Los restaurantes circundantes a la Arena de Combate estaban sufriendo de saturación en ese momento.
—Los asientos de clase A que están cerca de las barandillas de madera... ¡Solo queda un asiento! ¿Quién lo quiere? —El encargado del restaurante gritó.
—¡Yo! ¡Lo quiero!
—¡Ninguno de vosotros me lo arrebatará! ¡Yo lo quiero!
—¡Maldita sea! ¿Acaso vosotros tenéis más dinero que yo para arrebatármelo? ¡Encargado, dámelo a mí!
En esa ocasión, el duelo era grandioso y sin precedentes. Por ende, todos los restaurantes de los alrededores estaban llenos hasta la bandera.
Así ocurrió especialmente en el caso de los asientos en los pisos superiores de los restaurantes. Eran asientos que uno apenas podía comprar incluso con todas las riquezas.
En las calles, muchos artistas marciales vagabundos se abrían paso también entre la multitud con sus vidas.
—¡Date prisa y encuentra un buen lugar! De lo contrario, ¡nos lo perderemos!
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