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Capítulo 3: ¿Celosa? Ni en mis sueños

Capítulo 3: ¿Celosa? Ni en mis sueños

Narra Ifigenia

Al día siguiente en la escuela, las tres horas de literatura pasaron volando. A veces sentía la mirada del profesor sobre mí, y cada vez que nuestros ojos se encontraban, él me sonreía de una manera emocionante. La verdad es que disfrutaba de esos juegos de miradas con él.

Cuando sonó el timbre para el almuerzo, esperé a que todos salieran para poder quedarme a solas con el profesor. Pero todo se vio interrumpido por una mujer mucho más atractiva que yo, una rubia de piernas largas y espalda descubierta que se acercó al profesor y lo abrazó por detrás.

- ¿Quién es esta mujer? - pensé.

- Hola amor, ¿cómo estás? - dijo aquella mujer con una sensualidad exagerada.

Hablaba de una manera tan desagradablemente seductora. La verdad es que estaba furiosa, pero ¿qué podía hacer? Él era solo mi profesor y yo, una simple alumna. ¿Celosa?

Sin ninguna dignidad después de lo que había pasado entre él y yo, lo vi de frente y lo besó delante de mí. Sin más que hacer, agarré mis cosas y salí corriendo, azotando la puerta. Me gané una mirada de rabia de esa mujer y del mujeriego de mi profesor.

Estaba realmente enfadada y no sabía qué hacer. Me fui al patio trasero donde los chicos guapos jugaban fútbol. Entre ellos estaba Samuel, el chico con el que tenía que hacer un trabajo que debíamos presentar la próxima semana. Samuel se acercó a mí al verme sola.

- Hola bonita, ¿cómo estás? - dijo Samuel - ¿Qué pasa? - preguntó mientras me daba un beso en la mejilla, lo que hizo que me sonrojara.

- Nada, Samuel. Solo cosas que hacen que mi vida sea complicada - dije sintiendo que iba a llorar.

Él me miró de una manera seductora y me dijo:

- Está bien, linda. A su debido tiempo me contarás - dijo levantándose de mi lado - Lamentablemente, tengo que irme. Hablamos luego. Adiós.

Yo no dije nada, solo hice un gesto con la mano diciéndole adiós.

Escuché el timbre, era hora de entrar a clases de nuevo. Solo me faltaban dos clases más y me largaba de ahí. Revisé mi horario y me tocaba física e historia.

Después de mis últimas clases, fui hasta mi casillero para sacar lo necesario para poder jugar tenis. La verdad es que era un deporte bastante agradable y me gustaba mucho jugarlo. Al llegar a los vestuarios, me encontré con varias chicas que se estaban cambiando. De repente, dos chicas se acercaron a mí.

Una era alta, morena, con ojos negros, pestañas muy largas y senos grandes. Era realmente hermosa.

Su amiga era todo lo contrario, era bajita, con ojos verdes y cabello castaño. También era muy bonita, al igual que su amiga.

En esta escuela, todas eran más bonitas que yo.

- Hola, soy Daniela - dijo la morena - Y ella es mi amiga Camila.

- Hola - dijo Camila con una sonrisa perfecta.

Yo solo sonreí, la verdad es que se veían muy amigables.

- Hola, soy Ifigenia - dije con una sonrisa.

- La verdad nos acercamos a ti - dijo Daniela - para decirte si quieres estar en nuestro equipo y así ser amigas. Hemos visto que estás sola y queríamos saber si quieres ser parte de nuestro grupo.

Camila asintió con una gran sonrisa.

Pasaron las horas y me despedí de mis dos nuevas amigas. Mientras salía hacia el portón para tomar un taxi, un brazo fuerte me atrapó y me llevó hasta el cuarto del conserje. Una vez allí, todo estaba oscuro y empecé a sentir unas manos recorrer mi cuerpo y llegar a mis labios. Luego, encendieron la luz y ahí estaba él, el bombón... el idiota de mi profesor de literatura.

- ¿Qué te pasa, imbécil? ¿Por qué me tocas? - dije enojada.

- Vamos, Gatita, ¿qué te pasa? ¿Por qué me dices eso? - dijo como si no hubiera pasado nada.

- Qué cínico - pensé.

- Ah, ya sé por qué estás así. Es por Hannah, ¿verdad? - dijo.

