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El Hijo de Dios

¿Qué pasa cuando uno muere? Es una pregunta qué ha estado en mente de todos desde el inicio de los tiempos, pero la verdadera pregunta es: si lo supieras ¿Guardarías el secreto? ¿Lealtad y honor? ¿Amor a la patria? Hay muchas razones para pelear en una guerra, pero son pocas las verdaderas para entregar la vida. Esta es la historia del joven Gustavo Montes, un soldado del ejército Mexicano, que por querer tener una vida digna, para él y su familia, murió asesinado en batalla. Pero por fortuna o desgracia, viajó a otro mundo, uno lleno de criaturas misteriosas, magia y aventura. ¿Qué le deparará el destino?

JFL · Fantasy
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261 Chs

Un invitado inesperado

  El día se hizo noche y la noche día, el alimento volvió a escasear en la bolsa de cuero del joven, ya que por su sendero actual, la fauna era vista pocas veces. El rugir de su estómago lo acompañaba, mientras que su atuendo se iba ensuciando por el polvo que el viento traía. El joven se acomodó una vez más su cabello, peinándose en forma de cola de caballo con la ayuda de un pedazo de tela. Su rostro infantil había sufrido una enorme transformación, no solo poseía cierto encanto masculino, también sus rasgos se fueron haciendo más varoniles, mientras que sus ojos eran como dos perlas negras, las cuales podían absorber toda la luz de la tierra. Ganó masa muscular, así como un par de centímetros en altura, midiendo cerca de 1.73 metros.

Wityer alzó la nariz y comenzó a olfatear el aire.

  --¿Qué sucede, amigo? --Preguntó Gustavo, el pequeño lobo lo miró a los ojos--. Comida ¿Dónde? --Wityer apuntó con su cabeza el lugar de donde provenía el olor. Gustavo sonrió y, como si nunca hubiera existido, despareció, corriendo a una velocidad impresionante.

El joven se detuvo al notar la presencia de un pequeño pueblo en la lejanía, su rostro se iluminó al verlo, tenía ya bastantes meses sin contacto humano y, aunque lo negara, extrañaba la presencia de una persona alrededor suyo. El joven emprendió nuevamente la marcha, pero con pasos más tranquilos, no deseaba causar una mala impresión en los lugareños. Al acercarse, notó los simples muros de madera que protegían el contorno del pueblo, las improvisadas atalayas del mismo material y los inexpertos arqueros custodiándolas, no era que fuera un experto estratega, pero había aprendido a como defender una fortaleza, por lo que entendía los principios de tal acción y, aunque no tenía intenciones de menospreciar a los pueblerinos, si notaba sus puntos débiles.

Las puertas de madera se abrieron.

  --¿De donde nos visita, joven? --Preguntó un soldado de armadura ligera, su equipo no era malo, pero no poseía ningún encantamiento mágico, por lo que en el ciudad de Agucris se consideraría de baja calidad, pero estaba seguro que por estos rumbos, un conjunto así costaría el doble de su precio.

  --De la ciudad de Agucris. --Contestó el joven con calma. El soldado se sorprendió y asintió con una sonrisa.

  --Estas muy alejado de casa, eh muchacho --Dijo. Gustavo asintió con una expresión nostálgica, sabía que no se refería a lo que él había entendido, pero era el mismo sentimiento--. Pues adelante, ahora mismo se está celebrando la ceremonia de parejas del hijo del jefe del pueblo. Pasa y mezclate, dale tus buenos deseos a la pareja y disfruta el banquete. --Dijo con una sonrisa. Gustavo sonrió al escuchar la palabra banquete, si decía que estaba hambriento, era quedarse corto.

  --Gracias.

El joven entró con pasos tranquilos, admirando el nuevo panorama. Las casas no eran muy grandes, en su mayor parte estaban hechas de madera, con techo de heno. Habían algunos corrales con animales pastando, así como un enorme campo de cultivo, con un pequeño arroyo en la cercanía. Notó un enorme edificio en la lejanía y, al lado suyo se encontraba una construcción muy parecida a la finca de la familia de su prometida. El primer edificio parecía ser una iglesia, pero muy diferentes a las que él conocía, no había cruces ni ventanales circulares, solo se encontraba una estatua en el techo, de un hombre apuntando al cielo, habían algunas otras diferencias, como el material ocupado para hacer aquel sagrado recinto, solo que el joven no tuvo ni las ganas, ni el tiempo para descubrir cuáles eran.

