¡Por favor! ¿Sabes que con solo moverme te dejaría en malas condiciones, verdad?

Es verdad pero tengo fe, de no tener que llegar a eso.

Sí, pero no lo harás, porque me quieres y eso no te permite hacerme daño. —En un movimiento estoy debajo de ella.

—Escúchame bien. —Me rodea el cuello apretándolo fuerte, poniéndome a dudar seriamente de mis palabras.

—No vuelvas a cuestionar mis sentimientos y mucho menos compararlos, entre tú y mi hermano. —Afloja el agarre.

—Ahora. Tu te quedarás aquí esperando que mi hermano se comunique, y yo me iré a buscarlo a donde quiera que esté. —Me suelta levantándose.

Me levanto rápido, colocándome lo primero que encuentro, mientras la veo caminar hacia la ventana.

—Te vas sin mí, y me obligarás a ir donde tus padres, y contarle que tu hermano está en peligro y tú sabes porqué.

Se detiene al pie de la ventana, soltando un suspiro, antes de girar y empezar a caminar en mi dirección. A pesar de estar cagada, como ella dice, no le bajo la mirada, es más, la reto, mirándola fijamente.

—¿Tu no harías eso? —Asegura.

—Ponme a prueba. Óyeme, una cosa es cubrirle hechos insignificantes, pero otra muy diferente, es quedarme aquí de brazos cruzados, sabiendo que tu hermano está en peligro.

—Él no está en peligro.

—No me consta.

—¡Ay! —Se jala los cabellos, demostrándome que le estoy ganando terreno. Voy por más.

—Imagínate, sacar a Julián, de una reunión importante...

El golpe seco que le da a la pared, me hace tragar grueso dejando la oración a la mitad. La mirada le cambia, pero yo estoy decidida, así que ignoro las señales de peligro.

—¿Qué es lo que pasa? —Vuelvo a intentar saber, pero se da la vuelta, dándome la espalda. La persigo chocando con ella, cuando se detiene al pie de la escalera.

—¡Te odio! —Por primera vez, su te odio me causa alivio. Le sonrió, pero ella niega.

—Irás conmigo, pero te quedarás en el auto hasta que salgamos, ¿ok? —Asiento, se gira y nos ponemos en marcha.

En todo el camino no dice nada, solo marca y vuelve a marcar, supongo el número de su hermano. Golpea el manubrio cuando no se puede comunicar. Pienso en preguntarle, pero está demasiado tensa y alterada así que prefiero callar. Busco mi teléfono para intentar comunicarme, pero no lo tengo.

Se me quedó.

Salimos a las afueras de la ciudad, desviándonos, por la carretera de arena, hasta llegar a una antigua fábrica, donde en un tiempo hubo una procesadora de maíz.

—Te quedas aquí, Bianka. —Ordena y yo asiento. Se baja mirando para todos lados, hasta entrar al lugar.

En verdad pensaba hacer caso, pero los minutos comienzan a correr y nadie sale, empujándome a una mina de preguntas.

¿Y si les pasó algo? ¿Si An, en vez de resolver empeoró todo? ¿Si necesitan que yo haga algo?

La falta de información me juega en contra, llevándome a salir del auto y hacer el mismo recorrido que hizo mi amiga, sin mirar atrás.

Entro por la puerta por donde desapareció ella. Todo está en silencio, por instinto sigo por el primer pasillo que veo, divisando una luz al final. Camino hacia ella, no sin antes pedirle a Dios, que estén bien y que esto no sea una casa embrujada. Llego al final donde hay una puerta. Suspiro antes de tomar la manilla y girarla, abriendo lentamente. Me encuentro con unas escaleras y la voz de An, regada por el espacio.

—Vámonos. Alguien lo encontrará y ya. Se pudo tratar de un asalto o cualquier otra cosa.

Frunzo el ceño por no entender, y antes de que el raciocinio llegue a mi, empiezo a bajar las escaleras, encontrándome con una escena que no esperaba. Me quedo inmóvil, mirando.

—¡Su madre! ¿Trajiste a Bianka, aquí?

El chico le reclama, dándole un empujón. Mi amiga voltea hacia mí, mirándome mal. Por mas que intento intervenir no puedo ni si quiera balbucear una palabra.

—Ella me obligó. — Susurra intentando defenderse.

—¿Sí? ¿Y dónde esta la pistola que te puso en el pecho? —Pregunta con sarcasmo.

¡Su madre, An! —Golpea la mesa de metal que está a su lado. Espabilo al fin, caminando a su sitio.

—Era eso o que hablara con tus padres. ¿Qué hubieras hecho tú? Además, yo le dije que se quedara en el auto.

Me recalca con voz amarga, cuando llego a su altura. La ignoro tomando al hermano de la cara para que me mire, niega sin dejar de mirar mal, a An, antes que a mí.

