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Capítulo 36 — La batalla de un soldado

Enterrado en el frío suelo, con los huesos de su cuerpo rotos, llorando de tristeza y desesperación, con un odio hirviendo, un sentimiento de remordimiento, una sensación de culpa, el llanto interior de sus compañeros y sobre todo, con el poder de su esposa en su espada que sostenía con firmeza, una flama se encendió en su corazón. Cedius se encontraba así, desesperado y triste.

Melid miraba como Cedius era humillado y este no podía usar todo su poder al cien por ciento. Sentía dolor y enojo por lo que veía. Llegó a un punto en donde dejó caer una lágrima caliente por sus mejillas que le hizo arder su alma.

«Úsalo. No mueras, por favor.»

El poder que estaba usando no era el que ella había conocido en las grandes guerras de la tercer gran calamidad. El poder del Cuarto Rey de la Espada no había sido liberado en su totalidad, y por eso se sentía tan triste. No usaba todo su poder oculto y nada más se dejaba pisotear por un altanero que disfrutaba del sufrimiento ajeno.

«¿Y si lo hago?» Pensó Melid mientras miraba como Riltut destruía todo de su amado. Su alma, espíritu y cuerpo, todo de él, como sus huesos eran triturados.

Melid bajo la mirada y entrecerró sus ojos viendo a sus manos.

«Me odiará pero...» Melid levantó la mirada al cielo y de su frente emergió una gran luz que llamó la atención de todos.

Con una gran mirada de determinación, digna de un soldado, con una valentía tan grande, digna de un verdadero guerrero, y con un poder tan monstruoso, digno de un dragón verdadero, Melid activó su poder, y con una voz tan fuerte y desafiante dijo con todo el amor que le tenía a su esposo: —¡Lo que hago es por mi amor hacia ti!

Los reos, el grupo de Aldeib, Riltut, algunos sectarios que andaban rondando, las personas en su duro lecho de muerte y las aves del cielo, presenciaron la liberación de poder de un raza extinta, pero que a la vez fue la más poderosa de la especie drakonsa: la raza de los transdragón. Era el verdadero momento en el cual se había liberado todo el poder de los transdragones.

El cuerno de Melid creció y se asemejó al de Raylt por su tamaño y color. Sin embargo, dejó de parecerse tanto cuando este cuerno creció un poco más de lo normal y luego empezó a brillar como la sangre misma. De la espalda de Melid crecieron alas de un brillo blanco que se corrompieron y se tiñeron de distintos rojos y de ellos predominaban el rojo vino y un rojo casi rosado.

Ojos brillantes como el sol y unas pupilas negras que demostraban toda la determinación y la protección que Melid guardaba. Era el momento de sacar el máximo potencial de una transdragona.

El suelo comenzó a temblar de la nada, como si ocurriera un terremoto. La razón detrás del movimiento tan brusco de la tierra era que Melid se estaba acercando con furia hacia Riltut, quien se había dado la vuelta para verla.

—¿Defenderás a este cobarde? —Riltut sonrió retando a Melid a sacar su máximo potencial. Su confianza era tal que seguía creyendo en que era un ser intangible, incapaz de morir por eso. Ni siquiera el hambre o la enfermedad lo podía tocar y matar, creía.

¿Como se sentiría alguien con ese poder? Seguramente se sentiría tan poderoso como Riltut. No era para menos, un poder así nadie lo poseía y quien lo poseyera, pensaría que era el único dios sobre el cielo, bajo el mar y en la tierra.

Riltut miró a Melid desafiándola con la mirada más cruel y burlona jamás vista en toda su vida.

—Sí. Estoy dispuesta a dar mi vida por él. —De los nudillos de Melid crecieron garras que se preparaban con odio para la batalla que si iba a llevar acabo. Melid estaba más decidida que nunca, no permitiría perder a otro amo, no permitiría pasar por lo mismo, esta vez daría su vida si era posible. Todo para salvar al hombre que amaba

Cedius sentía como Melid estaba dándolo todo de sí. Se había liberado de las cadenas que la mantenían atada a no dar su máximo. Esto porque lo que le había sucedido a Cedius había hecho que estas cadenas se debilitaran, y más allá de eso, que Melid se fortaleciera, creando así una mezcla de factores perfectos para que se liberara.

