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EL OSCURO DESIGNIO (14)

Una de las mujeres que le fueron presentadas era Jeanne Jugan. Piscator mencionó que en sus tiempos había sido sirvienta en su Francia nativa pero que se había convertido en una de las fundadoras de la orden religiosa Católica Romana de las Hermanitas de los Pobres, que se estableció en 1839 en Bretaña.

Yo soy su discípula dijo Jugan, señalando con la cabeza a Piscator. Jill enarcó las cejas.

¡Oh! No tuvo posibilidad de proseguir la conversación. Piscator la llamó a otro lado con un ligero toque en su codo.

Puedes hablar más tarde con ella.

Jill se preguntó a que religión, secta o disciplina mental en particular pertenecía Piscator. No era miembro de la Iglesia de la Segunda Oportunidad. Estos llevaban siempre el emblema de una vértebra en espiral de un pez cornudo o su reproducción en madera colgando de su cuello con un cordón.

Sin embargo, la siguiente persona a la que conoció sí llevaba este emblema, tres, de hecho, indicando que era un obispo. Samuelo, bajo, de piel muy oscura y rostro de halcón, había nacido en algún momento en mitad del siglo II después de Cristo. Había sido un rabino de la comunidad judía de Nehardea en Babilonia. Según Piscator, había sido famoso en su tiempo por su conocimiento de la ley tradicional y por algunas investigaciones científicas. Uno de sus logros había sido la compilación de un calendario del año hebreo. Su principal motivo de fama, sin embargo, estaba centrado en sus esfuerzos por ajustar la ley judía a la ley del país en que vivían los judíos de la Diáspora.

Su principio era: La ley del estado es la ley válida dijo Piscator.

Samuelo presentó a su esposa, Rahelo. Era aún más baja que él, aunque de piel no tan oscura, y tenía gruesos labios y rollizas piernas, pero un rostro de sorprendente sensualidad. Respondiendo a las preguntas de Jill, dijo que había nacido en el ghetto de Cracovia en el siglo XIV después de Cristo. Piscator le contaría más tarde a Jill que Rahelo había sido raptada por un noble polaco que la había mantenido prisionera por un año en su castillo. Cansado de ella, la había arrojado fuera, aunque no sin darle antes una bolsa de monedas de oro. Su esposo la había matado a causa de que no había tenido la valentía de suicidarse para lavar su deshonor.

Samuelo envió corriendo a Rahelo varias veces a buscarle un vaso de un bol lleno con jugo de flores no alcohólico. También le hizo un gesto para que le encendiera su puro. Ella obedeció rápidamente y luego volvió a adoptar su posición tras él.

Jill sintió deseos de patear a Rahelo por aceptar sin protestas su antigua degradación y a Samuelo por su antigua complacencia. Podía visualizarlo en sus plegarias, dándole gracias a Dios por no haber nacido mujer.

Más tarde, Piscator le dijo:

Estabas furiosa con el obispo y su esposa. Ella no le preguntó cómo lo sabía. Dijo:

Debe haber sido una tremenda impresión para él despertarse aquí y descubrir que no era uno de los elegidos de Dios Que todo el mundo, adoradores de ídolos, caníbales, comedores de cerdo, perros infieles no circuncisos, todos eran hijos de Dios, todos estaban aquí, todos habían sido elegidos.

Todos nos sentimos tremendamente impresionados dijo Piscator. Y aterrados. ¿Tú no?

Ella se lo quedó mirando por un momento, luego se echó a reír y dijo:

Por supuesto. Yo era atea, y sigo siéndolo. Estaba segura de que tan sólo era un montón de carne que se convertiría a mi muerte en un montón de polvo. Y me encontré con esto. Me sentí terriblemente asustada cuando me desperté aquí. Pero al mismo tiempo, bueno, no al principio sino un poco después, me sentí aliviada. Así que, pensé, esta es la vida eterna. Luego, más tarde, vi tales cosas extrañas, y me di cuenta de que nos hallamos en un lugar tan extraño, nada parecido al cielo ni al infierno, ya sabes...

Lo sé dijo él. Sonrió. Me pregunto lo que pensó Samuelo cuando vio que los goyim no circuncidados de la Tierra resucitaban aquí sin sus prepucios. Eso debió resultarle tan desconcertante como el hecho de que a los hombres ya no volviera a crecerles la barba. Por una parte, Dios realizó un briss sobre todos los gentiles que lo necesitaban, de modo que tenía que ser un dios judío. Por otra parte, un hombre ya no podía seguir llevando la barba que Dios le exigía, así que seguramente no podía ser un dios judío.