—¿Estás bien? —Le pregunto un poco angustiada al ver como en la zona del pecho se acentúa mas ,el rojo carmesí.

—Estoy bien. —Asegura en tono suave.

— Ahora, vete al auto y espéranos ahí, ¿sí?

Asiento, y a pesar de estar intrigada con lo que pasó en esa habitación, me giro. Él está todo cubierto de sangre, y hay un tipo amarrado en una silla frente a ellos, totalmente golpeado, sangrando.

Seguro es un ladrón.

Es la versión que decido creer. Empiezo a caminar para salir de ahí, pero...

—Bi-an-ka ¿eres tú?

La voz del desconocido se riega por la habitación, deteniéndome los pasos al pie de la escalera. A pesar de que es casi inaudible logro procesarla.

¿Simón?

El cuerpo se me desmaya cuando todo engrana en mi mente.

Fue por mí.

Me giro, y me echo a correr al sitio dónde está el chico, levantándole la cabeza con mis manos.

—¿Simón? —Pregunto en un hilo de voz. La tristeza que siento me llena los ojos de lágrimas.

—¡Ayúdame por favor!

Es lo único que balbucea haciendo que mi pecho duela.

El no merecía esto.

Me volteo enardecida contra el chico que tengo en frente, porque no es justo. Él no puede andar por la vida haciendo, este tipo de cosas. Lo empujo cuando llego a su altura.

—¿Qué fue lo que le hiciste? —Le pregunto reteniendo las lágrimas. Deseando que me explique, que me dé algo de dónde agarrarme para justificarlo. Las heridas son muy graves. Sin embargo en vez de justificarse, solo se queda callado mirándome con esa arrogancia que tiene.

Lo hizo porque sí.

La rabia me explota con la conclusión. Así qué me le voy encima golpeándolo.

—Eres un animal, un asesino. — Le grito sin dejar de golpearle el pecho.

Me toman por detrás, quitándome de encima.

—¡Cállate! —Es An. Me le sacudo, pero no logro nada. Me da la vuelta dejándome frente a ella, intento soltarme, pero las sacudidas que me da me dejan quieta.

—Escúchame bien. —Intenta enfocarme, pero me niego. Capto como el hermano se mueve hacia nosotras.

—Tú, te quedas ahí. —Le advierte dejándolo quieto.

—Alguien debe pensar con cabeza fría y al parecer, esa soy yo. —Vuelve a poner su atención en mi.

—Tienes dos opciones, Bianka. Una, nos apoyas, dos, nos juzgas. Pero, ya de nada sirve darse golpes de pecho.

—¿Qué? —Pregunto desorientada, sin poder creer lo que dice.

—Es fácil. Lo dejamos aquí, luego llamamos a la policía para que lo encuentren y ya. Nadie sale perjudicado.

La empujo y busco donde sentarme, porque presiento que de un momento a otro me voy a desmayar. Vuelve a tomarme de los brazos, pero la empujo nuevamente. No quiero me toque.

—¿Estás loca? Se puede morir. —Intento que razone.

—Mejor, así no corremos riesgos que nos delate.

Me le suelto llevándome las manos a la cara, frotándomela.

¿A caso no asimila lo mal que suena eso?

Camino, sentándome al pie de la escalera, un poco mareada.

—Es inhumano, An. —Le grito y ella niega jalándose los cabellos hacia atrás.

—Ok, está bien. Entonces, esta te parecerá mejor. Toma. —Me ofrece su teléfono.

—Llamarás a la policía y les dirás que tu novio, golpeo a tu pretendiente, que vengan y se lo lleven a la cárcel por intento u homicidio. —La punzada que me cruza la cabeza, me hace llevar las manos a ella, ya que eso está peor.

—Está fácil ¿no? Vamos. Es hora de decidir ¿De qué lado estas? —Me pregunta, ofreciéndome el teléfono. Miro al hermano en busca de ayuda, pero este no dice nada.

—Es él. —Vuelve a hablar, An, señalando al hermano. —O él —Esta vez señala a Simón, metiéndome en un bendito dilema.

—Debe haber otra solución. —Pienso en voz alta.

—No, no la hay. —Determina An. Niego intentando pensar en otra solución.

—Ya se, llevémoslo al hospital, y después vemos.

—No Bi, eso sería muy… delicado. Porque si alguien nos reconoce, no podremos zafarnos. Quizás a ti, no te salpique, pero a nosotros nos embarra. Hay que dejarlo aquí.

Me levanto en busca de que él hermano reaccione. E imposible dejarlo aquí. Pero...

—An, tiene razón. —Concluye él deteniendo mis pasos. —Si nos ven, nos jodemos, Bianka.

– Óyeme…

No puedo darme por vencida.

—Tu prometiste hacer las cosas bien, dejar esa impulsividad.

—¡Ay por favor! Bianka, no seas manipuladora.

