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El diario de un Tirano

Si aún después de perderlo todo, la vida te da otra oportunidad de recobrarlo ¿La tomarías? O ¿La dejarías pasar? Nacido en un tiempo olvidado, de padres desconocidos y abandonado a su suerte en un lugar a lo que él llama: El laberinto. Años, talvez siglos de intentos por escapar han dado como resultado a una mente templada por la soledad, un cuerpo desarrollado para el combate, una agilidad inigualable, pero con una personalidad perversa. Luego de lograr escapar de su pesadilla, juró a los cielos vengarse de aquellos que lo encerraron en ese infernal lugar, con la única ayuda que logró hacerse en el laberinto: sus habilidades que desafían el equilibrio universal.

JFL · War
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Paso débil, paso rápido

Gosen había puesto en orden el campamento tan pronto de su llegada, una proeza nada destacable, pues los residentes temporales se habían sometido por completo a la obediencia de las reglas no escritas del lugar. Las rutinas de sus soldados al vigilar el bosque habían conferido a los corazones de los integrantes del sindicato mayor paz al dormir, a sabiendas de que las bestias no podrían escapar de las espadas de tan fieros hombres.

La aurora despuntaba con un fulgor especial, marcando el alba del tercer día desde su arribo. La sensación era insólita pero ineludible; un anhelo inesperado por la vida en la vahir se instalaba en su ser. Añoraba el eco disciplinado de las botas sobre la dura superficie durante los entrenamientos, las conversaciones que fluían con naturalidad cerca de las humildes barracas donde los esclavos encontraban descanso. Aquel lugar, impregnado de esfuerzo y camaradería, se había incrustado en su corazón con un peso sorprendente, regalándole un calor tan grato como inesperado. Amaba esta nueva añoranza que florecía dentro de él, atesorándola no solo como un recuerdo querido, sino como una poderosa inspiración para cumplir con excepcional precisión la misión encomendada por su soberano.

Ajustó el cinturón alrededor de su cintura, deslizando la espada en su vaina con la familiaridad de un gesto mil veces ensayado. Sus ojos calmos se fijaron en la abertura de la lona que marcaba la entrada a su tienda de campaña, esperando por aquel que se disponía a entrar. Se trataba de dos siluetas, una pequeña y una delgada, custodiadas por dos de sus fieros soldados.

—Comandante Gosen —dijo Ita con el mayor respeto que pudo reunir.

—Macho soldado —dijo Korgan, el pequeño de la barba negra.

El comandante asintió en ceremonia, mostrando el debido respeto al líder de los antar.

—Hable con libertad.

El enano carraspeó, asintiendo de forma calmada.

—Solicito hombres soldados para expedición en cueva peligrosa, expectante.

Gosen permaneció en silencio un momento, sopesando las palabras con la reflexiva gravedad que le otorgaba su rango, no tenía ningún problema en adentrarse en tierras desconocidas si era por el bien de los antar, personitas que sabía que su soberano apreciaba en demasía, sin embargo, había un pensamiento que deseaba explorar antes de proseguir en el tema.

—Según tengo entendido, las profundidades de las cuevas son asunto de los esclavos —dijo finalmente, dejando que su voz grave flotara sobre ellos como el preludio de un presagio.

Ita, la guerrera de mirada feroz y determinación de acero respondió con una vehemencia que rozaba la insubordinación.

—Yo no soy una esclava —exclamó.

Los dos soldados a su lado intercambiaron miradas cargadas de tensión, listos para intervenir, pero con un gesto discreto de su mano, Gosen los detuvo.

—Si no son esclavos, entonces, te pregunto, ¿qué consideras que son?

El comandante escrutó fijamente la mirada retadora de Ita, su expresión inexpugnable como un muro de fortaleza.

—No lo sé —replicó ella sin ceder un ápice—, pero lo que tengo bien claro es que no somos simples esclavos.

—No tengo intención de entablar un duelo verbal —dijo de forma tajante—, pero no toleraré que se me falte al respeto. Así que modula tu tono cuando te dirijas a mí, el líder de este campamento.

—Me disculpo —dijo a regañadientes.

—Retomando la conversación anterior, ¿por qué desea nuestra ayuda, señor Korgan? No la estoy negando, solo tengo interés.

—La hembra guerrera tiene más respuestas que yo. —Alzó la mirada, observando a la mujer, en espera por su respuesta.

—La cueva que el señor Korgan desea explorar es sumamente peligrosa —dijo al recibir el permiso del comandante—, hemos intentado hacerlo desde hace días, pero no somos lo suficientemente fuertes. —Le resultó complicado declarar la debilidad de su grupo.

—¿Qué tanta es la urgencia? —Se dirigió al pequeño.

—Demasiada, certeza —respondió al instante—. Encontrar lo que la montaña oculta, hará a Prim Dono y a su gente más poderosa, excitación.

La seducción de tal afirmación resultaba irresistible, un hecho evidente en la fugaz sonrisa que adornó sus labios. En el amplio espectro de los triunfos, no había cúspide más alta ni satisfacción más profunda que la de presentar ante su señor un objeto de su deseo.

