—Vera los volvió arrogantes, orejas cortas. —Su tono se fue tornando con cada sílaba más pesado y siniestro—. Pero ella ya está muerta, al igual que esos malditos lobos que le seguían. —La energía de muerte se condensó en sus dos palmas, haciendo aparecer una lanza de cuchilla negra, mucho más alta que el propio joven humano—. Ven a morir, orejas cortas.
Con una prontitud impresionante, Gustavo logró esquivar el veloz rayo negro que surgió de la punta de la lanza. A pesar de su destreza física demostrada, no se encontraba en su mejor momento, resultado de su mal estado mental, influenciado por la negatividad de los alrededores, y el propio dominio que ejercía el ente de la lanza.
Se aproximó en un instante, mientras con una destreza únicamente perfeccionada por innumerables batallas asestó un golpe que en primera vista se apreció de fatal. La coraza negra, apenas impactada por la cuchilla sufrió un corte, lo suficiente para alarmar al joven que por segunda vez evadía la muerte. Retrocedió como pudo, pero Dominius era demasiado rápido, y estaba claro que no iba a permitirle escapar. La cuchilla se aproximó a su vientre, a su pecho y a su rostro, pero por más veloz que intentaba esquivar, no quedaba ileso de los ataques continuos.
Sentía la sangre caliente que resbalaba del corte de su mejilla, no había dolor físico, era más un ataque a su estabilidad mental, causado por la cuchilla o el aura en extremo caótica que le rodeaba, y que como un veneno le estaba afectando.
—Sanar.
Dominius retrocedió de forma inmediata, y Gustavo no entendió el porqué.
—No eres un orejas cortas —afirmó. Su lanza se posó en la dura superficie lustrada, su mirada se intensificó, mostrando un odio palpable.
Con un deliberado y profundo respiro, Gustavo se entregó brevemente a la indulgencia de llenar sus pulmones con el aire que lo rodeaba, una táctica por domar la tormenta de emociones que tempestuosamente batallaban dentro de él. Aun en este momento pausado, su vigilancia permanecía férrea, su mirada anclada en el adversario que se erguía frente a él. La defensa de su oponente se presentaba como una fortaleza inexpugnable, cada intento de ataque era repelido con una facilidad desalentadora, su rapidez desafiaba la lógica de la propia definición, dejándole la impresión de que su verdadero poder aún no le era mostrado.
Ante la inspección del abismo detrás de los agujeros de la máscara de carne, experimentó un brutal ataque a su mente, como si intentará leer su alma.
—¿Qué eres?
Ante la incógnita y su fallo, Gustavo se mofó, un síntoma de su evidente nerviosismo.
Su sable se tiñó de rojo y blanco, con motas negras que como esporas rodeaban la hoja. Y como un volcán en erupción la totalidad de su energía pura hizo aparición.
—Un Alto Humano —dijo, y en su tono se apreció la sorpresa, cautela y el miedo, pero pronto rechazó tal idea—. No, un Escogido.
Dominius levantó su lanza, y como si nunca hubiera existido se desvaneció. Anticipando los movimientos del enemigo, Gustavo aguzó sus sentidos, recurriendo a su energía pura para detectarlo en su momento de reaparición. No erró en su cálculo, pues un segundo después Dominius emergió del vacío. Gustavo, con reflejos fulgurantes, logró esquivar por poco el embate dirigido a perforarle, desviando al mismo tiempo un corte letal hacia su torso. Sin embargo, en un giro inesperado, no logró evitar un golpe devastador que se encontró con su rostro.
Lanzado con brusquedad hacia el suelo, Gustavo sintió la tierra golpear su espalda con una fuerza descomunal. Su pómulo izquierdo le palpitaba por el dolor, pero no era tan importante como rodar antes de reincorporarse para sortear la lanza que con brutalidad se había dirigido a su corazón.
Las motas negras incrementaron lentamente su tamaño, hasta tener el diámetro de la uña del dedo meñique.
