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El diario de un Tirano

Si aún después de perderlo todo, la vida te da otra oportunidad de recobrarlo ¿La tomarías? O ¿La dejarías pasar? Nacido en un tiempo olvidado, de padres desconocidos y abandonado a su suerte en un lugar a lo que él llama: El laberinto. Años, talvez siglos de intentos por escapar han dado como resultado a una mente templada por la soledad, un cuerpo desarrollado para el combate, una agilidad inigualable, pero con una personalidad perversa. Luego de lograr escapar de su pesadilla, juró a los cielos vengarse de aquellos que lo encerraron en ese infernal lugar, con la única ayuda que logró hacerse en el laberinto: sus habilidades que desafían el equilibrio universal.

JFL · War
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Una mirada al abismo

  El recinto estaba decorado por mantas con diversos emblemas de casas extrañas, bordadas de oro sobre telas rojas y negras. La superficie estaba compuesta por un material parecido al mármol, oscuro, pero reluciente, con una alfombra negra que daba directo a los escalones del otro extremo, donde encima de ellos se encontraba un trono grande, imponente y hecho de materiales tanto exquisitos, como aterradores.

No supo que hacer, las miradas de la centena de soldados fantasmales lo dejó helado, pero lo que en verdad le provocó un terror inimaginable, fue la fría mirada del sujeto sentado en aquel trono negro, con una postura desinteresada y tiránica. No tenía palabras para describir lo que ahora estaba sintiendo, hace mucho había sentido el miedo, la desesperación, el terror, pero sabía que lo que ahora experimentaba eran aquellas emociones fusionadas y potenciadas por cien. Bastaba con decir que tenía la piel de gallina, con la espalda empapada en sudor y, con sus piernas temblando. Rápidamente recurrió a sus habilidades de refuerzo de ánimo, todas ellas, no le importaba si algunas provocaban desventajas, ya no deseaba sentirse así, ya que era un sentimiento horrible.

El individuo sentado en el trono movió su mano lentamente, como si en verdad no le importara la vida de la persona en el umbral de la puerta. La centena de siluetas inmediatamente tomaron formación, volviéndose tangibles junto con sus armas y armaduras. Golpearon el suelo con sus pies, haciéndolo retumbar y, con una sincronización casi perfecta se arrodillaron justo en frente de los tres escalones que daban al trono. El sujeto pareció susurrar algo en un idioma desconocido, pero su par de palabras fue suficiente para hacer que sus fieles subordinados gritaran de júbilo, repletos de excitación por lo que se aproximaba.

Rápidamente extrajo una espada larga de su inventario, no era su arma definitiva, pero para experimentar sus primeras pruebas sabía que serviría. Su corazón ya estaba más calmado, su respiración había regresado a la normalidad y, sus ojos habían recuperado su habitual brillo, entendiendo que estaba preparado para recabar información de sus nuevos enemigos.

Justo al dar un paso después de la línea que dividía la sala del trono del pasillo, una lanza negra voló en línea recta, impactándose en el cuerpo delgado del individuo de la espada, quién notó demasiado tarde el proyectil.

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Su segundo regreso fue más tormentoso que el anterior, ya que, aunque conocía las desventajas del esqueleto, le costó más trabajo deshacerse del mismo, teniendo que esperar un par de días para recuperarse por completo e ir a retar a los soldados del "rey" en la sala del trono. Pudo darse cuenta de que aquellos individuos no atacarían a menos que cruzará la línea que dividía su territorio con el pasillo, por lo que tenía tiempo para preparar su equipo. Se vistió con una armadura completa, casco con cuernos negros y una espada de hoja roja, ambos encantados con atributos mágicos.

Cruzó el umbral y, al igual que la anterior vez le lanzaron una lanza a una velocidad brutal. La esquivó con ligera dificultad, bloqueando con su espada el inmediato ataque a su flanco derecho, luego levantó el arma para intentar bloquear una vez más, pero antes de siquiera entender la situación, su cuerpo fue atravesado por decenas de armas filosas, falleciendo al instante.

