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El robot que teje una red

3.1

 

El alba los alcanzó con el resplandor de la brisa de un nuevo día. Ni cuenta se dieron del transcurso del tiempo. Sin embargo, las condiciones climáticas anticipaban fuertes lluvias para el resto de la jornada. Nubarrones acompañaban al sol que apenas se alcanzaba a ver en lo alto de la montaña con forma de sapo. Tras caminar varias horas a vuelta de rueda, llegaron al poblado conocido como Icamole, lugar donde se alzaban modestas casitas de adobe, techadas con láminas oxidadas. Algunas viviendas tenían sus propios establos, aunque sin animales. Para Oliver era extraño ver un establo con semejante pulcritud cuando en la vida real apestaban y siempre había lodo por doquier.

Más allá del poblado, se alcanzaba a ver la continuación de la carretera Icamole, rumbo a las grutas de García. Según palabras de Hari, una vez ahí, necesitarían un par de horas para llegar a las Grutas. Oliver, agotado y sediento por la caminata, observó que el cielo comenzaba a despejarse revelando al astro rey en todo su esplendor. El perfil del anfibio encima del cerro adquirió un toque de misticismo mientras se convertía en el señor del valle y verdadero dueño de la región. Siendo el único en dar la bienvenida a los extraños. Oliver se restregó los ojos después de tropezar con una piedra, así se dio cuenta de lo embelesado que estaba con el cerro. Antes de los eventos desafortunados en su casa, solía mirarlo desde su habitación siempre que las condiciones atmosféricas y la contaminación del aire lo permitieran. Desde luego que no con la misma admiración. Al menos aquí el cielo se mantiene prolijo y no como en el mundo real donde las fábricas, que rodean a la ciudad, crearon un muro de polvo y humo.

Los robots y el niño avanzaron hacia un callejón ubicado a mano izquierda en medio de la carretera. Hari explicó que ese era el mejor atajo para llegar sin contratiempos al sitio donde se encuentra el portal. Además, ésta ruta era la única que el gigante robot desconocía. En el camino encontraron otra casita austera, de una habitación, situada en lo alto de una loma y flanqueada por una anacahuita. A petición del conejo robot decidieron pernoctar en la vivienda. Una vez adentro, Adam aprovechó para indagar sobre aquel autómata que perseguía con esmero al conejo.

Hari reveló que cuando intentaba salir del mundo virtual de los Histriónicos, apareció el robot guardián, encargado de custodiar la entrada al portal, y comenzó a atacarlo. Según sus palabras, la dimensión de los histriónicos es una cárcel para los robots. También lamentó que Oliver se encontrará atrapado en una zona donde abundan los cortos circuitos; un lugar donde predomina un aura de soledad y angustia. Lo cierto es que, para Oliver, la dimensión se tornaba surreal, como la interfaz de un videojuego, pero uno muy triste y desolado. Uno en el que, hasta el momento, no había presencia humana, más que la del propio niño.

—La única manera de salir del mundo virtual de los histriónicos, es atravesando la cascada, dentro se encuentra un manantial iridiscente. La luz que emana de él, es la que genera el portal. Así podré regresar a casa, con Emma — terminó de explicar, Hari. Las orejas del conejo se doblaron noventa grados.

—¿El manantial?, ¿luz iridiscente?, ¿un portal? — dedujo Adam más para sí mismo que para los demás —Suena como un videojuego.

—Es parecido a un set, una simulación — aclaró el conejo.

—No me agradan los videojuegos — confesó Oliver con un hilo de voz.

—Pues ahora estás en uno, amiguito— se burló Hari. Entonces caminó hacia a una pequeña mesita de madera al fondo del único cuarto de la casita.

De repente, Adam se plantó frente al conejo impidiéndole el paso.

—¿Estás seguro de que el gigante robot no sabe de este camino? — preguntó el robot víbora.

—Por supuesto — contestó el orejón.

—No creo que ese robot sea un tonto. Quizás espera el momento para atacar.

Oliver se removió nervioso en su lugar.

—Si Frado planea atacarme, lo hará en la cueva donde se encuentra el manantial y no aquí— corrigió Hari.

—¿Aceptas que el gigante nos tenderá una trampa? — cuestionó Adam.

—¡Escucha! Todo conlleva un riesgo. El que no arriesga, no avanza. Además, tengo un plan. Es solo una ruta la que estamos tomando, aún falta mucho para llegar a la cueva. Como dije, Frado no se moverá del portal, por lo que el camino es seguro.

—¿Existe otra ruta? — cuestionó Adam.

—No. Bueno no estoy seguro, es la única que conozco.

Adam maldijo y Oliver se sorprendió al verlo decepcionado.

—Y, ¿Dónde está el portal?, ¿Cómo lo encontramos? — cuestionó Oliver con su vocecita frágil, recargado en la anacahuita.

—En las grutas, ¿vez hacia allá? — apuntó Hari en dirección al Cerro del Sapo.

