Con un golpe enfermizo, el cuerpo de Gallas cayó al suelo y rodó un par de vueltas sin vida debido al impacto y el peso. Al ver a su príncipe de pie allí con calma, la máxima imagen de tranquilidad y con un aire de seguridad a su alrededor, con la cabeza del medio sangre todavía colgando en su mano, los soldados dacrianos parecían incapaces de creer lo que sus ojos les mostraban ni tampoco podían responder a lo que acababa de suceder.
Tragaron con asombro, abrieron la boca y luego la cerraron de nuevo, asemejándose mucho a las acciones de esos peces dorados, rojos o negros con cuerpos redondeados y ojos saltones que se pueden encontrar en los jardines del palacio. Los hombres de Gavriel vieron las respuestas de los demás soldados y solo pudieron sonreír y reír con la superioridad de saber que esto no es nada para su príncipe. Lo mejor estaba por venir.
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