—Tarde o temprano iba a suceder —dijo Qin Jian y, al terminar, abrió la puerta del coche invitando a An Hao a subir.
El coche viajaba lentamente de regreso al pueblo, contemplando el crepúsculo que llenaba el cielo, el ánimo de An Hao llegó a su punto más alto.
Al notar que An Hao estaba de buen humor, los labios de Qin Jian se curvaron en una leve sonrisa mientras le preguntaba:
—¿Qué planeas hacer en casa durante los próximos días?
—Dormir —respondió An Hao sin dudar—. He estado ocupada repasando y no he descansado bien, así que planeo ponerme al día con el sueño, despertándome naturalmente cada día.
—Está bien. Ahora eres libre —dijo Qin Jian.
—Sí —asintió An Hao, recostándose en el asiento trasero, mirando hacia el cielo con un toque de emoción—. ¿Sabes, Qin Jian? Es difícil imaginar tener días como estos otra vez, es tan maravilloso... de verdad que es grandioso.
Tener la oportunidad de revivir su vida era nada menos que una bendición de los cielos.
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