"Así que la muy desgraciada tiene nombre de zorra, claro, Hannah" - pensé.

- ¿Estás celosa, gatita?

- Yo, ¿celosa? Jamás - dije - Y no vuelvas a llamarme así.

- ¿Por qué no, solecito?

- Tampoco.

- No necesitas ponerte celosa.

- Ya te dije que no estoy celosa.

Logré zafarme de su agarre y caminar hasta el portón. Una vez fuera del instituto, tomé aire y comencé a pensar. La verdad es que mi profesor quería jugar conmigo, pero yo le enseñaría a jugar, pensé con una sonrisa traviesa.

Cuando llegué a casa, me encontré con mi madre. Amaba a mi familia, aunque no convivía mucho con ellos, les tenía un gran cariño. No solía contarles nada, ni a mi padre ni a mi madre. No les tenía la suficiente confianza. Normalmente les contaba cosas normales, como el día en la escuela, logros o ridiculeces, pero nada íntimo, como mi primer beso o si estoy enamorada. Menos ahora que ambas preguntas tienen la misma respuesta: mi profesor.

Mis padres se divorciaron cuando tenía 13 años. Supe que mi padre le fue infiel a mi madre y ella nunca lo perdonó. El año pasado, mi padre recibió un ascenso en su trabajo y se fue a vivir a Nueva York.

Pasé el tiempo ideando un plan para poner celoso a James. ¿Quieres jugar? Juguemos, James.

Narra James

Después de la clase de literatura, me sentía emocionado por haber compartido esos momentos de miradas intensas con Ifigenia. No podía negar que sentía una conexión especial con ella, algo que iba más allá de ser solo su profesor. Sin embargo, mi emoción se vio interrumpida por la llegada de Hannah, una mujer deslumbrante que se acercó a mí con una sensualidad exagerada.

- Hola amor, ¿cómo estás? - dijo Hannah con una voz seductora.

No pude evitar sentirme atraído por su encanto, pero al mismo tiempo me sentí culpable por lo que estaba sucediendo. Ifigenia estaba ahí, presenciando todo. Me di cuenta de que había herido sus sentimientos y eso me hizo sentir incómodo.

Cuando Ifigenia salió corriendo, sentí una mezcla de confusión y remordimiento. ¿Cómo pude permitir que las cosas llegaran a este punto? Me sentía culpable por haberla lastimado y por haberme dejado llevar por la atracción hacia Hannah. Pero al mismo tiempo, no podía negar que había algo entre nosotros.

Después de la clase, me dirigí al patio trasero y vi a Samuel acercarse a Ifigenia. Sentí una punzada de celos al verlos juntos, pero me recordé a mí mismo que no tenía derecho a sentirme así. Ifigenia merecía ser feliz y si Samuel podía hacerla sonreír, no tenía derecho a interferir.

Mientras caminaba hacia mi próxima clase, me di cuenta de que había cometido un error. No solo había lastimado a Ifigenia, sino que también había puesto en riesgo mi reputación como profesor. Me prometí a mí mismo que debía ser más cuidadoso en el futuro y mantener una distancia adecuada con mis estudiantes.

Después de las clases, me encontré con Ifigenia en los vestuarios. Quería disculparme por lo sucedido, pero antes de que pudiera decir algo, ella se fue sin darme la oportunidad de explicarme. Me sentí frustrado por no poder arreglar las cosas, pero entendí que necesitaba darle espacio y tiempo para procesar lo que había sucedido.

Mientras caminaba hacia mi auto, me invadieron pensamientos de arrepentimiento y preocupación. No quería lastimar a Ifigenia, pero al mismo tiempo no podía negar la atracción que sentía hacia ella. Sabía que debía encontrar una manera de resolver esta situación de manera adecuada y respetuosa.

Cuando llegué a casa, me encontré con mis propios pensamientos y sentimientos contradictorios. Me sentía culpable por lo sucedido, pero también sentía una extraña emoción al pensar en Ifigenia. Sabía que tenía que tomar decisiones difíciles y enfrentar las consecuencias de mis acciones.

Pasé el tiempo reflexionando sobre lo ocurrido y pensando en cómo podía enmendar las cosas con Ifigenia. Sabía que tenía que ser honesto con ella y enfrentar las consecuencias de mis acciones. No quería perder su confianza ni lastimarla más de lo que ya había hecho.