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Últimas palabras

Pantheon.

En los principios de la existencia, solo existía el abismal espacio y con la llegada de los primeros seres sapientes, su llegada fue inevitable. Los aspectos tomaron vida y sus fuerzas crecieron entre los mortales, pero... No es momento para aquella historia. El dolor me inundaba, aun así la sangre me hervía y encarando el golpe lo recibí de pie, y concluyó arrancándome un diente y regresándome al suelo incapaz de moverme por el abismal dolor que me cernía, pero entre nosotros su insensible voz concluyó mi tortura.

—Eres un fiasco, Issei, ¿cómo es posible que hayas parado a un débil hombre?... Aun así, eres lo suficientemente terco para mínimamente recibir el daño como un guerrero y no retroceder —fue únicamente seria ante la presencia de los cuatro—. Ponte de pie y ve con tu padre.

Aquella petición fue lo único que me hizo levantarme. El dolor decorado por múltiples armas que vieron campos de batalla honorables y llenos de gloria, adornaban alrededor, pero aun así la sangre era lo más predominante en el suelo en el que me apoyaba. No esperé su próximo grito y únicamente tomé entre mis manos mi diente, antes de siquiera abandonar el lugar en represalia.

Mi avance fue torpe. Mis huesos estaban débiles y la razón de haber aguantado la descomunal repetición de golpes, tan fríos y seguidos, pero aunque no fueron capaces de hacer sucumbir la dureza de mis huesos, en el único punto en que sucumbió el calcio fue aquel golpe que me sacó el diente, pero me sentía orgulloso de mi voluntad. No caería sin dar la cara aunque sea para morir decapitado.

Cada paso aguantaba mi destino y cuando abrí la puerta, él se presentó frente a mí como lo opuesto a aquel momento. Entré a sus aposentos con la decencia de cerrar la puerta tras mi espalda. Su vista de hombre débil por la enfermedad que lo mataba poco a poco, se ocultaba en una sonrisa de sentimientos puros como en sus actos.

Descansando de rodillas frente a él, no había algún cambio en mí hasta que su mano descansó en mi cabeza y con ello su delicada voz se produjo con debilidad, pero siendo lo suficientemente fuerte para oírla.

—Por lo que veo, tu entrenamiento fue mayor que el de tus hermanos —su voz ayudó a reducir la tensión presente, perteneciente al estilo más clásico oriental—.

Con el término de sus palabras, levanté la cabeza e instintivamente sonreí. Tras unos segundos, escuché una pequeña carcajada de su parte al ver el hueco que se encontraba entre los demás dientes que aún se mantenían adheridos a mi boca. Ciertamente, no esperé otra palabra de su parte, pero aun así fue así.

—Siempre tan sonriente, promete una cosa, Issei... Nunca dejes de sonreír, nunca importe la situación, incluso si está perdida. Nunca desvanezcas tu sonrisa, mantente firme. Además, sé comprensible con tu madre. Ella solo quiere lo mejor para ti y tus hermanos. No pienses que ella te odia o que no le importas. Ella te ama como ama a Takeshi o Hanako. Pero, ¿por qué no hacemos algo en lo que nos desenvolvemos mejor que tu madre y hermanos? —recomendó sin sustituir su sonrisa en lo más mínimo—.

Con aquella petición, solo me alegré y abandonando esa tranquilidad, busqué en la habitación. Al encontrarlo, se lo llevé. Vi cómo se levantaba de forma débil y, extendiendo el bastón, lo tomó entre sus débiles manos. Estaba emocionado y eso me extasiaba. No lo esperé y corrí como si los golpes que habría recibido nunca hubieran sucedido. Corrí entre los pasillos de madera en dirección a un cuarto en específico y, al entrar, encendí la luz y saqué diversas cosas de distintos cajones. Al dejarlas juntas sobre una mesa, esperé y él llegó caminando como un espectro débil, arrastrando los pies por el suelo. Sin más espera, empezamos. La masa se juntaba con sus demás ingredientes, mientras mis pequeñas manos amasaban e integraban los ingredientes entre sí como en un baile torpe y continuo. Cuando la masa estuvo lista, la dejamos reposar y, cuando se pudo volver a moldear, terminé los toques finales.

