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Algo en el monte

El Príncipe estaba sorprendido por el inesperado ataque y transformación del demonio. El delgado hilo que sujetaba la cordura de Daimon se cortó con rapidez en el momento que Anselin levantó su espada hacia él. Sus instintos demoníacos habían tomado el control y estaba fuera de sí; gruñó y escupió bocanadas de fuego que quemaron gran parte de la vegetación del jardín, comenzando un incendio que sería difícil de controlar.

Todos que al principio se habían mostrado llenos de gozo y expectantes de ver la cabeza del demonio caer, escaparon despavoridos para no ser alcanzados por las llamas.

Anselin tuvo una vista catastrófica frente a sus ojos. Y no era la primera vez, pero en esta ocasión se sentía diferente. Su cabeza estaba llena de estática y no podía hilar ni un solo pensamiento. Solo podía continuar con los ojos fijos en lo que ahora era Daimon. Horrorizado, asustado, preocupado y ansioso, eran solo uno de los pocos sentimientos que se manifestaban en su cabeza y corazón.

Lo vio volar y aterrizar en la torre más alta del palacio. Desde allí a la vista de todo el mundo, rugió de una manera escalofriante. Daimon estaba dejando salir todo su dolor y furia.

Sin perder más tiempo, el Rey Tinop rápidamente ordenó a gritos que todos los soldados del reino atacaran al monstruo. Tinop se castigaba por haber actuado demasiado tarde. Había sido demasiado permisivo con Anselin, a pesar de saber quién era en realidad el demonio y el peligro que significaba, confió de manera desmedida en las capacidades de su hijo.

El sonido metálico de las armaduras de los soldados que se preparaban para enfrentar al dragón y defender el reino, aturdían a Anselin haciendo que se sintiera más atrapado en su cabeza.­

Entonces, en medio del desconcierto y el miedo, sus ojos alcanzaron al trapo celeste en el suelo del escenario. Sus pies se movieron por si solos hacia él, recibiendo empujones de la multitud. Lo sujetó, y lo estudió con cautela. No sabía la razón, ni qué pasado guardaba con Daimon. Pero entendía que tenía un significado para él. Se sorprendió al darse cuenta de que no era un simple pedazo de tela, sino, una pequeña capa; que en su interior justo debajo de la capucha traía bordado su nombre con hilos dorados.

Su corazón se estrujó de manera dolorosa en su pecho, y sus ojos se humedecieron. Esa misma, era la capa que le había bordado su madre cuando era niño. Fue un regalo para su cumpleaños número nueve, la apreciaba y la cuidaba con su vida por el simple hecho de que fue su madre quien la hizo. Pero la había perdido hace mucho tiempo, o más bien, se la había dado a alguien que la necesitaba más que él.

Entonces su cabeza hizo clic.

Anselin recogió su espada del suelo, y con la capa en la mano corrió hasta la torre más alta. El demonio dragón continuaba lanzando llamas por la boca en todas las direcciones, haciendo que fuera una misión imposible para los caballeros y soldados llegar hasta las escaleras. Pero Anselin, era el Príncipe dorado protagónico. Esquivó el fuego con destreza y elegancia, logrando ser el único capaz de escabullirse hasta las escaleras.

Mientras subía, no podía dejar de pensar en lo ciego que había sido. Todo este tiempo había tenido frente a sus ojos a aquel niño de voz triste. Después de ese día, volvió al pueblo muchas veces más para encontrarse con él. El pequeño le había querido devolver la capa cada vez, pero Anselin se rehusó diciendo que se la pediría de vuelta cuando acabase el frio en primavera. Sin embargo, un determinado día dejó de encontrarlo. El niño había desaparecido, y ni siquiera conocía las facciones de su cara para describirlo y preguntar por él. Simplemente la tierra parecía haberlo tragado.

Nunca imaginó que Daimon, era ese mismo Daimon que él había nombrado. Ni siquiera pasó por su cabeza que el amigo que había hecho en el pueblo podría ser un demonio.