»Fueron, y son, estas cosas las que hubieran debido y deberían cambiar nuestras formas de pensar dijo Piscator.

Se acercó a ella, mirándola con sus ojos marrón oscuro ocultos entre hendiduras de carne.

Los de la Segunda Oportunidad tienen algunas excelentes ideas acerca del porqué hemos sido arrancados de la muerte y del quién lo ha hecho. No están muy equivocados respecto al camino, o caminos, que uno debe tomar para alcanzar su destino. Un destino que la humanidad desea y cuya puerta de acceso nos ha sido abierta por nuestros desconocidos benefactores. Pero exactitud quiere decir rigurosidad. La inexacta Iglesia se ha desviado del camino principal o, podríamos decir, del único camino. Lo cual no quiere decir que no haya más que un solo camino.

¿De qué estás hablando? dijo ella. Suenas tan raro como los de la Segunda

Oportunidad.

Volveremos sobre ello... si es que quieres volver sobre ello dijo él. Se disculpó y se dirigió hacia la gran mesa, donde se puso a hablar con un hombre que acababa de entrar.

Jill se dirigió insensiblemente hacia Jeanne Jugan, con la pretensión de preguntarle qué quería decir al calificarse a si misma como discípula de Piscator. De Bergerac, sin embargo, le cortó el paso. Ahora sonreía ampliamente.

¡Oh, Miz Gulbirra! Debo pedirte nuevamente perdón por aquel infortunado incidente. Fue el licor lo que me hizo comportarme de forma tan imperdonable, aunque espero que mi comportamiento sí sea perdonable, por bárbaro que te pareciera. Raramente bebo más de una o dos onzas, puesto que abomino el embotamiento de mis sentidos. El alcohol lo convierte a uno en un cerdo, y yo no adoro particularmente a ese animal, aunque me encante bien cortado a lonchas y frito en una sartén o asado en un espetón. Pero esa noche estábamos pescando...

No vi ningún equipo de pesca dijo ella.

Estaba al otro lado de la piedra de cilindros. Y la bruma era densa, ¿recuerdas, mademoiselle?

Miz.

Y empezamos a hablar de cosas de la Tierra, de lugares, de gente a la que habíamos conocido, de amigos que habían terminado mal, de niños que habían muerto, de nuestros padres que no nos comprendían, de nuestros enemigos, del porqué estábamos aquí, y de todas esas cosas, ¿comprendes? Empecé a sentirme deprimido, pensando en todo lo que hubiera podido ser en la Tierra, especialmente en todo lo que mi prima Madeleine y yo hubiéramos podido hacer si yo hubiera sido más maduro o no hubiera sido tan ingenuo por aquella época. Y de ese modo...

Te emborrachaste dijo ella, el rostro grave.

Y te ofendí, Miz, aunque te juro que estaba convencido de que no eras una mujer. La bruma, esas ropas informes, mi propia insensatez...

Olvídalo dijo ella. Sólo que... creí que nunca me perdonarías el haber sido derrotado por una mujer ante terceros. Tu ego...

¡Por favor, no caigas en los estereotipos! gritó Cyrano.

Tienes razón dijo Jill. Odio caer en ellos, y no hago otra cosa durante todo el tiempo. Sin embargo... la mayoría de la gente vive inmersa en estereotipos, ¿no?

Permanecieron allí, hablado durante un rato. Jill sorbió la pasión púrpura, sintiendo que sus entrañas iban caldeándose lentamente. Los humos de marijuana se hacían más densos, y ella colaboraba a esa densidad dando largas chupadas al porro que ardía entre sus dedos. Las voces se hacían más fuertes, y había muchas más risas. Algunas parejas estaban bailando ahora, sus brazos rodeando el cuello del otro, moviéndose lánguidamente al compás de la música.

Piscator y Jugan parecían ser los únicos que no estaban bebiendo. Piscator estaba fumando ahora un cigarrillo, el primero, pensó Jill, que había encendido desde que ella entrara.

La combinación del licor y el porro habían formado un agradable halo a su alrededor. Tuvo la impresión como si su cuerpo estuviera irradiando una luz rojiza. Las nubes de humo estaban adquiriendo casi corporeidad. A veces, por el rabillo del ojo, creía tener el atisbo de una forma precisa, un dragón, un pez humo, incluso, en una ocasión, un dirigible. Pero cuando volvía su cabeza hacia ella, sólo podía ver masas amorfas.

