Sumergí mi cuerpo desnudo en la tina y tomé la botella de vino que había robado de la licorería de Emir. El alcohol estaba comenzando a hacer efecto en mi sistema nervioso, así que las lágrimas no tardaron en aparecer. Sonreí y lloré. ¿Acaso estaba volviéndome loca? Tenía mucho coraje dentro.
No podía sacarlo de mi mente. Y era angustiante.
Pensé en lo que pasó, en cómo su cuerpo por última vez tembló encima de mí. En cómo sus gemidos y jadeos apasionados estremecieron cada parte de mi piel. En cómo cada músculo de mi interior me demostraba cuánto urgía tenerlo dentro.
Esa fue la última vez, todavía podía sentir el aroma de su perfume impregnado en mi cuerpo. Acaricié la piel de mi cuello recordando cómo su lengua descendía desde el lóbulo de mi oreja hasta la zona de mi cuello. Me acariciaba con delicadeza. Su sensualidad desarmaba mi estabilidad.
—Kemal, por favor—pronuncié—, necesito que nos vayamos. Lo mejor será que te vayas esta semana. Seamos maduros y cerremos esto sin caricias.
Ambos sabíamos que eso no era lo que yo quería, aún cuando mi parte racional estaba hablando, mi cuerpo la traicionaba, existía una enemistad entre mi mente y mi corazón.
—No quieres eso— pronunció, cerca de mi mejilla. El crepitar de su voz hizo eco en mi zona auditiva, sentí cómo cada músculo de la piel de mis entrañas tomaba vida propia y mi entrada había terminado de humedecerse totalmente.
Tragué saliva.
Sus palabras me excitaban, era muy difícil estar a su lado y negarme a sus peticiones lujuriosas.
De repente me atrapó y mis piernas se enredaron en su cintura. Y sus labios traviesos continuaron con esa tortura placentera.
—Kemal, para— le ordené, pero estaba sumida en esas sensaciones, me había doblegado. Solo faltaba una cosa: que mi boca expresara lo que mi cuerpo sentía.
No me obedeció.
—No quiero hacerlo, ambos sabemos que eso no es lo que deseas—dijo—. Me estoy volviendo loco, tengo frío, necesito tu calor. Me tienes aquí, Bahar, ahora estamos juntos. Si no te hago mía ahora me voy a arrepentir.
—Debes entenderlo— dije en respuesta con dificultad, perdida en las sensaciones. Estaba perdida de deseo.
Volvió a poseer mis labios y yo le dejé entrar entre mis piernas, me cogió con fuerza y rudeza y la madera chilló.
Suspiró, cuando toda su virilidad estaba ahí, dentro.
—Es delicioso— murmuré extasiada, rogando en mi cabeza que volviera a moverse, deseosa de que embistiera duro.
—¿Quieres que pare? Dime.
Subió la mirada y sus ojos conectaron con los míos.
Negué, aturdida, y me mordí el labio, curiosa de cuál sería su siguiente movimiento.
Posó su dedo pulgar alrededor de mi labio inferior y bajó a mi cuello en un agarre brusco. Y como si hubiera escuchado mis súplicas desesperadas internas, me embistió. Y lo que sentí no sé si iba a poder describirlo.
Gemí su nombre tantas veces que tal vez quedó grabado en las paredes de esa habitación; jamás se detuvo, lo hizo duro, sin piedad. Y yo grité sin cohibirme.
Bajé al infierno y subí al cielo al mismo segundo; la pasión nos dominó y éramos devotos del placer y la lujuria.
Lo hicimos y le dimos rienda suelta a nuestros deseos, pecamos, sabíamos que nuestro castigo sería estar separados.
Y esa fue la última vez, la última de tantas veces que dijimos que sería la última. Tenía la rara impresión de que esto sí era una despedida porque los sentimientos de Kemal habían cambiado y yo ya no era la mujer por la cual el estaba dispuesto a luchar, era demasiado tarde.
Debía avanzar y luchar por tomar las riendas de mi vida, ya no podía permitir que continuaran robando mi vida, mi estabilidad emocional pendía de un hilo y era desgastante, me ardía no obtener por completo lo que me pertenecía, me ardía en el pecho saber que todo ese tiempo invertido en mis estudios no sirvió de nada. Y me entristecía saber que, por más que lo intentara, existía una posibilidad de que ni siquiera estuviera cerca de lograr mis metas.
