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Una Casualidad.

Zalgo se adentró en el norte de la ciudad y tomó las riendas del carruaje que transportaba a Eirys. Gracias a su control de sombras, podía vigilar cada rincón del vehículo al mismo tiempo, decidido a cumplir la orden de su amo a la perfección.

 

Ella, por su parte, se sentía derrotada y sola. Había perdido la voluntad de luchar desde que se separó de Calis. Sin ella, se sentía incapaz de hacer o planear cualquier cosa. Lo único que conocía era actuar por instinto y resolver las cosas a golpes.

 

(Debería haber escuchado más a papá cuando me regañaba por no pensar antes de actuar. ¿Qué haría Cal si estuviera aquí?), se preguntó, apretando su cabeza con las manos.

 

"Es inútil, no puedo pensar con claridad. Estas esposas y este vestido no ayudan", se quejó, tirando del cuello de su vestido en busca de algo de aire fresco. La tela le oprimía el cuerpo, el calor le hacía sudar y la falta de oxígeno le provocaba náuseas. Añoraba las ropas ligeras de su aldea, que le otorgaban completa libertad de movimiento.

 

No pudo soportarlo más y abrió la ventana del carruaje de un tirón, sacando la cabeza y respirando con ansia.

 

La brisa le acarició la cara, le bajó la temperatura y le calmó los nervios.

 

"¡Eh, vuelve al carruaje! Lo siento, pero no puedo dejarte salir hasta que lleguemos a la mansión. ¿De acuerdo? No quiero obligarte a quedarte ahí", dijo Zalgo con tono amable desde el exterior del carruaje, comunicándose con Eirys a través de una pequeña sombra de ojos rojos que surgió ante ella.

 

"¿Quieres que me asfixie aquí dentro? No puedo respirar. Suéltame un poco estas esposas, no voy a huir", reclamó con enfado a la pequeña sombra.

 

"¿De verdad? Si ese es el caso, puedo hacer una excepción, siempre y cuando no intentes nada estúpido. Seguiré siendo amable contigo", replicó la pequeña criatura antes de fundirse en las sombras.

Ella se quedó perpleja al comprobar que ese demonio también dominaba la lengua del dios bestia. Esperaba poder insultarlo sin que él la entendiera, pero con su pequeño plan siendo frustrado suspiró y se limitó a observar las calles de la ciudad con disgusto, disfrutando de la brisa. Levantó la vista hacia el cielo y vio a las aves volar, pero por un instante creyó ver una gran sombra negra.

 

"¿Eso era acaso…?" murmuró frotándose los párpados con dificultad debido a sus ataduras.

 

"¡¿Una araña?!", exclamó sorprendida antes de cubrir su boca con sus manos.

 

(¿Una araña? Solo la vi por un instante… Pero podría reconocer ese arrogante andar en cualquier parte. ¿Es Lissa?), se preguntó, dudando si su mente le estaba gastando una broma o si era real.

 

Su línea de pensamiento fue cortada por la voz de Zalgo.

 

"¿Arañas? ¿En el carruaje? Eso no debería ser posible. Limpio cada rincón del carruaje todas las mañanas. Te pido disculpas por las molestias. ¿Necesitas que me encargue de eso ahora mismo?", dijo levantándose del asiento del conductor.

 

"No, no, no es nada. No te molestes. Ya la he tirado por la ventana", ella mintió rápidamente.

 

"Mmm... Muy bien, entonces. Si tienes algún otro problema, no dudes en decírmelo", dijo Zalgo, sentándose y tomando las riendas nuevamente.

 

Eirys suspiró aliviada y fijó su mirada en los tejados de las casas, buscando comprobar que sus ojos no la habían engañado.

 

Entonces vio esa figura, la figura de Lissa, que la miraba desde lo alto de una gran mansión. Le hizo un gesto de silencio con su dedo en los labios y le guiñó un ojo antes de desaparecer.

 

(¿Lissa? ¿Esa vieja araña ha venido a ayudarme? ¿Por qué?), se preguntó incrédula, aunque no podía evitar sentir un pequeño rayo de esperanza que se abría paso ante ella. (¿Entonces Cal está bien?), pensó aliviada, sintiendo cómo una presión se disipaba en su pecho.

 

El carruaje seguía avanzando a toda velocidad y ahora que ella había notado a Lissa, podía continuar con su plan.

 

"Me alegro de que hayas notado mi presencia, pensé que te llevaría más de un intento. Tienes unos buenos ojos. Definitivamente, tienes un gran potencial", dijo Lissa para sí misma con una sonrisa mientras seguía saltando de tejado en tejado con pasos ágiles y entrelazados. Como una bonita danza se deslizaba entre las sombras que proyectaba el sol, y a pesar de su gran tamaño, ocultaba su presencia como un camaleón.

 

Rápidamente comenzó a moldear su ácido en su boca utilizando maná para darle una forma esférica, tan pequeña como una canica y esperó su oportunidad para lanzarla al carruaje sin alertar al jinete.