Cuando vio una bañera metálica flotar hacia un lado, supo que ya era suficiente. No más alcohol ni hierba el resto de la noche. La razón de la aparición de la bañera era evidente, puesto que Cyrano había estado hablándole del crimen y su represión en la Francia de su época. Un reo, por ejemplo, era atado a una enorme rueda. Entonces el verdugo rompía sus brazos y sus piernas con una barra de hierro, a veces reduciéndolos a pura pulpa. Los criminales ejecutados eran colgados de cadenas en las plazas públicas y dejados allí hasta que sus cadáveres se pudrían y caían de las cadenas. A otros se les extraían las entrañas y éstas eran exhibidas en grandes bañeras en lugares públicos para que los ciudadanos recordaran claramente lo que les ocurría a los transgresores de la ley.

Y en las calles las cloacas estaban a cielo abierto, Miz Gulbirra. No era extraño que aquellos que tenían dinero se empaparan en perfumes.

Yo creía que era porque apenas se bañaban.

Cierto dijo el francés. Quiero decir, cierto que no nos bañábamos a menudo. El baño era considerado como algo insalubre y no cristiano. Pero uno puede llegar a habituarse al olor de los cuerpos no lavados. Yo ni siquiera me daba cuenta de ello puesto que, como podríamos decir, estaba inmerso en el asunto, y tan inconsciente de él como un pez en el agua. Pero aquí, ¡hélas!, es distinto. Llevamos tan poca ropa encima y tenemos el agua tan a mano, y cuando uno encuentra a tanta gente que no puede soportar el olor de un cuerpo humano sin lavar llega a adquirir nuevos hábitos. Yo mismo, ahora, debo confesar que al principio no veía razón alguna para cambiar mis costumbres, pero después de algunos años encontré a una mujer de la que me enamoré casi tan apasionadamente como me había enamorado de mi prima. Se llamaba Olivia Langdon...

¿No te referirás a la esposa de San Clemens?

Oh, sí. Aunque naturalmente eso no significaba nada para mí cuando la conocí, y sigue sin tener ningún significado. Comprendí que él era un gran escritor del Nuevo Mundo... me hablaron mucho de todo lo que había ocurrido desde que yo morí en la Tierra... pero aquello no me preocupó demasiado. Olivia y yo vagabundeamos mucho por el Río, y repentinamente nos hallamos enfrentados a la clásica situación que teme tanta gente. Nos encontramos con el anterior esposo, el terrestre, de mi compañera de cabaña.

»Por aquel entonces, aunque yo seguía enamorado de ella, mi pasión se había enfriado un tanto. Cada uno de nosotros hacía cosas que irritaban, incluso exasperaban, al otro. Era algo normal. Es algo normal aquí, cuando un hombre y una mujer que proceden no sólo de distintas naciones sino también de distintos tiempos se unen. ¿Cómo puede una persona del siglo XVII congeniar con otra del siglo XIX? Bueno, a veces se producen excepciones, pero añadir diferencias temporales a las diferencias que existen ya naturalmente entre los individuos da origen a casos difíciles, a veces incluso irremediables.

»Livy y yo nos hallábamos Río arriba cuando oímos hablar del barco que estaba siendo construido. Yo había oído ya rumores acerca de un meteorito que había caído por allí, pero no sabía que era Sam Clemens quien se había hecho cargo de él. Deseaba convertirme en un miembro de la tripulación, y especialmente deseaba conseguir una espada de acero que poder esgrimir de nuevo.

»Y así, mi querida Miz Gulbirra, vinimos a este lugar. La impresión que recibió Sam fue por supuesto abrumadora. Sentí pena por él, durante un tiempo, y lamenté haber forzado ese reencuentro que no era sin embargo un reencuentro. Olivia no demostraba ninguna inclinación a abandonarme por Clemens, pese a que nuestra pasión ya no era lo que había sido. Se sentía culpable por no amarle ya. Lo cual era extraño, puesto que en la Tierra se habían amado profundamente.

»Pero se habían producido muchas fricciones, incluso auténticas hostilidades, entre ellos. Ella decía que cuando se hallaba en las últimas etapas de su enfermedad no deseaba ni siquiera verlo. Aquello le había dolido a él mucho, pero ella no había podido remediarlo. Le pregunté por qué en los últimos momentos ni siquiera le habla permitido entrar en su habitación de enferma. Ella respondió que no lo sabia. Quizá fuera debido a que su único hijo varón había muerto a causa de la negligencia de Sam. Una negligencia criminal, lo llamaba ella, aunque nunca había utilizado, ni siquiera pensado, esa palabra en la Tierra.