El pay aún crudo entre mis manos fue puesto en el horno por mi padre, quien sin tardar encendió la leña y permitió que ardiera con fuerza.

Con el paso de los minutos, tomé los guantes para cocinar y metí los brazos, sacando el pay terminado, y sin tardar más lo dejé en la mesa para que se asentara. Mientras lo hacía, volví con mi padre, que había salido de la habitación y ahora reposaba en el suelo. Frente a su mirada, el cielo se proyectaba con hermosura y ese toque celestial. Acercándome, me senté a su lado para admirar juntos la belleza que descansaba frente a nuestros ojos. Girando a verlo, él hizo lo mismo para sonreír y hablar.

—Hijo, hace muchos años, mi padre, tu abuelo, me hablaba sobre muchas leyendas, de dioses y muchos seres más, que viajaban por el mundo, pero había algo en especial y esos eran los aspectos y su hogar, el monte Targon, donde habitaban estos, por así decirlo, dioses que rigen un aspecto, como el sol, la luna y la guerra. Tu abuelo decía que si eras elegido por alguna de estas deidades, se te estaría dando una de las mayores fuerzas como honores, pero tu abuelo hablaba únicamente de uno. . . Pantheon, el aspecto de la guerra o como también le decían, El artesano de la guerra. Decían que caía como un meteorito encandecido desde los cielos a la batalla, nunca le tuvo miedo a nada y jamás lo tendría —habló con nostalgia por aquellos recuerdos que refrescaban su mente de palabras dichas hace muchos años—. Creo que el pay ya está listo, ¿por qué no vamos a comer un poco?

Propuso y yo simplemente asentía, así ambos nos levantamos y fuimos a por lo que habríamos hecho.

. . .

La sonrisa no desaparecía, mis músculos estaban trabados, únicamente dejando esa expresión que no importaba qué hiciera, se mantenía igual. Las lágrimas goteaban de mis ojos para deslizarse por mis mejillas antes de caer al suelo.

Todos guardaban sus respectivos silencios por respeto, sin embargo. . . Ellos lloraban, sacando todo su dolor por la muerte de papá. No aguantaba un segundo más, me fui y mientras me alejaba, cubrí mi cara. No deseaba que me vieran, pero solo seguí sonriendo por su promesa. No tardé en perderme en el profundo bosque y descansar mi cabeza entre mis piernas.

Me desahogaba con mi simple llanto interminable, pero entre eso noté algo, no supe qué era en su instante, pero cada vez que dejaba de llorar y de lagrimear, se proyectaba en mis ojos una gigantesca montaña que se alzaba hacia los cielos y cuya punta señalaba el abismal espacio. Por mi pequeña mente exclusivamente cruzó un lugar, el cual no desistí a pronunciar en voz alta.

—El monte Targon —pronuncié con incredulidad a la gigantesca malformación natural que era el hogar de los aspectos—.

Pero cuando su nombre fue pronunciado por mis palabras vagas, su punta brilló en un intenso dorado que iluminó el vasto océano de nubes amenazantes, que sucumbiría a una feroz tormenta que azotaría este paraje con fuerza. Aun así, sentía su llamado y me pedía que lo escalara, me lo suplicaba. No sabía por qué sentía aquella necesidad, pero no la podía ignorar. Sin embargo, su brillo comenzó a desvanecerse hasta que murió en silencio bajo mi mirada. Ciertamente recordándome lo sucedido con la ida de mi padre hace pocas horas.

