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El diario de un Tirano

Si aún después de perderlo todo, la vida te da otra oportunidad de recobrarlo ¿La tomarías? O ¿La dejarías pasar? Nacido en un tiempo olvidado, de padres desconocidos y abandonado a su suerte en un lugar a lo que él llama: El laberinto. Años, talvez siglos de intentos por escapar han dado como resultado a una mente templada por la soledad, un cuerpo desarrollado para el combate, una agilidad inigualable, pero con una personalidad perversa. Luego de lograr escapar de su pesadilla, juró a los cielos vengarse de aquellos que lo encerraron en ese infernal lugar, con la única ayuda que logró hacerse en el laberinto: sus habilidades que desafían el equilibrio universal.

JFL · War
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El orgullo de los islos

Golpeaba, gemía y repetía. El dolor se acumulaba en su interior, jadeando por momentos por la dificultad que poco a poco se transformaba en impotencia. Su muñeca dolía por el agarre, su antebrazo temblaba por el largo esfuerzo y poco descanso recibido. Gimió con fuerza al estocar, tragándose el lamento en una mueca de furia y determinación, quería gritar al cielo, cansada de la falta de coraje, pero se abstuvo, decidiéndose por hacer otro corte rápido y certero. La espada cayó de su mano, la vibración causada por el extenso tiempo de ejecución había terminado por vencer su cuerpo físico, pero no su determinación. Cerró el puño y golpeó tanto como pudo, terminando por destruir el tronco al cabo de un rato que había servido de canalizador de su impotencia e ira. Cayó de rodillas, sus cabellos bloquearon su rostro, ocultando la mueca de frustración y las lágrimas que lentamente resbalaban por sus mejillas. Rasgó el suelo, llenando sus uñas de tierra blanda. Su visión empeoró en un instante, perdiendo el equilibrio de sus extremidades, que provocó su caída al suelo, como pudo se volteó, observando el cielo antes de cerrar los ojos. La camisa blanca que la protegía se fue tiñendo de rojo por una herida a la altura de sus costillas, que advertía la fatalidad si no se le atendía con urgencia.

∆∆∆

Golpearon el suelo con el pie dominante al recibir la orden, distanciando las piernas, sus manos, abrazadas de sus muñecas en su espalda baja. Nadie habló, ni expresó opinión alguna con sonidos bajos, no se atrevieron, más por respeto que por temor, que indudablemente sentían. El hombre frente a ellos, resguardado por una dama alta de tez negra los observaba, solemne, con un tenue brillo en sus centelleantes ojos de color negro y azul.

--Han sido lo mejor de lo mejor --Dijo, acallando por fin el silencio--, sus proezas en batalla demuestran lo que un hombre de Tanyer es capaz, y ustedes sin duda lo son. Mis orgullosos soldados, están aquí presentes porque debo recompensar su valía, su fiereza y lealtad. --Tocó mentalmente la opción: Ascender todos, permitiendo que los cien nombres en la lista recibieran un símbolo de mejora.

*Diez de tus soldados han cumplido los requisitos para ascender*

*Has completado la tarea oculta: Diestro soldado, fácil batalla*

*Has ganado cien puntos de prestigio*

*Obtienes mil monedas de oro*

*Las monedas se han transferido a una ranura especial de tu inventario*

La duda lo invadió, un sentimiento que compartieron sus súbditos, aunque por razones totalmente distintas, ya que ellos fueron influenciados por la mejora, notando el nuevo poder en sus cuerpos, que se asemejaba a la sensación cuando el joven soberano de Tanyer les había compartido su "bendición", mientras que la razón de Orion se basaba en el hecho de que diez de sus hombres habían logrado saltar del rango militar: Soldado de tercera clase a Soldado de primera clase, una hazaña a sus ojos, pues, pese a que no entendía el funcionamiento de rangos, sabía que un Soldado de tercera clase necesitaba mínimo de diez muertes acumuladas para ascender, pero, para hacerlo a Soldado de primera clase eran necesarias sesenta muertes, una cantidad que solo Mujina había sido capaz de lograr. Pero todavía había una sorpresa más, de los diez individuos solo dos pertenecían a nombres humanos, el resto eran de la raza islos, algo no sorprendente por el poder de sus transformaciones, acrecentando la curiosidad por esos dos hombres humanos. Volvió a tocar la opción: Ascender todos, tomando un momento para que la tranquilidad fuera devuelta.

--Mujina --Dijo, sin darle una mirada ni ver su asentimiento--. Han sido recompensados por el esfuerzo --La dama alta abrió el cofre grande a sus pies, sacando un par de bolsas de cuero--, ahora serán recompensados por su lealtad... Acérquense uno a uno para recibirla. --Ordenó.

La extrañeza continuó dibujada en sus rostros, no logrando entender lo que había sucedido. Una joven dama, de mirada dura, vendada de su brazo izquierdo y con una cicatriz fresca en su mentón avanzó, recibiendo con timidez el pequeño saco de cuero. No lo abrió, y aunque escuchó el tintineo metálico, optó por esperar.