»Le dije que todo eso había ocurrido hacía mucho tiempo y en otro planeta. ¿Por qué alimentaba todavía en su pecho tanto resentimiento? ¿Acaso importaba aún? ¿Acaso el pequeño... he olvidado su nombre...?

Langdon dijo Jill.

¿... acaso el pequeño Langdon no había resucitado también de la muerte? Y ella dijo que tal vez sí, pero que ella nunca volvería a verlo. Había muerto a la edad de dos años, y nadie por debajo de los cinco años había sido resucitado, no al menos allí. Quizá sí en otro mundo. En cualquier caso, aunque hubiera sido resucitado allí, ¿qué posibilidades tenía ella de encontrarlo de nuevo? Y aunque así fuera, ¿qué hubiera ocurrido? El habría crecido y sería un adulto ahora, ni siquiera la recordaría. Sería una extraña para él. Y sólo Dios sabía en qué tipo de hombre se habría convertido. Tal vez hubiera resucitado entre caníbales o indios primitivos americanos, y ni siquiera supiera hablar inglés o comportarse en la mesa.

Jill sonrió y dijo:

Eso suena a Mark Twain, y no a su esposa. Cyrano le devolvió la sonrisa y dijo:

Realmente ella no dijo eso. Soy yo quien ha refraseado sus palabras. Por supuesto, en sus sentimientos había mucho más que la muerte accidental de su hijo. En verdad, no puedo culpar a Clemens. Como un escritor que era, se mostraba muy distraído cuando

estaba rumiando una historia. Yo también soy así. No se dio cuenta de que las mantas que cubrían al bebé habían caído a un lado y que el frío aire estaba soplando directamente sobre el niño. Estaba conduciendo su caballo de forma automática por la nieve mientras su mente vagabundeaba por otro mundo... el de sus ficciones.

»Sin embargo, Olivia estaba convencida de que él no era tan distraído como pretendía. Insistía en que no podía ser cierto, en que una parte de su mente al menos hubiera debido observar la situación del bebé. El no deseaba realmente un hijo. Al contrario de la mayoría de los hombres, prefería las niñas. Además, el niño había estado enfermo desde su nacimiento, era una molestia. Para Sam, quiero decir.

Eso es algo a su favor dijo Jill. El que prefiriera las niñas quiero decir. Aunque, para ser honesta, supongo que resulta tan neurótico preferir las niñas que los niños. De todos modos, no tenía ese chauvinismo masculino...

Tienes que comprender dijo Cyrano que Olivia no era consciente de todas esas cosas durante su existencia terrestre. Al menos, eso es lo que ella decía, aunque sospecho que se había visto asaltada por tales pensamientos, se sintió avergonzada de ellos, y los relegó a lo más profundo y oscuro de su alma. Pero fue aquí, en este valle, cuando se convirtió en una adicta a masticar la soi-dísant, la llamada goma de los sueños, donde comprendió sus auténticos sentimientos.

»Y así, aunque seguía amando a Clemens, de una cierta manera empezó a odiarlo aún más.

¿Dejó de utilizar la goma de los sueños?

Sí. La trastornaba demasiado. Aunque de tanto en tanto tenía algunas visiones extáticas o fantásticas, las experiencias horribles eran demasiado numerosas.

Hubiera debido seguir con ello dijo Jill. Pero bajo un control adecuado. Sin embargo...

¿Sí?

Jill frunció los labios, luego dijo:

Quizá yo sea la menos adecuada para efectuar un juicio crítico. Yo dispuse de un guru, una hermosa mujer, la mujer más sabia y mejor que haya tenido nunca, pero que no pudo evitar el que me metiera de cabeza en... bien, no vale la pena entrar en ello.. fue demasiado... ¿desalentador? No, aterrador. Me acobardé. Así que no debería criticar a nadie, de ninguna de las maneras. He pensado en volver a tomarla de nuevo, pero no confío en el método de usarla que preconizan los de la Segunda Oportunidad, aunque proclamen que es una técnica excelente y completamente segura. No puedo confiar enteramente en una gente que tiene sus creencias religiosas.

Yo era un librepensador, un libertino, como decíamos en mi época dijo Cyrano. Pero ahora... no sé. Quizá después de todo exista Dios. De otro modo, ¿cómo explicar la existencia de este mundo?

Hay un montón de teorías dijo Jill. Y sin duda las habrás oído todas.

La mayor parte, como mínimo dijo Cyrano. Esperaba oír alguna nueva de ti.