Si tan solo Kemal hubiera decidido luchar por este amor, ni siquiera me sentiría tan miserable.
Yo estaba dispuesta a luchar en contra de esa estúpida y hacerle la vida miserable. Sonreí al recordar cuando lo hice con Ada Aydin, la ex novia de Kemal, aquella vez que él era adolescente.
Esa desgraciada creía que ellos iban a casarse, incluso mamá le estaba metiendo cosas en la cabeza a Kemal para que le diera el anillo de compromiso cuanto antes, pero ella no contaba con lo posesiva que era yo. Ella no contaba con que su hija estaba enloqueciendo de amor por su hijo adoptivo y que no iba a permitir ese absurdo romance.
"Te mataré" eso fue lo que le dije mientras la agarraba por los cabellos y posicionaba una daga afilada en su largo cuello de girafa.
Ella tembló, y me suplicó que me detuviera, me aseguró que se iba a ir y que nunca más volvería a la mansión. La dejé ir, había logrado que me temiera con ese ultimátum. Porque si de algo estaba segura era que él iba a ser mío.
Al día siguiente le contó a Kemal lo que le hice, sin embargo no lo creyó porque cuando ella se armó de valor fue a mi habitación y empezó a estrangularme.
La dejé, como toda una verdadera víctima y Kemal encontró a su inocente novia intentando cortarme la respiración.
Lloré, lloré mucho cuando Kemal la separó de mí, y le dijo que se fuera y que lo que sea que había entre ellos había terminado. Ella intentó persuadirlo, pero al verme tan vulnerable llorando en sus brazos, no la quiso escuchar.
Cuando Kemal me abrazó, le sonreí con malicia, y entendió que no era una buena idea quedarse en la casa.Le dije que ella me acosaba constantemente y que me había amenazado, que me mataría si no me alejaba de él.
Él solo me acarició y me aseguró que jamás volvería con ella.
Temblé teatralmente. Mamá lo hacía cuando mi padre y ella se peleaban, así que eso lo había aprendido de Melek.
Juro que no quise hacerlo, pero ella no me dio otra alternativa, ella me obligó porque me quería quitar su amor y yo sabía que él sentía algo más por mí, pero ella no lograba comprenderlo.
Al menos había logrado mi cometido y una semana después él me hizo suya, demostrándome que no estaba equivocada y que lo que había hecho fue lo correcto.
Kemal era mío, desde que llegó a mi vida todo fue distinto, él estaba hecho para mí y yo era para él. Sin él, la vida jamás hubiera tenido sentido.
Y después de aquello que pasó entre nosotros él jamás quiso alejarse, todas las noches hacíamos el amor tantas veces que terminábamos exhaustos. Con él, descubrí lo que realmente nunca sentí, el placer de pecar y con ello sentirme amada.
—Le dije que sí— habló Gül tras sentarse a mi lado en la cama— pero no estoy muy segura de hacerlo. Estoy muy nerviosa.
Era normal, al principio me pasaba cuando rompía las reglas, pero para Gül era demasiado arriesgado porque estaba traumatizada desde pequeña. A ella le pasaron cosas horribles y aún así se mantenía de pie. Así que estaba equivocada cuando creía en su mente que era cobarde. Al contrario, siempre me parecía la mujer más valiente que había conocido en toda mi vida.
—Sé que es difícil para ti, pero verás que cuando estés junto a él en sus brazos las cosas van a cambiar. Solo déjate llevar, ¿sí?
Bajó la cabeza, sus mejillas se tiñeron de un leve color rojizo y yo sonreí. Yo misma arreglé el ambiente porque sabía que Gül tenía curiosidad de saber qué se sentía estar con la persona a la que amas íntimamente. Así que supuse que un hotel sería lo apropiado para ellos dos.
—¿Ozgür y tú...?
Negó con la cabeza varias veces, nerviosa. Siempre tan recatada Gül.
—¡No, por supuesto que no!— contestó— Bahar, sabes que no soy igual que tú.
—¿Por qué no?— pregunté —no tiene nada de malo.
