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Recuerdo, la misión de Ferno

Y el cielo se partió, infinidad de ángeles contemplaron la caída de su hogar y junto a él, el mismísimo infierno fue arrancado de las profundas fosas oscuras que lo habían estado reteniendo juntándose así con el mundo terrenal, la caída mundial había iniciado.

Los alaridos de dolor propiciados por las madres cuyos hijos habían sido arrancados, el terror de los soldados que se enfrentaban a las tropas del fin del mundo, los rugidos de las bestias que confundidas ya ni sabían hacia donde huir, todos ellos se juntaron de forma armónica para dar inicio a la cacofonía más horrible jamás creada.

Los diligentes de tan dantesco espectáculo cabalgaban con total albedrío por el páramo desolado e inundado por la desesperación que alguna vez fue el campo de batalla, el relinchar de sus monturas resonó por la existencia misma.

4 jinetes que cargaban en su ser la destrucción misma, el primero era un hombre de gran estatura, una piel morada con tonos rojizos, una constitución envidiable además de una armadura de pecho siniestra, por si fuera poco un par de cuernos torcidos sobre si mismos y un pelo tan oscuro como las almas destinadas al averno terminaban de adornar su cabeza, sus ojos alternaban entre el negro y el rojo dejando estelas por doquier, de los 4 su caballo era el más imponente físicamente hablando, la rabia y el poder con el que galopaba eran dignos de causar los más tremendos terremotos y su pelaje blanco estaba teñido de rojo carmesí.

El segundo era alguien bastante diferente al primero, portaba ropa de gala de bastante calidad, pantalones, camisa, chaqueta incluso gabardina, todos de color azul, este poseía una estatura y apariencia física más normales, debía de rondar el 1.86, su pelo era bastante largo y de color negro en cambio sus ojos eran de un azul despampanante pero a cada rato este se tornaba rojo como la lava, aun así las 2 cosas que más llamaban la atención de él era su permanente sonrisa y su piel pálida, de los 4 su caballo era el más elegante, ni una sola gota de sangre había manchado su pelaje marrón oscuro y cuando galopaba no dejaba huella alguna.

El tercero era algo más especial, todo su cuerpo estaba en un estado de putrefacción increíble, casi se podría decir artístico, habían partes peores que otras y pequeñas flores rojas florecían de su hombro y pecho, en cuanto a estatura era grande, mayor a los 2 metros y sus ropas... bueno, una especia de manto de putrefacción el cual dejaba una estela negra se posicionaba en su cintura, por último su cabeza no poseía carne, era un calavera de cabra con 2 enormes cuernos negros, de los 4 su caballo era el más ruidoso y aunque impoluto al principio no le importaba mancharse con barro o sangre, de todas formas su pelaje era oscuro.

El cuarto tenía un aura extraña, se hacía notar, pero de forma silenciosa, su piel era de un morada medianamente intenso y su estatura era de 1.90, sus ropas eran de una calidad increíble, dignas de un rey eran túnicas oscuras y la única parte que no cubrían era el abdomen, gracias a eso se podía saber que tenía un cuerpo bien construido, los ojos de este jinete eran dorados y tenía 4 cuernos oscuros, de los 4 su caballo era el más sanguinario y desinteresado, a la que veía alguien en agonía iba rápidamente para que su jinete acabara con su patética vida.

El terror se respiraba en el aire y el dolor transformado en millones de lágrimas cubría el suelo, llegó hasta las esquinas más recónditas de todo aquel pozo negro al que hasta hacía no mucho habían sido capaces de llamar hogar,.

Ya no existía el valor, ni si quiera el orgullo, todo ser con capacidad de razón quería huir, querían repetirse que lo que acontecía no era real, que todo era parte de una pesadilla macabra ¿Cómo iba a estar ocurriendo eso si no?

Los cadáveres de los pobres niños eran pisoteados por las hordas del fin del mundo, los campeones más valientes estaban inmóviles, con una sonrisa forzada hasta el punto de dislocar sus mandíbulas y sollozando lágrimas sangrientas, por más que querían sus cuerpos no reaccionaban, la peor parte de todo, el epítome de aquel espectáculo tan horrendo estaba en el cielo, se había partido en 2 y los pobres ángeles que caían de forma violenta no eran capaces de extender sus alas para volar, es más, el brillo de estas se esfumaba a medida que caían.

