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De los veinte soldados, solo diez consiguieron llegar ante el rey, quién peleaba sumamente decidido, mientras la guardia real hacían hasta lo imposible para que su monarca no fuera nuevamente herido. Solo quedaba el capitán, el guardia de armadura pesada y el novato, siendo este último quien más había sufrido en la batalla, con varias heridas repartidas por todo su cuerpo.
El rey tropezó, cayendo al suelo. Herz sujetó del brazo a su padre, ayudándolo a levantarse.
--Quítame tus malditas manos. --Dijo, arrebatándole su brazo. Herz solo lo miró, pero no dijo nada.
La bestia alada volvió a atacar con una embestida, la mayoría logró evadir, lamentablemente la mitad del escuadrón del general Geryon pereció por ese brutal ataque. Se recuperó en el aire y volvió a atacar, sus largas alas eran tan duras como la roca y filosas como una buena espada, dejando claro la peligrosidad que representaba, pero aunque parecía imbatible, no estaba libre de daño, los magos habían logrado herirla en una parte debajo del pecho, mientras la guardia real logró perforar su piel en una de sus embestidas.
--Su excelencia, está no es una bestia que podamos derrotar --Dijo con una mirada de súplica--, por favor déjeme y vaya a un lugar más seguro.
--Eres muy amable, Geryon, pero no puedo abandonar está batalla, no ahora.
--¿Por qué, Su excelencia?
--Porque al igual que tú, tengo algo en el reino que quiero y debo que proteger. --Miró con odio a la bestia alada, sintiendo el peligro que representaba para su hermana si lograba deshacerse de la barrera mágica que protegía al reino.
--Entiendo, Su excelencia y, le agradezco por permitirme estar a su lado.
Herz lo observó, teniendo un mal presentimiento.
--Hoy no es tu día, Geryon, no tienes mi permiso para morir. --El general sonrió, parecía que no podía ocultar sus intenciones de su señor.
*AAAAHHH.
El príncipe y el general voltearon de inmediato, solo para observar como el capitán de la guardia real era herido en la pierna por una enorme estaca y, el guardia real de la armadura pesada era atravesado por una de las garras de la bestia alada.
--¡Maldición! ¡Maldición! ¡¡Maldición!! --Gritó, sintiendo un enorme dolor--, Jabver, protege al rey, protege al reino... --Dijo, mientras otras tres estacas perforaban su cuerpo.
--¡Capitán! --Gritó el novato, pero rápidamente se tragó sus sentimientos, tenía una tarea que debía cumplir y, lo haría aun si debía sacrificar hasta el último centímetro de su cuerpo--. Su Majestad, por favor retroceda.
El rey miró la situación y, aunque le pesaba, decidió asentir, ya no podía combatir, el extremo cansancio le hacía difícil hasta caminar, siendo su fuerte voluntad lo que aún lo mantenía de pie.
--¡Padre! --Gritó Herz, acercándose a su máxima velocidad.
El tiempo pareció detenerse, las gotas de lluvia caían lentamente, mientras un joven individuo de armadura negra empujaba a un sujeto de cabellos ligeramente plateados a un lado y en mismo movimiento se lanzaba al suelo, ya que, detrás del monarca, la enorme silueta de la bestia alada se acercaba con una brutal embestida. Lograron salvarse, pero todavía quedaba alguien de pie cercano a ellos, quién no logró evadir el ataque y fue lanzado con extrema fiereza a besar el suelo con su cabeza, muriendo al no soportar el golpe de la caída, con el orgullo de un soldado, el último integrante de la guardia real había muerto.
Geryon rápidamente fue a ayudar a su señor, se sentía impaciente por conocer su estado, pero al notar como se levantaba, suspiró aliviado.
--Su excelencia...
--Toma a mi padre y llévalo dentro de los muros. --Interrumpió.
--Pero Su excelencia...
--¡Es una orden! --Gritó, mirando con frialdad al general divino.
Geryon no pudo hacer otra cosa más que asentir. Inmediatamente cargó al rey Brickjan y sin voltear hacia atrás salió corriendo de vuelta a la seguridad de los muros.
Herz blandió su espada con ambas manos, mirando con ira ciega a la bestia voladora. El ave mágica pareció sonreír al notar a su presa, dejó salir nuevamente sus filosas garras y, emprendió una voltereta en el aire para atacar. Respiró con profundidad, parecía que la bestia lo subestimaba, pues ni siquiera atacó de manera inteligente como las anteriores veces, ahora se aproximaba a él con sus garras de frente. Levantó la espada e hizo un corte vertical, pero antes de que el filo de su espada lograra acertar, la bestia alada evadió con rapidez, sus seis garras se acercaron a su pecho y, sin resistencia alguna lo golpearon. El tiempo pareció detenerse nuevamente. El pecho del segundo príncipe resplandeció con una bella luz blanca, cubriendo su cuerpo como una barrera impenetrable, pero tan pronto como se desvaneció, la bestia alada fue lanzada a besar por primera vez la tierra con su gran cuerpo, mientras Herz hacía lo mismo, aunque si ninguna herida mortal. Se levantó, jadeando. Llevó su mano a su pecho, sintiendo la fractura de uno de sus bienes más preciados.
--El collar de mi madre --Sintió tristeza, pero su mirada fue seducida por una extraña sensación en su muñeca derecha, recordando el brazalete de oro que le había entregado el Sabio Gilbert--. Ese puto viejo me engaño, está cosa solo es decoración, no tiene ningún hechizo protector. --Su compostura cambió al ver cómo la bestia alada se retorcía y se preparaba para emprender nuevamente el vuelo, por lo que se decidió a ir a darle un golpe mortal.
El ave mágica trató de levantarse, pero una de sus alas estaba más allá de la salvación, por lo que le resultaba imposible recobrar el vuelo. Llegó ante ella y, con una sonrisa maliciosa atacó. La bestia movió su ala sana, pero antes de lograr activar su ataque, un poderoso rayo impactó en su cuerpo, desestabilizándola, giró el cuello para observar al causante, notando una silueta humana en la lejanía que se acercaba con un báculo en las manos. Herz no desaprovechó la oportunidad, logrando clavar todo su espada en el cuello de la bestia alada. La enorme ave mágica se tambaleó, no logrando observar nada, ya que su vista se perdía con cada segundo que pasaba y la sangre pintaba el terreno y sus plumas. Cayó, muerta, mientras de pie sobre ella, un individuo de armadura negra alzaba su espada y gritaba con toda su fuerza, un grito que le daba esperanza a su gente.
Amaris se detuvo al observar que su ayuda había sido efectiva, sin pensarlo dos veces se lanzó a apoyar a los soldados que seguían combatiendo, hace poco habían logrado asesinar al vippa, teniendo que romper la formación para apoyar a los soldados dispersos por el terreno, sin embargo, lo inesperado pasó, un rugido, ensordecedor como pocos sonó y, en ese preciso instante las bestias comenzaron a retirarse con rapidez.
--Hemos ganado. --Dijo un soldado mientras se arrodillaba en el suelo y comenzaba a llorar.
--Hemos ganado.
--¡Hemos ganado!
Pero antes de que su emoción continuara, un rugido, similar al anterior encerró la zona, más que una amenaza, era una promesa y, esa era que: Los dejaría vivir unos días más, pero regresaría para terminar con lo que había empezado.