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El diario de un Tirano

Si aún después de perderlo todo, la vida te da otra oportunidad de recobrarlo ¿La tomarías? O ¿La dejarías pasar? Nacido en un tiempo olvidado, de padres desconocidos y abandonado a su suerte en un lugar a lo que él llama: El laberinto. Años, talvez siglos de intentos por escapar han dado como resultado a una mente templada por la soledad, un cuerpo desarrollado para el combate, una agilidad inigualable, pero con una personalidad perversa. Luego de lograr escapar de su pesadilla, juró a los cielos vengarse de aquellos que lo encerraron en ese infernal lugar, con la única ayuda que logró hacerse en el laberinto: sus habilidades que desafían el equilibrio universal.

JFL · War
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Ha hablado

El águila, majestuosa y poderosa, navegaba por los vastos cielos con sus alas extendidas, desafiando la inmensidad del horizonte con su vuelo imponente. Sin embargo, en un instante, la gran rapaz hizo un brusco giro y se lanzó en picada, ocultando sus alas contra su cuerpo en una maniobra precisa.

Con una destreza asombrosa, desplegó sus envergaduras en el momento preciso, frenando su caída vertiginosa. Como si conociera cada corriente de aire, planeó suavemente hasta alcanzar su objetivo. Finalmente, descendió con elegancia y se posó sobre un antiguo bastón de material desconocido, cuidadosamente resguardado en el interior de una tienda repleta de pieles y objetos desordenados.

Un hombre de edad avanzada, con la sabiduría impresa en las arrugas de su rostro, recibió a la imponente ave con respeto, comprendiendo el significado de su llegada. Mirando directamente a los ojos del águila, saludó con un tono reverente y pronunció una sola palabra.

—Login.

Sorprendido por el mensaje que el águila le había entregado, el hombre formuló un par de enigmas. Con pausa y reflexión, el noble pájaro respondió, brindándole siempre claridad a sus incógnitas.

—Aprecio el mensaje, Login —dijo, sin todavía calmar su expresión sorprendida—, pero lo que me has contado es muy peligroso... Esto podría poner en riesgo la homogeneidad de los clanes gobernantes.

El ave le miró, sus ojos describían con perfecto detalle lo que no podía decir con palabras.

—Tienes razón —asintió, meditando sobre las implicaciones de aquella revelación—. Es mejor saberlo que vivir en la ignorancia. —Tomó un pequeño recipiente de madera que reposaba en el suelo, frente a una pequeña escultura humanoide construida con ramas y hojas. Alzó el recipiente por encima de su rostro y lo acercó a su pecho, cumpliendo así con su destino al llevarlo a sus labios.

El ave despejó el claro en el techo por donde cruzó al ver el acto, posando sus garras en otro instrumento de madera.

Con un golpe rítmico en el pecho, comenzó a entonar cantos antiguos, emitiendo exhalaciones largas y profundas, acompañadas de guturales y desgarrados sonidos. Su voz resonaba en el aire, llenando el espacio con una misteriosa melodía. La fuerza de sus movimientos parecía provenir de lo más profundo de su ser. Cada golpe en su pecho resonaba como un tambor sagrado, invocando la sabiduría de seres que moraban más allá de la comprendida realidad.

Mientras entonaba sus cánticos, el individuo parecía sumergirse en un trance, como si estuviera en comunicación directa con los misterios del universo. Su cuerpo se contorsionaba con una extraña gracia, como si intentara arrancarse el cuello. El suelo temblaba bajo sus pies, temblando con furia desenfrenada mientras pateaba con fuerza, como si quisiera despertar a la misma tierra de su letargo eterno. Cada pisada resonaba como un eco ancestral de batallas pasadas y futuras.

En medio del frenesí de su espectáculo, detuvo abruptamente su ritual. Con una mirada firme y serena, elevó las manos al cielo y habló en un tono de reverencia.

—¡Oh, Sagrado Espíritu de Todas las Cosas! —proclamó con humildad—. Desvela la verdad para tu gente, haznos saber lo que el destino guarda para nosotros.