 

"Ahora", 

 

Al ver que el carruaje disminuía su velocidad en una curva y escupió dos canicas de ácido impulsándolas con maná.

 

El ácido dio en el blanco, justo en las cerraduras que mantenían sus ataduras en manos y pies.

 

Eirys no vaciló al ver la oportunidad y en un movimiento rápido sacó sus garras, rasgó su ajustado vestido y adoptó una pose animal para luego salir a toda velocidad por la ventana y correr a cuatro patas lejos del carruaje.

 

"El resto depende de ti, corre tan lejos como puedas. Me gustaría ayudarte más, pequeña ogro, pero no puedo dejar que me vean en pleno centro", dijo antes de ocultarse nuevamente.

 

Zalgo suspiró al ver a Eirys escapar del carruaje con un salto felino. "Ah… Era la única petición que tenía para ti, y no pudiste cumplirla", dijo con fingida decepción. Su sonrisa se torció en una macabra expresión que le deformaba el rostro que le llegaba de oreja a oreja. "Bien, me alegro de que lo hayas hecho, niña. Corre, corre. Aférrate a falsas esperanzas. Eso lo hace más divertido", añadió con voz siniestra. Dejó una de sus sombras cuidando el carruaje y se lanzó tras ella con una agilidad sobrenatural.

 

Zalgo la siguió por las calles de la ciudad, dándole una ventaja deliberada. La perseguía con una sonrisa sádica en la cara, como un gato jugando con su cena.

 

Eirys corría a cuatro patas por los callejones y las plazas, buscando desesperadamente a Lissa entre la multitud. "¿Dónde estás Lissa? ¿Estás jugando conmigo? Ese maldito sirviente me atrapará en cualquier momento. ¡¿Vas a ayudarme o no?!", gritaba angustiada.

 

"Tsk. ¡Sabía que esto era un acto demasiado bueno para una persona como tú! ¡Maldita anciana!", se reprochó a sí misma descartando la idea de un rescate fácil. "No. Esto me pasa por confiar demasiado en los demás, mis sentidos se están atrofiando. ¡Concéntrate, Eirys! ¡La única persona con la que puedes contar es contigo misma!", se dijo para darse ánimos.

 

Ella se abrió paso entre los puestos del mercado, empujando a las personas y esquivando los vehículos que pasaban por las calles. Corría entre la basura y los escombros, esperando despistar a Zalgo.

 

Tomó un último desvío y miró hacia atrás. No había nadie siguiéndola. Decidió parar un momento para retomar el aliento.

 

El callejón era oscuro y húmedo, con un olor a podredumbre que le revolvía el estómago. Algunas ratas correteaban entre los baches con barro y el agua estancada. Había una pequeña pila de periódicos y cajas de cartón acomodados en forma de una cama. No sabía en qué parte de la ciudad se encontraba, solo había corrido hasta cansarse. Pero parecía que había llegado a una zona bastante alejada del centro.

 

Las personas que caminaban por los enlodados pavimentos portaban capuchas y armas ocultas bajo la ropa. Parecían mercenarios y ex aventureros con poco dinero, al igual que algunas mujeres y hombres beastfolk ex esclavos desechados por sus amos y convictos de la ley.

 

Era difícil de creer que se tratara de la misma ciudad. El contraste de un sector al otro era abismal.

 

"Ah… ¿Ya no me sigue? No. Es imposible. Ese viejo gordo no se lo perdonaría. Quizás solo me perdió de vista por un momento. Aprovecharé para descansar aquí. Estoy… agotada…" susurró, apoyándose en la pared entre cajas de cartón y periódicos. Se envolvió con su cola para buscar algo de calor en aquel frío y solitario callejón.

 

"Cal… Estás bien, ¿verdad? Aguanta un poco más… iré a buscarte… aunque tenga que cruzar el fin del… mundo…" murmuró, sintiendo cómo sus párpados se cerraban lentamente. Su cuerpo se entumecía.

No había comido nada desde ayer y ya había sobre esforzado su cuerpo demasiado. Sus músculos le dolían y su estómago le rugía. Eirys perdió la conciencia poco a poco, quedándose dormida.

 

..

.

 

Eirys abrió los ojos de golpe con una punzada en el estómago que le revolvió las entrañas. No pudo contener el impulso y vomitó, expulsando solo un líquido ácido teñido de rojo. Se desplomó en el suelo.

 

"¿Dormiste bien? ¿Has recuperado las fuerzas? ¿Creías que podías escapar así sin más?", le preguntó Zalgo con una sonrisa cruel, mientras se limpiaba el vómito que lo había salpicado con un pañuelo blanco.

 

"Tú… Des…graciado…" ella balbuceó con dificultad, le ardía hablar. Su garganta estaba quemada y su cuerpo no paraba de dolerle. Se sentía humillada ante su captor.

 

"Todo esto podría haberse evitado si tan solo hubieras cumplido una simple regla. ¿Dónde me equivoqué? ¿Qué error cometí? ¿Qué te impulsó a huir de mí? ¡Respóndeme!", gritó con furia mientras le propinaba una patada en el pecho que la lanzó contra la pared. Las cajas de cartón se rompieron y los periódicos salieron volando en todas direcciones.

