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Capítulo 32 — El "anillo"

Luisa tomó a Holger de la camiseta negra, evitando que siguiera caminando y fuera directo a la muerte segura. Sería una de las peores muertes que alguien podría soportar.

Morir a manos de la secta de las estrellas no era un dolor físico, sino un dolor mental. Era tan desgarrador en forma mental, ser asesinado por la secta que era preferible morir ahogado. No era humillante, era aterrador hasta el último momento de vida.

Aldeib no era de este mundo y por lo tanto, no sentía realmente como de horroroso era morir a manos de esas personas. Pero todas las personas que hayan nacido en este mundo sí le temían a la secta y a morir por ellos.

—¡Ustedes desconocen haber vivido toda una adolescencia en manos de la tercer gran calamidad! —Holger se apretó los dientes con mucho odio y sed de venganza. Menospreciaba lo que estos chicos le querían decir solo porque no vivieron en la guerra o la tercer gran calamidad. —No saben nada.

—No hemos vivido en la guerra ni visto una gran calamidad. Somos solo niños que hemos escuchado de ellas, pero. —Luisa intentaba hablar, algo que le dificultaba, puesto que no era normal para ella hablar más de unas cuantas y contadas palabras a la vez. Más aún si se trataba de un desconocido como lo era Holger.

Luisa no se daría por vencida en su vergüenza y a pesar de su cara sonrojada y cabizbaja, furiosa por lo que tenía que hacer, sintió como si fuera lo correcto y estuvo completamente satisfecha.

Luisa siempre se había caracterizado por ayudar a todas las personas posibles. Era una chica muy ayudadora, pero su problema era su falta de comunicación. No hablaba con nadie y hasta le daba vergüenza asistir a sus clases de magia curativa. De hecho, en el día de la coronación como curandera de la ciudad vecina, se presentó, pero con gran vergüenza y esta misma vergüenza era en pocas palabras, un círculo vicioso ya que entre más se avergonzaba en público por su timidez..., más tímida y callada se volvía.

Luisa daba gracias a los cielos porque su coronación no hubiera sido en la capital y por no haber sido reconocida en ese momento, ya que debido a la crianza de Luisa, ella adoptó un papel protector y un rol tímido.

Su amor por querer ayudar a todas las personas posibles era lo que la mantenía con la capacidad de hablar mientras habían muchos desconocidos. En tiempos de crisis, ella se volvía una chica muy importante en pueblos y ciudades. Por todo lo que ella hacía a lo largo de su camino, se había ganado la amabilidad y aprecio de muchos sin siquiera abrir la boca, incluso también el corazón de algunos chicos que se encontraba, pero esto no era para nada suficiente, ni para eliminar su timidez, ni para declarar sus sentimiento a Raylt.

—¿¡Entonces que crees que haces!? —Holger se contuvo de darle un puñetazo a Luisa. El viejo realmente quería salir a luchar fuera de las celda para proteger a este reino de la amenaza más grande en el mundo sin contar las grandes calamidades: la secta de las estrellas. No iba a permitir por nada del mundo que una secta apareciera y destruyera toda su nación en segundos.

—Pero es ilógico pensar en que la muerte atrae la victoria. —Luisa se rehusaba a pensar como Holger y se rehusaba a saber que este seguía pensando así. Iba a hacer hasta lo imposible para hacer que Holger lograra cambiar de opinión, pero antes de que pudiera seguir hablando…

La ira contenida y la desesperación de Holger que se veía a simple vista, salió de su cuerpo de una forma tan brusca y violenta. Holger no se iba a permitir quedarse varios segundos más en la cárcel sin hacer absolutamente nada más que esperar. No importaba como quedaba al ojo de las personas por hacer lo que hizo, el estaba decidido de pies a cabeza.

—No te metas.

Por eso, con desesperación, le dio un golpe a Luisa haciendo que esta rodara un par de metros. El golpe fue tan fuerte que incluso le había causado un poco de dolor a una curandera de tan alto poder y rango como lo era Luisa.

Por lo general, una curandera, dependiendo de su nivel, puede usar el maná para reducir un daño causado hacia ella. Incluso, este poder era equiparable a un poder que te permitía reducir el daño de cualquier cosa de forma instantánea e incluso lograr hacer cosas como evitar morir.