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Cómo era costumbre no perdió el tiempo, intentó, intentó e intentó, muriendo de mil y una formas, había entendido la batalla hace ya bastante tiempo, pero el poder de pelea de aquellas siluetas era demasiado, si era franco, cada una de ellas representaba la fuerza de un jefe de los últimos pisos y, aunque había logrado deshacerse de algunos cuantos gracias a su espada, la cantidad abrumadora hizo que el final se repitiera una y otra vez. Ya había pasado por situaciones similares, teniendo que arriesgarse a sufrir física y mentalmente para aprender los patrones, debilidades y estrategias de sus enemigos, el solo hecho de no poder encontrar ni una mínima esperanza para acabar con el pequeño ejército lo hacía sentirse más allá de la frustración, era como si mirara el oscuro abismo y, poco a poco caminara hacia el.

Había visitado a sus amigos árboles al menos un par de decenas de veces en los últimos meses, ya fuera para pedir de sus frutos, o solo para evitar que su cordura se rompiera, pero aún después de escuchar sus consejos, sus estrategias fallaban, no comprendiendo lo que tenía que hacer. No fue hasta dos años después que hizo por experimentar su estrategia número... la verdad ya ni recordaba cuál era, pero sabía que era un número de tres dígitos.

Estaba la regla de que después de morir sus estadísticas recuperarían sus puntos originales de su primera vez en el laberinto, excepto por aquellas que habían sido elevadas gracias a sus habilidades milagrosas. La simpleza de la estrategia se basaba en nivelar los puntos de sus estadísticas a los que él creía que poseían los soldados del "rey", ya fuera matando criaturas, jefes de piso y demás, siempre evitando una herida mortal para no morir desangrado y empezar de nuevo y, aunque eso era algo realmente simple, no lo había pensado antes, ya fuera porque sus estadísticas sufrían una fuerte mejora al matar a la criatura gorda con el hacha, al igual que al asesinar al mago esqueleto en la sala de investigación, por lo que ahora fue a por todas, no teniendo reparó en convertirse hasta lo que ahora había pensado que era imposible: en un completo monstruo.

Llegó esperanzado a la sala del trono, equipado con una armadura de escamas y una espada larga, sus brazos estaban cubiertos por la sangre de las interminables bestias y criaturas que había matado, al igual que parte de su rostro, dándole una apariencia salvaje. Se lanzó a la batalla, destruyendo la primera línea de vanguardia con unos pocos cortes, sin siquiera ocupar una habilidad. Sonrió, estaba extasiado, se sentía invencible y, después de exterminar hasta el último soldado fantasmal su sentimiento no disminuyó, no fue hasta sentir el ligero toque de una montaña que su mente regresó a la realidad, viendo a aquello que inesperadamente y por primera vez lo había matado: el sujeto que antes había estado sentado en el trono.

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Su táctica no cambió, mejoró sus estadísticas y atacó a los soldados del "rey", algunas veces logrando matarlos en un tiempo corto, otras veces en un tiempo largo, teniendo que ocupar pócimas o las frutas doradas de sus amigos árboles, pero fuera como fuese, solo necesitaba del toque de esa horrible criatura para que su cuerpo perdiera por completo el control y muriera. Las primeras veces sintió lógico que fuera tan poderoso, después de todo había pasado por un tormento para lograr matar a sus subordinados, sin embargo, aún después de una década de intentos fallidos en su contra, lo dejó con un mal sentimiento, sintiendo que no valía la pena seguir peleando, que era mejor acostumbrarse a vivir dentro del laberinto y dejar de soñar con la posible salida. No fue hasta ese día que todo su panorama cambió.

Por primera vez en años el individuo de casco negro no lo mató al instante, lo dejó arrodillado frente a él sin expresión, sin sentimientos y, como un padre que mira a su hijo, se colocó de cuclillas y, justo antes de atravesar su pecho con su puño, dijo, acompañada de una risa siniestra.

  --Con fuerza no podrás derrotarme.

Su cuerpo cayó al suelo, manchando la hermosa superficie oscura con su sangre. En su rostro el desconcierto y la sorpresa estaba dibujado, por primera vez después de los casi dos siglos y medio dentro del laberinto, una criatura había hablado su idioma.