Los alrededores, si se les podía llamar de alguna forma, no eran siquiera merecedores de un triste árbol, en su lugar, miles de personas, sin importar su raza, sexo, edad o condición como soldado, yacían empaladas de las peores formas posibles, las picas eran oscuras, pero la sangre de los condenados las había vuelto carmesís, aun habiendo sido cruelmente perforados eran capaces de continuar gritando de dolor, era como si la parca estuviera disfrutando del espectáculo y no quisiera dejar que nadie se llevara las almas de aquellos pobres desgraciados.

En cuanto el último ángel cayó, en cuanto el último ser celestial fue desterrado de su hogar los 4 jinetes comenzaron a cabalgar en una única dirección, sus monturas no tenían alas, pero no las necesitaban para volar, iban rumbo a los mismísimos cielos, el viaje fue corto y frente a ellos se presentó un enorme palacio.

No hesitaron ni por un solo segundo, abandonaron sus monturas y se adentraron en su interior, los pasillos estaban vacíos, las salas destrozadas, los techos derruidos, pero eso les daba igual, el lugar importante, la única estancia por la que merecía la pena aquel palacio era la sala del trono y no pararon hasta llegar allí.

El lugar había sido desdorado, todo el arte en cuadros y esculturas había sido reemplazado por un marco de masacre, el suelo, antes resplandeciente, era cubierto por una fina capa de brea negra, las ventanas estaban derruidas y gotas de sangre escurrían por el filo de los cristales rotos, pero la parte más importante, lo más remarcable de todo aquel lugar era el trono.

El Trono De Reyes, aquel donde el monarca absoluto asienta a la vez que en sus manos empuña al principio y el final estaba siendo ocupado por alguien más, un ser etéreo con apariencia humanoide y de colores carmesís y oscuros pero con ojos blancos, el trono de Dios, el trono del Rey absoluto había sido usurpado por El Rey de la Desesperación.

Este observó complacido a los 4 jinetes y manteniendo sus brazos en los reposabrazos del trono y sus manos tocando el final de estos abrió la boca, de esta salió una lengua oscura con tonos morados, ninguno de los 4 entendía nada, pero entonces pudieron verlo, aquella lengua comenzó a teñirse de rojo, ´´Está lloviendo sangre del techo´´ En menos de un segundo descartaron esa conclusión tan absurda y dirigieron sus miradas hacia arriba.

Jamás podrían olvidar aquella escena, el anterior monarca absoluto, o lo que quedaba de él, yacía muerto en la cima de un candelabro, su pecho había sido empalado por este mismo y de él brotaba la sangre que deleitaba a aquel ente, además un fresco protagonizado por serafines cuyas alas hab��an sido arrancadas y manos y pies clavados al techo complementaba aquel horrendo espectáculo, las lágrimas provocadas por la muerte de su padre se juntaban con la sangre del mismo dándole un verdadero deleite al señor oscuro, era un momento de puro sadismo.

Una gota de sangre cayó nuevamente, el ente sonrió, había sido suficiente, guardó su lengua disfrutó de lo que acababa de ingerir a la vez que los 4 jinetes se arrodillaban de forma profunda frente a él.

El cielo no lo pudo soportar más, ya no existía nadie que lo mantuviera allí arriba, las nubes comenzaron a caer, había llegado, era la caída mundial, todos los seres cubrieron en gloria a base de alabanzas a su nuevo rey mientras que los serafines daban sus últimos sollozos, el ser apretó las manos, el trono se agrietó un poco y sus risas, sus profundas y horrendas risas se encargaron de cubrir el mundo entero, incluso las personas más alejadas pudieron escucharlo, era el Fin.