 

Ella solo podía gemir de dolor, incapaz de pronunciar palabras u oponer resistencia alguna. Su cuerpo no le respondía, estaba servida en bandeja de plata para Zalgo.

 

"Déjame adivinar", dijo con una sonrisa siniestra. "¿Te preguntas por qué te hago esto? Bueno… no todos los días se tiene la oportunidad de torturar a jóvenes tan especiales como tú. Vi tu actuación en la ceremonia y debo decir que me interesaste desde el primer momento en que te vi sobre el escenario. Ah... estoy divagando, una disculpa, hay algo que debo preguntarte. ¿Cómo te liberaste de las esposas? Nunca había visto a alguien siquiera poder agrietarlas, mucho menos romperlas", preguntó agachándose frente a ella y sacando un polvo grisáceo de su bolsillo.

 

"Mira, esto es todo lo que queda de esas esposas. No fuiste tú, ¿verdad? ¿Quién te ayudó?", preguntó tomando a Eirys del cuello de su vestido y forzándola a abrir la boca.

 

Tomó un elegante frasco, lo abrió con sus dientes y vertió su contenido sobre la boca de Eirys, el efecto fue inmediato y la hizo recuperarse por completo.

 

Ella al verse recuperada, mordió y arañó con sus garras y dientes el brazo de Zalgo, pero no logró hacerle ni un rasguño. Él soltó una risa cruel.

 

"Así me gusta, ahora puedes hablar, ¿verdad? Contesta, ¿quién te ayudo a escapar?, ¿fue alguno de los Ojos Dorados?", preguntó sin alterarse por la resistencia de la chica. "No tengo todo el día. Habla o te arrepentirás. Tengo muchas más pociones como esa y puedo llevarte al límite una y otra vez. A mí me divierte, ¿y a ti?" rió con crueldad antes de patearla una vez más. Eirys choco contra el suelo embarrando su vestido con lodo y basura.

 

"Veo que prefieres la segunda opción. Muy bien. Disfrutaré esto", sonriente se acercaba lentamente a ella quien yacía inconsciente.

 

"¡Oye! ¿Qué demonios haces aquí?", una voz hostil lo interrumpió desde la calle.

 

Zalgo se giró sorprendido. (¿Cómo es posible? No me percaté de su presencia. Mis sombras no me alertaron), pensó al ver al intruso que se plantaba ante él.

 

Era un joven de unos dieciséis o dieciocho años que lo desafiaba con la mirada. Su pelo castaño y grasiento le caía sobre la frente en mechones desordenados, ocultando una cicatriz que le surcaba el ojo derecho. Sus ojos eran de un verde claro y frío esmeralda, que reflejaban una mezcla de desconfianza y valentía. Su rostro era fino y demacrado, con una nariz aguileña y unos labios secos. Su armadura de cuero era un desastre de rasguños y manchas, testimonio de mil batallas, su capa negra era lo único que le daba algo de dignidad. Era un abrigo negro de piel invernal, suave y cálida, que contrastaba con el ambiente frío y sombrío de aquel callejón.

 

"¡Contesta, maldita sea! ¡¿Qué crees que haces aquí?! ¡¿Te crees que puedes hacer lo que quieras solo porque esta ciudad es una cloaca?! ¡¿Eh, maldito burócrata?!", escupió el joven con una mirada asesina.

 

Zalgo lo miró con desprecio. "¿Quién se cree que es este mocoso? ¿Será uno de esos rebeldes que se oponen al gobierno? ¿O solo un ladrón oportunista?", se preguntó mientras evaluaba la situación.

 

"No te metas en lo que no te importa, chico. Esto es un asunto entre ella y yo", respondió con voz fría y autoritaria.

 

Zalgo apretó los dientes con irritación por el joven. (Qué molestia, justo cuando iba a divertirme aparece este cachorro rabioso. Que siga ladrando, en cuanto baje la guardia le haré tragar sus palabras), pensó con una sonrisa cruel mientras lanzaba una de sus sombras a atacar al chico por detrás.

 

"¿Qué te crees, desgraciado? ¡Tú eres el intruso aquí! ¡¿Qué pretendes?! ¡¿Que me vaya y me olvide de todo?! ¡Arruinaste mi hogar!", ladró el joven sin contenerse.

 

Zalgo se quedó atónito al oírlo. "¿Arruinar tu hogar? ¿Te refieres a ese montón de basura? ¿Todo este escándalo por unos cartones?", dijo soltando una carcajada burlona.

 

El joven se indignó más al escuchar el desdén de Zalgo. "¡Sí, ese montón de basura era mi hogar! ¡El único que tenía! ¡No te lo perdonaré jamás!", exclamó perdiendo la paciencia.

 

Lissa contemplaba como se desarrollaba la escena desde lo alto de uno de los viejos edificios.

