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El Hijo de Dios

¿Qué pasa cuando uno muere? Es una pregunta qué ha estado en mente de todos desde el inicio de los tiempos, pero la verdadera pregunta es: si lo supieras ¿Guardarías el secreto? ¿Lealtad y honor? ¿Amor a la patria? Hay muchas razones para pelear en una guerra, pero son pocas las verdaderas para entregar la vida. Esta es la historia del joven Gustavo Montes, un soldado del ejército Mexicano, que por querer tener una vida digna, para él y su familia, murió asesinado en batalla. Pero por fortuna o desgracia, viajó a otro mundo, uno lleno de criaturas misteriosas, magia y aventura. ¿Qué le deparará el destino?

JFL · Fantasy
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261 Chs

Un nuevo mundo

  Respiró y trató de tranquilizarse, llevó su mano a su pecho y, al sentir que algo le faltaba, su corazón comenzó a latir con rapidez.

  --¡No puede ser! --Dijo preocupado. Se tiró al suelo y con sus manos comenzó a palpar la tierra, su rostro mostraba desesperación y nerviosismo, parecía que lo que había perdido era muy importante, por fortuna, su dedos lograron tocar algo muy parecido a lo que él buscaba, por lo que rápidamente lo agarró, llevándolo a él con calma y una sonrisa, era el relicario de plata, el cual brillaba al recibir la luz del sol--. Gracias a Dios --Suspiró aliviado. Abrió el relicario y lo observó durante un buen tiempo--. No sé dónde estoy, pero te juro que volveré a tu lado.  --Dijo, apretando su relicario con fuerza, al verlo por última vez, se tranquilizó y, como si fuera algo vital para su supervivencia, lo llevó de vuelta al lugar donde pertenecía: su cuello.

Su mirada fue atrapada repentinamente por las cenizas en el suelo, había olvidado por completo los residuos del lobo gigante, pero al ver qué algo sobresalía entre el oscuro polvo negro, la curiosidad se apoderó de él, se acercó y miró una superficie curvilínea, la cual brillaba al recibir la luz del sol. Con un poco de duda acercó su mano, sacando de ahí aquel raro objeto, era un orbe rojo, del tamaño de un puño adulto.

  --Que extraña cosa --Dijo--. Bueno, talvez me ayude a saber que es este lugar. 

Se acomodó su ropa, aunque poseía una gran cantidad de sangre, la portaba con orgullo, era lo único que le quedaba de su patria, por lo que no iba a deshacerse de ella tan fácilmente.

El joven comenzó a caminar sin rumbo, no sabía dónde estaba, ni a dónde se dirigía, pero intuía algo y, eso era que solo moviéndose podía encontrar a alguien que le pudiera aclarar sus dudas. Una hora pasó y, todo lo que seguía viendo era naturaleza y, uno que otro animal no hostil, pasó otro corto periodo de tiempo y, para su sorpresa, logró llegar a una sendero de tierra y, aunque no había nadie transitando por allí, sabía que era el lugar indicado para encontrar personas. Comenzó a silbar despreocupado y, continuó caminando.

El sonido de un trote de caballos jalando algo lo despertó de su tranquilidad, por lo que rápidamente volteó hacia atrás y, con una sonrisa observó que una carreta techada, jalada por dos majestuosos corceles cafés se acercaba a él. Se puso de pie y esperó que pasará a su lado para detenerla. La carreta no tardó mucho en en acercarse y, el cochero, al ver las manchas de sangre en la ropa del joven, se sintió preocupado, pero no se detuvo.

  --¡Esperen! --Gritó Gustavo.

Un sonido dentro de la carreta techada se escuchó y, aunque el joven desconocía las palabras que fueron emitidas, no se preocupó, pues luego de que se escuchara aquella voz, la carreta se detuvo. Gustavo sonrió de manera complacida, acercándose a ella al instante siguiente.

  --Disculpen, estoy perdido y, solicito de ustedes para saber dónde me encuentro. --Dijo.