Y ahora Cedius, quien sostenía sus espada con un poco del poder de Melid y todo el suyo en la espada, debía de ponerse de pie aunque sus huesos estuvieran rotos y su espíritu a punto de ser destruido.

Antes de que hiciera eso, algo pasó por su cabeza. Era la figura de un viejo carismático y también enojado, de mala cara que había visto desde su nacimiento. El viejo a quien tanto odio por todo lo que le había hecho, el viejo que se arrepintió de lo que había hecho y el mimo viejo que seguía esperando con los brazos abiertos a que su hijo lo perdonase o al menos no lo odiase.

En ese momento las lágrimas de Cedius se empezaron a derramar. Sin duda, no quería morir sin reconciliarse con su padre y pedirle perdón.

Como el caballero "perfecto" que decían que era, y como el ser "sin odio" al que muchos alababan y creían que era, debía ser como el mismo se pintó, debía ser como la persona que se hizo hacer al ojo público. Ahora que Cedius se había decidido a dejar caer su máscara y perdonar a su padre en cuanto lo viera, no iba a permitirse seguir utilizando esa máscara tan sucia que lo hacía ver como hipócrita.

Por todo eso, Cedius no se debía de permitir morir en este momento. No debía morir en el momento en el cual el mundo lo necesitaba. Debía se luchar y dar su máximo esfuerzo mientras los refuerzos, su padre e hija llegaban al campo de batalla.

Cedius empezó a ver con su imaginación y pensamientos, a los cuatros miembros de la realeza espada luchando juntos para eliminar a la secta de las estrellas. No se iba a rendir y dejar sus sueños en el olvido de la muerte.

Cedius se empezó a levantar con lentitud del suelo.

Luisa desde lejos entendió cual era la razón por la que estaba en este lugar y en esta situación. Entonces levantó ambas de sus manos al cielo y conjuró un hechizo.

—En el nombre de los dioses de la vida. Que mi poder alcance para sanar a mi objetivo por completo sin importar mi maná. ¡Boncurat! —Las manos de Luisa se hicieron verdes y brillantes por completo y de ellas empezó a salir luz.

También los pies, la nariz, y demás partes dañadas del rey de la espada comenzaron a regenerarse con mucha rapidez. Esto era algo que Luisa no podría hacer sola, ¿qué hacía que esto fuera tan rápido?

Luisa estaba sintiendo como había una fuerza de sanación externa a ella que estaba emergiendo detrás de ella. Cuando volteó la cabeza, sin parar el hechizo, observó a varios magos con las manos sobre sus cabezas que empezaban a brillar en un tono verde muy pálido.

La multitud de curanderos que habían llegado como refuerzos gritó con alegría y poder:

—¡[Cure]! —El hechizo colectivo del grupo de magos curanderos y Luisa se mezcló en uno solo.

Y este gran hechizo empezó no solo a curar a Cedius, sino que incluso curó hasta los reos con pequeños rasguños en sus cuerpos. Así de poderoso era este hechizo que se estaba liberando en ese preciso momento.

Era el verdadero comienzo de la batalla contra la secta de las estrellas. Batalla comandada por Melid y Cedius.

△▼△▼△

—Veo que luchas como la guerra misma. ¡Maldito idiota pesimista! —Quien estaba hablando agarró varias espadas y las sostuvo sin las manos en el aire.

—Pues sí, es obvio ¿no? —El caballero lleno de sangre con la cuenca de su ojo perdido al descubierto, agarró con fuerza y valentía su espada de guerra listo para comenzar una batalla en este momento. —Como te envidio por tu colección de espadas.

El caballero que estaba frente sonrió con firmeza y atrevimiento. Estaba retando al mismísimo demonio, un demonio malvado y despiadado. Ese ser a quien se estaba enfrentando el caballero.

—Es más que obvio que tú eres el desaparecido demonio de las cien espadas, Holger Monger. —El loco se mostró muy desafiante en esta situación. El loco tenía una mirada muy retadora y malévola, quería seguir con la gran batalla que tenía.