Decidí irme con la lengua en el paladar antes de la tormenta que ya habría comenzado. Cuando mis pies volvieron al piso de mi hogar, escuché sus débiles llantos. No decidí consolarlos, no decidí hacer nada por ellos. Simplemente continué con mi camino adentrándome en el último lugar que me ayudaría a desahogarme. Su habitación estaba completamente limpia, no quedaba algún rastro de su presencia, estaba como nuevo.

Me senté en el piso, tomé la posición del bosque y me quedé ahí, en la absoluta oscuridad de mi intranquilidad. Como mi soledad, no quería saber nada y solo quería recordarlo, su sonrisa y su afecto, algo que jamás tendré de nuevo y lo único que conservaba eran mis más profundos y agudos recuerdos.

Los años fueron pasajeros, y mi soledad me acompañaba cada día sin tardanza. Mis hermanos se habían ido de casa a la ciudad, no me despedí de ellos y me mantuve apático contra ellos. Mi madre había envejecido y lamentablemente había perdido su brazo izquierdo. Su estado mental empeoró y tuve que evitar que se suicidara más de una vez. Sin embargo, estaba cansado, pero cada vez que curaba sus heridas, la veía a la cara para únicamente sonreírle.

No importaba cuántas veces tomara la aguja y el hilo, estaba completamente dispuesto para curarla. Durante el tiempo que la dejaba, horneaba cualquier postre. Cuando comía, lloraba y eso se debía a que recordaba a mi padre por cada pedazo que comía, y yo era igual.

Estaba recogiendo la ropa, todo estaba seco y sonriente. Terminé, aun así noté a un hombre acercarse desde el horizonte. Apenas lo podía ver con claridad, pero cada paso que daba me dejaba verlo mejor. Era un hombre que aproximaba los 70, con un bigote arreglado, su cabello blanquecino y finamente arreglado adornaba su traje negro. Al verlo, levanté la mano y, acto seguido, él levantó la suya en donde su bastón se sostenía.

Le habría servido un poco de té. Mi madre hablaba con él sin saber que escuchaba atentamente cada palabra que se decían. Hablaban de cosas paganas... Hasta que llegaron a un tema en el cual mi atención se proyectó.

—Es momento de hablar del porqué estoy aquí. Mis colegas me hablaron y comentaron sobre un individuo conocido como Aatrox que ha estado deambulando por la parte norte del monte Targon, enfocado en masacrar a las tribus bárbaras de las zonas. Por lo que ha hecho, le comenzaron a decir el dios asesino, por eso estoy aquí —comentó y aclaró sus razones para estar en ese mismo momento ahí—.

—Dalias, sabes que abandoné ese mundo, lo hice por él y le prometí que jamás tomarías mis armas de nuevo —atentó contra la propuesta de su conocido, declinando por sus razones propias—.

—Quiero que perdones mis palabras, pero, ¿estás dispuesta a dejar morir a tantas personas, mujeres, niños y ancianos? ¿Deseas cargar con toda esa muerte tras tu espalda? Será la última vez que tomes tus armas y cuando termines dándole muerte a Aatrox, podrás descansar... ¿O acaso deseas que tu hijo tome la espada por el mismo y vaya a combatir contra el dios asesino? —su pausa impertinente terminó con un comentario que causó rabia—.

—Atrévete a incluir a mi hijo en una vida de muerte y lo último que estará en tu garganta será mi espada, te lo juro, Dalias —amenazó con gravedad y sin desistir de su decisión—.

Estaba completamente incrédulo. Era la primera vez que escuchaba a mi madre hablar de aquella manera, pero no decidí alejarme y quise seguir escuchando su conversación.

—Él o tú, mi amiga, decide —habló sin temer a las consecuencias que terminarían con aquellas simples palabras—.

Hubo un abismal silencio. No sabía qué sucedería, pero una respiración se comenzó a hacer más fuerte y luego se comenzó a desvanecer. Entre el silencio que quedó, escuché su respuesta.

—Aceptó.