 

Se tapó la boca con la mano para no reírse de tan absurda situación. (¿Así que no le importó que maltrataran a una niña? Solo le preocupaba su montón de basura), pensó, aburrida. (Ese chico está condenado, no se ha dado cuenta de la trampa. Tendré que intervenir y llevarme a Eirys de vuelta con Tarion), se dijo, suspirando.

 

"¡Basta de tonterías! ¡Vuelve a las cloacas de donde saliste, muchacho!", rugió Zalgo, lanzando su ataque al cuello del chico.

 

La sombra se deslizó por el suelo como una serpiente, buscando el punto débil del chico.

 

Pero en un instante, un estruendo resonó por todo el callejón. Era el sonido de los huesos y la carne triturados, como si una máquina infernal hubiera destrozado su cuerpo.

 

Zalgo sintió un dolor insoportable que le recorrió todo el cuerpo. Era como si un centenar de cuchillos le hubieran pulverizado los órganos. No podía moverse ni hablar.

 

Miró al chico, confundido. No se había movido en absoluto, solo jadeaba con dificultad, como si le faltara el aire. No entendía qué había pasado.

"¿P-Pero… cómo? Yo lo sentí, mi sombra te desgarró la carne, mi ataque fue certero… ¿Qué hiciste?", intentó preguntar, pero su voz se ahogó en su garganta. Su boca estaba seca y muda, sus labios no se movieron, su aliento se cortó. El aire le faltaba.

 

La cabeza de Zalgo rodó por el suelo con un ruido repugnante, como un melón podrido que se estrella contra el suelo. Sus ojos se llenaron de sangre y perdieron su brillo, como dos lunas rojas que se apagan.

 

Su último pensamiento fue una mezcla de rabia y miedo, antes de que la oscuridad lo envolviera por completo. No entendía cómo había perdido, cómo su sombra había sido incapaz de cortar la carne del chico. Era como si una fuerza invisible lo hubiera protegido, y devuelto el golpe varias veces más fuerte, como si el destino se hubiera burlado de él. Su vida se apagó en un instante, sin dejar rastro de su existencia.

 

No quedó nada de su cuerpo. Las sombras que lo rodeaban se abalanzaron sobre sus restos, devorándolos con avidez hasta hacerlos desaparecer.

 

Lissa abrió los ojos con sorpresa al ver lo ocurrido.

 

(¿Qué demonios ha pasado aquí? ¿Cómo ha podido atacar con tanta rapidez y precisión? Ni siquiera he podido ver su movimiento. ¿Qué tipo de magia ha empleado? Un ataque de tal magnitud debería requerir una larga preparación, incluso si lo hubiera tenido listo antes de intervenir. Esto es muy peligroso), pensó incrédula.

 

El chico que acababa de destrozar a Zalgo con un solo golpe se había movido tan rápido que parecía invisible. ¿Qué técnica había usado? ¿Cómo había concentrado tanta energía en tan poco tiempo? Ni siquiera un ejército de magos podría lanzar un hechizo así sin un complejo ritual. Era algo inconcebible y aterrador.

 

(¿Será posible… que ese sea su Talento?),

 

Llegó a esa conclusión y decidió observar con cautela qué haría el chico con la pequeña. El muchacho había despertado su interés y codicia, le gustaría llevárselo a su Gran Señor cuanto antes, pero sería una locura enfrentarlo sin conocer sus habilidades.

 

Se ocultó entre las sombras con una sonrisa maliciosa, esperando el momento oportuno para actuar.

Eirys se sentía como un animal malherido. A pesar de que sus heridas y dolores habían cicatrizado en su mayoría, aún le faltaba fuerza para luchar. Necesitaba más tiempo para sanar y volver al combate.

 

"Maldito sirviente. Me usó como a su muñeca. Me muero de hambre y me arden los huesos. Y por si fuera poco, ahora hay otro lunático aquí", susurró, oculta tras unas bolsas de basura.

 

Había logrado huir aprovechando el descuido de Zalgo. Sucia, hambrienta y adolorida, se aferraba a la vida con uñas y dientes. Pero ahora se preguntaba si el que estaba al otro lado del callejón sería una nueva amenaza o una vía de escape.

 

"Maldita sea, ese cabrón era fuerte. ¿Cuánto consumí esta vez? Siento que voy a morir", murmuró el chico, agarrándose el estómago y entrando en el callejón.

 

"Esto es un asco. Cada día está peor. Húmedo, sucio y lleno de porquería. Aquí no hay quien duerma. Maldita sea, ¿eso es sangre? ¿Y eso otro es vómito? ¿Qué mierda pasó aquí?", se quejó, observando los restos hechos trizas de sus cajas y periódicos desparramados por el suelo.

 

Eirys asomó la cabeza con cautela entre las bolsas de basura. Quería echarle un vistazo al nuevo enemigo que tendría que eliminar o persuadir para largarse de allí.

 

(¿Y el sirviente? ¿Ese chico lo mató? No parece un asesino despiadado como Tarion, pero… más vale estar alerta), pensó con curiosidad y cautela.

