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El Fénix y el Lirio

«Vuelve con una reina, o no te atrevas a hacerlo», fueron las primeras, únicas y últimas palabras que escuchó de su padre tras cuatro años de exilio extraoficial. Había pensado que, luego de que le dejaran muy en claro que había tenido suerte de nacer, ya nada más le haría daño. Zuko todavía era demasiado ingenuo, al parecer.

VelvetOwl · Anime & Comics
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19 Chs

XIII

Henrietta entró en la habitación con la cabeza en alto. Los nobles cesaron de hablar y se pusieron de pie; muchos a regañadientes, algunos con indiferencia y pocos con verdadero respeto. No dedicó una mirada a ninguno de ellos mientras caminaba a su asiento designado, seguida de cerca por Agnès y Mazarin. 

Todos, como mínimo, le doblaban edad, eran hombres, la mayoría con sobrepeso y cargando joyas hasta el punto de la repugnancia. Retuvo una mueca al estar dentro de una habitación que mostraba todo el hedonismo de Tristain en un solo lugar.

Acarició el broche de fénix de forma «distraída», lo que atrajo las miradas de los nobles. Notó que algunos se contuvieron, mientras otros chasquearon la lengua o mostraron algún gesto de desagrado. Al menos ya sabía a quienes no tendría de su lado en esta sala. 

Recorrió el lugar con la mirada, fijando sus ojos en un hombre en específico por más tiempo que el resto. Era guapo en un sentido maduro, la severidad de sus rasgos agregando a su atractivo; a pesar de que podía ser su padre, no era extraño llamarlo encantador. Cabello castaño muy oscuro, casi negro, aunque encanecido y peinado con pulcritud, usando atuendo formal discreto y carente de joyas. Philippe de Valois, líder de la Facción Noble.

Aunque lo llamaban líder, lo único que hacía era evitar que se mataran. El hombre, astuto como el que más, esquivaba el verse envuelto en cualquier asunto capaz de mancharlo. Corrían los rumores de que algún antepasado suyo estuvo ligado con la familia real. No era fuerte, pero, si se esforzaba en hacer el reclamo y Henrietta no nombraba un heredero, podría tomar la corona.

—Agradezco su tiempo, mis Seigneurs —comenzó, aunque no fue capaz de continuar.

—No es por placer, y asumo que Su Alteza piensa lo mismo —dijo uno de los nobles, Gérard, si no recordaba mal.

—¡No hables con tanta insolencia! —saltó de inmediato Léandre, uno de los partidarios de Henrietta. 

Una discusión estalló de inmediato en la sala. La princesa solo pudo hacer una mueca ante la forma en la cual todo escaló con solo un intercambio de palabras. Tristain estaba condenada. 

—¿Es esta la forma en la cual se deben comportar frente a la princesa? —la intervención de Seigneur De Valois silenció la discusión—. Lo que ha ocurrido es ciertamente una tragedia, pero no estaba en poder de Su Alteza el evitarlo.

Henrietta tuvo que sonreír a pesar de querer abofetear el rostro estoico del noble. Sonaba comprensivo, casi paternal, cuando en realidad estaba soltando un insulto directo a su cara. No solo cuestionó su falta de previsión, sino también su incapacidad para reaccionar ante una emergencia. 

—Agradezco su preocupación —poco más era lo que podía decir—. Fue aterrador estar presente en una situación tan caótica —llevó las manos a su boca, moviendo su varita fuera de la vista y murmurando un hechizo—. Fu-fue tan aterrador. L-los busqué a to-todos...

Odiaba hacer uso de su condición como mujer, pero, si era un arma efectiva, ¿por qué no aprovecharla? Un hechizo de agua que generaba lagrimas falsas, indetectable, fácil de usar, rápido y capaz de engañar cualquier inspección en caso de ser necesario. En un parpadeo, el agua se deslizaba por sus mejillas.

De inmediato vio los rostros avergonzados de la mayoría de ellos. Fueron grandilocuentes al hacer juramentos de dar su vida por la Corona, pero, a la primera señal de peligro, muchos solo buscaron su propia seguridad. En el caos del momento, estaba segura de que solo una minoría siquiera pensó en la seguridad de Henrietta. 

