Llegue a eso de altas horas en la madrugada, casi amanecía cuando puse el primer pie en la aldea. El pueblo parecía un desierto; ni un alma rondaba por aquel lugar y apenas pasaban unos cuantos animalitos nocturnos por la plaza.
Mis pasos fueron algo silenciosos, no quería despertar al pueblo aún, mi misión era llevar el cuerpo de Ernesto hacia la casa del gran jefe. Con él tendría que hablar primero, después se podría anunciar al resto de los aldeanos.
— Trate de ser cauteloso. Él no lo fue — le informe a aquel hombre.
— Es lo que me temía — dijo encogiéndose de hombros. En su mano derecha cargaba un tabaco, soltó un poco de humo y me miró con seriedad — Esto es lo que siempre le sucede a mis guerreros, Ernesto es uno más del montón.
Sus palabras fueron de impacto para mi. Incluso con mi forma de ser yo me preocupaba por esta situación. Pero al parecer, él no.
Parecía que la vida de sus guerreros no eran importantes para él. Pero ignore ese hecho.
— Tendremos que conseguir más hombres — dijo levantándose del sillón y caminando en dirección de aquella enorme ventana — Algunos con dones especiales, no quiero gente torpe; esta es una misión de mucha importancia. Tenemos que exterminarlos a todos ellos — luego tomó el tabaco e inhaló, luego exhaló y lanzó una buena cantidad de humo por su boca.
— No creo que existan más de ellos — le dije con neutralidad — Extermine a los que quedaban.
— ¿Enserio?
— Si.
— Entonces… bueno, quizás solo podamos conseguir hombres de mucho valor y astucia. Alguien que sepa ser cauteloso, inteligente, hábil e ingenioso para esta misión.
— ¿Cómo los encontraremos? — le pregunté con duda. La luna llena era en dos días, faltaba muy poco para que la mayoría de esas bestias vinieran hacia aquí, y no solo a este pueblo, sino a todos los rincones de la tierra. Pero mi misión estaba en este lugar, en el pueblo de este hombre; todo por un contrato.
— Organiza algún evento y bríndales algún premio a cambio. Nadie se resistiría a eso — dijo como si nada.
— ¿Dar un premio? — pregunté — ¿Qué he de darles?
— Una buena cantidad de dinero. Con eso solucionarás todo — el hombre caminó hacia una caja fuerte, de la cual sacó una bolsa de dinero — Dales esto. Estoy seguro que muchos querrán participar.
— Bien — le respondí. De todas maneras no teníamos muchas opciones. Aunque la vida de muchos se perdieran en el proceso, la seguridad de la mayoría del pueblo era más importantes. Sobre todo la vida de las mujeres, ancianos y niños.
— Entonces ve, busca a quienes mejor te parezcan y llévalos contigo a la guerra.
El rostro del jefe era inexpresivo; no parecía perturbado en lo absoluto con los acontecimientos por venir. Era como si estuviese 100% seguro de que ganaríamos aquella batalla.
— De acuerdo. Haré lo que pueda — le dije a él.
El hombre de aspecto redondo solo asintió con la cabeza y me indicó que saliera de la habitación.
Pero antes de irme le pregunté:
— ¿Qué haremos con el cuerpo de Ernesto?
— No te preocupes por eso; será llevado al mismo lugar donde descansan el resto de sus antiguos compañeros — respondió.
— ¿Le diremos a su familia? — le seguí preguntando. Yo consideraba que debíamos decirles, yo estaba más que dispuesto a dar la cara e informales sobre la verdad, sobre la muerte del antiguo guerrero, Ernesto Bal-las
— No. Al no verlo en la mañana sabrán de lo sucedido — se encogió otra vez de hombros — Créeme, Calev, ya estamos acostumbrados a no volver a ver a nuestros seres queridos; esto suele pasar todo el tiempo, no lo olvide.
Fueron esas las palabras de aquel hombre. Y al parecer tenía razón al decirlo. Porque no hice caso a sus palabras y me dirigí hacia la familia del difunto Ernesto.
— Lamento mucho que esto haya pasado — les dije a ellos.
Pero no dieron señales de que la noticia los haya afectado de alguna manera.
— No es culpa suya — me respondió la viuda — Sabíamos que esto pasaría. ¿Podemos ayudar con algo más? — agregó la pregunta de pronto.
— Tal vez — respondí — ¿Ernesto tenia hijos varones?
Ella me miró. Su rostro era igual de inexpresivo como el de todos los demás en este lugar.
— Si — respondió — ¿Por qué pregunta?
— Necesito a más guerreros. Ya no quedan más, todos han muerto.
— ¿Y pretende que mi hijo siga el mismo camino que su padre? — preguntó con inquietud — No. Absolutamente no.
— No era una solicitud. Sino un mandato.
— ¡Es mi hijo! — expresó con enojo — No permitiré que muera.
— No sabemos si morirá. Quizás debería dejarle venir y probar al destino, ¿quien sabe? Quizás se convierta en alguien admirable algún día.
— Dice eso solo para lavar mi cerebro, es chantaje. Repetiré por última vez; mi hijo no ira a cazar a esas bestias.
— Entonces la veré ese día. Espero que no se arrepienta por tal decisión.
— Largo de aquí — me dijo entre dientes — Ya he perdido a mi esposo; no perderé a mi hijo también.
— De acuerdo. Me iré. Hasta entonces; señora Egma.
Me fui rápidamente de aquel lugar con la bolsa llena de oro en mis manos. Tenía muchas dudas en mi, ¿podría esto funcionar?
En realidad no lo sabía; pero tenía que intentarlo. Hay demasiadas bestias allá afuera; podré con algunas de ellas; pero no con todas, necesitaba distraer a esos monstruos y la carne humana era la única que podría lograr tales efectos en ellos. Por eso necesito a los soldados; aunque si hay alguno de ellos que luche bien para sobrevivir, sería aún mejor; así me sentiría menos culpables por sus muertes.
Cuando la mañana cayó, yo salí en busca de otros guerreros, personas nuevas y hábiles.
No obtuve buenos resultados el día primero; fueron muy pocos quienes pasaron a formar parte de mi guardia, así que aún faltaba el segundo día, esperaba tener buenos resultados el día después, porque esta situación sin duda era preocupante. Monstruos de toda clase vendrán aquí; y aún falta educar a los guerreros en ello. Esperaba que el tiempo asignado fuera suficiente; pero lo dudé.