—Yo... intenté— admitió— pero cuando Ozgür quiso desnudarme, le dije que se detuviera.
—Está bien, no pasa nada. Ya habrá mucho tiempo para ello.
—¿Kemal y tú volvieron a tener problemas?
Mi corazón se volvió a rasguñar, ojalá jamás lo hubiera mencionado.
—Él se va— dije resignada— y por primera vez ya no tengo ganas de detenerlo. Ya me he humillado lo suficiente por Kemal, que no ha hecho nada más que escoger a esa mosca muerta.
—¿Qué sucedió?
—La eligió a ella, Gül— apreté mis labios reprimiendo el llanto— me volvió a restregar en la cara que se iba a casar con ella.
Hice una pausa y respiré profundamente varias veces para buscar la calma, porque ya no quería derramar más lágrimas de dolor.
—Kemal es un imbécil— dijo con molestia— un imbécil que no puede ver lo que verdaderamente está pasando.
—No lo es. Él cree que yo elegí a Emir por ser una niñita caprichosa. Pero cada vez que me restriega en la cara eso hago mi gran esfuerzo para no decirle que lo hice por mi bebé y por él.
—Sabes lo que opino sobre eso, Bahar.
—¿Que debería decirle lo que pasó?
Asintió con convicción. Había pensado en decirle todo el tiempo, pero algo me detenía y eso era pensar en los inconvenientes venideros del futuro. Imaginaba cómo solo unas palabras que salieran de mi boca podrían hacer que un hijo aborreciera a la mujer que había idolatrado tanto.
—Por supuesto. Si hablas con él, estoy segura de que su manera de pensar y hacer las cosas cambiarían. ¿De verdad no quieres ser feliz y que todo se aclare?
Negué.
—Sí, quiero, es lo que más deseo. Sin embargo, debo proteger a Kemal. Mamá no es su madre biológica. ¿Entiendes? Kemal solo me tiene a mí. No puedo arriesgarlo. Si le pasa algo por mi culpa, no podría soportarlo.
—Es injusto, no puedes seguir así. Tienes que hablar.
—Por favor, Gül, prométeme que no le dirás nada.
—No, no le diré nada. Lo prometo, Bahar. Pero debes considerar decirlo, antes de que sea demasiado tarde.
La puerta de mi habitación se abrió de repente, y volteamos al mismo tiempo para entender qué estaba pasando. Era él, Emir.
—¿Puedes dejarnos solos?— pidió, y Gül se puso de pie.
—Por supuesto que sí— contestó y volvió a mirarme— estaré en mi habitación, Bahar. Te veré en la cena.
Asentí.
Gül salió, y desde que ella cerró la puerta, se me terminaron los segundos de paz. La voz de ese infeliz me provocaba ira, molestia, negatividad. Tanto así que no lo soportaba.
—Solo entré para decirte que he tomado una decisión con respecto a tus ingresos.
Introdujo la mano en el bolsillo de su pantalón y de ahí sacó una de mis tarjetas y luego una pequeña tijera metálica.
Abrí los ojos de par en par, el cólera se había activado en mi sistema nervioso. Quería abalanzarme sobre su persona y golpearlo por atrevido y controlador.
—¡¿Qué demonios crees que haces?!— me levanté.
—Te lo advertí pero tú no me quisiste escuchar.
La tranquilidad con la que se expresaba era como si estuviera demostrando que yo era la mujer explosiva y que él solo era un esposo abnegado que solo buscaba mi bienestar. La realidad era que solo le importaban las apariencias y ser para mis tíos el hombre que podía controlar a su esposa.
—No te atrevas, Emir, te juro que si lo haces voy a hacer tu vida miserable.
Sonrió, y su expresión era despreocupada, como si restara importancia a mis palabras.
—Créeme que estar a tu lado de por sí ya es miserable. Nada de lo que hagas surtirá efecto. ¿Sabes? Yo puedo anular tu tarjeta sin hacer esto...
Y la cortó en dos en frente de mí, demostrándome que estaba por encima de mí y por encima de mis necesidades.
—Pero quería ver la expresión de tu cara— continuó— quería ver qué se siente que lo que planeaste en mi contra ahora se haya convertido en problema para tus ingresos. ¿Crees que me hiciste un daño gastando todo ese dinero?