Respiró hondo un par de veces, limpiando sus lágrimas falsas mientras evitaba sonreír. El pensamiento podía ser inapropiado, pero le encantaba verlos retorcerse luego de menospreciarla. El Fundador sabía que necesitaba esos respiros de vez en cuando.

—Lamento mi incompetencia para velar por su seguridad, princesa —Valois se inclinó en su asiento, sin sonar arrepentido en lo más mínimo—. Debí suponer que su guardia actual sería incapaz de brindarle la seguridad que requería. Si me permite ser atrevido, podría solicitar la asistencia de los Caballeros Dragón.

Y por supuesto supo usar las palabras de Henrietta en su contra, menospreciando de forma indirecta la decisión de conformar a las Mosqueteras. Ya de por sí eran un grupo que estaba sobre la cuerda floja, pero su posición solo estaba emporando. No conforme con eso, intentó promover la campaña de su hijo, capitán de los Caballeros Dragón. 

—Agradezco su oferta, pero la amenaza de Reconquista es mucho más importante en este momento. 

Esto pareció ser un recordatorio de la situación actual, porque, por supuesto, se culparía a Reconquista por el robo y el intento de asesinato. Probable, pero no debería enfrascarse en solo un sospechoso. 

—Eso me recuerda —intervino Paquet, uno de los opositores—, ¿está segura de seguir con toda esta farsa del Príncipe Mendigo?

Henrietta se sintió erizar ante la mención de König. Sabía que este cuestionamiento era una consecuencia de su abierto desprecio por su prometido. Como siempre, sus malas decisiones volvían para morderla más temprano que tarde.

Sabía que cualquiera de ellos quería pescar a la realeza, ya fuese con sus hijos u ofreciéndose a sí mismos. Podía ver la codicia en los ojos de los opositores, e incluso entre los suyos. La asqueaba ser vista como un pedazo de carne a buen precio.

—Desconozco de qué farsa está hablando —se adelantó a cualquier discusión, acariciando el broche—. Mi futuro esposo está arriesgando su vida por Tristain en estos momentos. Le aconsejo que tenga más respeto.

La sala quedó conmocionada, pero ella solo se concentró en la amargura de su boca al llamarlo como tal. También volvieron las palabras de Zerbst, que fueron silenciadas con mucha más fuerza. Y lo que dijo Mazarin era cierto, nadie quería ser señalado como el que instigaba la ruptura del trato con Germania.

—Es curioso —Valois tomó la palabra, sonando interesado en lugar de acusador—, porque Su Alteza no parecía demasiado emocionada con la perspectiva del matrimonio. 

Si pudiera patear a la Henrietta del pasado por no ser más sutil, lo haría. Ahora la estaba haciendo quedar como los estereotipos de las mujeres que tanto favorecía al sistema actual: demasiado volubles como para gobernar. Y, por desgracia, le avergonzaba admitir que actuó así.

—Mi prometido y yo comenzamos con el píe izquierdo —escuchó un bufido en algún lugar—, pero les puedo asegurar que nada más lejos de la realidad. Es el consejo de mi futuro esposo lo que impulsa mis acciones. 

Esto despertó la curiosidad de los presentes, junto a la aprehensión de algunos pocos más inflexibles. Henrietta mató sus ganas de sonreír para segur interpretando el papel de la dama un poco ignorante. Sabía que Valois no estaba comiendo su acto, pero ¿qué importaba? Había todo un público que convencer. 

—Me llamó la atención sobre... conspiradores de Reconquista.

Allí. Los tomó por sorpresa, incluso mirándose entre ellos con suspicacia. Sin importar lo estúpidos que fuesen, podrían sumar dos y dos, llegando a la conclusión de que uno de ellos ingresó a Fouquet y los asesinos. Podrían incluso ser todos, o la mayoría de ellos. 

Valois abrió la boca con una réplica lista, pero Henrietta fue salvada por la campana. La puerta se abrió, dejando ver a una mosquetera.