Oliver asintió.

—Tenemos mucho que recorrer — añadió el conejo robot.

—Entonces, Emma vive aquí, digo, en la ciudad de García — se aventuró a decir el chico más tarde, cuando el conejo robot reparaba la desgastada puerta de madera.

—No, ella vive en otra ciudad, al otro lado del charco. En sí no importa a donde me lleve el portal, una vez fuera puedo desplazarme a otro continente sin ningún problema — reveló Hari. Con ayuda de sus manos de metal, lanzó una esfera de luz directo a la bombilla para iluminar el pequeño cuarto.

—Entonces, ¿viajaron desde otro continente hasta la dimensión alterna en García? — continuó Adam mientras se acomodaba junto al chico, cerca de la puerta, por aquello de las reservas.

El conejo robot dejó lo que estaba haciendo para mirar al niño a los ojos. Esto incomodo a Oliver, pero su curiosidad pudo más que el miedo, así que le sostuvo la mirada. De vez en cuando, su atención se enfocaba en las telarañas ocultas en cada rincón de la vivienda, entre las sombras.

—No, antes de separarnos, nos encontrábamos en Noria de Ángeles — reveló Hari. En ese instante, Adam giró la cabeza en dirección al conejo robot.

—¿En este país? — preguntó Oliver.

—En Zacatecas — confirmó Hari.

—Zacatecas no es un país, sino un Estado de la República mexicana — aclaró Adam.

—¿Y porque se separaron? — preguntó el niño con voz afónica ignorando el comentario del robot víbora. Al hablar, sintió que la saliva le raspaba la garganta al forzar el tono de voz.

El conejo les reveló que hubo una explosión cuando intentaban escapar de sujetos armados. Aunque se limitó en los detalles importantes, si compartió que Emma y él estuvieron en medio de una balacera. Luego una central eléctrica explotó. Una cosa llevo a otra y se abrió el portal que los condujo a ésta dimensión. Hari recalcó que era la primera vez que visitaban Noria de Ángeles. En todo momento defendió a Emma, pues nunca fue su intensión que las cosas terminaran de esta manera.

—¿Qué tiene que ver la explosión de una central eléctrica con la apertura del portal? Ocultas demasiados detalles con la intención de confundir — aseveró Adam.

—Jamás te daré explicaciones — apuntó Hari (enérgico e impulsivo) con un dedo amenazador, aunque después soltó una carcajada.

«¿Un robot que se ríe?, ¿eso era posible?», se cuestionó Oliver.

La intervención de Adam tomó por sorpresa al niño, pues parecía muy interesado en la historia del conejo y la niña. Así, el cansancio le pasó factura. Comenzó a bostezar una y otra vez hasta que sus ojos se cerraron. No obstante, mientras luchaba por mantenerse despierto, una frase lo mantuvo en alerta: «Si estamos en el mundo de los Histriónicos, eso quiere decir que ni mamá ni papá se encuentran aquí, pero ¿Quién era el que estaba en el tren?».

—¡Eres un charlatán! — gritó Adam.

—Todo lo que digo es verdad. Si no confías en mí, puedes caminar por tu cuenta— respondió Hari encogiéndose de hombros.

El robot creado por el señor Tavares (padre de Oliver) no quedó satisfecho con la explicación del conejo, pero no había de otra si quería abandonar la dimensión. Decidió que por el momento trabajarían juntos, en lo que se le ocurría una mejor idea. Adam se trasladó hacia donde se encontraba dormido Oliver y se acomodó cerca del niño mientras Hari alejaba la mesita de madera (raída por las termitas y el paso del tiempo) para liberar espacio. 

—La era de la robótica no ha alcanzado su mayor esplendor, ¿Cómo es que pudieron crear una dimensión? — preguntó Adam sumergido en sus pensamientos que no se dio cuenta que lo dijo en voz alta.

El robot víbora reflexionó sobre los alcances de la tecnología y la informática; en objetos que se volvieron tan indispensables como un Smartphone o un iPhone o el auge de las redes sociales que roban toda la atención y la cordura de los humanos. En ese punto, no era rebuscado comparar las redes sociales con las dimensiones, ambas son mundos alternos, cuyo objetivo es vivir la vida deseada y no la real.

«Creo que seguimos sin estar preparados para una era tan avanzada», pensó, cabizbajo.

—¿Esa niña, Emma, de verdad se encuentra aquí? Me refiero a que si también ingreso al portal… — se aventuró Adam a preguntar.

—Entramos al mismo tiempo, pero nos separamos por accidente — interrumpió Hari.

—¿Es humana?

—Lo es. Fui creado con la misión de protegerla de los malvados, incluso si los malvados son humanos — sentenció el conejo robot.

—¿Quién te creó?

—Eso no es de tu incumbencia.

—¿Fuiste tú quien provocó la explosión en la central eléctrica?

El conejo robot guardó silencio.