—Eres un malnacido, Emir...
—Si supieras que no te hago un mal, al contrario. ¿Sabes por qué te controlo los gastos? Ni siquiera es porque me importe que gastes tu dinero, es porque te estoy salvando de lo que puedan pensar tus tíos. ¿Sabes que estás viva es por qué tu madre siempre está al pendiente de ti? Si así no fuera, estuvieras muerta desde hace años.
Silencio, el coraje me impedía emitir palabras despectivas. Sabía que estaba a punto de colapsar, pero me contuve. Ese maldito infeliz me las iba a pagar.
—Tu madre me dijo que no te estás tomando los medicamentos para controlar tu locura— reveló— creo que los días de tranquilidad se terminaron.
—No me los tomaré, no voy a vivir drogada todos los días.
—Tendrás que tomarlos si quieres de regreso tu tarjeta. No podemos arriesgarnos a tus arranques de ira. Pronto tus tíos van a saber del desbalance cerebral que tienes si no tomas los medicamentos para la depresión. Al final, si no lo haces, serás tú la que saldrá perdiendo.
—Te odio, maldito, cada día rezo por ti para que la desgracia te persiga. Algún día, lo prometo, estarás tan acabado que hasta un renacuajo valdrá más que tú en la sociedad.
—No le doy relevancia a tus palabras porque no estás bien de la cabeza, Bahar. Nunca has podido superar la muerte de tu hija, eres tan débil de mente. ¿Aún así crees que puedes manejarme a tu antojo?
—¿Cómo te atreves a mencionar a mi bebé en esta conversación? No eres quien para hablar de ella. Estás sobrepasando tus límites.
—Y no solo eso— prosiguió— me culpas porque te fui infiel, pero ambos sabemos que había una gran probabilidad de que el bebé que estabas esperando no fuera mío.
Me tensé.
—Deberías agradecerme porque aún teniendo la facultad de ponerte en evidencia con tu familia, no lo hice, porque en el fondo te estimo. Cometí un error, fui infiel y te expuse, pero tú hiciste lo mismo y yo no te expuse ante tu familia. No puedes odiarme, deberías agradecerme. Me iré, espero que lo pienses bien, porque, aunque te estime, si decides conspirar en mi contra, la vas a pagar caro.
—¡Maldición!
Grité, enfurecida, cuando él salió, me encaminé hasta la mesa, y mis manos se abalanzaron sobre esos pequeños productos cosméticos y los tiré al suelo. Grité fuerte, como si mi vida dependiera de ello. Apreté los dientes y tensioné la mano en un puño y sin pensarlo, golpeé el espejo. Sentí como cada parte de mi piel fue embestida por los pedazos de cristales, pero eso no me bastó
no me dolió, al contrario. Al parecer la ira me había invadido de tal manera en la que el dolor físico fue silenciado.
Emir Evliyaoglu me ganó nuevamente en mis narices porque él tenía el control. No importaba si me esforzaba, ni mi inteligencia, ni mi maldad, habia algo que yo no tenía y era el maldito control. Odié en ese momento sentirme tan vulnerable, odiaba mis limitaciones.
Ahora como iba a ejecutar mis planes, ¿Como iba a pagarle a Ozgur para que se deshiciera de sirvienta?
Mi puño estaba destrozado y mi reflejo en el espejo distorsionado. No podía negar que aveces me desesperaba, y la pregunta de qué pasaría si Emir estuviera muerto quería ganar y despertar el monstruo que estaba escondido en mí, qué pasaría si por fin yo hubiera sido libre y le hubiera otorgado la fuerza de ser imparable aquella bestia que moraba en mi interior.
¿Podría yo tener el poder si decidiera matarlos a todos con mis propias manos?
Pensé.
No, porque los hijos de los ancianos eran poderosos. Tenía que contar con mi hermano Murad para derribarlos uno por uno. Si Murad le quitaba el puesto a Evliyaouglu me otorgaría el control y el poder y además la protección.
El me aconsejó que debía tener paciencia sin embargo no era fácil ser paciente cuando estaba reprimida. La cantidad de ira reprimida iba acabar con la poca estabilidad que tenía, estaba temblando, me despoje del velo y dejé caer levemente mi cabello enmarañado por los esfuerzos que hice.