Aldeib solo observó con la sangre fría por completo, mientras Luisa salía disparada por varios metros. La cara de Aldeib era de miedo y pena por ella. No había peor vergüenza que estar hablando y que de pronto te den un golpe tan fuerte que incluso, si fueras alguien débil, como Aldeib, sería capaz de quedar con un diente en el suelo.

Sara, Eilí y Denep quedaron en completo asombro al saber como su amiga, la única que se digno a parar a Holger para evitar que muriera, esa chica había recibido un golpe muy fuerte y violento.

Raylt, que fue el único que en lugar de solo observar, actuó. Actuó y corrió hasta donde estaba Luisa tirada en el piso, se acercó a ella y la puso boca arriba. Raylt miró algo enfurecido a Holger, quien se había atrevido a lastimar a una de sus amigas.

—Imbéciles. —Holger siguió caminando como si nada hubiera sucedido. Iba en dirección a la entrada de la cárcel, decidido como nunca antes lo había estado.

—¡Espera! —gritó Aldeib con todas sus fuerza intentando evitar que aquel hombre se suicidase de forma indirecta, pero todo fue completamente inútil. —Si sales... te toparás con un superior de la secta. —Aldeib mostró desesperación y enojo en su voz al ver como Holger no se detenía por nada del mundo y más allá de eso, había utilizado la violencia para ir a s su muerte segura.

—No me preguntaré como sabes eso, pero... ¡muy buena información! —Holger sonrió con descaro y mucha alegría. Probablemente nunca en su vida había llegado a tal nivel de adrenalina y atrevimiento como para seguir caminando a una salida donde se encontraría no solo con miembros comunes de la secta, sino con un superior de esta.

Holger, en vez de detenerse, como Aldeib lo pensaba, siguió su rumbo como si no le importara enfrentarse hasta con un superior de la secta. En verdad, no le importaba en lo absoluto enfrentarse a un superior de la secta de las estrellas. En pocas palabras era como no tener miedo a la muerte e incluso atreverse a ir al lugar en donde ella se encontraba con el único fin de desafiarla y con la esperanza de vencerla.

Luisa se levantó del suelo con delicadeza y fragilidad. Al estar completamente de pie, se dio cuenta que Holger ya no se podía ver en que lugar estaba de tan lejos que se encontraba.

—Es hombre muerto. —Aldeib también se encontraba frustrado por ver como Holger no se había quedado con ellos. Estaba frustrado por saber que no podía salvar a Holger de la muerte segura que tendría en cuestión de segundos. Ni siquiera la advertencia de Aldeib sobre los superiores que se encontraban fuera del juzgado sirvió como una pared para Holger.

Sin embargo, Aldeib no se iba a rendir solo porque una persona muriera, puesto que sería un desperdicio de su cordura y tiempo, pero si obtenía de nuevo la oportunidad de salvarlo, lo haría.

Pasados un par de minutos desde que Holger se había dirigido a la batalla... o mejor dicho, a la muerte, nadie había dado con un buen plan para lograr sobrevivir en la ciudad en este momento tan peligroso.

Dentro de la cárcel no se escuchaba absolutamente nada de lo que estaba sucediendo fuera de esta. Esto generaba aún más preocupación en todos los que estaban buscando un plan en la cárcel, quienes no sabían que sucedía fuera de todo este refugio. No sabían si las cosas mejoraban o empeoraban. Sin duda era la peor situación en la que se podían haber metido.

No había ni un solo plan con cero errores que les ayudasen a salir. Al parecer, su única opción era la de que se quedaran en el refugio tan desastroso que era la cárcel mientras esperaban que alguien bajara y les dijera: "¡Todo ha finalizado!" Con un tono de voz alegre y dando a entender el fin de la batalla contra la secta de las estrellas.

—Es inútil. —Eilí fue la primera en rendirse en la búsqueda del plan perfecto. Su cara fue de completa tristeza y decepción, parecía querer llorar de tanta tristeza que sentía por no haber logrado llegar a un plan para escapar sin ningún problema de este lugar.

Denep no se iba a rendir de una forma tan fácil. De hecho, esta le había pedido cada uno de los detalles que Aldeib conocía, con una hoja de papel y un lápiz había iniciado un viaje tedioso y largo para su plan. Estaba tiraba boca abajo en el piso con su lápiz en la mano mientras pensaba.

—Sabes más de lo que aparentas. —dijo Denep.

Aldeib hizo un gesto de incomodidad y dijo cabizbajo:

—Es una especie de poder.

