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El Hijo de Dios

¿Qué pasa cuando uno muere? Es una pregunta qué ha estado en mente de todos desde el inicio de los tiempos, pero la verdadera pregunta es: si lo supieras ¿Guardarías el secreto? ¿Lealtad y honor? ¿Amor a la patria? Hay muchas razones para pelear en una guerra, pero son pocas las verdaderas para entregar la vida. Esta es la historia del joven Gustavo Montes, un soldado del ejército Mexicano, que por querer tener una vida digna, para él y su familia, murió asesinado en batalla. Pero por fortuna o desgracia, viajó a otro mundo, uno lleno de criaturas misteriosas, magia y aventura. ¿Qué le deparará el destino?

JFL · Fantasy
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Una digna oponente

  La hormiga reina mutada chilló nuevamente, se estaba cansando del escurridizo humano, pero no podía hacer nada para detenerlo, pues tenía a su mascota esquelética, quién la fastidiaba cuando planeaba su siguiente ataque. Se colocó de pie, estática y, observando la silueta de su adversario, su cuerpo se tensó, sus dos extremidades superiores comenzaron a vibrar, hasta que se descascararon, provocando una metamorfosis. Sus brazos se convirtieron en guadañas, con pequeños pinchos colocados aleatoriamente en su superficie. Los colmillos de su mandíbula también tuvieron un leve cambio, volviéndose más largos y afilados. Al estar lista, saltó hacia atrás, desapareciendo.

El esqueleto salió del cráter que su cuerpo había hecho en la pared, se colocó de pie e intentó dirigirse al lado de su amo, pero cuando estaba preparado para esfumarse, una poderosa guadaña curva lo cortó a la mitad, forzándolo a desvanecerse como polvo en el viento.

Gustavo notó la desaparición de su invocación y, aunque no la había perdido para siempre, sabía que no podía volver a invocarla por un par de horas, al menos hasta que lograra repararse. La hormiga volvió a aparecer a unos pasos de él, observándolo como si estuviera sonriendo. Apretó la empuñadura de su sable, tragó saliva y observó a su oponente con una mirada de absoluta resolución.

La batalla comenzó, Gustavo logró asestar un par de golpes en el exoesqueleto de la hormiga reina mutada, pero fueron igual de ineficaces que los anteriores, con su sable, logró bloquear las poderosas guadañas que se acercaban a su cuello y pecho. Algunas heridas minúsculas se dibujaron en sus brazos, debía admitir que la guadaña curva era muy afilada, mucha más afilada que su sable. Sintió que estaba perdiendo terreno, con cada ataque que recibía retrocedía un poco más, su calma se estaba acabando y su respiración se estaba volviendo inestable, algo que por supuesto notó la hormiga, quién aumentó la brutalidad de sus ataques. Exhaló de manera breve, levantando su sable a la altura de su pecho y, con la punta señaló al cuerpo de la hormiga, sus ojos se cerraron, había sentido una rara calma abrazarlo, la aceptó, fluyendo con ella. Cuando la hormiga reina mutada se acercó para cortarlo a la mitad, su sable se iluminó de un azul tenue y se movió con rapidez, haciendo diez estocadas en el exoesqueleto del insecto, tres de ellos impactaron en el mismo lugar, creando una pequeña grieta en la defensa de la imbatible hormiga, quién retrocedió al instante de sentir su armadura dañada.

Gustavo abrió los ojos, no se sintió sorprendido por lo sucedido, aunque parecía ilógico, había visto todo con sus demás sentidos. Sus ojos calmos observaron el cuerpo humanoide de la hormiga, podía sentir que su sable era ineficaz sino lo cubría con su energía, el problema era que no conocía la técnica adecuada para hacerlo, las estocadas continuas que ya había hecho dos veces, habían salido por naturalidad, una iluminación que llegaba a su mente en las situaciones más comprometedores. Por lo que tuvo una idea. Respiró profundo, bajó su sable, apuntando al suelo, sus pasos se volvieron ligeros y rápidos, corrió de lado a lado, igual a como se desliza una serpiente. La hormiga reina mutada estaba furiosa con el humano, por lo que lo esperó.

El joven empuñó su sable con ambas manos, imaginó como su energía salía de su cuerpo y cubría la hoja de su arma, un ligero tono azul irradió el sable, pero desapareció un segundo después, justo cuando Gustavo había levantado su arma para cortar uno de los brazos de la hormiga. El insecto bloqueó con facilidad el corte y, con rapidez cortó el pecho del joven. Su peto de cuero no pudo soportar tremendo ataque, por lo que lo atravesó, dejando una fea línea roja en su pecho, la cual sangraba de manera abundante. Gustavo sintió ardor y picazón, pero no se detuvo, continuó practicando la manera de imbuir con su energía el sable en sus manos. Las heridas continuaron aumentando, el brazal de su brazo derecho había caído unos cortes atrás, dejando ver un extraño brazalete plateado, con un lobo furioso tallado, la sangre lo tiñó de rojo, pero como si fuera un oso hormiguero, el brazalete succionó la sangre, provocando que brillara por un breve momento, algo que por supuesto no notó él, quién estaba completamente absorto en la batalla. La hormiga debía admitir que su oponente era resistente y algo fuerte, no cualquiera resistiría tanto tiempo contra ella en solitario. Gustavo corrió una vez más, saltó al aire e intentó imbuir con su energía el sable, la hoja volvió a brillar, pero un segundo después el brillo desapareció, la hormiga ya estaba lista para volver a cortar a su adversario, sin embargo, cuando la hoja del sable estuvo a centímetros de su brazo izquierdo, brilló de un tono azul intenso. El corte vertical cayó al suelo sin obstáculos, acompañado por un brazo dorado con pinchos. La sangre verde brotó de su herida, el dolor invadió su cuerpo y chilló de dolor. Gustavo sonrió de alegría al ver que había logrado imbuir con éxito su arma, retrocedió una vez más, estaba cansado y no podía asestar otro golpe igual consecutivamente, por lo que debía prepararse.