—Gold Batenkaitos. Si soy sincero, ¡qué horrible nombre! —Holger sostuvo con fuerza su espada y dio una gran carcajada de valentía.

Salió disparado del aire y se elevó demasiado con una gran y violenta velocidad en dirección a Gold, quien lo esperaba.

Holger empuñaba su espada con ira y frustración, pensando en como sería mejor cortar a este superior. Sin embargo, empezó a sentir que cortarlo sería difícil.

El caballero sabía que no se encontraba en el mejor momento de su vida para enfrentarse a un superior. Tantos años encerrado, sin tiempo para entrenar y aún así volver a tomar su control sobre las espadas, esto lo había dejado en la ruina de su poder como guerrero, mas no sería un impedimento para seguir luchando por la vida de muchos inocentes.

El nombre del gran caballero, Holger Monger, fue uno que hizo eco en el reino hace mucho tiempo. Ahora, como salvador de Rupnias, otra vez volvería a escucharse su nombre en el reino.

Holger sabía que si su nombre se volvía a escuchar en la nación del este, el Reino de Aria, Sería muy peligroso para él y correría peligro de ser asesinado.

«No me importa que la Dama Mayor se empeñe cada día de su vida en matarme. Yo, Holger Monger, estoy decidido a proteger Aria con mi vida.» Holger cerró sus ojos con fuerza evitando pensar en Dama Mayor, y lo que le pasaría si él defendía este reino.

A pesar de las advertencias de su mente y de todo lo que esta le decía con malicia, Holger estaba decidido a luchar por el Reino de Aria sin importar que le sucediese.

Como un buen soldado, protegería su nación sin importar nada más que su vida y la existencia de su nación por encima de todo. Así era como Holger se había formado, con esa mentalidad, con ese lema digno de un soldado guerrero sin miedo a la muerte aunque le temiera.

Con destreza, levantó su espada y esta chocó con una de las espada flotantes de Gold. El choque de estas armas de extremo poder, generó una pequeña chispa de fuego.

Tanto Gold como Holger intentaban ganar esta batalla con todas sus fuerzas. Era una batalla que decidiría el rumbo del reino en todos los sentidos. La ruina o la esperanza de esta nación estaban en manos de los que luchaban contra los superiores y los miembros de la secta, en especial los superiores.

Por eso, cada uno de los soldados debía dar lo mejor de sí hasta la muerte.

«Esto es un soldado hecho en mente y corazón.» Sonrió.

Holger zafó su espada de las de Gold, quien las estaba uniendo con el calor, derritiéndolas para unirlas en una sola. Holger se vio muy sorprendido al ver las magníficas habilidades de el ser que tenía frente a él.

—¿Otra habilidad? —Holger pensaba que Gold solo poseía la capacidad de controlar objetos y ya. Por eso tenía una cara de sorpresa y desconcierto.

—Te equivocas. Poder controlar objetos hace que tenga el control absoluto sobre sus características, incluyendo su temperatura. —Gold sonrió con frialdad y alegría por ver como un caballero como Holger se maravillaba por ver tal habilidad. Se sentía tan especial y amado por el mismo destino que lo había llevado a enfrentarse contra el demonio de las cien espadas.

Holger se alejó e intentó, a gran velocidad, acercarse a Gold y asestar un corte de su espada y por fin rebanar el cuello del superior, mas no pudo hacerlo ya que una espada lo detuvo. De nuevo, del choque de las espadas salieron pequeñas chispas de fuego, algo normal por tal tremendo choque que había ocurrido.

—¡Lamentablemente te falta calentamiento y noventa y nueve espadas para recuperar tu poder! —Gold Batenkaitos miró al experto espadachín que ahora ya no podía dar ni un solo golpe, ni rasguñar una mejilla, ni acercarse a su cuello. Gold se rio de él con fuerza y luego dijo: —¡Qué inútil que eres! —Para luego soltar otra carcajada.

—¡Hk! ¡Te venceré! —Holger se irritó de que esta persona le estuviera diciendo tantas cosas desgastantes en su cara.