¡Por Dios!
¡No me conocía, maldición! Abrí lentamente la puerta, necesitaba aire, necesitaba salir, me encontraba en un estado aturdido. Mi visión estaba borrosa, tanto así, que tuve que sostenerme de las barandillas del pardillo. Mi respiración fallaba y mis pulmones ardieron como si estuvieran navegando en pequeñas porciones de azufre.
No pude mantenerme de pie por mucho tiempo y mi cabello cubrió mi vista.Empecé a respirar forzadamente, la disnea había invadido mi pecho y este dolia cada vez que intentaba tomar el aire. Mi mano sangraba mucho, tanto que el puño cerrado se encontraba navegando en un pequeno charco.
Escuché unos pasos provenientes de la escalera y cada vez se escuchaban mas de cerca.
—¡Señora! ¿Esta bien?
—¡No me toques!— asevere, cuando sus manos temblorosas tomaron mi puño cerrado para verlo.
—¡Dios mío! ¿Por qué se hizo eso?
La voz de Polina se escuchaba preocupada.
—¡No es de tu incumbencia!— ahogue un jadeo sofocado— ¡ya déjame en paz!
Me levanté, con dificultad, cuando mi respiración volvió a normalizarse. Ella se quedó en el suelo de rodillas y no se levantó cuando mi imponente figura volvió a tener esa seguridad que la caracterizaba. Me miró desde abajo y tragó saliva. Ni siquiera pensó en volver a tocarme así que carraspee.
—Si vas a estar aquí procura hacer oídos sordos a lo que suceda aquí— le advertí— no pienso ser condescendiente contigo ni con nadie.
Se levantó, lentamente con inseguridad.
—No planeaba hacerlo— respondió a mi ataque— solo quería ayudarla... No se ve bien.
—Estoy mejor que nunca, no necesito tu hospitalidad— fingí una fría sonrisa—. ¡Fuera de mi camino y de mi vista! Encuentra algo que hacer, limpia para eso se te paga, linda.
—¿Por... Por qué me trata de esa manera, yo a usted no le he hecho nada.
—¡Niña, no es personal, pero quiero que desaparezcas de mi vista!
El chasquido continuó de mis dedos la distrajeron así que le grité nuevamente.
—¡Fuera de camino!
Saltó en respuesta. Ella no era de fiar aunque sabía que Mónica no le había dicho nada, no iba a comprometer ni a exponer a su bebé contra la ira. Ese secreto era demasiado delicado, suponía que guardar un secreto de esa magnitud era un riesgo que ella no estaba dispuesta a correr con su hija.
(...)
Entré a la habitación de mi madre, y tiré bruscamente del brazo de Polina para que hiciera las maletas de mi madre.
—¡Empaca!— señalé— si sabes lo que te conviene, haz lo que te digo.
Le dije, cuando la vi dudosa. ¿A donde se hubiera ido la chica buena que quería ayudarme anteriormente?
—Se-señora... Yo... No puedo— se negó— no me obligué hacer algo de lo que me pueda arrepentir.
Reí como una desquiciada.
—Yo soy la señora de esta casa, Melek solo es una arrimada aquí, te lo estoy explicando porque al parecer no lo tienes claro.
Tragó saliva nerviosa.
—¡Muévete! ¡Si no lo haces considerate despedida, niña tonta!
Tiré las maletas al suelo y la chica, dudosa se bajó a la altura de mis pies para abrirla y que le diera acceso.
—Quince minutos — dije —te doy quince minutos para que las valijas estén listas y fuera de esta casa. ¿¡Entendiste?!
—S-si.
—Ah, y dile a tu madre que la quiero aquí mañana, no me importa si se cae a pedazos. Dile que tenemos que hablar como dos personas civilizadas.
—Por supuesto, señora.
Me retiré de la habitación de mi madre y me encaminé hacia fuera buscando aire que respirar.Las lágrimas de ira y rabia brotaron de mis ojos, no podía controlarme. Pero era suficiente, maldición, estaba cansada de sufrir, ya era hora de vengarme.
Esa noche era hora de sacar mi nueva motocicleta a pasear, nadie iba a pararme, y si lo intentaban me los llevaría por delante.
