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67. El veredicto

—¿Por qué lo hizo? Yo la admiraba y la respetaba más que a ningún otro. Quería servirle y custodiarla. ¿Sabes cuál era mi sueño? Era volverme su guardián para protegerla con lealtad y fidelidad. En mi vida entera he entrenado, solo para ofrecerla mis armas, alma y mi vida. Todo de mí, cada parte de mi ser, solo estaba destinado a usted, mi gran y respetada señora. —Las palabras se le atragantaron, pero pudo conseguir el valor que necesitaba para continuar con su proclamación—. Cuando los demás hablaban mal de usted, yo la defendía y les comentaba lo fantástica e increíble que es la reina de Glories, pero ahora me arrepiento de haberlo hecho, y me doy cuenta de que ellos tenían razón. —Su respiración se agitó y el pecho le saltaba con impetuosos brincos. Le quedaron viendo con una expresión seria en sus caras, pero él solo veía a su majestad que alguna vez admiró y quiso servir con toda su humanidad, pero que ahora ella misma se había encargado de convertirlo en enojo y una sed de venganza incontrolable—. Así que, aunque yo muera, la fuerza de mi odio por usted vivirá por toda la eternidad y algún día, cuando el hielo se derrita, entonces, volveré y agarraré su corazón en mis manos y lo quebraré sin piedad, así como usted lo hizo con el mío. Porque yo le di el mío, y usted, lo cortó en dos.

—Con esto no hay nada más que decir, el acusado debe pagar con su vida —dijo Lord Ryan, retomando la palabra—. Y como no hay nadie que interceda por él, su majestad debe proceder a ordenar la ejecución inmediata del acusado.

Los nobles se veían los unos a los otros, sin hablar. Mientras que la monarca se mantenía callada y sin ningún gesto de perturbación en ella.

—Yo lo haré. —dijo una voz femenina que sonaba en el fondo de la sala—. Yo intercederé por él.

Así, los presentes dirigieron su mirada a la mujer que irrumpía en la sala con una determinación tan admirable. La princesa de enorme belleza, tanto como la despiadada reina tirana. Su gran cabellera rubia que combinaba perfecto con sus hermosos ojos verdes y una cuidada piel blanca, mientras que sus mejillas se tornaban rosas. Cualquier hombre caería de rodillas ante tan hechizante joven alteza.

—P-princesa Hilianis. —El bien vestido y diestro con las palabras, Lord Ryan, tartamudeó por primera vez al hablar—. ¿Puede repetir lo que ha dicho? Creo que no la he escuchado bien.

Hercus se pregunta sobre la princesa, ¿Por qué la princesa querría defenderlo a él? Si hacía un momento casi asesinaba a la reina, la cual era su madre y la había hecho guiarla hasta la monarca. Ella se ubicó a un lado de la silla del trono. No se podía negar su vínculo, ambas se parecían demasiado.

—Dije que yo intercederé por él. —Volvió a repetir con seguridad y con calma. Hercus las miraba a las dos de manera intermitente. La princesa se puso al frente del trono y se hincó ante su madre—. Claro, si la reina Hileane me otorga el permiso de hacerlo.

La reina Hileane guardó varios segundos de silencio antes de responder. Luego, suelo hizo gesto con su cetro de manera afirmativa. Hercus se encontraba confundido y no lograba comprender por qué la princesa estaría dispuesta a defenderlo. Casi no había hablado con ella y la había forzado a guiarlo hacia la sala del trono, por más que buscara la más mínima razón por la que quisiera ayudarlo, no encontraba ninguna.

—Antes que nada, quisiera preguntarle al acusado una cosa —comentó la princesa Hilianis con voz serena, dirigiéndose hacia él, con diestra expresividad de manos—. ¿Cuál es tu relación el hombre y la mujer muertos en la plaza pública? Ya sabemos que Herick es tu hermano menor.

La mirada de la princesa Hilianis no se apartaba de la Hercus. Entendía solo el punto de vincularlos con sus padres. Pero el motivo de su ira era porque había ejecutado a su esposa frente a sus ojos, sin ninguna piedad.

—Era mis padres —dijo el acusado con voz quebrada, rememorando la trágica escena.

—¿Y con la mujer ejecutada? —preguntó la joven alteza, trayendo a conversación el detonante de la rabia de Hercus.

—Ella era mi esposa.