Las cortinas traseras de la carreta se abrieron y, de ahí, salió la cara de un hombre gordo, de expresión amable, pero de ojos calculadores. El hombre lo revisó de pies a cabeza y, sintió un ligero desagrado al ver la enorme cantidad de sangre en el atuendo del joven, pero también sus ojos revelaron sorpresa, pues nunca había visto ropas y zapatos tan extraños.

  --¿Qué es lo que deseas joven? --Preguntó el hombre gordo.

  --No sé dónde estoy y, quisiera saber si ustedes me pueden proporcionar esa información.

  --¿No sabes dónde estás? --Preguntó confundido. Gustavo negó con la cabeza--. Antes de contestarte, me gustaría saber ¿Quién te vendió aquellas ropas? ¿Y por qué estás cubierto en sangre? --Gustavo dudó por un momento en contestar, pero sabía que podían desconfiar de él si ocultaba esa información, por lo que asintió y dijo.

  --Mi ropa fue dada por mis superiores en la escuela militar y --Guardó momentáneamente silencio, no queriendo revelar lo que había pasado en la guerra contra los estadounidenses, pues ni el mismo sabía que era lo que había pasado--... la sangre pertenece a un lobo gigante, el cual maté hace poco.

El hombre gordo se sorprendió al escuchar las primeras palabras, pero al escuchar las siguientes oraciones, casi se cae de su carreta, pues los únicos lobos gigantes de los alrededores que él conocía, eran temibles y, solo magos después del quinto círculo, o soldados después de la cuarta clase podían acabar con ellos, por lo que dudaba que aquel joven hubiera dicho la verdad. Al ser sentir aquella mirada de sospecha, Gustavo abrió su palma y liberó un orbe rojo, lo que hizo que el hombre gordo desechara sus sospechas, pero eso hizo que una pequeña reticencia apareciera en su corazón.

  --Una pregunta más, señor.

  --¿Señor? --Gustavo se sintió incómodo al recibir aquel título, pues sentía que no había hecho nada que mereciera un honorífico.

  --¿De dónde es su procedencia? --Preguntó con cautela, tenía información que en el Norte, en la frontera con su reino, la guerra había estallado, por lo que sentía que si el hombre enfrente suyo era un enemigo, rápidamente ocuparía un pergamino de teletransportación para escapar.

  --Mi tierra natal son los Estados Unidos Mexicanos, nombrada por algunos: república Mexicana. --Dijo con orgullo.

  --¿Mexi qué? --Preguntó confundido, era claro que no conocía ese reino.

  --México ¿No lo conoces? --El hombre gordo negó con la cabeza. Gustavo se quedó confundido, el español del hombre era perfecto, su acento se parecía mucho al de él, por lo que pensaba que era residente de algún país americano--. Hmm ¿Cómo se llama este lugar? --Dijo, al no saber que más decir.

  --Ahora mismo estamos en el territorio de la ciudad Agucris, una de las ciudades pertenecientes al gran reino Atguila, señor. --Gustavo se detuvo un momento, de echo colocó la misma expresión que el hombre gordo cuando le dijo su lugar de procedencia, pero para no parecer sospechoso, asintió.

  --¿Y está cerca la ciudad? --Preguntó, esperanzado de poder encontrar un lugar donde recabar más información. El hombre gordo lo miró, sospechaba un poco del joven, pero por su actitud, se había dado cuenta que no era hostil, ni arrogante, por lo que se sintió algo aliviado.

  --Sí --Guardó silencio por un momento, como si estuviera meditando--... En realidad, mi hija y yo, nos dirigimos a la ciudad ¿No sé si quieras acompañarnos?

  --Me encantaría, es solo que no poseo riqueza para poder pagarle. --Dijo Gustavo con honestidad.

  --No te preocupes por eso, amigo mío, si te sientes incómodo de aceptar mi favor, podemos llegar a un acuerdo.

  --¿Cuál?

  --Te compraré el orbe de bestia y, te descontaré de ahí el costo del viaje ¿Qué opinas?

  --Bueno. --Dijo Gustavo, en realidad no sabía cuánto valía el orbe y no le interesaba saberlo, solo quería llegar a un lugar donde pudiera conseguir información para poder llegar nuevamente a su hogar.

  --Entonces ven, entra por favor. Gustavo asintió y se dispuso a entrar a la carreta.