No me dolió, al contrario. Al parecer, la ira me había invadido de tal manera en la que el dolor físico fue silenciado.
Emir Evliyaoglu me ganó nuevamente delante de mis narices porque él tenía el control. No importaba si me esforzaba, ni mi inteligencia, ni mi maldad, había algo que yo no tenía y era el maldito control. Odié en ese momento sentirme tan vulnerable, odiaba mis limitaciones.
Ahora, ¿cómo iba a ejecutar mis planes? ¿Cómo iba a pagarle a Ozgur para que se deshiciera de la sirvienta?
Mi puño estaba destrozado y mi reflejo en el espejo distorsionado. No podía negar que a veces me desesperaba, y la pregunta de qué pasaría si Emir estuviera muerto quería ganar y despertar el monstruo que estaba escondido en mí, ¿qué pasaría si por fin yo hubiera sido libre y le hubiera otorgado la fuerza de ser imparable aquella bestia que moraba en mi interior?
¿Podría tener el poder si decidiera matarlod a todos?
La voz de Polina se escuchaba preocupada.
—¡No es de tu incumbencia!— ahogué un jadeo sofocado— ¡ya déjame en paz!
Me levanté, con dificultad, cuando mi respiración volvió a normalizarse. Ella se quedó en el suelo de rodillas y no se levantó cuando mi imponente figura volvió a tener esa seguridad que la caracterizaba. Me miró desde abajo y tragó saliva. Ni siquiera pensó en volver a tocarme así que carraspeé.
—Si vas a estar aquí, procura hacer oídos sordos a lo que suceda aquí— le advertí— no pienso ser condescendiente contigo ni con nadie.
Se levantó, lentamente con inseguridad.
—No planeaba hacerlo— respondió a mi ataque— solo quería ayudarla... No se ve bien.
—Estoy mejor que nunca, no necesito tu hospitalidad— fingí una fría sonrisa—. ¡Fuera de mi camino y de mi vista! Encuentra algo que hacer, limpia, para eso se te paga, linda.
—¿Por... Por qué me trata de esa manera, yo a usted no le he hecho nada.
—¡Niña, no es personal, pero quiero que desaparezcas de mi vista!
El chasquido continuó de mis dedos la distrajeron, así que le grité nuevamente.
—¡Fuera de camino!
Saltó en respuesta. Ella no era de fiar, aunque sabía que Mónica no le había dicho nada, no iba a comprometer ni a exponer a su bebé contra la ira. Ese secreto era demasiado delicado, suponía que guardar un secreto de esa magnitud era un riesgo que ella no estaba dispuesta a correr con su hija....
Entré a la habitación de mi madre, y tiré bruscamente del brazo de Polina para que hiciera las maletas de mi madre.
—¡Empaca!— señalé— si sabes lo que te conviene, haz lo que te digo.
Le dije, cuando la vi dudosa. ¿Adónde se había ido la chica buena que quería ayudarme anteriormente?
—Se-señora... Yo... No puedo— se negó— no me obligué hacer algo de lo que me pueda arrepentir.
Reí como una desquiciada.
—Yo soy la señora de esta casa, Melek solo es una arrimada aquí, te lo estoy explicando porque al parecer no lo tienes claro.
Tragó saliva nerviosa.
—¡Muévete! ¡Si no lo haces considerate despedida, niña tonta!
Tiré las maletas al suelo y la chica, dudosa se bajó a la altura de mis pies para abrirlas y que le diera acceso.
—Quince minutos — dije— te doy quince minutos para que las valijas estén listas y fuera de esta casa. ¿¡Entendiste?!
—S-si.
—Ah, y dile a tu madre que la quiero aquí mañana, no me importa si se cae a pedazos. Dile que tenemos que hablar como dos personas civilizadas.
—Por supuesto, señora.
Me retiré de la habitación de mi madre y me encaminé hacia fuera buscando aire que respirar.Las lágrimas de ira y rabia brotaron de mis ojos, no podía controlarme. Pero era suficiente, maldición, estaba cansada de sufrir, ya era hora de vengarme.
Esa noche era hora de sacar mi nueva motocicleta a pasear, nadie iba a pararme, y si lo intentaban me los llevaría por delante.