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El Fénix y el Lirio

«Vuelve con una reina, o no te atrevas a hacerlo», fueron las primeras, únicas y últimas palabras que escuchó de su padre tras cuatro años de exilio extraoficial. Había pensado que, luego de que le dejaran muy en claro que había tenido suerte de nacer, ya nada más le haría daño. Zuko todavía era demasiado ingenuo, al parecer.

VelvetOwl · Anime & Comics
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19 Chs

XV

Tabitha levantó sus ojos del libro cuando la puerta de la biblioteca se abrió. Apenas fue audible, pero estaba alerta en cada momento. La mayoría de los estudiantes y maestros, tal vez con excepción de la Serpiente de Fuego, pensaban que insonorizaba sus alrededores cuando comenzaba a leer, pero nada más lejos de la realidad, porque solo lo hacía con Kirche. Simplemente era muy buena ignorando a las personas. 

Reconoció los pasos cuidadosos, casi insonoros. Cerró su libro y esperó.  No pasó mucho tiempo hasta que divisó la figura de Zuko. Estaba recorriendo el lugar, claramente perdido. Era su primera vez visitando la biblioteca; lo sabía porque estaba aquí todos los días, ya fuese solo para tomar libros, devolverlos o buscar silencio. 

En algún punto, pasó cerca de donde ella estaba y la notó. Era difícil leer su rostro, siempre se veía irritado, pero se debatió si debía acercarse o no. No le tomó más de unos cuantos segundos llegar a una decisión y caminar en dirección de Tabitha con cierta inseguridad. Ella fue la primera en hablar cuando estuvo cerca, no sin antes insonorizar su conversación.

—Gracias.

—Yo debería agradecértelo —fue su respuesta, negando con la cabeza—. Era lo menos que podía hacer.

El artefacto que le presentaron a la princesa de Tristain pertenecía a Gallia. No era una baliza común, a pesar de tampoco poder llamarse extraordinaria. Sheffield no entregaba bienes preciados a la carne de cañón, lo veía como un desperdicio. No obstante, había un curioso encantamiento, que si no le decían al individuo de qué se trataba el objeto, podrían pasar toda la vida investigando y llegar a nada. Dependía de la habilidad de la persona, pero el punto seguía en pie.

Fue solo un dato que le dio al príncipe, pero, solo con eso, dedujo que ella era de Gallia y que, al tener información, era nobleza cercana a la realeza. Tabitha no lo sabía por la bondad de Joseph o su mascota, simplemente le gustaba aprender cuando nadie creía que estaba prestando atención. Conoce a tu enemigo, conócete a ti mismo y no temerás el resultado de mil batallas.

Y por supuesto que esa información en manos del príncipe fue como dispararse en el pie. Por un momento consideró matarlo, pero, por lo que había visto, no era una victoria segura. Luego estaba Gandálfr, quien, a pesar de todavía ser inmaduro en el dominio de las runas, se convertiría en un problema. Kirche, su amiga a la que no lastimaría de forma voluntaria tampoco debía ser subestimada, junto a la maga del vacío. 

Así que volvió a la Academia con el corazón en la garganta, repasando mil y una formas de matar a Zuko sin que nadie se enterara. Y luego lo escuchó mentir, terriblemente, frente a la princesa. Lo bueno era que nadie se dio cuenta; era horrible engañando, pero, al ser tan incómodo hablando, sería difícil de notar. No sabía si era un genio o solo casualidad. 

Si lo pensaba racionalmente, no le sorprendería que todo esto fuese una trampa de Joseph hacia ella. ¿A quién mirarían todos si se descubría que los espías eran de Gallia? A la estudiante transferida, por supuesto. Y no solo caería sobre su cabeza el haber dejado entrar a un grupo de asesinos que iban por la cabeza de la reina, sino también por el robo de una reliquia.

Este podría no haber sido el mejor resultado dada la situación, pero distaba mucho de ser el peor. Seguir con vida siempre se consideraba una victoria en su libro.

Parpadeó un par de veces, notando que se había dejado llevar por sus pensamientos. Zuko estaba observando alrededor de los estantes con el ceño fruncido en concentración. Miraba los títulos y pasaba de ellos, recordándole a Tabitha que había estado vagando sin rumbo.

—¿Buscando?

Girando hacia ella, Zuko miró los estantes otra vez, luego el libro de Tabitha. No había que ser un genio para saber que no quería molestar su lectura. Era agradable saber que había alguien que valoraba el tiempo de lectura, pero, si podía ayudarle para devolver el favor, estaba dispuesta.

—Libros de teatro —cedió al final—. Quiero leer sobre el teatro tristaniano. 

Tabtiha no era fanática del teatro. Principalmente porque le recordaba a todo lo que quería olvidar, no obstante, no significa que no los hubiera leído en el pasado. Así que se puso de pie y caminó en la dirección en la que recordaba que se guardaban. 

Ninguno de los dos intentó hablar más de lo debido, y cuando llegaron a la sección, Tabitha tomó asiento y observó al príncipe. Su ceño fruncido se aflojó al mirar ciertos títulos, tomándolos y ojeándolos un poco antes de devolverlos o mantenerlo en su mano. 

Tenía que admitir que estaba preocupada. Joseph, o más bien, su mascota, no se había pronunciado en su vida para pedirle información del príncipe de Germania. Tanto silencio la estaba alterando, y a veces no dormía esperando la llamada. Tendía a enviar muñecas para molestar a Tabitha, y era sorprendente el número de opciones que había para desmembrar juguetes.

Sea como fuere, estaba haciendo un informe sobre Zuko. El hecho de que estuviera interesada en él lo hacía más fácil, porque nada estaba encajando con todo lo que el mundo sabía sobre este hombre. Se decía que era un belicista implacable que buscaba cada batalla para ganar el favor de su padre, quien lo exilió de forma no oficial. Cruel e implacable, un monstruo en piel humana.

Y no solo pareció odiar la batalla, sino que estaba aquí, buscando libros sobre obras de teatro de Tristain. Incapaz de responder a los insultos y la actitud pasivo-agresiva de la princesa. Recibiendo órdenes de un plebeyo y trabajando en la cocina para preparar el desayuno.

Suspirando, notó que había tomado tres de los libros. El príncipe la miró y le dio un sentimiento como única forma de agradecer su guía. Respondió de la misma manera, volviendo sus ojos al libro, pero sin leer en realidad. Simplemente pensando en el futuro. 

Tantas cosas se arremolinaban alrededor de ella que a veces le sorprendía su capacidad de ser absorbida por la lectura. Más de una vez se preguntó si su crecimiento atrofiado se debía a todo el peso que cargaba sobre sus hombros; algunos eruditos decían que la mente jugaba su parte en los asuntos del cuerpo. 

Temía el día en que recibiera el mensaje de la mascota de Joseph. Zuko era una pieza reciente que se había añadido, y si había algo que amaba el hombre-niño, eran los juguetes nuevos. Pronto se vería obligada a hacer malabares con la vida de su mejor amiga, la suya propia y la de una amorosa madre que ahora la despreciaba. 

Una vez más se preguntó si estaría mal ponerle fin a todo bajo sus propios términos.