Sara y Luisa caminaban de un lado al otro tantas veces que parecía que jamás se cansarían de hacer eso, ni aunque les tomase toda una eternidad. Daban varias y varias vueltas en círculos sin ver a nadie más, lo que causó que en repetidas ocasiones chocaran entre sí o con otros que también estaban a punto de echar humo por tanto pensar.

—Nos quedaremos acá para siempre. —Raylt dejó de pensar en un plan, puesto que, aparte de tedioso, era inútil.

—Parece que sobrevivieron. —La voz que se escuchó era una de una digna persona. Una persona cuya voz se escuchaba como el rayo, cuyas órdenes siempre eran acatadas. Una persona con gran voz de líder y de poder sobre los presentes y digno de la espada rey. Esa voz y quien la portaba, había descendido hasta la cárcel solo para salvar a los que estaban dentro de esta.

Su cara había sido manchada por las sangre de los pecadores injustos que se divertían y enorgullecían de sus atrocidades. Su espada brillaba como el rojo de la sangre y tenía marcas como de arañazos de un magnitud semejante a la de un dragón.

Cedius, el quinto rey de la espada, había llegado para recoger a todos los que se habían salvado de la muerte. Nunca llegaron a un plan, pero al final se salvaron. La salvación de todos los que estaban en la cárcel siempre había sido la más obvia, pero a la vez la más tonta: esperar.

—¿Todo ha terminado? —El rostro de Aldeib, que estaba lleno de sorpresa, se transformó casi de forma inmediata en uno de suma alegría. Era la esperanza de que todo había llegado a su fin y que ya no tendrían por qué preocuparse por morir.

—Deseo eso. Necesitamos el poder de todos para derrotar a la secta. Esto solo es el principio del fin. —Cedius cambio de semblante al recordar que nada había terminado y que la batalla contra la secta no hacía nada más que incrementar con si no hubiera ningún mañana.

Estaba todo en un completo caos. La batalla parecía no terminar y se sentía como las muertes y el poder de la secta crecía a pasos agigantados como si no tuvieran alguna clase de límite. Se sentía que esto era una gran batalla que decidiría el futuro del mundo. Por eso no se debían de permitir perder, y si para eso se necesitaba el máximo número posible de personas luchando..., definitivamente lo harían.

Y esa era la razón por la cual Cedius estaba acá. Iba hacer que todos lucharan por sus vidas. Cedius no permitiría que muchos fuertes quedaran en sus casas a la espera de que otro fuerte los salvase.

El rey de la espada sabía el potencial que podían tener los seis chicos y muchos prisioneros que se encontraban aquí. Por eso, Cedius les compartió a todos un fragmento de la responsabilidad a todos los que estaban ahí, para que así, se unieran a la gran batalla y todos juntos lograran acabar con el gran ataque de la secta.

—Es momento de unir fuerzas. Sé que muchos prisioneros aquí son veteranos de la guerra. —Cedius empezó a recordarles el pasados a la mayoría de prisioneros presentes.

Los reos pusieron muy mala cara, como una forma de odiar con toda su alma el día en que tomaron las armas mágicas para luchar en la gran rebelión del reino. Era una tragedia para ellos, quienes querían olvidar ese pasado y morir de una vez.

Cedius alzó su tono de voz y dijo con un enorme grito de victoria:

—Lamento no ayudarlos a salir de este lugar, pero ahora el mundo los necesita para lograr ganar esta batalla. —Cedius levantó rápidamente la moral de todos los presentes. Elevando sus ganas de luchar, sus ganas de vivir, sus ganas de salvar y sus ganas sobrevivir. Así de fuerte había sido el gran grito de Cedius para todos los que lo observaron.

—Sé que es un peligro de muerte. Por lo tanto, tendrán la recompensa que se merecen. No solo la de esta batalla, sino en la gran rebelión. —Cedius sacó su espada de su vaina y la levantó hasta que esta se clavó en el techo de la cárcel y brilló con fuerza. —Es el momento de acabar... —El silencio invadió toda la cárcel y la espada brilló más que nunca. —¡con la secta de las estrellas!

De pronto, un grito en conjunto surgió de todas los presos, quienes estaban muy entusiasmados. El grito fue de alegría, era la alegría de haber ganado una guerra a pesar de no haber llegado ni a su clímax. El grito de todos los presos dijo solo una cosa:

—¡Ganaremos! —Afirmaron frente a Cedius que todos irían a la gran batalla contra la secta de las estrellas. No importaba sin morían o vivían, ellos irían.