Sus ojos, antes oscuros y profundos, se cubrieron repentinamente de un brillante azul celeste. Durante unos fugaces cinco segundos, el brillo incandescente de su mirada parecía comunicar con las estrellas mismas, como si la sabiduría del tiempo y el espacio se manifestara en él.

Cuando el azul celeste se desvaneció lentamente, exhaló una densa neblina de su boca, liberando el poder arcano que lo había poseído.

—Una decisión, Login —dijo al retomar el aliento—. Nos corresponde a nosotros decidir. ¡Dedios Sagrado! —El ave golpeó con su pico la madera—. Sí, Login, yo también deseo que hubiera sido lo contrario.

Regresó el recipiente a su lugar anterior, formó una señal con sus dedos en sinónimo de respeto y devoción, que dirigió al pequeño ídolo.

—Me he decidido —dijo. Sujetó el báculo de madera que ocupó como apoyo—, debo informarlo. —El águila chilló, pero solo el anciano entendió el significado.

Al atravesar las pieles que la tienda ocupaba de puertas se vio inundado por un rayo de sol traicionero que, con su deslumbrante resplandor, lo obligó a detenerse momentáneamente para adaptar su mirada a la intensa luz matutina. Con paso pausado y sereno, descendió la colina donde yacía su morada, apoyando su peso en un báculo de madera antigua que le servía de apoyo y guía.

A su derecha, se erigía una antigua construcción, la única que acompañaba a su hogar en la cumbre, adornada con relieves de figuras de rostros expresivos, rodeada por un pequeño muro de piedras blancas y coronada por un sencillo altar. En el interior, tres delicadas siluetas vestidas de blanco deambulaban con gracia y majestuosidad. De entre ellas, una dama percibió la presencia del anciano y, con una reverencia respetuosa, le saludó. El anciano correspondió con una muestra igualmente cortés.

Admiró la belleza singular de la dama al verle regresar a su labor. «Una hermosura divina», escuchó decir alguna vez, y no refutaba aquellas palabras, sin duda merecía cualquier elogio desmedido, pero, para la mala fortuna de todos los hombres de la tribu, tanto su estatus, como su habilidad pertenecían a lo mejor de lo mejor, y nadie tenía las agallas, ni la estupidez para intentar cortejarla.

Siguió avanzando, la belleza femenina era como una refrescante bebida en el vir, pero sus emociones e impulsos habían abandonado su cuerpo al instante que el anterior delios de la tribu lo designó como su sucesor, por lo que solo era eso, una sensación de disfrute momentánea. Y no se arrepentía, no solo por el estatus cercano al que gozaba el jefe de la tribu, sino por los misterios sagrados a los que estaba atado, y el honor que poseía para desvelarlos.

El vasto y verde prado se extendía hasta el horizonte, adornado con un innumerable conjunto de tiendas hechas de pieles. La mayoría de ellas compartían un tamaño similar, como si fueran pequeños hogares temporales que se alzaban en un equilibrio perfecto con la naturaleza que les rodeaba. Por otra parte, en la zona menos concurrida se podían avistar tiendas de mayor tamaño, localizadas en lugares estratégicos, diseñados para celebrar ceremonias o encuentros de distintos grupos.

Mientras caminaba sin interrupción por la zona cercana al río, se mantenía ajeno a las miradas curiosas emanadas por niños, hombres y mujeres de la tribu, lugar repleto de caballos sin bridas y ganado desatado. Seguía su firme propósito, sin dejarse distraer por las actividades que allí se desarrollaban, y continuó su camino sin pausa.

Finalmente, llegó a los campos de entrenamiento, un sitio caótico y bullicioso, que de alguna manera parecía carecer de la inteligencia que caracterizaba al resto de la tribu. La zona estaba envuelta de guerreros veteranos y novatos, mejorando sus habilidades como el tiro con arco a caballo, arriesgadas acrobacias o el lanzamiento de lanzas y hachas.

