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El diario de un Tirano

Si aún después de perderlo todo, la vida te da otra oportunidad de recobrarlo ¿La tomarías? O ¿La dejarías pasar? Nacido en un tiempo olvidado, de padres desconocidos y abandonado a su suerte en un lugar a lo que él llama: El laberinto. Años, talvez siglos de intentos por escapar han dado como resultado a una mente templada por la soledad, un cuerpo desarrollado para el combate, una agilidad inigualable, pero con una personalidad perversa. Luego de lograr escapar de su pesadilla, juró a los cielos vengarse de aquellos que lo encerraron en ese infernal lugar, con la única ayuda que logró hacerse en el laberinto: sus habilidades que desafían el equilibrio universal.

JFL · War
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Un rugido a la luna

  --Señor... --Astra se acercó, mirando al joven con una expresión de culpa.

  --Ve con los islos y, dile que envíen a la dama, ellos sabrán a quién. --Interrumpió con un tono oscuro, se dio media vuelta, retirándose del lugar.

  --Sí, señor. --Dijo con un tono bajo, su compasión a sí mismo duró menos de dos segundos, volviendo a su compostura original y, dirigiéndose afuera de la fortaleza para cumplir las órdenes de su señor.

∆∆∆

En el interior de una habitación tenuemente iluminada, decorada solo con un par de antorchas, se encontraban dos individuos, un hombre y una mujer.

  --¿Me has entendido?

Mujina asintió, no mostrando ni una pizca de vacilación en su expresión. El joven respiró profundo y, al estar completamente preparado llevó su mano al pecho de la dama, activando su habilidad [Instruir]. La energía fue tan potente que Mujina sintió como su corazón se detuvo por un solo segundo, pero ni siquiera pudo disfrutar la sensación, ya que el dolor comenzó a florecer por todo su cuerpo, mientras la ferocidad de su alma se desataba de los barrotes que la enjaulaban.

*Roooaaaaar.

Rugió con potencia, sus ojos perdieron la humanidad y, su dolor se convirtió en locura, comenzado a rasgarse la ropa y la piel, solo que en su acto, no hubo sangre de por medio. Su estatura creció y, como la primera vez, se convirtió en esa bestia híbrida de una cruza entre humano y tigre negro.

  --¿Puedes entenderme? --Preguntó sumamente cansado, había ocupado cerca del setenta por ciento de su energía para activar la habilidad y, aunque aún podía moverse con libertad,  no podría ocupar la habilidad en ese grado otra vez, al menos hasta recuperarse.

Mujina asintió, soltando un pequeño rugido. El joven entendió que no podía hablar.

  --Bien, porque ahora quiero que por tu propia voluntad quites tu transformación.

Mujina dudó, aunque su parte animal era la que ahora predominaba, aún era consciente y pensaba con lógica y, aunque no estaba dispuesta, aceptó. Cerró los ojos y comenzó a hacer el proceso inverso, el dolor volvió a su cuerpo, mientras su pelaje desaparecía para ser remplazado por piel, sus rugidos se convirtieron rápidamente en gritos y, sus garras en uñas, lamentablemente perdió el conocimiento antes de completar la transformación.

El joven miró el cuerpo desnudo de la dama, sintiéndose decepcionado, había notado que en sus características su sangre aparecía aún con el término "bloqueada", pensando que rompería ese bloqueo al transformarse por sí misma en humana  y, para que esa teoría diera resultado, debía intentarlo otra vez.

Al siguiente día el proceso se repitió, pero para desgracia de ambos, la transformación inversa no pudo llevarse a cabo con éxito, teniendo que intentarlo otra vez al otro día y, así pasaron cerca de catorce lunas.

  --Transformate. --Ordenó, menos cansado que las anteriores catorce veces, ya que por la continua experimentación, su habilidad [Instruir] había vuelto a subir de nivel.

Mujina asintió, repitiendo el proceso que por días había mejorado. Ahora no hubo rugidos convertidos en gritos, ni movimientos bruscos y, aunque sentía dolor, lo soportó. Se transformó en humana después de diez segundos, cayendo de rodillas, pero aún consciente. El joven sonrió, abriendo sus estadísticas.

~•~•

  - Nombre: Mujina.

  - Edad: 75 ernas (años)

  - Estatus: Subordinado de [ ]

  - Sangre: Herencia de Zeer.

  - Potencial: Sobresaliente.

  - Lealtad: Máxima.

  - Habilidad especial: Rugido amenazador, silencio sepulcral y, baile de garras.

