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El Hijo de Dios

¿Qué pasa cuando uno muere? Es una pregunta qué ha estado en mente de todos desde el inicio de los tiempos, pero la verdadera pregunta es: si lo supieras ¿Guardarías el secreto? ¿Lealtad y honor? ¿Amor a la patria? Hay muchas razones para pelear en una guerra, pero son pocas las verdaderas para entregar la vida. Esta es la historia del joven Gustavo Montes, un soldado del ejército Mexicano, que por querer tener una vida digna, para él y su familia, murió asesinado en batalla. Pero por fortuna o desgracia, viajó a otro mundo, uno lleno de criaturas misteriosas, magia y aventura. ¿Qué le deparará el destino?

JFL · Fantasy
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251 Chs

Una verdad no conocida

Se encontró cara a cara con Ollin al cruzar la salida. Le observó con curiosidad, y él le regresó la mirada, con desinterés.

—Las maldiciones son magia prohibida —dijo al dejarle avanzar—, no deberías usarlas a la ligera.

—No fue magia —dijo, sin volver la mirada—, no tuve que ver en su destrucción.

Ollin quiso indagar, pero prefirió callar, las cosas se estaban tornando demasiado complicadas, y tenía la sensación de que el joven humano se estaba volviendo una espada muy filosa envuelta en una vaina de papel.

Primius y Meriel se miraron, queriendo conocer si habían experimentado lo mismo a causa del vínculo conferido por el señor de ambos, y lo confirmaron al verse a los ojos, sin la necesidad de una sola palabra.

Xinia continuó alerta, nerviosa porque algo los atacase, pues, aunque tenía en su corazón la certeza de que no podrían hacerle ningún mal, esa maldita cosa que le había arrebatado a sus padres había vuelto a su mente para hacerle daño, para desconcentrarla y llenarla de miedo, y por mucho que deseara en negarlo, estaba teniendo éxito.

—Experimentaban con niños —dijo Gustavo de forma tan repentina que hizo que todos volvieran su atención a él. Su tono tranquilo y falto de emoción hizo más lúgubre el significado de sus palabras—, cosechaban el poder de sus núcleos para crear artilugios mágicos, o pociones que potenciaran sus propios poderes. Hicieron cosas que no quiero describir por respeto a las almas atormentadas de los fallecidos...

—Desgraciados —dijo Meriel, tocada por la injusticia de los que en su tiempo tomaron este lugar como hogar.

Xinia asintió, apretando el mango de su hacha.

—¿Cómo lo sabes? —inquirió Ollin.

—Es una buena pregunta, pero estoy seguro de que mi respuesta les será poco satisfactoria, pues, no lo sé. —Se adentraron al único pasillo presente, que parecía extenderse en una distancia imposible de calcular. Ni la propia luz de las águilas podía penetrar a más allá de cincuenta pasos—. Mi mente explota con conocimiento de lo nunca aprendido. Desde mi primer segundo de haber despertado experimenté recuerdos de una vida ajena a mí. Observé batallas tan intensas y feroces que los mismos cielos se cubrieron de sangre, bestias que solo podía catalogar de calamidades, y entidades humanoides que a ojos mortales solo podían describirse como dioses... Observé la vida y la muerte, y estoy harto, me abandonaron en la oscuridad. —Un gélido viento recorrió las espaldas de los presentes, inundando sus mentes con pensamientos deprimentes y fatídicos—. Pasé la vida en ella y lo odié con todo mi ser...

La muerte recorrió el pasillo, tocando a cada uno con la advertencia de lo irremediable.

—¡Gus! —gritó Ollin con fuerza.

—Enloquecí —ignoró el grito—, lo sentí todo, y ahora sé —El extremo acto desapareció en un chasquido, como si nunca hubiera sido creado—, que no puedo descontrolarme ni en lo más mínimo. Mi cordura está atada a un delgado hilo, y mis emociones guardadas en lo más profundo de mi corazón. Soy y no soy el que alguna vez fui, pero por Dios juro que recuperaremos a Wityer.

—Claro —dijo Ollin sin saber que más decir, pues, aun sin verle sabía que dentro de su mirada antipática había un sufrimiento que ni él podía imaginar.

—Hablar de ello podría ayudarte —aconsejó Amaris, llegando como una flecha a su lado.

—Tal vez tenga razón... —dijo al dirigirle la mirada, suspirando.

Amaris se acercó más, esperanzada por escuchar esa petición que nunca fue pronunciada.

—Yo puedo escucharlo.

Gustavo negó la cabeza con lentitud, dirigiendo su atención de vuelta al camino.