—¿Manipuladora? Me habla la reina del chantaje y la manipulación. ¿O cómo se llama lo que estás haciendo conmigo? —Suspira.

—Mira, eso lo podemos hablar luego. Si no vas a llamar a la policía, entonces, quítate y vete al auto. Yo me encargo del resto. —Sacudo la cabeza.

An, es caso perdido.

—Llevémoslo a un hospital. —Vuelvo a intentarlo con el hermano.

—Lo dejamos ahí, y ya, nos vamos. —An, sacude la cabeza.

¿Cómo puede ser tan insensible?

Me le acerco al hermano conectando mi mirada a la suya, suplicándole porqué haga las cosas bien.

—Está bien. —Dice, llenándome de alivio.

—¿Qué? —Se queja An, y ni yo me la creo.

—¿Eres estúpido? —Se va contra el —Sí, sí que lo eres. Bueno, te volvieron. —Reflexiona mirándome mal, pero no intenta darle reversa.

Bueno, es que cuando su hermano toma una decisión ya no hay más nada que hacer.

—¿Estás seguro? —Le pregunta parándosele en frente.

—Si. Yo le prometí a Bi, que cambiaría y así lo hare. Iremos, las dejo en casa y yo lo llevo al hospital.

—¿Verdad? —Se queja mi amiga. —¿Qué dijiste? Y le vi la cara de pendeja. Pues no Rey. Recuerda, somos gemelos y si algo sale mal yo estaré ahí. —Se devuelve al puesto de Simón, empezando a untarse con sangre, pareciendo loca.

—Si nos descubren, la paliza se la dimos entre los dos. —Determina An, terminando de embarrarse de sangre.

—No es necesario, todo estará bien. — Soy positiva.

—Es eso, o le quiebro el cuello. —Amenaza y aunque me es difícil de creerlo la cara del hermano, me dice que no está bromeando.

—Así como yo sé, que tú no cambiarás de opinión, tu sabes, que yo tampoco lo hare, así que camina.

Después de suspirar juntos, sueltan a Simón y lo arrastran hasta el auto. Se ve realmente mal.

—Y yo que pensé que quien dañaría a el otro era él, es que hasta le advertí que no pusiera sus ojos en ti.—Dice An, tan pronto se sube al auto.

—Serás su desgracia, pero es necesario tengas claro que yo seré la tuya. —Me amenaza.

—Bueno, ya. Basta con los comentarios fuera de lugar. —Me defiende el hermano, mirándome por el retrovisor, guiñándome el ojo. Como si lo que hizo no fuera gran cosa.

Empezamos el recorrido. Nadie dice nada, cada uno está sumido en quien sabe que pensamientos. Me preparo para preguntar. Pero....

—Cambiaremos de auto. —La voz de An, me hace levantar la vista, encontrándome con par de autos parados al frente. Tienen los vidrios polarizados. El hermano la mira confundido, pero ella como siempre, solo sube y baja los hombros restándole importancia.

—No tenemos todo el día. —Nos apura.

Bajamos rápidamente, caminando al auto donde se sube mi amiga, del cual baja un hombre, pero solo alcanzo a verle el reflejo, ya que se pierde para el otro auto.

Varios minutos después nos detenemos en la entrada de emergencia del hospital.

—Yo lo bajo. —Indica An. guiñándole el ojo al hermano sonriéndole, pero no sé porqué no logra conectar su sonrisa con su mirada.

—En la siguiente entrada hay un auto que los esta esperando. Dejan este auto y suben a ese. Con disimulo ¡por favor! Yo lo dejo en emergencia y los alcanzo.

—Se ajusta la gorra y la capucha, antes de bajar. Simón se apoya en ella baja y empiezan a caminar. Tan pronto se alejan mi compañero arranca, pero...

—¡Detente!

Mi compañero pisa el freno con mi grito. No le doy tiempo de preguntarme nada. Ya que me bajo del auto corriendo hacia la entrada, en donde está mi papá parado con las manos en la cabeza.

El nombre de mi abuela es lo único que pasa por mi cabeza.

Le paso por un lado a An, quien al mirarme se voltea.

—¡Vete! —Grita desesperada, pero su hermano no le hace caso.

Varias camionetas negras se toman el lugar, cuando llego a la altura de mi papá, quien levanta la cabeza mirándome de arriba abajo, frunciendo el ceño. No puedo ignorar el que tenga los ojos llorosos.

—¿Que pasó? —Me toman del brazo intentando que me devuelva. An, suelta a Simón, en una silla de ruedas que le ofrece un camillero. Tampoco puedo ignorar la mala cara que me pone, pero no me importa, lo único que tengo en la cabeza es a mi abuela. Me le suelto.

—¿Qué pasó? —Repito la pregunta con las lágrimas amontonadas. La mirada de mi papá se empaña.

—Es tu abuelita… Se puso mal. —Suelta la mala noticia, desestabilizándome el suelo.