A medida que Oriana se acercaba a la puerta de la habitación de Philip, el alboroto de dentro llegaba a sus oídos. —¿Dónde está mi Ori? ¿Dónde la llevasteis? Traédmela —aunque débil, la voz rebosaba tanto de ira como de preocupación.
—Señor Philip, por favor, tranquilícese. Ella estará aquí pronto —el criado trataba de calmarlo.
Entendiendo la preocupación de su abuelo por su ausencia, Oriana se apresuró a entrar. —Abuelo, estoy aquí.
El anciano luchaba por levantarse, un criado a su lado intentaba apoyarlo para que no se cayera. Sin embargo, Philip parecía perdido en su agitación, ajeno a los esfuerzos del criado. La ausencia de Oriana había removido temores en él, evidentes en las lágrimas que brotaban en sus ojos al verla.
Moviéndose rápidamente a su lado, Oriana lo apoyaba por el otro, instándolo con suavidad, —Por favor, Abuelo, siéntate primero. Tu cuerpo aún está débil.
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