¡Era un verdadero estúpido!

Anselin trepó al tejado empinado de la torre y apuntó al dragón con la espada. La luz del sol resplandeció sobre La Lotus, centellando en todas las direcciones. Daimon lo notó y dejó de escupir fuego para centrarse en él.

Sus ojos brillaron inyectados en sangre al verse siendo nuevamente apuntado con la espada.

Gruñó amenazante a Anselin a la vez que todos sus dientes se hacían visibles. Caminó lentamente a él, como un animal apunto de atrapar una presa. Pero a solo unos centímetros de la punta de La Lotus, se detuvo. Su mirada fija en el heredero.

Anselin se mantuvo firme e inmutable. Miró a los ojos del dragón, queriendo encontrarse con los de Daimon. Entonces, movió la espada a un lado. Pero antes de que pudiera hacer algo más, el demonio rugió con fuerza y de su boca salió una densa oscuridad que los rodeo a ambos.

Nadie debajo de la torre podía ver lo que estaba pasando allí arriba.

El Rey Tinop se alarmó cuando dejó de ver a su hijo. ― ¡¡Suban y protejan al Príncipe!!

Cuando llegaron a la cima, la bruma negra desaparecía poco a poco; Anselin yacía parado. Una de sus manos sostenía débilmente La Lotus, y la otra estaba vacía. El dragón había desaparecido.

Los asesinatos en tierras humanas crecían en aumento. Ni siquiera bajo el manto de la luz del día estaban a salvo. Ya no había paz, solo miedo. La gente comenzó a evitar salir de sus casas, pero ni allí escaparían del demonio. La rutina se había convertido en una lotería diaria por ver quién sería el próximo descuartizado.

Los gobernantes de todos los países estaban preocupados; muchos habían decretado toques de queda, y mandaron centinelas para velar por los ciudadanos en el día y la noche. Sin embargo, tampoco ellos podían escapar de la muerte a manos del demonio.

Estaban desprotegidos. Nadie, absolutamente nadie, era capaz de hacer algo al respecto. Continuaba ingiriendo carne humana, volviéndose más fuerte. No había quien se salve; hombres, mujeres, niños, ancianos y enfermos. Sin importar género o edad, eran hallados descuartizados en diferentes puntos del reino humano.

Sin embargo, no se quedaba solo en muertes. Últimamente había comenzado a desaparecer una numerable cantidad de personas, sin dejar ni un rastro. Tal así que decir que fueron succionados por la tierra no sería una tontería.

Todo el mundo tenía sus ojos puestos en Tinopai y su Príncipe Heredero. El agravio había crecido. Ellos eran los culpables de las desgracias que vivían hoy en día. Trayendo al demonio para que habitara entre los humanos e incluso ocultándolo dentro de las paredes del palacio.

Naturalmente toda la culpa y consecuencias caían sobre la espalda de Anselin.

¡El Príncipe dorado, heredero del trono de Tinopai, había liberado la desgracia en el mundo!

Pero esto, no era nada con lo que estaba destinado a suceder.

En una noche helada, el viento soplaba con crueldad sobre los cuerpos de los centinelas que hacían guardia alrededor de una fogata. Sus cuerpos temblaban unos juntos a los otros, mientras extendían sus manos al fuego.

Uno de ellos estornudó, y sorbió la nariz.―Si no fuera por el Príncipe, no estaríamos aquí congelándonos.

―¡Debería ser él quien viniese aquí! Maldito...

Alec miró fijamente el fuego, deseando poder arrojarse sobre él. ―Él no la está pasando mejor que nosotros ―dijo.

Los otros dos lo miraron con los ceños fruncidos. Entonces Alec se acercó un poco más, con intenciones de revelarles un secreto. ―Ustedes no oyeron esto de mí, pero mi primo es el guardia personal del Príncipe... y supe de él, que Su Majestad el Rey lo encerró en un calabozo.

Los jóvenes se sorprendieron al oírlo. ― ¿El Rey encerró a su propio hijo?