Una niebla oscura, densa y opresiva, se cernió sobre el terreno bajo sus pies. De su profunda espesura, manos negras comenzaron a emerger lentamente, deslizándose con una siniestra elegancia para aferrarse a sus pantorrillas con un frío sobrenatural. Pero fue su agilidad, un reflejo instintivo afinado por sus antiguas batallas, la que le salvó. Con un movimiento fluido y certero, su sable trazó un arco brillante en el aire, cortando la distancia y la oscuridad, liberándose de la gélida presa. Y justo a tiempo, pues un instante después, un rayo de negrura pura estalló sobre el lugar donde había estado.
La energía que envolvía el entorno se intensificaba y adquiría un matiz cada vez más lúgubre a medida que transcurrían los segundos. Un sombrío aullido de lobo cortó el aire, una melodía tejida con hilos de dolor y desesperación. Sin embargo, pese al inquietante sonido, no tenía manera de desconcentrarse en lo apremiante de la situación.
Girando sobre sus talones con una agilidad nacida del puro instinto, lanzó un corte rápido hacia sus espaldas, sin la certeza de que su adversario se encontrara allí. Y sus temores se confirmaron: el enemigo no estaba donde él esperaba. En cambio, desde su flanco izquierdo, una lanza emergió como un rayo furtivo, dibujando una línea profunda en la superficie de su armadura. La punta del arma rozó peligrosamente cerca. Evitó la muerte, y en el mismo instante retrocedió un par de pasos.
—¿Por qué pelear contra lo inevitable? —La voz llegó a sus oídos como un susurro, acompañada de una carcajada que perduró en su mente segundos después de ser escuchada.
Había caído una vez más, pero todavía era demasiado ágil para eludir la muerte.
Se había percatado de cierta urgencia del enemigo en su intento de asesinarlo, las artes malignas que ocupaba eran brutales, creando un tipo de dominio que provocaba que sus sellos de manos fueran ineficientes, y las llamas no le dañaran.
—Purificar.
Lanzó el hechizo con cierta expectación, el corazón ya sonriente por ver en el presente la efectividad de lo que su mente no había pensado desde el inicio, lo cual le habría ahorrado mucho sufrimiento.
—Ja, ja, ja.
Dominius había esquivado casi de forma perfecta el conjuro, sin embargo, parte de la energía que Gustavo había logrado ampliar le tocó, pero, al contrario del propio pensamiento de ambos, no fue afectado.
—Tu luz es demasiado débil, Escogido.
Retrocedió por instinto, esquivando por milímetros la lanza que amenazaba con marcar su rostro. Con el corazón latiendo furiosamente en su pecho, logró, además, interponer una defensa desesperada contra la patada dirigida hacia sus costillas, sintiendo la fuerza del golpe vibrar a través de su guardia. No obstante, se hizo evidente que la potencia de Dominius no solo había incrementado, sino que su velocidad también se había exacerbado, otorgándole una ventaja casi insuperable.
Salió volando en contra de los escombros del palacio, ahogando el dolor y los gemidos que querían ser expulsados de algún modo. Su brazo izquierdo se durmió al haber sido golpeado en esa parte sensible del codo. La sangre que lo teñía no solo le pertenecía a las antiguas bestias que había enfrentado.
Dominius apareció frente a él, pero como una rata escurridiza logró sortear su ataque fatal, que, aunque dudaba si eso era algo de importancia, comúnmente apuntaba a su corazón.
Imprimió más fuerza en sus piernas, su energía pura se drenaba de su cuerpo como río desbocado, y el control del que había gozado desapareció, apenas era capaz de pensar con claridad, no deseaba otra cosa que vencer a su enemigo, no porque lo odiara, pues en realidad no sentía una emoción demasiado profunda por él. Solo quería acabar con todo y descansar, tener una buena comida y observar la estrellas, quería tomarse un tiempo para ordenar sus pensamientos. Para...