 

El chico buscó los cartones más limpios y menos rotos que pudo encontrar y los apiló con cuidado para luego sentarse sobre ellos con gesto de dolor.

 

"Maldita sea… Y encima no me pagan hasta mañana. ¿Cuánto tiempo más podré soportar en estas condiciones? Necesito dinero y ya", se lamentó tapándose la cara con las manos.

 

(Es mi oportunidad, está distraído, lo atacaré por sorpresa, si es muy fuerte aún puedo escapar, y si no, me lo comeré), pensó afilando sus sentidos, tensando sus garras y piernas para lanzarse sobre el joven.

 

Sin embargo, antes de que pudiera hacerlo, el chico cerró los ojos y cayó sobre los cartones. Parecía haber perdido el conocimiento por el agotamiento y el dolor.

 

Ella aprovechó el momento y salió de su escondite. Se acercó sigilosamente al chico, examinándolo con más atención. Llevaba varias vendas en el pecho y los brazos. Su ropa estaba manchada de sangre y polvo. No tenía aspecto de asesino ni de héroe. Solo de un chico desgraciado.

 

Sintió un atisbo de compasión, pero lo reprimió. Tenía hambre y él era su presa. Alzó su garra para darle el golpe de gracia, pero antes de que lo hiciera, el chico abrió los ojos con asombro.

 

"¿Mmm? ¿Quién eres? ¿Qué haces aquí pequeña? ¿Dónde están tus padres?", preguntó con voz somnolienta, bostezando y frotándose los párpados con cansancio.

 

Ella se quedó petrificada por un instante. No esperaba que el chico hablara su misma lengua, además de estar demasiado tranquilo. ¿No se percataba de que estaba en peligro? ¿No veía sus garras y sus colmillos?

 

"¿Qué? ¿Pequeña? ¿Perdida? ¿Estás loco? ¿No ves que iba a matarte? ¿No tienes miedo?", espetó con incredulidad, apartando su garra.

 

"¿Debería?", contestó el chico con frialdad. "No eres la primera que intenta asesinarme mientras duermo. Aunque debo admitir que eres la más hermosa que lo ha hecho, y la única mujer. Es un cambio agradable a despertar con un borracho baboso sobre mí", dijo y la observó con más atención. "Pero estás algo sucia y flaca. Y tienes esas orejas puntiagudas y peludas. Eres una de esas bestias mágicas que habitan en los bosques lejos de las ciudades, ¿no es así? ¿Cómo se llaman…? ¿Fey? ¿Elfos? ¿Hadas?",

 

Ella sintió un ardor en sus mejillas por la ignorancia y el descaro del chico. "¡No soy ninguna de esas cosas! ¡Soy una beastfolk! ¡Y tú eres mi presa!", rugió Eirys, alzando de nuevo sus garras y apretando el cuello del chico.

 

Él no se inmutó ante su amenaza y siguió mirándola con curiosidad. "beastfolk, ya veo, estás muy lejos de tu hogar, ¿verdad? ¿Qué te trajo hasta aquí?, ¿la caza o la esclavitud? ¿O quizás ambas?", preguntó clavando sus ojos en los de ella.

 

Eirys se sobresaltó por la pregunta del joven y no pudo evitar que su pecho se encogiera por un instante. "E-Eso no viene al caso ahora, lo único que importa es que tengo hambre… y necesito escapar de este infierno", respondió con un deje de dolor en su voz.

 

"Ya entiendo, así que fue eso", murmuró con un tono compasivo, y una sombra en su rostro. "Bueno, veamos qué puedo ofrecerte", dijo finalmente con una sonrisa y rebuscando en sus bolsillos y maletín algo de comida.

 

El chico sacó de su maletín una barra de chocolate mordisqueada, una manzana y un par de galletas duras. Se los tendió a Eirys con gesto amable. "Toma, come algo. No es gran cosa, pero te saciará un poco. Y no te preocupes, no tienen veneno ni nada por el estilo", bromeó con una sonrisa.

 

Ella observó la comida con recelo y ansia. Tenía hambre, mucha hambre. Pero no sabía si podía fiarse del chico.

 

"¿A qué esperas? No te quedes ahí quieta. Come", insistió el chico, acercándole la comida.

 

Ella vaciló un momento más, pero finalmente sucumbió al hambre y agarró la barra de chocolate. La devoró con avidez y dejó que el dulce sabor inundara su boca. Era delicioso. Hacía mucho que no comía algo así.

 

"¿Te gusta?", preguntó el chico con una sonrisa. "Es lo único que tengo para los próximos dos días. Me la dio una señora muy bondadosa que me vio en la calle. Dijo que era para que no pasara tanto frío y hambre. Una buena persona. Aunque no pude resistirme a probarla un poco", añadió con una sonrisa mientras alzaba a Eirys y le preparaba un asiento de cartones para que no se ensuciara.