—¿Cuántos soldados necesita?

—Diez de sus mejores, Comandante —dijo Ita—. Hay podridos, insectos de roca y demás adefesios, Comandante —añadió de inmediato, quería hacerle entender que su petición no era algo superficial, y su fracaso no se debía por completo a la falta de la facultad de su grupo.

El comandante afirmó con un gesto mesurado, sin mostrar inconveniente por la solicitud de la guerrera.

—En este preciso instante, desligarme de todos ellos resulta imposible. No obstante, en su siguiente expedición estarán disponibles.

—Gracias, macho soldado, sinceridad.

—Gracias, Comandante —dijo Ita con agradecimiento honesto.

Gosen asintió, permitiéndoles retirarse, mientras su mente se alejaba en pensamientos del futuro, en los que él mismo ponía en las manos de su soberano el valioso objeto desconocido.

Gosen inclinó la cabeza en silencioso consentimiento, liberándolos de su presencia. Su mente, ya errante como una hoja llevada por el viento del otja (otoño), se sumergía en visiones del porvenir, tejiendo fantasías en las que él, con leal devoción, depositaba el enigmático y poderoso artefacto en las palmas extendidas de su señor.

∆∆∆

Las bestias que acechaban en las sombras se rehusaron a mostrarse, otorgando al reducido séquito de Orion un regalo imprevisto: horas de sueño ininterrumpido. Este obsequio era un tanto extraño, y los Búhos se habían mostrado sorprendidos en cuanto notaron lo peculiar, pero en ningún momento bajaron la guardia, eso podría haber sido un grave error.

Anda aprovechó el último aliento de las brasas agonizantes para entregar nueva vida a la gruesa rama seca, que con una ronda de soplidos bien efectuados consiguió la continuidad de las llamas. Era sorprendente, y en cierto modo humillante, que, en una expedición de semejante envergadura, el único preparado fuese su soberano, quién, con una magia que robaba toda su atención y le dejaba alucinado tomaba de la nada una nueva antorcha.

Orion quebró el silencio de la noche con el simple acto de abrir sus ojos. Acostumbrado a abreviar las caricias del sueño, su cuerpo apenas reconocía la fatiga, a pesar de que la aspereza de la tierra había impreso un tributo de dolor en su espalda. No obstante, el terreno pedregoso era poco más que una insignificancia a su acostumbrada entidad física de varias vidas en el laberinto. Sus ojos se enfocaron en la interfaz, en la notificación recién emitida.

*La investigación: Santuario ha culminado*

Una sombra de disgusto cruzó brevemente en su semblante a causa del tiempo que sus investigadores estarían sin hacer nada, pero en un suspiro se deshizo de tales sentimientos, no volvería hasta asesinar a las dos criaturas que osaron ponerse en su contra, porque nada ni nadie debía obstruir su camino, o amenazar la estabilidad de su nueva vida. Extrajo una pieza de carne de su inventario —que tenía la particularidad de que cualquier cosa u objeto dentro se mantuviera como fue ingresada—, y le dio un mordisco, no era hambre lo que sentía, sino más una ansia por probar alimento, posiblemente una forma de calmar sus intenciones de convertir todo a su paso en cenizas.

Los islos fueron despertando, Mujina siendo la primera, cuyos ojos se entreabrieron con la elegancia de pétalos al amanecer. Le siguió Alir, sus párpados se elevaron pesadamente como si despejasen la neblina de un mundo aún en formación. Al final, Jonsa se sumó al desperezarse de sus compañeros, su ser resurgiendo gradualmente, como si las ilusiones del sueño no quisieran dejarlo ir.

La capitana no lograba comprender la razón de su cansancio, en su vida había dormido tanto, y para el colmo, se seguía sintiendo desganada.

—Hay algo aquí dentro —se dijo, su semblante solemne inspeccionaba los alrededores de forma infructuosa—. Algo provoca este sentimiento incómodo. No me gusta.

—Trela D'icaya —dijo Mujina con ligera vergüenza, acercándose con paso tranquilo—, le ruego perdone nuestra incapacidad.

Orion se volvió a ella, le había escuchado despertar, como a los demás, sin embargo, no le importaba, había un enigma mayor en su cabeza.

—Son débiles —dijo, volviendo su atención a la oscuridad—, pero se han fortalecido, y mientras lo sigan haciendo estarán a mi lado.

—No somos dignos de sus palabras. —Agachó la cabeza, no había nada más alegre para su corazón que escuchar halagos de su soberano.

Denis fue la última en despertar del grupo, había sido la primera vigía, y la dificultad para conciliar el sueño había resultado en la pesadez de su cuerpo y el sueño extendido.

Se reunieron a la luz de la antorcha, no había plan más que seguir avanzando para encontrar a sus objetivos, y hasta entonces, tendrían que aguantar el hambre. No se habían preparado para una excursión de tal duración, sin embargo, no estaban totalmente perdidos, tenían una cantidad considerable de agua que podría saciar la sed y aplacar el hambre un poco, por lo que encontrar y asesinar a las dos criaturas se había vuelto urgente para los islos y Los Búhos.

—Avancemos —ordeno Orion.