Alec asintió muy seguro de ello. ―No hay razón para que mi primo me mintiera. El Rey está furioso con el Príncipe por todas las consecuencias que le trajo al reino. Honestamente, semejante deshonra merecería algo peor que ser encerrado. El Rey está siendo amable solo porque se trata de su heredero.

―Debería ser sentenciado a muerte a la vista de todos. ¿Qué posee el "Halo de Aston Tinop"?, mis bolas ―chistó uno―. Aunque tengo que admitir que antes lo admiraba.

Alec sacudió su cuerpo con un escalofrío y pronunció felizmente, ― ¿Ustedes conocen cual fue el descenso del Príncipe?

Los otros dos se miraron entre sí y negaron con la cabeza, esperando a que el más grande lo revelara.

Entonces Alec, el primo de Darren soltó: ―El Príncipe, tenía relaciones sexuales con el demonio. Esa fue la razón por la que lo llevó hasta el castillo con él. ¿Conspiraciones?, estupideces. ¡Eran amantes!

La boca de los jóvenes cayó con sorpresa. ―Oí rumores relacionados a eso hace un tiempo, ¿¡Eran verdad!?

―Por supuesto que lo eran. ¿Por qué otra razón lo favorecía tanto?

―¿También te lo dijo tu primo?

Alec titubeó un momento. ―No... ¡Lo vi con mis propios ojos cuando trabajé dentro del palacio!

―¡Increíble! Pero entonces, ¿El Príncipe no estaba comprometido con la Princesa de Tulav?

―Eso no le impide nada ―Afirmó Alec.

Los jóvenes siguieron cuchicheando entre ellos, sin realmente prestar atención a su labor en con tal de pasar el rato.

Desde las sombras, la figura de un hombre se había detenido a oírlos. Anselin rodó los ojos y quiso gritarles que se enfocaran en sus trabajos. Pero no podía llamar la atención.

Aunque esos niños hablaban idioteces, una de ellas era verdad. Sí fue encarcelado, y apenas se había escapado. Su prestigioso nombre había sido ensuciado en todo el mundo y no iba a quedarse allí en la húmeda oscuridad sintiendo culpa.

Así como su nombre era Anselin Aston Tinop, encontraría al asesino, a Daimon si fuera el caso y lograría conseguir la verdad y acabar con la agonía de las personas de una vez por todas.

Su primera parada fue el reino de Prodavac. Su ciudad central era famosa por ser la numero uno en comercios,­ considerándola junto a todo el reino el mercando del mundo. Gente de todas las capitales y soberanías acuden a este lugar para abastecer sus hogares y negocios. Por lo mismo, al ser un lugar tan concurrido es el nido de las malas lenguas.

¿Quieres saber algo? Entonces solo párate en una esquina y presta atención. Comerciantes y compradores de todas partes se amontonan en las calles cual hormigas en hormiguero.

Eso hizo Anselin. Escondido bajo una capa que lo cubría de pies a cabeza, se dedicó a escuchar conversaciones ajenas durante todo el día. Lo único que consiguió recolectar fueron insultos de todo tipo hacía su persona.

Vaya que había metido la pata.

Todo el mundo estaba furioso con él por haber llevado a Daimon al reino en lugar de matarlo en el bosque, como se suponía que debió ser.

Anselin entró a una taberna algo pintoresca, de esas que eran frecuentadas por hombres rudos y olorosos. Con suerte, alguno contaría historias de cómo vieron al demonio y lo ahuyentaron con su increíble masculinidad, y ahí sería donde entraría él.

Pidió una cerveza para no llamar la atención y se sentó con la oreja extendida para escuchar.

Dicho y hecho, un grupo de hombres ruidosos entró por la puerta y se sentaron en una de las mesas cerca de Anselin, vociferando en voz alta―: ¡Sí, sí! Así como les digo. Ayer el demonio apareció en la noche cuando volvía de cazar ―Anselin los observó por el rabillo del ojo―. ¡Era monstruoso!, Media como dos metros de altura, grande y fuerte. ¡Ninguno de ustedes podría con él! ―Se burló―. ¡Pero yo, el gran Gastón tomé mi escopeta y lo dejé como un colador! ¡El pobre animal huyó despavorido! ¡Jajajaja!