—Agradezco el ofrecimiento, señorita Amaris, y lo tomaré en cuenta si es requerido.

La maga dudó en responder, percatándose al paso de los segundos que había sido rechazada de una forma muy poco ortodoxa.

—¿Sabes algo más sobre este lugar? —preguntó Ollin, alerta por si lo siniestro hacía acto de presencia.

—Algo guardaron —respondió al cabo de unos segundos, terminando de inspeccionar el suelo por las posibles trampas—, algo poderoso e inestable. Me cuesta recordar el qué, pero, presiento que sigue aquí, atrapado.

—¿Es un algo o un alguien?

—No estoy seguro.

—Intenta recordarlo...

Gustavo se volvió a él, con la furia burbujeando en sus bellos ojos cafés que comenzaban a tornarse oscuros.

—No es necesario que me lo digas, maldición —bramó, forzando a calmar su respiración, y en consecuencia su precipitado estado de ánimo—. Mi mente es un desorden —dijo al tranquilizarse—, habita entre el pasado y el presente, y me cuesta demasiado tener claridad como para que me trates como un idiota

—Esa no fue mi intención.

Gustavo apretó el puño, endureciendo el cuero de los guantes, no obstante, el instante que permitió para que sus pulmones se llenasen, le concedió de vuelta el equilibrio a su ser. Exhaló, asintiendo.

—¿Qué estamos buscando, señor Gus? —inquirió Xinia al verle acercarse a la primera puerta que se vislumbraba en el extenso pasillo.

—El complemento de un regalo —Tocó la fría madera, sus ojos se cerraron, inspeccionando en sus recuerdos que no le pertenecían si algo detrás de la puerta podría servirle—, algo necesario para volver a la tierra donde pueden sanar a Wityer. —Empujó con fuerza, las bisagras chirriaron, pero el poder del joven era demasiado para aquello que impedía el paso, cediendo el camino.

Xinia y el resto se mostraron confundidos ante la respuesta, con la excepción de Ollin, pero la inmediata acción de su compañero/señor les hizo colocarse en posición de batalla.

Las águilas de luz fueron las primeras en cruzar por la puerta, iluminando por completo el recinto compuesto por muebles, artilugios arcanos, instrumentos alquímicos y huesos humanos.

Amaris, Meriel y Primius se llevaron la mano a la nariz, la peste era insoportable, tanto que sus ojos se humedecieron.

—No irás a entrar, ¿verdad? —inquirió la maga con una sonrisa nerviosa.

—Tengo que —respondió al ingresar—, podría estar aquí lo que busco.

Ollin le miró, queriendo cuestionarle sobre su afirmación anterior de lo poderoso de sus instintos, pero, si ya le había mentido la primera vez, podría volver a hacerlo, y no estaban en la situación adecuada para profundizar en ese tema.

—Hay residuos mágicos de posibles sellos protectores —Se volvió a la maga, notando que ella seguía fuera del recinto, indispuesta a ingresar—. ¿Cuánto tardan los sellos mágicos en perder efectividad?

—Todo depende del lanzador —explicó con movimientos elaborados, y un tono de experto—, la calidad del contenedor mágico y los procesos de escritura. No tengo una cantidad exacta.

Gustavo asintió, perdiendo el interés por el tema al no conseguir una respuesta clara. Prosiguió en su camino, indagando con sus manos curiosas los diversos objetos y materiales regados por la sala, muchos de ellos pertenecientes a la familia de artilugios mágicos, pero, ahora rotos o sin energía no eran más que baratijas a sus ojos.

—¿Cómo sabremos que lo encontramos, señor Gus? —inquirió Xinia al imitar la acción del joven con los objetos.

—No te preocupes, no está aquí. —Chasqueó la lengua, bajando el delicado artilugio sin mucho respeto. Se dirigió a la entrada, dispuesto a continuar con su búsqueda en otro lugar.

—Pareciera como si no fuera totalmente consciente de nuestra compañía —dijo Xinia al cruzar por la entrada y ver a su señor alejarse—. Habla sin que le preguntemos, y es vago en sus respuestas, como si fuera algo que ya debiéramos conocer.

—Me preocupa —convino Meriel.

—Es el hombre más fuerte que he conocido —repuso Primius—, sea lo que sea que le haya pasado se repondrá.

—Tal vez esta vez no —dijo Ollin, dejando estupefactos a los cuatro individuos—. Y deben estar preparados por si eso ocurre. —Comenzó a caminar nuevamente, siguiendo los pasos del joven, quién se había distanciado un buen tramo.