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El diario de un Tirano

Si aún después de perderlo todo, la vida te da otra oportunidad de recobrarlo ¿La tomarías? O ¿La dejarías pasar? Nacido en un tiempo olvidado, de padres desconocidos y abandonado a su suerte en un lugar a lo que él llama: El laberinto. Años, talvez siglos de intentos por escapar han dado como resultado a una mente templada por la soledad, un cuerpo desarrollado para el combate, una agilidad inigualable, pero con una personalidad perversa. Luego de lograr escapar de su pesadilla, juró a los cielos vengarse de aquellos que lo encerraron en ese infernal lugar, con la única ayuda que logró hacerse en el laberinto: sus habilidades que desafían el equilibrio universal.

JFL · War
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El abismo ante tus ojos

La oscuridad rondaba los pasillos, acompañada por constantes tintineos de objetos metálicos. Murmullos de extraños entes en las paredes, a veces pareciendo susurros de amantes ya perdidas, ilusionando con un último beso, o en algunos casos algo más oscuro, de enemigos prometiendo vengar en el otro mundo la insatisfacción causada.

--¿Por qué con él? --Sé preguntó a sí mismo confundido, mientras acariciaba su barba de modo contemplativo--. Por los Sagrados, señora, él no.

Las damas escucharon y callaron, inexpresivas con la excéntrica actitud del anciano, incluso cuando de su boca salieron palabras que ellas no debían escuchar. La atmósfera era extraña, desconocida y asfixiante. Siempre había sido un misterio lo que se ocultaba en las habitaciones del pasillo subterráneo y, ellas, como residentes y empleadas de la casa dueña de los interiores no fueros exentas a la curiosidad. La oportunidad se presentó para develar los secretos que con recelo guardaban las paredes, que después de tantos años de escuchar rumores, de habladurías sobre el misterioso pasillo que llevaba a un mundo de oscuridad debajo de la ciudad por fin sería revelado, aunque el temple en sus mentes para tales temas era poderoso, las ansías y la expectación lo fue incluso más. De reojo, a miradas escondidas lograron percibir el interior de las varias habitaciones, no teniendo más remedio que mostrar su inconformidad y confusión en ambos rostros endurecidos por la marca de la batalla al encontrar con que nada de interés se escondía allí. Oscuridad, ratas y suciedad era lo único dentro de esas habitaciones, no obstante, si sus ojos hubieran penetrado aún más las tinieblas, podrían haber apreciado la locura marcada en la superficie de las rocosas paredes, la sangre seca y los huesos roídos dispersados por toda la habitación.

--Mente clara, niñas --Aconsejó el viejo--. Lo que separa los siguientes pasos de los anteriores superarán los deseos desenfrenados de sus jóvenes mentes.

Se miraron, ofendidas por la falta de confianza a sus habilidades que por años habían pulido, pero no hicieron por refutar las palabras del anciano, no solo porque el individuo comenzaba con sus artes arcanas, sino porque era su superior, a alguien que por órdenes le debían absoluta obediencia.

El pasillo tembló, el polvo de los años fue despertado de la superficie, cayendo y llenando el no muy ancho corredor. El contorno de sus cuerpos fue iluminado, fortalecido con una energía misteriosa que combatía con esmero la densa oscuridad que a cada paso se acrecentaba. Las llamas de las antorchas disminuyeron, temerosas por lo que se ocultaba al final de lo desconocido.

*Hooo... daaaa... Maaue... yaaad... kehh...

Los susurros incrementaron, los gritos fueron incesantes, los pensamientos oscuros irresistibles. Se miraron, pálidas por el miedo que habían pensado desaparecido de sus vidas. Las lágrimas cayeron, pero resistieron, continuaron el sendero, iluminando el camino del tranquilo viejo, que parecía no influenciado por la intensa atmósfera maligna.

--Mente clara, niñas --Dijo de vuelta--. Perderse aquí sería peor que la propia muerte.

Voltearon enseguida, la voz del viejo había sonado tan lejana como el propio pasado, un remanente de algo que algún día fue, sin embargo, allí estaba, el hombre de barba cana las miraba con solemnidad, como solo un anciano sabe hacerlo.