—Parece que sí eres capaz de todo por la seguridad de Emma. Debe haber un error en tu programación — reflexionó Adam, aunque la idea un poder tan inmenso en manos de una niña significaba una sola cosa: la inminente destrucción.

Emma era muy pequeña para controlar sus impulsos, porque su cuerpo y su mente siguen en desarrollo. Si aún no tiene la edad legal para fumar, votar o vivir sola y sostenerse económicamente, ¿qué la hace confiable de tener un robot tan avanzado a su disposición? Si un adulto se enferma de poder, ¿no hará lo mismo una niña? Por supuesto que Hari no era cualquier robot, el histriónico poseía habilidades de exterminio e incluso por las características de los brazos, dedujo que podía convertirse en un arma de gran alcance en un conflicto bélico.

«Una guerra donde puedas mandar robots a enfrentarse a otros humanos, eso es lo que busca el creador de Hari. En cuanto regrese a casa, daré aviso al señor Tomás», reflexionó el robot víbora.

Entonces, decidió que vigilaría muy de cerca al conejo robot, en tanto conociera todos sus planes y hasta obtener más información de la pequeña Emma.

—En el mundo virtual nada es lo que parece, pero si lo que deseas — dijo Hari, entrada la noche.

—¿Qué?

—Aquí vives un anhelo, es decir, que haces realidad aquella frustración. El mundo virtual te deja vivir en el engaño y al mismo tiempo juega con tu mente tan solo para que te sientas bien. Así logra que nunca quieras abandonarlo. Es como una adicción. 

"Pero al mismo tiempo te hace recordar aquellas situaciones que te desgastan emocionalmente y que han impactado tu vida, tanto de manera positiva como negativa. Así como te ayuda, también te perjudica. De ahí que este lugar no sea apto en seres humanos de mente inestable".

—No puedo perder la cordura si soy un robot — aclaró Adam, altivo.

—Exacto. Contigo no, pero con él sí —apuntó el conejo en dirección al niño.

—¿Oliver?

Hari asintió.

Por lo que, viendo todo el panorama, Adam le propuso hacer un trato para juntos salir de la ciudad. Su intención era regresar a Oliver a su entorno a cualquier costo, incluso si eso significa hacer tratos con seres creados para la destrucción. Hari estuvo de acuerdo y acordaron que al día siguiente partirían rumbo a las Grutas.

—Ahora que ya hay confianza, ¿me dirás quién eres? — volvió a insistir el conejo robot.

Adam no tenía pensado responder, pero (ya que Oliver se encontraba dormido) decidió aclarar algunas dudas, aunque sin entrar en detalles. De este modo conseguiría que el conejo bajará la guardia.

El robot víbora comenzó relatando que la conexión a la interfaz de su cuerpo era de reciente creación; y, por lo tanto, limitada. Adam mintió afirmando que su programación no concluyó satisfactoriamente, por lo que desconocía detalles como: el nombre de su creador y su misión con los humanos. Si bien, había algo de verdad en su relato, lo cierto es que no era tan simple como aparentaba. También tenía sus secretos y contarlos sería devastador para el mismo Oliver. Su memoria y disco duro se formatearon de manera constante, de tal manera que no alcanzaba a procesar la información captada del entorno; y la que almacenaba, la olvidaba a los pocos minutos. Así que su origen era incierto, al igual que su futuro.

—No sé de donde soy — finalizó Adam. Y, en efecto, el robot desconocía su procedencia. Solo pequeños atisbos de una tormenta eléctrica llegaban a su interfaz. El robot víbora miró a su compañero humano y por un momento una imagen de tristeza apareció en sus registros. En la escena había un hombre joven que lloraba y gritaba con amargura mientras se recargaba delante de una pared oscura y fría. Entre sus reclamos se podía escuchar que culpaba a los demás de su desdicha y fracaso. Se decía así mismo que no merecía el hijo ingrato que Dios le dio, y a su esposa la consideraba una entrometida y mala mujer.

—Si no tienes a donde ir, Emma y yo te aceptaremos. Pese a todo, es una niña muy adorable. Se pondrá muy feliz si decides ser nuestro aliado — aseguró Hari; sus orejas cayeron hacia atrás revelando su lado amigable e inocente.

—¿Por qué resulta fácil entrar, pero muy difícil salir? — cuestionó el robot víbora.

—Por la misma razón que un alcohólico se aferra a la bebida y ya no consigue dejarla.

Adam sintió aquella afirmación demasiado personal, por lo que sintió el impulso de atacar al insolente robot. Sin embargo, alcanzó a frenar sus brazos listos para la ofensiva, pues no podía darse el lujo de perder su única fuente de conocimientos sobre el mundo virtual de los histriónicos. No por el momento.

«Ya llegará la oportunidad de ajustar cuentas, ingrato conejo», advirtió Adam en su mente.

—¡Bien, descansa niño, porque mañana nos espera un gran viaje! — advirtió Hari al niño que yacía dormido.