La hormiga no pensó lo mismo, olvidó por completo su defensa y comenzó a atacar enloquecida, la poderosa guadaña buscaba el cuello de Gustavo, pero el rápido joven no iba a permitir que su cabeza rodara por el suelo tan fácilmente, por lo que esquivó hábilmente. Gustavo volvió a imbuir con su energía el sable en sus manos, la hoja volvió a brillar de azul, mientras se aproximaba a la cabeza de la hormiga, el insecto notó la trayectoria de aquel brutal corte, por lo que intentó evadir, pero no fue tan rápida como para salir sin consecuencias, una de sus antenas cayó al suelo y, con ello, su visión empeoró. Con rapidez creó una bola de fuego de su extremidad derecha, enviándola en el momento siguiente al cuerpo del joven. Gustavo, quién no había estaba preparado para tal ataque, fue lanzado a decenas de metros hacía atrás. Su pecho ardía, mientras el fuego se extinguía.

  --Así que quieres jugar con fuego. --Dijo furioso.

Las llamas cubrieron el cuerpo de la hormiga reina mutada, eran bestiales y abrazadoras, compuestas por un fuego muy puro. Sin ninguna advertencia, levantó su guadaña y apuntó al frente. Una furiosa y cruel ráfaga ígnea salió disparada, con intenciones oscuras y siniestras.

  --¡¡Juguemos entonces!! --Gritó Gustavo encolerizado.

El joven levantó su palma derecha, condensó toda la energía que poseía dentro de él y, con una actitud de enojo, disparó su ráfaga de fuego, una gigantesca y con un tipo de fuego más abrazador y brutal que el de la hormiga. Las dos ráfagas chocaron entre sí, el calor invadió la sala y, en un instante, una poderosa explosión apareció, acompañada de un estruendoso y bestial ruido. La ráfaga de Gustavo continuó con su caminó, calcinando al instante el cuerpo humanoide de la molesta hormiga reina mutada. Sin embargo, él tampoco quedó excepto de consecuencias, pues la onda de choque lanzó su cuerpo a impactarse contra la pared más cercana, ya debilitado y con su energía a suspiros de agotarse, no tuvo la fortaleza para detener su vuelo.

Su espalda golpeó contra la dura pared, la sangre salió de varias partes de su cuerpo, gimió e hizo un ruido agudo, mientras que su visión se apagaba, su mano temblaba al querer sujetar la pequeña bolsa de cuero, lo hizo como pudo e introdujo con calma su mano, extrayendo de ella una pequeña poción roja, pero antes de poder consumirla, su brazo tembló, casi regándola, hizo una mueca de dolor, debía consumirla o no sabía si lograría sobrevivir y, ahora sí no tenía la certeza si lograría aparecer en otro mundo. Bajó su brazo, colocó la poción en su entrepierna, ya no tenía la fuerza para beberla, sonrió, debía reconocer que había desperdiciado su segunda oportunidad, pero eso no lamentaba, lo que en verdad lo llenaba de frustración, era que no lograría ver una vez más ese bello rostro de su amada, esa sonrisa cálida, ya no podría sentir sus suaves dedos acariciándole el cabello al pie de un gran árbol, ya no podría y, eso lo lastimaba más que cualquier arma en el mundo. Se sentía un idiota, le había prometido que volvería, pero por segunda vez, rompería aquella promesa, al pensar en ello, sus ojos cobraron un ápice de vida, su mano volvió a levantarse y, con suma dificultad la poción logró llegar a sus labios y, con la poca fuerza que aún conservaba, la consumió. El extraño efecto de la poción fue casi inmediato, curando al instante las heridas leves e impidiendo que la sangre siguiera brotando de sus cortes, el joven se tranquilizó un poco, pero aunque ya no se encontraba en las puertas de la muerte, su cuerpo aún seguía débil. Guió su mano una vez más a la bolsa y, con calma sacó de ella otra poción roja, la bebió, el color volvió a su rostro, sentía que su cuerpo se había tornado un poco más ligero, aunque seguía cansado.

  --Te juro que no me dejaré vencer... no está vez...

Respiró aliviado, observando el techo con una mirada casi sin vida, el dolor fue disminuyendo y, con ello, apareció un sentimiento extraño en su muñeca derecha, bajó su mirada para observar el brazalete, notando un leve cambio en su color, pero nada más allá de ello, sin embargo, el sentimiento seguía presente, una palabra apareció en su mente, una que se repetía constantemente.

  --¿Aparece? --Dijo desconcertado.

Su brazalete vibró, perdió color y, como si todo lo sucedido no hubiera sido demasiado extraño, una pequeña silueta apareció en sus piernas, Gustavo forzó su vista y, al darse cuenta de lo que era, casi quiso gritar.