--Trela D'icaya --Dijo Romo con un tono respetuoso al ver qué todos los humanos y demás razas habían avanzado para tomar sus respectivas recompensas--, perdónenos, pero nosotros los islos creemos que su bendición hacia nuestra raza ha sido la mejor de las recompensas. Somos sus humildes servidores con el único deseo de proteger Tanyer ¡En la vida y en la muerte! --Expresó con fervor, emoción que fue compartida por sus compañeros de casta-- Nuestro pueblo le pertenece, Trela D'icaya, y estamos sumamente agradecidos con usted por la oportunidad...

--¿Tu idea? --Preguntó con una mirada inquisitiva, observando el tranquilo rostro de su guardiana.

--No, Trela D'icaya. Pero comparto sus sentimientos. Servir a Trela D'icaya es el mayor honor de nuestro pueblo, no hay mayor recompensa.

Volvió su mirada al frente, donde los cuarenta y cinco islos se encontraban de pie, determinados a no aceptar el regalo, situación que no le molestó. Los libros describían que una buena recompensa a un grupo que estaba haciendo bien las cosas los motivaba a mejorar, razón que no desmentía, pues él mismo lo experimentaba cada vez que recibía las recompensas de la interfaz, entendiendo que el umbral de satisfacción de los islos estaba al máximo, por lo que por el momento no era necesaria una gratificación.

--Respetaré sus deseos --Dijo, envolviendo a la totalidad de los cien en su campo de visión--. Dentro de las bolsas encontrarán cinco monedas de plata y de oro, y un distintivo de sus rangos para que lo cosan donde deseen... Por el momento las monedas podrán verse como algo simbólico, pero créanme cuando les digo que deberán cuidarlas --Aconsejó, suficiente para causar el sentimiento de expectación en cada uno de los presentes--. Es todo, retírense --Ordenó--... Excepto Barion y Legant Jar.

--Sí, señor Barlok.

--Sí, Trela D'icaya. --Gritaron al unísono, retirándose del lugar con una sonrisa en sus rostros.

Los dos hombres se arrojaron de rodillas al suelo al sentir la pesada atmósfera. Barion tocó con su puño diestro la dura tierra, con la cabeza gacha y su brazo izquierdo sobre su pierna levantada, mientras que Legant se postró, como un cachorro apaleado.

--Levántense --Dijo, lamiendo sus labios, acción que fue detenida al ver al hombre de apellido Jar--. Te recuerdo, eras uno de los esclavos del anterior Barlok, de los primeros que acepté en mi ejército.

--Sí, señor Barlok. --Respondió con timidez el hombre que había acabado con más de sesenta personas, pues en su mente continuaba viéndose como un esclavo, actuando siempre por la orden dada y sin derecho para refutar.

--¿Por qué si eres humano te tenían de esclavo? --Preguntó, una incógnita que había florecido por el conocimiento acumulado de los libros.

--Soy mitad humano y mitad jarconi, señor Barlok --Respondió con el temblor en sus manos--. Según los veladores del clan, mi nacimiento representaba un insulto al Dios Jarka, por lo que mi madre decidió abandonarme en el bosque al cumplir mi primer erna. Bueno, eso fue lo que me contó el comerciante de esclavos que me encontró y me acogió...

--No es necesario que me platiques algo que no te pregunté --Interrumpió, un poco aburrido por la trágica historia. Legant calló de inmediato, bajando la cabeza para no ofender más a su señor--. Escuché sobre tu proeza en batalla, Barion. Sobre tu desobediencia --Respiró profundo, observando con solemnidad al alto hombre de porte firme, pero con la espalda cubierta de sudor--, y tu valentía --Barion suspiró aliviado, pero sin afectar su expresión--. Ambos fueron lo suficientemente lejos para destacar, y por ello les concedo este regalo --Hizo aparecer dos anillos en la palma de su mano creados gracias a su habilidad [Fabricante]--. Es un anillo único, potenciado para aumentar la resistencia mágica, el ataque y la defensa. Tomen y sigan enorgulleciéndome.

Ambos hombres dudaron, en sus vidas habían tocado o poseído un artefacto mágico, por lo que la emoción al sentir que les pertenecía algo de tan gran valor, los llenó de orgullo y satisfacción, así como deseos en su corazón de pagar la buena voluntad. Legant fue el primero en estirar la mano, arrodillándose en agradecimiento. Barion también aceptó el regalo, pero se mantuvo de pie, solo bajando la cabeza.

--Retírense.

Los dos hombres asintieron con absoluto respeto, expresaron sus despedidas y con un movimiento lento se dieron la media vuelta, alejándose de la explanada.

--Ve con los tuyos, Mujina --Dijo, guardando el cofre en su inventario--, no estoy en peligro, ni lo estaré.

--Sí me permite, Trela D'icaya, me gustaría quedarme a su lado como todos los días.

Asintió, avanzando con suma tranquilidad.

--¿Cómo está tu hombro?

--Mucho mejor, Trela D'icaya, la asistente Fira posee una extraordinaria habilidad --Alabó con gratitud--. Yerena igual ha gozado de su buena voluntad, como de fortuna.

--Sí, estoy consciente de su necedad, pero espero le hayas advertido que será la última vez que le curan la herida.

--Lo he hecho, Trela D'icaya. Prometo que no volverá a suceder.

*Investigación completada*

--Bien...