--Su ayuda es valiosa, pero aquí su viaje termina, esperen y oídos sordos a lo que escuchen. La muerte aguarda a los impulsivos, a los valientes y tontos y, detrás de esta puerta, a cualquiera que la cruce. No entren, niñas, su valor es reconocido, nada deben de demostrar.

Tocó la manija, oxidada por el tiempo y oscura por un agente desconocido. Jaló sin fuerza, pero la puerta, que un segundo antes parecía inamovible cedió y, solo él fue consciente de lo oculto en su interior.

--Esperar, esperar --Se repitió, observando la eterna oscuridad con los pensamientos como su peor enemigo--. Nada pasará, el anciano es fuerte, nosotros somos fuertes.

--No hables como loca. Nadie se encuentra aquí. --Dijo, forzándose a comportarse como habitualmente lo hacía, pero el temblor de sus piernas delataba lo asustada que estaba.

El anciano admiró con detalle la iluminada sala, los cuidados libros bien organizados en las repisas, los baúles, las mesas, las camas, los huesos, la sangre.

--Visitas, amo las visitas.

De entre las sombras que ni la luz podía penetrar, un hombre joven, de cabello negro, bello como pocos y de mirada fría salió. Sus ojos azules abrazaron el interior, como si todo ante sus ojos fuera su propio dominio. Sonrió, con esos labios gruesos y rojos, lacerados por mordidas autoinflijidas, pero sin una mancha de sangre que lo demostrara. Su ropa, una túnica malgastada, pantalón de cuero roto, una camisa ya inexistente.

--Viejo ¿Eres tú? --Su tono era grave, pero irregular, como si su garganta hubiera sido dañada--. Claro que lo eres --Se respondió--. Vienes a jugar conmigo ¡Me debes todavía la apuesta de la última vez!

--Sin juegos, Dur, hoy no --Dijo sin un cambio en su expresión y con voz tranquila--. He venido a solicitarte un favor.

--No, debes jugar conmigo. Recuerda la apuesta. --Su tono se volvió aún más siniestro, mientras sus ojos se vaciaban de cualquier emoción.

--No perdí.

--Lo hiciste.

--No lo hice, Dur. Tu madre me llamó.

--¿Madre? --Volteó, contemplando la incógnita al mirar la nada-- No recuerdo a nadie que haya venido llamarse Madre.

--No es su nombre, así se les denomina a las personas que nos dan la vida.

--¿Vida? ¿Qué es eso?

--Dije que no quiero jugar.

--Vamos, una pregunta solamente, solo una, lo prometo. --Sonrió, puro e infantil, como si el mundo externo nunca lo hubiera tocado.

--Una se vuelven dos y, dos en muchas. Nunca te detienes, Dur.

--Solo una.

--Dije no.

Su expresión infantil se contorsionó en una mueca monstruosa, parecía un ente de la noche, una cosa que solo habita en los confines del mundo, pero su rostro era todavía humano, nada había cambiado, solo la percepción que se tenía de él. El anciano negó con la cabeza, suspirando un poco cansado con la actitud persistente del hombre.

--Juguemos, me lo debes.

Se acercó en un paso, tomando del cuello al viejo y levantándolo del suelo. El caos fue real a ojos del arcano hombre, los ríos de sangre, el colapso del mundo, la imagen más terrible que, hasta el hombre con la mente más templada optaría por desviar la mirada.

--¡Basta!

Hizo uso de su energía en un hechizo rápido de protección. Dur no cambió su postura, pero si destruyó la ilusión del cataclismo. No habló, sus oídos percibieron ruido, un sonido que no pertenecía ni a él, ni al anciano. Sonrió con placer, extasiado por el regalo.

--Cumpliste, lo trajiste, gracias, gracias.

--Espera, Dur. Por los Sagrados ¡No!

La oscuridad fue inmediata, los gritos resonaron por toda la habitación, junto con sonidos guturales, gemidos y cortes de extremidades. Por primera vez hubo un cambio en la expresión del anciano, era la pena y culpa la que ahora lo atormentaba. Conjuró con rapidez, forzando a los misteriosos objetos mágicos a encenderse de nuevo. La escena era la misma, salvo por las nuevas paredes cubiertas de rojo.

De pie, observando como un pintor a su obra, Dur admiraba los cuerpos lacerados, mutilados y destrozados de ambas damas, que para la gran tragedia continuaban con vida, respirando con dificultad y derramando cada aliento de existencia en la sangre que poco a poco sus hoyos dejaban salir.

