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El diario de un Tirano

Si aún después de perderlo todo, la vida te da otra oportunidad de recobrarlo ¿La tomarías? O ¿La dejarías pasar? Nacido en un tiempo olvidado, de padres desconocidos y abandonado a su suerte en un lugar a lo que él llama: El laberinto. Años, talvez siglos de intentos por escapar han dado como resultado a una mente templada por la soledad, un cuerpo desarrollado para el combate, una agilidad inigualable, pero con una personalidad perversa. Luego de lograr escapar de su pesadilla, juró a los cielos vengarse de aquellos que lo encerraron en ese infernal lugar, con la única ayuda que logró hacerse en el laberinto: sus habilidades que desafían el equilibrio universal.

JFL · War
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El buen agricultor

El tiempo fluyó como el agua en el río. Los esclavos construían con esmero y rapidez las siguientes dos torres de arqueros, los soldados continuaban su entrenamiento, forzándose a mejorar cada día que pasaba, los infantes en el santuario comenzaban su aprendizaje, los residentes de la vahir trabajaban sus diversas vocaciones con gran inspiración, deseando quedar en los buenos ojos del Barlok para la siguiente convocatoria del santuario y así sus retoños lograran ser escogidos. Los antar partieron unos días antes en busca de los recursos marcados en el mapa, comenzando con los preparativos necesarios para hacer un estudio de tierra y conocer si era un lugar adecuado dar comienzo a la extracción, quedando sorprendidos al conocer la rica veta de hierro.

En el interior de una habitación poco iluminada y bien decorada, una dama corpulenta y de silueta llamativa sonreía de oreja a oreja al observar al cansado joven sentado en uno de los sofás.

--¿Tienes algo que decirme? --Preguntó con una mirada fastidiada, haciendo a un lado el libro que con interés leía.

--Trela D'icaya, usted es... es --Tartamudeó, la emoción no le permitía hablar con claridad-- maravilloso...

--Lo entiendo --Su tono denotaba cansancio, como si hubiera envejecido unos cuantos años en un instante--, ahora aléjate. No tengo la fuerza, ni el interés para conversar contigo.

--Sí, Trela D'icaya. --Se disculpó de inmediato, agachando la cabeza y volviéndose a la entrada de la sala para hacer su labor de protección.

Retomó la lectura, pero al poco de unos minutos lanzó el libro a un lado del sofá, no se sentía tan calmo y concentrado como para continuar, decidiendo poner fin a su amena recopilación de conocimiento. Se recostó, contemplando a la belleza de cabello platinado que con una sonrisa tranquila lo observaba.

--Acércate --Ordenó con ligera calidez. Fira asintió, manteniendo en su rostro esa hermosa expresión alegre--. Eres única, Fira --Extrajo de su inventario un pequeño brazalete rojizo, con una perla en el medio, pero, aunque hermoso, palideció en comparación con la bella expresión que la dama de cabello platinado mostró al ser halagada por su señor--, tan única como mi primera creación y, por ello deseo que seas tú quién lo porte --Estiró su mano, dejando descansar el objeto de apariencia valiosa sobre su palma--. Tómalo, es un brazalete de protección --Sonrió con gentileza, una expresión que su rostro no acostumbraba mostrar--... he comprendido que a veces es bueno hacer obsequios a gente que se aprecia.

--Lo valoraré con mi vida. --Dijo al tomarlo sobre sus manos y acercarlo a su pecho, con extrema felicidad al conocer que su propio señor había sido el artesano de tan bello objeto.

--Todo lo contrario --Dijo con tranquilidad--, es para proteger tu vida. Aunque es el primero, podré hacer más en un futuro, pero si algo te ocurre --Guardó silencio--, no estoy seguro de que pueda encontrar a alguien que te remplace. Eres sumamente importante para mí, así como tu hermano.

No escuchó el resto de la oración, parecía que su sueño se había hecho realidad, por fin su señor había mostrado interés por ella.

--Mi señor, soy suya, hoy y por toda la eternidad. --Dijo con una expresión de adoración.

--Lo sé. --Asintió con calma.

Fira notó que el cansancio de su señor se había incrementado, por lo que rápidamente se dirigió a una de las mesas cercanas, haciendo uso del recipiente grande para servir en una taza de madera el brebaje de hierbas que el herbolario había preparado por la mañana.

--Mi señor. --Dijo al acercarle la taza.

Orion aceptó, bebiendo la ácida bebida que, aunque sutilmente energizaba su interior, no bastaba para resolver su problema. Había hecho muchos experimentos con su cuerpo al interior del laberinto y los continuó fuera del mismo, razón por la que conocía mejor que nadie el tiempo de recuperación que necesitaba para recobrar su estado óptimo y, pese a que las bebidas servían, solo era un remedio pasajero para un obstáculo mucho mayor. Eructó, tosiendo por el desgarro en su garganta, para finalizar con un trago de saliva.

--Sí tan solo existieran aquí esas benditas pócimas. --Se dijo, suspirando.

Su aburrimiento no fue inmediato, pero si fue devastador, no teniendo más remedio que hacer uso de su fiel entretenimiento: la interfaz. Buscó nueva información, algo que no conociera o lo hubiera pasado por alto, pero su fatiga mental le impidió concentrarse por más de dos párrafos de lectura. Suspiró, más fastidiado que cansado, pero fue ese mismo cansancio el que lo llevó a algo a lo que no le había prestado atención durante mucho tiempo.

--Espero no enojarme más.

Activó mentalmente la caja sorpresa y, de forma casi inmediata un enorme cofre ilusorio color dorado apareció ante sus ojos, uno que comenzó a bailar como si quisiera liberar lo que poseía dentro.

"El tesoro del escondrijo del codicioso reptil alado" tenía por nombre la carta, mostrando una pintura de un monstruoso ser protegiendo varias colinas de lo que parecía eran objetos valiosos.

*El premio se ha transferido a una ranura especial de tu inventario*

No dudó al extraerlo, quedando conmocionado al ver el pequeño anillo traslúcido, con una inscripción en su interior que a sus ojos parecía más un garabato que una palabra.

×~×~

Anillo de la eternidad.

Objeto Nivel: desconocido.

-Desconocido.

'Desconocido'

×~×~

Observó durante mucho tiempo el pequeño objeto que no parecía tan especial como la incógnita en la interfaz quería hacerlo ver, curioso por conocer lo que haría si se colocaba y, parecía que su aburrimiento era tal que sus meses de suprimir su impulsividad habían sido olvidados, deslizando el anillo sobre su dedo anular de su mano izquierda. El sentimiento revitalizante fue inmediato, muy similar a la sensación que tenía al consumir esos milagrosos frutos de sus amigos árboles.

--El tiempo de descanso ha terminado. --Sonrió al levantarse, apretando el puño con fuerza y determinación.