―¡Un brindis por el gran Gastón!

Los hombres celebraron chocando sus cervezas, mientras el pecho del supuesto Gastón se hinchaba de ego. Anselin frunció un poco el ceño por semejante absurdidad. Pero tenía que ir a preguntar.

Se levantó de su mesa para dirigirse a la de los hombres. ―¡Vaya historia! ―Soltó cuando estuvo frente a ellos, que voltearon a verlo con cara de pocos amigos―. Perdonen que me haya metido, pero no pude evitar escuchar que peleaste contra el demonio, y no solo eso, ¡sino que hiciste que huyera del miedo!

Anselin fingió admiración e interés, logrando que Gastón sonriera con sorna. ―Así es, y si me lo volviera a cruzar, ¡Lo haría de nuevo!

―¡Amigo mío, eres genial! ―halagó el Príncipe―, no existen hombres tan valientes que se atrevan a hacerle frente.

Uno de los tipos levantó la voz con tono de burla, ― ¡Ni siquiera el principito dorado de Tinopai tuvo ese valor! ¡Jajaja!

Los hombres rieron a carcajadas y Anselin decidió ignorar el diminutivo y esforzarse por no tensar su sonrisa. ― ¿Puedo atreverme a preguntar en dónde tuvo el encuentro con el demonio?

Gastón encendió un cigarrillo y le dio un trago a la cerveza ―En el monte, cerca del bosque. ¿Por qué? ¿Piensas ir? ―se rió.

El Príncipe fingió estar asustado, ―Por supuesto que no. Solo sentí más curiosidad por su historia.

Gastón lo miró de arriba abajo, y como si estuviera viendo algo gracioso soltó―: Pues bien. Serías comida del demonio si lo hicieras. Yo soy fuerte y pude sobrevivir, pero tú "amigo mío", tus restos terminarían en sus muelas.

Anselin decidió no responder. Amablemente les dio las gracias y se alejó de la mesa para marcharse de allí; pero no sin antes hacer un fondo blanco con la jarra de cerveza que había dejado sobre la mesa, dejándola nuevamente en el lugar haciendo un ruido sordo y se marchó.

Los hombres observaron en silencio.

Negar que no le molestó que cuestionaran su valor, sería una mentira. ¡Por supuesto que le había jodido! Le habían cuestionado muchas cosas alrededor de su vida, pero jamás su valía. Era intachable.

Fue rumbo al monte sin tener idea con qué se encontraría, pero esperaba hallar alguna pista de lo que sea. Antes de subir, compró algunas cosas para el camino. Había tenido el atrevimiento de recorrer el castillo como un ladrón, para tomar cosas de valor antes de escapar. Gracias a eso, consiguió una bolsa de pan, queso y una botella con agua. Podía haber conseguido mucho más, pero no quería cargar cosas innecesarias.

Le pareció que a diferencia del bosque oscuro, el monte era más amigable. Todavía había luz del sol, y se podía ver con claridad el camino inexistente que él ya había trazado en su cabeza.

Como si estuviera de picnic, se sentó sobre el césped y comió pan con queso.

―Todo se viene abajo, ¿por qué me lo estoy tomando con calma? ―le preguntó al pan, antes de volver a morderlo.

No faltaba mucho para que cayera la noche, así que aprovechó la luz para buscar rastros y cuando el sol desapareció por el horizonte y la luna estuvo en su punto más alto, era cuando aparecía el demonio según los lugareños.

Encendió una fogata y se quedó a esperar al demonio. Si realmente estaba allí como dijo Gastón, aparecería para atacarlo.

Escuchó un ruido entre los arbustos. Anselin ya se había preparado para tomar su espada, entonces, un pequeño conejo blanco saltó desde los árboles. Parecía agitado, pero conocía que esos animales eran de naturaleza asustadiza, por lo que no mostró interés en ello.