 

Ella se dejó llevar sin oponer resistencia y lo miró con curiosidad. "¿Quién eres?", le preguntó, masticando el chocolate. "¿Qué haces en este vertedero?",

 

"Vaya pregunta, ¿tus padres no te enseñaron modales?", replicó él colocando a Eirys en su asiento improvisado de cartón. ella le lanzó una mirada furiosa por su respuesta.

 

"Lo siento, lo siento, no quise ofenderte", se disculpó el chico rápidamente. "¡Ah! ¡Es cierto! No te he dicho mi nombre, me llamo…", se quedó en silencio por un momento antes de responder. "Ah… Ito, sí, así me llamo",

 

"¿Ito?", repitió con extrañeza. "¿Qué clase de nombre es ese? Parece inventado",

 

Él se encogió de hombros y apartó la mirada. 

 

"¿Sí? Bueno, lamento que mi nombre no cumpla tus estándares. Hm... sobre mí no hay mucho que contar en realidad, ¿y tú cómo te llamas?", preguntó cambiando de tema.

 

Ella suspiró algo molesta al ver que Ito había evitado la pregunta. "Me llamo Eirys", respondió, sin insistir más en el tema.

 

"Eirys, ese sí es un buen nombre. Se parece al nombre de una de mis hermanas…", dijo tambaleándose un poco. "Creo que… No me encuentro muy bien…"

 

Ito vio a Eirys alarmarse por su estado y trató de tranquilizarla con una sonrisa débil. "No te preocupes, ya me lo esperaba. Estoy acostumbrado…" la voz le temblaba

 

Cayó al suelo y poco a poco perdió el conocimiento, lo último que vieron sus ojos fue el rostro de Eirys inclinándose sobre él con expresión de pánico. Sintió que ella le tomaba la mano y le susurraba algo al oído, pero no pudo entender sus palabras. Solo escuchó un zumbido en su cabeza que se hacía cada vez más fuerte y doloroso. Era como si algo quisiera romper su cráneo y salir. Un dolor al que sería imposible acostumbrarse.

 

(Maldita sea, no pensé que ese bastardo fuera tan fuerte. Justo cuando conocía a una chica interesante… Maldita sea), pensó maldiciendo su suerte justo antes de perder la conciencia.

 

...

..

.

 

Ito no recordaba cuánto tiempo había permanecido en la oscuridad. Al despertar, se halló tendido en el mismo callejón donde se había encontrado con Eirys. El cielo mostraba un azul engañoso y el sol brillaba grácilmente. El aire cortaba como una cuchilla y el hedor a podredumbre y orina le invadía las fosas nasales.

 

Se puso en pie con esfuerzo y observó su entorno. No había ni rastro de ella ni de la comida que le había ofrecido. Aunque era algo que ya se esperaba sintió un vacío en el pecho y un nudo en la garganta. ¿Había sido todo un sueño? ¿O ella se había marchado sin más?

 

Se llevó la mano a la cabeza y notó que su herida estaba vendada con un trozo de tela sucia. Al menos eso era real. Alguien se había molestado en curarle lo mejor posible. Quizás había sido Eirys, o quizás algún otro mendigo que pasara por allí.

 

No tenía forma de saberlo. Lo único que sabía era que estaba solo otra vez, y que el hambre y el frío le atenazaban. Se envolvió con unos periódicos viejos que llevaba en su abrigo y se acurrucó en una esquina del callejón. Trató de dormir un poco, pero el dolor de cabeza se lo impedía.

 

Después de dar vueltas durante un rato, creyó oír unos pasos sigilosos cerca de él, como los de un depredador. Abrió los ojos y se levantó de un salto dispuesto a defenderse, pero lo que vio fue una silueta conocida que se acercaba al callejón con algo entre los brazos. Era Eirys, la chica beastfolk que había conocido antes.

 

Ella lo miró con cierta sorpresa. "¿Así que estás bien? Me alegro, por un momento pensé que te habías quedado tieso", murmuró sentándose en una pila de cajas.  "Supongo que ahora tendré que compartir lo que he conseguido",

 

Le enseñó lo que llevaba entre los brazos: era una bolsa de cuero con varios bocadillos envueltos en servilletas. Todos tenían aspecto de proceder de tiendas y restaurantes de lujo, su aroma y calidez eran irreales.

 

Ito no daba crédito a lo que veía. Eirys había regresado por él y le había traído comida. Se sintió feliz y agradecido. También se sintió avergonzado por haber desconfiado de ella.

 

"¿Eirys? ¿Eres tú? ¿De verdad has vuelto?", preguntó con voz incrédula.

 

"Claro que sí. ¿A dónde iba a ir? No me gusta quedar en deuda con nadie, tú me ayudaste y me diste tu comida, ahora yo hago lo mismo. Simple, ¿no?", respondió acercándose a él y sacando su mano de su bolsa.

 

Ella le entrego uno de sus bocadillos. "Come y dame las gracias después. No tienes buena cara",

 

Él cogió el bocadillo con manos temblorosas y le dio un bocado. Estaba caliente y crujiente, era lo mejor que había probado en su vida. Hacía mucho tiempo que no comía algo tan bueno.