--Pensé que está vez, solo por esta vez sería diferente. Pero eres ¡Eres un monstruo!

--¿Monstruo? --Volteó, observando con curiosidad al anciano-- ¿Qué es un monstruo?

--Tú sabes la respuesta, Dur --El odio se apoderó de él--. Míralas, míralas bien y observa tu obra, tu placer que ha quitado una vida más.

--¿Qué es un monstruo, viejo? --Repitió, interesado por conocer la respuesta, más que por el paisaje sangriento que él mismo había propiciado.

El anciano, perdido por sus propias emociones conjuró una intensa ráfaga de aire puramente de energía, que impactó en el cuerpo del hombre joven, forzándolo a golpear la pared al extremo de la sala.

Dur se levantó de inmediato, sin un daño real en su cuerpo, observó sin emoción al anciano, como un cascarón vacío.

--¡Míralas bien, maldito monstruo!

Dur tropezó por su propio pie, perdió el equilibrio y casi cayó, pero se recuperó de inmediato, apareciendo a unos cuantos pasos del anciano.

--Sangre y muerte es lo que eres. Lo único que le entregarás a este mundo es destrucción --Activó el hechizo de su anillo anular, volviendo la presión en el cuerpo del joven cinco veces más poderosa--. Debí matarte el día de tu nacimiento, debí hacerlo. Me arrepiento por pensar que cambiarías, debí de haberte matado.

Dur frunció el ceño, las artimañas del anciano no lo habían dañado ni en lo más mínimo, pero algo en su interior luchaba por hacerse con el control y, parecía que el origen de ello no provenía del exterior. Meneó la cabeza, tratando de aclarar sus ideas y, al hacerse sangrar una vez más su labio inferior, la claridad volvió a él. Tomó del cuello al anciano al aparecer frente a él, apretó con la suficiente fuerza para impedirle respirar, pero no demasiada para matarlo.

--Matame y mueres... lo sabes... estamos vinculados... --Dijo con dificultad, al tiempo que su rostro se enrojecía por las ganas de un bocado de aire.

Lo soltó, el dolor en su cabeza volvió a hacerse presente.

--¡Cállate! --Gritó con todas sus fuerzas. La intensidad de su energía hizo temblar las paredes-- ¡Nunca saldrás! ¡Nunca!

El anciano lo miró, recuperando el aliento con su mano acariciando su cuello.

--Dur, míralas --Dijo con un tono más tranquilo y bajo--. Mira lo que hiciste.

--¿Qué esperas que haga, anciano? --Sé burló, aunque la pelea interna se estaba intensificando.

--El cambio --Respondió-- ¡Míralas, Dur! ¡Míralas con orgullo! ¡Por qué tú lo hiciste!

Volteó, observando a las damas que aún luchaban por seguir con vida, en una batalla donde el ganador había estado decidido desde el principio. Sus rostros pálidos, sus ojos casi vacíos, sus labios blancos, sus expresiones de terror, todo ello observó y, pudo sentir sus miradas, sintiéndolo todo.

--No, no otra vez. --Cayó de rodillas, con una mueca de extremo dolor, mientras sujetaba su cabeza con ambas manos.

El anciano se levantó, activó el hechizo de su anillo medio, un hechizo de gran costo. Tosió sangre al finalizar, pero cuando notó al desmayado joven, suspiró aliviado.

--Un monstruo para vencer a un monstruo --Limpió la sangre con su antebrazo--. Tu hija no vale lo que vas a desatar en este mundo, señora, no lo vale --Su mirada fue atrapada por ambas damas, no teniendo más remedio que acercarse con una actitud de vencido--... Lo siento, niñas, solo debieron esperar --Ejecutó un hechizo que tranquilizó sus mentes, forzándolas a dejar de pelear--, les juro que pensé que está vez sería diferente, que podría hacer el cambio sin asesinar --Les cerró sus ojos--. Lo siento, niñas, aún sabiendo lo que les pasaría no actué. Espero que los Sagrados se apiaden de ustedes en la Tierra Eterna y que perdonen a este viejo, aunque sepa que estoy condenado a vagar con las cadenas del culpable. Lo siento, niñas. --Suspiró al levantarse, recobrando su solemne compostura.