Odiaba la risa de Gold, tanto la odiaba que sería lo primero que rebanaría con su afilada y ahora caliente espada.

Cuando Holger levantó su espada a punto de dar otro golpe en vano, algo se sintió en el suelo. El suelo se había alterado de una manera tan extraña que parecía como si un gran gusano pasara de bajo de él. El suelo hizo temblar sin haber un terremoto, puesto que aunque permaneciera inmóvil, de él salían varias ondas de maná que hacían temblar el aire, y energía vital extraña que causaba confusión.

Fue tan grande este terremoto mágico causado por la tierra que retumbó el aire, que la pelea entre el superior loco y el gran caballero de la guerra, se detuvo.

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—Hombre. —gritó el chico de ojos verdes. Estaba muy furioso por lo que veía, por lo que estaba sucediendo, se estaba preocupando demasiado.

—¿Qué quieres que suceda? —Preguntó el chico de ojos rojos mientras sostenía una gran espada en sus manos suaves.

—¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¡¿Por quéé?! —El chico de ojos verdes estaba tan asustado, sorprendido y también muy enojado por la persona a quien estaba enfrentando.

—Soy un favorito de los dioses. ¿Qué esperabas? —El chico de ojos rojos levantó su espada sobre sus cabellos dorados y la empuñó con fuerza para dar un gran y preciso corte.

—¡Luit! —Gritó el chico de ojos verdes. El chico estaba cada vez más furioso por lo que estaba sucediendo. Estaba a punto de ser rebanado su cuello, mientras estaba frente a Luit. Se sentía tan fatal de que su poder no funcionara. Pero de pronto sonrió y dijo: —¿Tan favorito? ¡Qué envidia! Haber si ese favoritismo te ayuda a atraparme. —Sin embargo, estaba aterrado y pensó: «¿¡Este es el de la espada que me matará!?»

—¿Qué? ¿¡Arroy Mathi Drakons!? —Luit se había asustado por las palabras que Arroy le acababa de decir. Entonces empuñó con más fuerza la espada llena de sangre y la lanzó en dirección a Arroy.

No iba a permitir que ese superior escapara como si nada. Si los dioses los unieron en esta pelea, solo significaba que el objetivo final de esta pelea era asesinar a Arroy. Por lo tanto, dejarlo escapar sería un pecado que pagaría con la muerte, pero...

Cuando Luit se abalanzó con su espada, listo para rebanar el cuello de aquel fastidioso niño, su cara se puso de miedo total al sentir un dolor agudo en su corazón. Esto causó que Luit cayera al suelo inmóvil.

Arroy vio esto sin entender que sucedía, pero aún sin entender, él debía escapar y eso hizo. Arroy empezó a correr por los escombros, huyendo de la ira de Luit, la supuesta "ira de los dioses".

—¿No era yo quien lo debía matar? —Murmuró Luit y luego abrió los ojos. —Espada Dorada… ¿…?

Mientras escapaba y Luit se retorcía del dolor, y además, el ambiente cambió.

Se había sentido un terremoto en el suelo sin que este se moviera. Sin embargo, el aire si sintió este movimiento mágico y pasó esta sensación a los seres vivos cercanos. De pronto se empezó a sentir una magia muy poderosa y una energía vital muy extraña que provenía del suelo.

«Creo que… ya llegado la hora.» Luit en su mente se lamentó por lo que estaba por venir.

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Mientras Cedius se intentaba levantar, ahora ya curado, sintió también algo extraño en el suelo. No solo lo había sentido Cedius, sino también todos los presentes, incluyendo a Aldeib.

Esta sensación afectó a Luisa y las demás curanderas, e hizo que estas cayeran al suelo sin poner resistencia. Parecía como si este movimiento mágico de la tierra al aire, les hubiera causado gran debilidad.

Entonces la energía vital extraña empañó y llenó todo el lugar. Esto dejó sorprendidos a todos quienes no entendían nada.

Sara se acostó en el suelo y puso su oído en este para poder sentir lo que sucedía en él. Al poner su oído y escuchar los quejidos, lamentos y gritos que venían del suelo se dio cuenta de que lo que estaba sucediendo carecía de explicación lógica.

—No entiendo nada…