 

"Gracias, Eirys. Cambiar mi chocolate por esto ha sido un buen trato", dijo con sinceridad mientras sonreía con la boca llena.

 

"De nada, así que… Ya estamos a mano, ¿verdad?", preguntó engullendo la comida de su bolsa.

 

"Por supuesto que lo estamos, aunque no sé si darte las gracias o maldecirte por traerme esta comida tan sabrosa. Ahora voy a extrañarla cuando vuelva a comer porquería", respondió con una risa sarcástica.

 

"Bueno, al menos disfrútala mientras puedas. No todos los días se tiene esta suerte", dijo con una sonrisa pícara.

 

"¿Suerte? ¿Qué quieres decir?", preguntó con curiosidad.

 

"Pues que no fue fácil conseguir esta comida. Tuve que arriesgarme mucho y escapar de varios guardias y perros. Por poco me atrapan", respondió ella con orgullo en su voz.

 

"¿En serio? ¿Y cómo lo hiciste?",

 

"Soy una beastfolk, ¿qué esperabas? Mi olfato es mejor que el tuyo, mis pasos son más ágiles y silenciosos. Y si me atacan, puedo usar mis garras y colmillos para desgarrar a mis enemigos", ella le enseñó sus afiladas armas naturales con una inocente sonrisa.

 

Él la miró con admiración. "Eres increíble. Yo no podría hacer nada de eso", admitió con sinceridad.

 

Ella se encogió de hombros. "Tú también tienes lo tuyo. Esa cosa rara que hiciste antes… ¿Qué fue eso?", preguntó con curiosidad mientras se limpiaba los restos de comida atrapados entre sus dientes con sus garras.

 

Ito se quedó callado por un momento. Recordó el dolor que había sentido al usar su poder y cómo había perdido el conocimiento después. No sabía cómo explicarle a Eirys lo que había hecho o cómo hacerlo.

 

"Eso… Digamos que es un talento innato", dijo finalmente con voz baja.

 

"¿Talento innato? ¿Qué es eso? No uses palabras raras para confundirme", refunfuñó ella sin entender.

 

"Bueno, no sabría explicarte cómo funciona… Mierda, ¿y esa herida? Si no la tratas podría infectarse, sobre todo estando en este vertedero", respondió notando una gran herida en la pierna de Eirys.

 

"¿Herida? ¿Qué herida?", preguntó mirando su pierna con indiferencia.

 

Ito señaló un corte profundo que sangraba en su pantorrilla. Parecía que se lo había hecho al saltar una valla o al esquivar a algún perro.

 

"Ah, esto. No es nada. Solo un rasguño", dijo restándole importancia.

 

"¿Cómo que no es nada? Es una herida grave. Podrías morir de una infección o por pérdida de sangre", dijo alarmado.

 

"Bah, no seas exagerado. Soy una beastfolk, recuerda. Tengo una gran resistencia y una rápida regeneración. Esta herida se curará sola en unos días", ella respondió con confianza.

 

"¿Estás segura? No me gusta verte así. Déjame ayudarte", se ofreció con preocupación.

 

"No hace falta. Ya te dije que estoy bien, no quiero quedar en deuda contigo otra vez. Además, no tienes nada con que curarme", respondió ella negando con la cabeza.

 

Ito se sobresaltó al recordar algo. "¡Maldita sea! ¿Qué día es hoy?", le preguntó con urgencia.

 

Ella bostezó con desgana liberando el estrés de sus músculos. "No tengo ni idea. Si quieres saber cuánto tiempo estuviste inconsciente, fueron unos dos días, más o menos. ¿A qué viene eso?",

 

"¡¿Dos días?! Demonios, seguro que esos bastardos se quedaron con mi parte y se la gastaron en alcohol, Eirys, no te muevas de aquí. Voy a conseguir algo de dinero y luego te llevaré con una sacerdotisa", dijo con voz urgente saliendo a correr a toda prisa.

 

"¡Espera!", ella gritó con un salto, poniéndose de pie y tirando al suelo su silla improvisada de cartón. "¿No has oído lo que te he dicho? ¡No quiero deber favores a nadie!",

 

Pero él ya se había perdido entre las sombras, dejándola sola. No entendía por qué se había marchado así ni por qué se empeñaba en ayudarla. ¿Qué le despertaba tanto interés?

 

Bajó la vista hacia su pierna y vio que la herida seguía sangrando. Ella mordió su labio sin saber qué hacer ahora.

 

"Maldita sea, no tengo tiempo que perder", murmuró, decidida a no depender más de los demás.

 

Con un movimiento ágil, trepó por las paredes de las casas hasta llegar al tejado y buscó a Ito por las calles. Usó su olfato y su vista para seguir su rastro entre la multitud. No le costó encontrarlo. Su aroma era único y diferente al de los demás.

 

Lo persiguió por los techos de las casas durante un buen rato hasta que lo vio entrar en una taberna de mala muerte llamada *Pluma Negra*. Era un lugar sucio y oscuro, donde se juntaban los borrachos, los ladrones y los asesinos. Ella sabía que no era un lugar para ella. Pero tampoco quería dejar que Ito hiciera todo el trabajo.

