Después de la transformación que lo convirtió en un demonio, el Emperador Demoníaco Oriental, Li Chen, se retiró del mundo y se sumió en una profunda reclusión. Los seis años que siguieron a su transformación fueron un período de introspección y autoexilio en las montañas más remotas de su reino.
Durante este tiempo, Li Chen buscó respuestas sobre su nueva identidad y el equilibrio entre su naturaleza demoníaca y su deseo de justicia y paz. Practicó la meditación y la disciplina espiritual en un esfuerzo por controlar sus impulsos oscuros y comprender su verdadero propósito en el mundo.
La soledad y la reflexión fueron sus compañeros constantes durante estos años de reclusión. Li Chen luchó con la dualidad de su ser, tratando de reconciliar su poder demoníaco con su deseo de utilizarlo para proteger a su reino ya su gente.
En este aislamiento, Li Chen también profundizó su comprensión de las energías espirituales y el chakra, explorando formas de equilibrar sus poderes con finos beneficios. Su transformación en un demonio ya no era una maldición, sino un desafío que debía superar para encontrar su lugar en el mundo.
El Emperador Demoníaco Oriental emergió de su reclusión después de seis años con una determinación renovada y un entendimiento más profundo de su naturaleza. Estaba listo para enfrentar nuevos desafíos y reclamar su papel como defensor de la justicia y la paz, esta vez con un control firme sobre su poder demoníaco y un propósito más claro que nunca.