En aquel lugar salvaje y descarnado, imperaba un espíritu aguerrido y audaz, donde los guerreros de la tribu demostraban su valentía y orgullo. Las risas y los gritos resonaban en el aire, junto con un sentimiento de exaltación y camaradería que irradiaba en cada rincón de aquel espacio de entrenamiento.

—¡Delios! —gritó alguien con mucho entusiasmo.

El anciano volteó con una tranquila sonrisa, había reconocido la voz, esa juvenil voz que tanto lo había fastidiado en su tiempo.

—Valanta —dijo, observando el poderoso caballo que frenó a unos pocos pasos de su frágil cuerpo.

El jinete, con agilidad y gracia, saltó de su corcel, suave como una pluma que cae en el viento. Su mano zurda acariciaba con ternura las crines del noble animal mientras se aproximaba al anciano. Era un hombre joven de unos veintidós ernas, esbelto pero con una constitución atlética, de elevada estatura y piel de un fulgor cobrizo. Su oscuro cabello, lacio como la noche, estaba recogido en una larga trenza. Los ojos de tono marrón danzaban con chispa, y su sonrisa verdadera reflejaba la picardía de un niño. Una banda de tela roja, adornada con un símbolo grabado en su centro, envolvía su frente.

—Es una sorpresa verle bajar, Delios —dijo con sorna, mientras acomodaba su banda—. Debe ser algo muy importante.

—Lo es, niño —dijo el anciano sin tono ufano, pero con una sonrisa en su rostro—, es un tema muy importante que debo tratar con tu hermano. Si gustas, puedes acompañarme.

Valanta asintió, sin molestarse por la burla del enaltecido hombre.

—Oh —expresó con falsa pena—, siento que haya caminado hasta aquí con su pesado bastón, Delios, pero mi hermano no se encuentra. Debió enviar a su epígono antes.

—Eres la única cosa de lo que me arrepiento, Valanta —Suspiró, sin verse afectada su expresión—, tu padre confió en mí para educarte e instruirte, pero fallé miserablemente.

—Lo único que hacía era golpearme —repuso—, y ordenarme.

—Ah, de eso sí no me arrepiento —Levantó el bastón, golpeando sin mucha fuerza la cabeza de Valanta—. Ja, ja, ja —Ambos soltaron largas y alegres risas—. Pero volviendo a lo importante, muchacho, ¿dónde está tu hermano?

—Hace dos soles partió. Al parecer se formó un concilio de jefes de clan de emergencia. Desde que murió ese malnacido de Lucian han tenido muchas reuniones.

—Podrían haberse enterado —se dijo en un tono quedo, para rápidamente concentrar su atención de vuelta en Valanta—. ¿Por qué tú no estás ahí, muchacho?

—Sabe muy bien porque, Delios.

El anciano frunció el ceño, pero la banda en la frente del hombre le concedió la rápida respuesta.

—Es cierto, Valanta, lo siento. La pena en mi corazón es sincera. —Tocó su pecho.

—Aprecio el sentimiento —Imitó al anciano en su acción—, pero no es un tema que guste tratar. —Inspiró profundo—. La Miria se encuentra dentro por si desea comunicarle el mensaje.

—No —negó con rapidez—, esto es un tema delicado que solo puede tratarse con el jefe del clan.

—No le cae bien, ¿verdad? —sonrió.

—No —afirmó con la cabeza—, pero aquello no influencia mi decisión. Muchacho —Le miró con determinación—, búscame un caballo, me acompañarás al concilio de los clanes... Es una orden del Delios. —No le dejó replicar.

Valanta chasqueó con la lengua, no poseía las suficientes ganas para cumplir con la tarea encomendada.

—Lo haré si me dice que es tan importante.

—Lo siento, muchacho, pero es información para el líder. Ya conversará tu hermano contigo si así lo desea, así que vamos, que el tiempo no permite retrasos.

—Bien —asintió de mala gana, mientras se volvía a sus espaldas para ir a cumplir con la orden del Delios.