 

"¿Qué demonios hace ahí?", se preguntó frunciendo el ceño.

 

Saltó de un tejado a otro con la agilidad de un felino, aprovechando sus habilidades raciales. Se asomó con cautela por una ventana de la taberna y siguió con la mirada la figura de Ito hasta verla desaparecer tras unos muros. No había nadie más en el local, salvo el dueño y un guardia medio dormido.

 

Esperó unos minutos, pero no oyó ningún ruido que indicara lo que estaba pasando dentro. La taberna parecía una tumba.

 

La curiosidad le pudo más que la prudencia. No podía quedarse ahí sin hacer nada. Además, tenía que evitar deberle aún más favores a Ito.

 

Buscó una forma de entrar en la taberna sin llamar la atención. Encontró una grieta en el tejado que le permitió colarse por un conducto de ventilación. Era un lugar estrecho y sucio, lleno de telarañas y polvo, pero no le importó. Su naturaleza beastfolk le otorgaba una flexibilidad sobrehumana para moverse por los rincones más estrechos.

 

Con cautela, recorrió el conducto en busca de Ito. Al llegar al final, desencajó la rejilla con delicadeza y se dejó caer al suelo. El pasillo estaba desierto y silencioso. Giró una esquina y se chocó con algo suave y voluminoso que le hizo retroceder. Al alzar la vista, se quedó boquiabierta al ver dos enormes pechos que desafiaban la gravedad y la lógica. Estaban apenas contenidos por un vestido escotado que mostraba más de lo que ocultaba. Eran los pechos de una mujer hermosa de ojos hechizantes y belleza deslumbrante.

Eirys se quedó petrificada al ver a la mujer. La identificó al instante como una súcubo, criaturas infernales que se nutrían de la lujuria de los hombres, a quienes hechizaban con su belleza y su magia. Había oído más de una historia de ataques de súcubos en su aldea natal, pero nunca había tenido la desgracia de cruzarse con alguna. Esta en particular poseía un voluptuoso cuerpo que parecía esculpido por algún artista perverso. Sus pechos eran enormes y firmes, su cintura era fina y sus caderas generosas. Sus piernas torneadas estaban cubiertas por unas medias de seda que terminaban en unos zapatos de tacón alto. Su piel era blanca como el mármol y resaltaba con su largo cabello rubio claro, que le caía en cascada sobre sus hombros y enmarcaba su rostro angelical. De su cabello sobresalían dos cuernos blancos ligeramente curvados, y de su espalda nacían un par de pequeñas alas de plumas blancas como las de un ángel, que se abrían sobre su cuerpo como un manto celestial. Sus ojos eran dos zafiros helados que destilaban un brillo hipnótico, sus labios carnosos se curvaban en una sonrisa maliciosa con una mirada seductora que te desnudaba el alma.

 

La súcubo percibió la presencia de Eirys y le dedicó una sonrisa picará. Sin darle tiempo a reaccionar, la súcubo se abalanzó sobre ella y la agarró por la cintura con fuerza. La arrastró hacia su pecho y le tapó la boca con una mano. Le susurró al oído en la lengua del dios bestia con una fluidez casi nativa.

 

"Shhh… Tranquila, dulzura, no voy a hacerte daño. Solo quiero que me acompañes a un lugar más íntimo donde podamos conocernos mejor",

 

La súcubo arrastró a Eirys por el pasillo sin soltarla ni un momento. Llegaron a una compuerta metálica que daba a una habitación oscura y lúgubre. La súcubo la abrió con una llave que llevaba colgada del cuello y entró con la beastfolk en brazos. Cerró la compuerta tras de sí y activó un pergamino que encendió una luz tenue. Luego dejó a Eirys en el suelo.

 

"Ahora sí podemos estar tranquilas, nadie nos molestará aquí", dijo la súcubo con una voz melosa. "Entonces… ¿Quién eres? ¿Qué hace una beastfolk sin marca vagando libremente por la ciudad?", le preguntó con un tono áspero.

 

Eirys notó el cambio brusco en el semblante de la hermosa mujer. Sus ojos azules se habían vuelto fríos y penetrantes como dagas, y sus labios carnosos se habían torcido en una expresión de desdén y curiosidad.

 

No supo qué responder ante la pregunta de la súcubo. No sabía qué pretendía esa mujer de ella. ¿Por qué la había traído hasta esa habitación?

 

Pero su línea de pensamiento fue interrumpida cuando sintió el peso de la súcubo sobre su cuerpo, un escalofrío le recorrió la espalda al sentir su aliento caliente y húmedo en el cuello. La mujer le mordió el lóbulo de la oreja con delicadeza y le susurró al oído con una voz dulce.

 

"¿Te has quedado sin palabras? Pobrecita. No te preocupes, tenemos toda la noche por delante. Pronto seremos muy buenas amigas", terminó con una carcajada maliciosa.