~•~•

La sonrisa del joven se hizo más grande, mirando que después de tanto trabajo, al fin había tenido un resultado.

  --Mujina, tu sangre ha sido desbloqueada.

La dama levantó la mirada, expresando en su rostro una gran sonrisa, se había olvidado por completo que estaba desnuda y, en realidad no le importaba, recordaba que en las historias de sus antepasados su raza siempre habían estado sin ropas que cubrieran sus cuerpos, por lo que no tenía nada de que avergonzarse.

  --Gracias Trela D'icaya, muchas gracias. --Las lágrimas comenzaron a salir de sus ojos, parecía que no había aguantado la emoción.

  --Mujina, te doy el título de capitana de mi guardia personal ¿Aceptas?

La mujer no dudó ni siquiera por un segundo, asintiendo con mucho fervor, su raza era orgullosa y, sabía que sus ancestros nunca se hubieran sometido a alguien más, pues se podría interpretar como una mancha en su honor, sin embargo, para su "Santo Nuestro" todo cambiaba, pues era la persona que había logrado levantar la maldición en su sangre, la persona que les había traído esperanza y, servirlo de cerca y protegerlo, le confería el más alto honor. Segundos después abrió los ojos al sentir que su cuerpo humano había sufrido un refuerzo, ahora se sentía más ligera y más fuerte y, aunque quiso preguntar, no lo hizo, sentía que no era adecuado hacerlo.

  --Ponte de pie y acompáñame, creo que puedo hacer una armadura que se adapte a tus rasgos únicos.

Mujina asintió, siguiéndolo un paso atrás.

∆∆∆

El cielo estaba repleto de estrellas y, como representante del orbe sagrado se encontraba una luna completa, mirando el espectáculo con una posible sonrisa. Debajo de los cielos, en las tierras llanas de la aldea de los Kat'o, una multitud de individuos, hombres, mujeres, niños y ancianos, todos ellos se encontraban de pie, observando la ceremonia que por muchos siglos no se había llevado a cabo.

  --Sicrela Mujina, por favor, háganos el honor de presenciar a la verdadera sangre. --Dijo el sacerdote de su pueblo, con una pequeña piedrecilla en forma de gota en su mano.

Algunos contuvieron el aliento, habían escuchado los rumores sobre el repentino despertar de la sangre en una compañera de su tribu. Muchos estaban escépticos por la noticia, sintiendo un fuerte enojo por el causante que le había dado origen a esa falsedad y, aunque no quisieron asistir a la ceremonia de entrega de la Gota Divina, eran islos y, como tales apoyaban a su sangre, aunque eso sí, si todo no era más que una broma, no serían tan educados como para quedarse quietos.

Una dama de piel morena, cabello negro como la noche y una mirada tranquila salió de entre la multitud, vestida con una túnica roja, sus brazos estaban pintados de rojo, al igual que su pecho, simulando el despertar de su sangre, o al menos así lo interpretaban ellos.

  --Yo, Mujina, aceptó la sangre de Zeer, me convierto en Sicrela y, prometo jamás deshonrar a mi raza.

  --Y yo acepto tu promesa.

Mujina comenzó a respirar con irregularidad, mientras soportaba el dolor que crecía en su pecho, sintiendo como sus palpitaciones incrementaban. Alzó el rostro para mirar a la luna, mientras la piel de su cuerpo caía al suelo, siendo remplazado por un pelaje color ébano, al poco de unos segundos terminó su transformación, convirtiéndose en esa bestia híbrida y, con la fuerza de un trueno, rugió al cielo. Los islos adultos y ancianos quisieron imitar su rugido, lamentablemente solo lograron gritar ahogadamente, sintiéndose abatidos por su fracaso.

  --Maravilloso --Dijo el sacerdote con una gran sonrisa--. La Gota Divina es tuya, Sicrela Mujina.

Llevó la piedrecilla roja a su boca de manera respetuosa y de forma ceremonial. La dama convertida en bestia la aceptó, tragándosela momentos después, los músculos de su cuerpo se contorsionaron, rugiendo con dolor, se rasgó el pecho, creándose una fea herida, la sangre comenzó a fluir de esas tres aberturas, sin embargo, al poco de unos segundos la herida sanó, su pelaje se tornó negro con pequeños matices de rojo, mostrándose ante su gente cuando el doloroso proceso terminó. Los islos adultos llevaron su mano a su boca, haciéndose una pequeña herida con sus colmillos, levantándola al cielo al finalizar. Era el pacto de su raza, que mostraba que mientras aún siguiera un islo con una gota de sangre en sus venas, no dejarían de pelear.