De repente escuchó un sonido extraño proveniente de una pequeña gárgola que funcionaba como despertador, Ialdabaoth despertó y procedió a levantarse de su cama con mala gana, pero con una sonrisa, dio una rápida ojeada a su habitación, estaba vacía, de gente claro está, si nos referimos a muebles y objetos estaba bastante llena y es que.... ¿Cómo no? 30 metros cuadrados de cuarto daban para muchas cosas.

Una cama enorme con detalles de la realeza, muebles de vívidos colores de la más alta calidad estratégicamente colocados para recibir invitados, 3 espejos, uno de rostros y otro de cuerpo completo, además habían cajas y trajes por todo el lugar.

Sin nada que hacer en su cuarto de dirigió rumbo a la ducha con una sonrisa, su estancia allí duró hasta que terminó de cantar su canciones matutinas, para dar números exactos unos 20 minutos, después de eso tocó vestirse, unos pantalones y camisa negros de la más alta calidad, un chaleco carmesí y una gabardina roja además de por supuesto unos zapatos azules muy oscuros, eran casi tan oscuros como el agua turbia del río de las almas.

Después de ducharse y vestirse se sentó en uno de sus muebles, puso su espejo de rostro frente a él, sacó un peine discreto del bolsillo de su gabardina y se peinó por 5 minutos, estaba preparado.

Realmente lo había estado desde el principio, toda la parafernalia que se había montado era mero espectáculo, el no necesitaba dormir y si quería con un mero chasquido de dedos tanto su cuerpo como su pelo quedarían completamente limpios además desprenderían un aroma encantador.

Para lo que no escatimó en gastos fue en su forma de transporte, simplemente hizo brillar sus ojos, entonces un portal de 1.90 de alto, 4 centímetros mayor a su estatura y 2 metros de ancho apareció frente a él.

Sin más el lo cruzó y quedó frente a un gran pentagrama rojo, en el centro del mismo había un trono y en él reposaba Abaddon, sin duda alguna ahora estaba en el noveno círculo del infierno, en la sala del trono, su sonrisa se acrecentó, sin importarle todo lo que se había arreglado se arrodilló dejando que su pantalones de gran calidad tocaran el suelo, después se levantó y ocupó la pica trasera al trono.

—Esta vez has llegado el primero—Dijo a modo de alabanza sarcástica.

—Lo natural sería que Asmodeus como Jinete de la Guerra que él llegara el primero, pero como no está soy el siguiente en el orden de llegada, pero bueno, supongo que eso es solo en el campo.

—¿Has vuelto a soñar con lo mismo?—Dijo cansado.

—Por supuesto, cada vez que pienso en aquellos acontecimientos mi cuerpo se estremece, me pregunto que agradable agonía será la siguiente que provocará, la última escena fue simplemente sublime, digna de usted, lo seguiré allá donde vaya para observar su siguiente acto.

—Seguiremos—Remarcó de forma repentina Xhantanel que acababa de llegar mediante un portal, él también ocupó su pica correspondiente.

—Pero por supuesto, yo nunca me olvidaría de mis compañeros, hablando de eso—Miró con desagrado una de las picas vacías—¿Dónde está Graham?

—Está organizando a Ferno y Mammon, pronto comenzarán con su misión.

—¿A ese imbécil no se le ha ocurrido que debería de traer a esas dos escorias ante nuestro señor primero?—Dijo con un tono de voz crepitante.

—¿De verdad crees que me dignaría a recibir a la basura?—Preguntó Abaddon desde su trono sin siquiera girarse.

—Por supuesto que no, mis disculpas—Pronunció en un tono de voz serio—De todas formas ¿Hay algo que esté observando Milord?

—Claro—Dijo lentamente—Aunque es más entretenido si no lo digo de primeras, aún así puedo dar una pista.

—Estaremos eternamente agradecidos—Respondió Xhantanel.

—Bueno.... 3 inútiles pueden ser mejores que uno solo o catastróficos.

—Ciertamente....—Dijeron ambos al mismo tiempo.

Las nubes del cielo tronaron, lo que había dicho Orcabesto era cierto, estaba lloviendo, sin mucho que poder hacer al respecto Kevmel, Aisha y Oda se dirigieron hacia la entrada de la posada.