A unos cuantos pasos del joven, una gran multitud de personas se encontraban celebrando, algunos haciendo sonidos jubilosos mientras levantaban sus tarros de madera con un líquido alcohólico dentro, mientras que otros comían tranquilos en una larga mesa de madera. Había música, pero no era la música que el joven conocía, ni por el ritmo, ni por los instrumentos que ocupaban, aunque debía admitir que eran buenas tonadas, alegres y apetecibles para el baile.

Gustavo se acercó a la mesa con una expresión tímida, nunca había llegado a un lugar sin ser invitado, por lo que se sentía algo incómodo.

  --Toma asiento --Dijo una señora adulta, de cabellos dorados y mirada amable, al lado de ella se encontraba una pequeña niña de ojos filosos--, se nota que has pasado por mucho, joven. --Gustavo asintió.

  --Gracias. --Tomó asiento. La señora acercó una charola de madera, con una buena cantidad de carne.

  --Come, vamos, es un día alegre, debes festejar --El joven asintió y tomó una presa de pollo. Con calma comenzó a comer y, con un movimiento rápido de su mano, bajó un gran pedazo de carne al suelo, arrojándolo a los pies de Wityer, quién se encontraba debajo de la mesa--. También hay bebida, toma todo lo que quieras, mañana podrás arrepentirte.

  --Gracias --Sonrió--, pero no bebo. --La señora se sorprendió, pero solo se limitó a sonreír, sin embargo, su mirada fue atrapada por la hermosa túnica del joven, como por el color de su armadura ligera.

  --¿Eres de por aquí? --Preguntó. Gustavo negó con la cabeza.

  --No, soy de un lugar muy lejano, aunque mi última parada fue en la ciudad de Agucris. --Dijo, mientras se limpiaba los dedos con su boca.

  --¿Eres un BuscaMonstruos? --Preguntó la niña. El joven la miró y quiso asentir, pero justo cuando iba a hacerlo, la señora lo interrumpió.

  --Crisal, te he dicho muchas veces que eso no se pregunta --Dijo con un tono serio. Gustavo se confundió un poco, la duda apareció en su mente, quería saber porque aquello no se preguntaba, pero tenía más ganas de terminar con su comida--. Me disculpo por mi hija.

  --No sé preocupe, los niños son niños, después de todo. --Dijo. La señora sonrió con calidez, mientras que la niña frunció el ceño.

  --No soy una niña, soy una guerrera.

  --¡Crisal! --La volvió a regañar. Gustavo sonrió.

Un grupo de dos se acercó al recién llegado, sentándose con calma en la mesa y, con una sonrisa lo observaron. Gustavo dejó de comer y los miró con duda, su mente comenzó a trabajar y, al entender las identidades de las personas enfrente suyo, sonrió.

  --Buenas --Dijo, mientras buscaba algo en su bolsa de cuero, al encontrarlo, lo extrajo y, lo colocó en la mesa--. Este es mi regalo para la feliz pareja. --La dama y el hombre tragaron saliva al observar el enorme orbe de color negro, nunca habían visto un orbe tan bien cuidado y tan grande, por lo que podían intuir su costo.

  --Ah, señor --El joven hombre no sabía que decir.

  --Muchas gracias. --Dijo la dama, por supuesto que no iba rechazar un regalo así.

La señora solo se quedó estática, no habría pesando que ese joven de túnica hermosa, pero mal cuidada, sería una persona tan derrochadora.

  --Gracias a ustedes por la comida. --Contestó Gustavo, mientras continuaba comiendo.

El sonido de una campana rompió por completo la atmósfera, todos se quedaron en silencio, con rostros un tanto pálidos, el único calmado era Gustavo, quién seguía comiendo.

  --¡Todos! ¡Resguardénse en el santuario del Dios Sol! --Gritó el señor del pueblo.

  --¡Vamos señor! --Dijo la señora, mientras sujetaba con su mano a su hija.

Gustavo dejó de comer al escuchar un estruendoso sonido, su mirada se volvió filosa, mientras su mano derecha desenvainaba con rapidez su sable. Justo a unos pasos de él, cayó una silueta humanoide gigante, mientras que en el cielo, un ave roja volaba en círculos.

  --Que mala suerte --Dijo con una expresión de molestia--, para ustedes, porque odio cuando no me dejan comer tranquilo.