—Ya veo. Eso explica los hechos que sucedieron —comenzó la princesa, caminando por la sala del trono y tomando el control del ambiente—. Aunque no justifico tus acciones, puedo comprender el motivo de tus actos —añadió con habilidad verbal, igualando o incluso superando a Lord Ryan—. Un ciudadano que se topa con una multitud reunida cerca del castillo, solo para descubrir el cuerpo sin vida de sus padres decapitada, luego se entera de que su hermano fue destarado y su esposa es ejecutado —resumió la situación de manera precisa—. Al ver que solo había un sospechoso, decidiste tomar represalias contra él, buscando venganza por la muerte de tus familiares. ¿Es eso lo que sucedió?

La princesa extendió uno de sus brazos hacia él, mostrando un gesto de confusión.

—Sí, eso fue lo que ocurrió —contestó Hercus de manera severa.

—¿Y dónde está el resto de tu familia?

—Muertos... —Hercus dirigió su mirada de nuevo hacia la reina, enfatizando sus palabras con ojos acusadores—. Mis padres verdaderos murieron cuando era niño y ellos nos adoptaron a mi hermano y a mí.

—Eso es lo que necesitaban saber. Y ahora les pregunto a todos los miembros del consejo aquí presentes... —La princesa Hilianis miró a ambos lados, hacia donde se encontraban los nobles políticos y militares—. ¿Qué hubieran hecho ustedes si estuvieran en la misma situación que él? ¿Si vieran morir a un ser querido y el posible culpable estuviera frente a ustedes? —El silencio se apoderó de la sala unos breves instantes. Ellos se miraban unos a otros y algunos asentían con la cabeza. Es posible que las palabras de la joven alteza hubieran tocado a algunos, otros se mostraban indiferentes—. Y, además, si lo matamos, no solo estaríamos sentenciando a un hombre sino a un linaje completo. Una familia de nuestra amada Glories desaparecería para siempre. Él vio morir a toda su familia y aunque atacar a la reina está mal, más lo estaría si eliminamos a toda una estirpe gloriense. Es por eso que no estoy a favor de su muerte. —Hizo una pausa en su gran discurso—. Sí, él solo derribó a nuestros guerreros y arremetió contra su majestad. Entonces que le sean devueltos en golpes. En vez de ser ejecutado que sea desterrado del reino. Eso es todo lo que tenía por decir. Agradezco a su majestad por dejarme dar mi opinión.

Hercus meditaba, ¿por qué hacía esto por él? Sin duda, ella era una muy buena persona, muy diferente a su despiada madre. Sin embargo, no encontraba otra explicación, más que haya visto a través de su dolor; después de todo, la joven señora era hija de una bruja de la profecía, por lo que la magia también podría ser su talento.

—Escuchando la intervención de nuestra princesa, entonces, ¿quién está de acuerdo con la proposición de su alteza, Hilianis? —preguntó el pregonero, volviendo a intervenir—. El que lo esté, puede alzar su mano.

Los nobles empezaron a charlar entre ellos y algunos dirigieron su vista hacia él y Lord Ryan, quien ya había vuelto a su puesto. Los nobles miembros del consejo militar comenzaron a levantar la mano uno por uno, excepto por los consejeros políticos.

—La opinión está dividida —dijo el pregonero al observar los votos.

La imponente reina se levantó de su trono y de inmediato, todos hicieron un gesto de respeto, bajando la cabeza.

—Las palabras de Lord Ryan y la princesa Hilianis han sido muy acertadas cada una a su forma y ya he tomado una decisión —dijo la reina de hielo con su acento característico—. Hercus... —Cuando dijo su nombre, él sintió un escalofrío que le recorrió el cuerpo. Se sentía pequeño e insignificante delante de ella—. Yo te condeno...

Allí todos estaban expectantes a lo que iba a decir y él más que nadie

—… A muerte. Esa será su condena… Y no solo eso, por sugerencia de mi hija, también serás golpeado y latigado antes de ser ejecutado. —Su voz era etérea e imponente. Lo miraba con desprecio y frialdad—. Lady Zelara, proceda con el castigo.

Hercus se sintió abandonado y la esperanza se disipó en su alma. Estaba perdido. Iba a morir de manera inminente.

—Sí, mi gran señora, como usted ordene —respondió Lady Zelara, mientras le rendía reverencia a la monarca.