Quedarse con César era lo mejor, así se sentiría más tranquila.
Tomando una respiración profunda, Adeline levantó la cabeza para encontrarse con la mirada de César. Él estaba justo allí en la cama, mirándola desde arriba.
—Ven —dijo César, agarrando su mano para levantarla y tomarla en sus brazos al estilo de los recién casados.
Adeline rodeó su cuello con los brazos mientras él se giraba, saliendo de la habitación. Dejaron la sala y mientras caminaba de regreso a su mansión, él podía percibir muy bien a cada miembro de la manada mirando desde dentro de sus casas.
No eran lo suficientemente valientes para salir y mirarlo directamente, al menos no después de lo que había sucedido. Sin intención había infundido tanto miedo en ellos, algo que no lamentaba ni un poco.
Se merecían lo que él les había hecho, y si tuviera otra oportunidad, se aseguraría de repetirlo.
Entrando por la puerta abierta, tomó el ascensor hasta el segundo piso y se dirigió a su dormitorio principal.
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