Lo miró por un rato más y al ver que no se iba, le extendió una mano. ―Ven, conejito.

El conejo movía frenéticamente su nariz, parándose en dos patas con curiosidad.

―No te voy a lastimar, solo quiero compañía.

El pequeño animal saltó dos veces en su dirección y se estiró para olfatearlo. Sorpresivamente, dejó que Anselin lo tomara entre sus brazos. Lo acarició por un rato y lo nombró "Conejin".

―Conejin, ¿De casualidad haz visto algún demonio por aquí?

Y como si hubiera entendido sus palabras, el conejo pataleó asustado en sus brazos y se lanzó al suelo, escapando frenéticamente.

De la nada, el aire se volvió pesado. El fuego parpadeo con el viento, casi apagándose. Agudizó la vista y desde las sombras vio siluetas moverse hacia él.

Anselin retrocedió con lentitud para acercarse más a la luz del fuego. Cuando la iluminación alcanzó las siluetas reveló dos lobos. Eran mucho más grandes que un lobo normal, sus ojos brillaban rojizos y sus dientes eran puntiagudos y estaban empapados de sangre. Anselin jamás se había encontrado con fieras tan espantosas, más similares a monstruos que perros salvajes.

Buscó a su alrededor, encontrando una rama en el suelo. La tomó y acercándola al fuego encendió la punta. Empezó a agitarla para mantener la distancia o en el mejor de los casos ahuyentarlos, pero los lobos parecían reírse en su cara. Al ver que no surtía efecto, les arrojó la rama en llamas y sacó una daga de su cintura. Lamentaba no haber podido traer La Lotus, pero su padre era quien la custodiaba en persona y tratar de quitársela podría resultar peor que pelear con los perros.

Uno de ellos lo atacó con ferocidad, arrojándose sobre él. Anselin logró esquivarlo dando un salto a la izquierda. Rodó por el suelo y apenas se levantó inmediatamente fue atacado por el segundo.­­­­­ El Príncipe volvió a moverse y parecía bailar con los animales, dando giros y vueltas hasta que decidió que era momento suyo de atacar.

Ambos lobos lo corrieron pisándole los talones, entonces tomando carrera subió un pie sobre el tronco de un árbol para darse impulso; giró en el aire al mismo tiempo que los animales saltaron hacia él: a uno le clavó la daga perforándole el cráneo y al otro le dio una patada torpe en el hocico.

Las bestias cayeron al suelo, y al menos una de ellas debería estar muerta. O eso creyó Anselin. A pesar de tener su daga clavada en la cabeza, el lobo se levantó sin dificultad. En aquel momento maldijo mil veces y se dio cuenta de que no podría matarlos con facilidad.

Su única opción, era correr.

Anselin era un gran corredor, está de más volver a mencionar que él fue entrenado para sobrevivir a cualquier improvisto. Corrió como alma que lo lleva el diablo, algo humillado pero teniendo en mente que es mejor que digan aquí corrió, que aquí quedó. Y en cuanto vio la oportunidad, se trepó ágilmente al árbol más alto que se cruzó.

Desde las ramas de este y oculto entre las hojas, observó a los lobos pasar por debajo de él a toda velocidad. Y tal vez tenía los oídos tapados por la agitación, pero le había parecido oír unas voces.

No pegó un ojo en toda la noche, preocupado de que regresaran.

Apenas amaneció, Anselin volvió a la ciudad y fue derecho al bar. Necesitaba una buena bebida después de huir como un conejo asustadizo. Esperaba que Conejin esté bien y no se haya cruzado con los lobos.

Mientras desayunaba cerveza, los mismos hombres del día anterior volvieron a aparecer, pero esta vez sin Gastón. Los oyó hablar de que el hombre había vuelto al monte en la noche y todavía no había regresado.

Entonces, a la mente del Príncipe vinieron los colmillos ensangrentados de la noche anterior. 

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