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El Hijo de Dios

¿Qué pasa cuando uno muere? Es una pregunta qué ha estado en mente de todos desde el inicio de los tiempos, pero la verdadera pregunta es: si lo supieras ¿Guardarías el secreto? ¿Lealtad y honor? ¿Amor a la patria? Hay muchas razones para pelear en una guerra, pero son pocas las verdaderas para entregar la vida. Esta es la historia del joven Gustavo Montes, un soldado del ejército Mexicano, que por querer tener una vida digna, para él y su familia, murió asesinado en batalla. Pero por fortuna o desgracia, viajó a otro mundo, uno lleno de criaturas misteriosas, magia y aventura. ¿Qué le deparará el destino?

JFL · Fantasy
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Inesperado

  Acercó su mano con calma, sustrayendo el orbe del pecho del herka, su mano tembló ligeramente al sostenerlo, no era que sintiera algo extraño, era solo que no poseía tanta fuerza en su agarre por culpa de los feroces ataques de las terribles bestias.

  --Wityer se recupera... y se hace más fuerte con la ayuda de los orbes... Tal vez pueda curarme con ellos --Dijo, mientras acercaba la esfera negra a su frente y sentía su densa energía, pero por más que trataba, no podía hacer uso de ella, por lo que suspiró. Agarró su bolsa de cuero y extrajo un par de libros--. Debe haber algo aquí... que me ayude... --Su voz era baja, casi sin vida, jadeaba en cada exhalación, le estaba siendo complicado hasta respirar.

El dolor y la perdida de sangre comenzaron a nublar nuevamente su mente, por lo que estaba más que deseoso de encontrar algo que lo ayudara, así fuera solo para sellar su herida.

Abrió el primer libro y comenzó a leer, pero no le brindó la información que requería, por lo que abrió el segundo y lo ojeó, encontrándose con que solo mencionaban el tema, pero no se adentraban más, leyó el tercero, el cuarto, el quinto y, ya en el sexto obtuvo un ápice de esperanza al encontrar lo que buscaba, pero tan pronto en que comenzó a leer todo el contenido del tema, le dio el duro golpe de que era necesario dibujar varios tipos de sellos para obtener una parte de la energía contenida en los orbes, algo que por supuesto no podía hacer, o al menos no por el momento inmediato.

  --La suerte no está de mi parte. --Suspiró, cerrando sus libros con calma y volviendo a meterlos a su bolsa de cuero.

Quitó la seudo venda cubierta de sangre de su pierna y, con calma agarró otro trozo de tela, cubriendo su herida con fuerza, su semblante cambio por un breve momento, pero al segundo siguiente volvió a la normalidad, respiró profundo y observó su brazo izquierdo, agarró otro trozo de tela y, con calma cubrió los agujeros causados por los colmillos de la bestia.

Se levantó con lentitud y sustrajo de los otros dos cuerpos sus orbes, guardándolos inmediatamente en su bolsa de cuero.

  --No puedo morir aquí. --Se dijo y, con determinación comenzó a caminar.

El joven transitó a pasos acelerados por los pasillos oscuros del palacio, con su sable en mano y con una mirada afilada, no dispuesto a ser descuidado. La tenue luz artificial que iluminaba el sendero, hacia al joven un poco curioso sobre su procedencia, pero al saber que su enfoque era importante, dejó de lado las cosas innecesarias, continuando con su trayecto. El sentimiento de ser observado seguía presente, provocando una sensación incómoda en su cuerpo y mente, por lo que agudizó aún más sus sentidos. Al cabo de unos largos minutos, el pasillo se convirtió en un jardín, repleto de árboles, plantas y flores especiales.

Se acercó a la flora al sentir su misteriosa energía, pero tan pronto en que deseo arrancar una para experimentar, la sensación de peligro cayó a él como un rayo en una tormenta eléctrica, por lo que rápidamente alejó su mano de la planta. Las gotas de sudor frío aparecieron en su frente y espalda, había sentido una fuerte amenaza a su vida, por lo que entendía lo peligroso de la situación.

  --No soy un enemigo, maldición. --Dijo en voz baja, como si se estuviera convenciendo de ello.

Se sentó en el suelo y, volvió a limpiar su herida, la que parecía que se había abierto un poco más después de la pelea.

  --Debo encontrar una manera de cerrarla. --Apretó la pseudo venda, forzando a su sangre a no salir de su pierna.

Al terminar su acto, se levantó y, volvió a andar, miró de vuelta a las plantas, obsequiando sus disculpas por su repentina aparición.

En la oscuridad de los alrededores, un ente, al que solo se le podían apreciar los ojos, asintió y rápidamente desapareció, algo que por supuesto no pudo sentir, ni presenciar el joven, quién ya había desaparecido de la zona.

∆∆∆

Gustavo caminaba a pasos lentos, arrastrando la pierna y con el sable apuntando al suelo, su mirada se notaba perdida, mientras que su rostro estaba tan blanco como la nieve, como si hubiera visto a un fantasma. Sus botas militares se habían manchando y llenado de la sangre de su herida. Caminaba agotado y, con la determinación del águila al cambiar su pico, sus mechones mal cortados rozaban sus ojos, mientras forzaba para mirar más allá de lo que parecía era la cueva en donde se encontraba.

  --Solo... un poco más... --Se dijo, extrayendo de lo más recóndito de su ser la poca vida que le quedaba.

Cayó de rodillas, miró el suelo y volvió a levantarse, apoyándose con su sable.

  --Un poco más... sé que puedo... --Sus fosas nasales se abrían y cerraban, sus párpados querían sellarse por completo y para toda la eternidad, pero él no estaba dispuesto, o al menos no antes de ver a su prometida no oficial.

Tragó la poca saliva que su boca había logrado reunir, lamió sus labios partidos, mientras observaba a la lejanía con la mirada perdida, quiso detenerse para descansar, pero evadió aquel pensamiento, sabiendo lo que pasaría si lo hacia.

  --Un poco... solo un poco... --Esforzaba a su cuerpo a dar un extra, sabía que podía hacerlo, aún cuando dar un solo pasa le costaba más que respirar.

Dio un paso en falso, donde su tobillo casi se rompe, pero gracias a la poca fuerza que aún poseía, impidió que cayera con la ayuda de su sable. Notó la mancha roja de su antebrazo izquierdo, suspiró, no podía culpar a la bestia, después de todo, él había sido el invasor de una tierra que no era la suya.

  --Quiero verte... déjame verte... --Su mente comenzó a divagar por la falta de sangre, era claro que la lucidez se había escapado de su cabeza.

Cayó una vez más, apoyándose nuevamente en su sable, pero sus brazos ya no tenían la misma fortaleza de antes, por lo que temblaron, antes de irse de frente y caer de boca al suelo, sus ojos poco a poco perdían vida, mientras sus labios rotos se abrían con lentitud.

--Por... favor... --Sus ojos se cerraron.