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Capítulo 3: La Batalla en la Aldea de las Sombras

La aldea se extendía ante ellos, envuelta en un manto de oscuridad que parecía devorar la luz del sol. Gritos de angustia resonaban en el aire, mezclados con el sonido de acero chocando contra carne y hueso.

Sin perder un instante, Alexander se lanzó hacia la batalla, su espada desenfundada y su mente enfocada en proteger a aquellos que estaban indefensos. Criaturas de las sombras se abalanzaban sobre él, emanando un aura de malicia y odio.

Con movimientos fluidos y precisos, Alexander luchaba contra sus enemigos, cada golpe impulsado por la determinación de defender a los inocentes. La magia fluía a través de él, manifestándose en destellos de luz que repelían las fuerzas de la oscuridad.

El joven Guardián se abría paso a través de las hordas enemigas, su corazón ardiendo con la furia justiciera mientras protegía a los habitantes de la aldea con cada fibra de su ser. Cada movimiento era una danza mortal, una sinfonía de combate que resonaba en el aire cargado de tensión.

A medida que la batalla llegaba a su clímax, Alexander se encontró frente a frente con el líder de las criaturas de las sombras: un ser oscuro y retorcido que emanaba un poder maligno. Con un grito de desafío, Alexander cargó hacia adelante, su espada brillando con una luz deslumbrante.

La lucha fue feroz y despiadada, con el destino de la aldea pendiendo de un hilo. Pero en última instancia, fue la determinación y el valor de Alexander lo que prevaleció. Con un golpe final, el líder de las sombras fue derrotado, disipándose en la nada junto con sus secuaces.

La aldea quedó en silencio, sus habitantes emergiendo de sus refugios con expresiones de asombro y gratitud en sus rostros. Entre ellos, Alexander se erguía como un protector, su espada en alto y su corazón lleno de satisfacción por haber cumplido su deber. Aunque la batalla había terminado, sabía que su viaje apenas había comenzado.