Xue Sha se incorporó lentamente, sus ojos se abrieron revelando una nueva profundidad en su mirada. Al ponerse de pie, sus compañeros percibieron un cambio: parecía más alto.
Zhu Long, con una mirada penetrante, rompió el silencio que se había asentado sobre el grupo. "¿Qué poder te ha concedido tu anillo?" inquirió, su tono lleno de una curiosidad palpable.
Xue Sha vaciló por un momento, sopesando la decisión de compartir la verdad de su nueva habilidad. Con una decisión tomada, habló con una voz firme y segura. "Tengo la capacidad de sembrar pensamientos oscuros en la mente de otros. Aquellos de voluntad débil podrían ser consumidos por estos pensamientos hasta llegar a la autodestrucción," confesó, consciente del peso de sus palabras.
Los niños miraron a Xue Sha con sorpresa, sus rostros iluminados por la fascinación ante la revelación de un poder tan formidable. No había miedo en sus ojos, solo una curiosidad ardiente por la habilidad que podría ser clave en los combates venideros.
Zhu Long, aunque claramente sorprendido, mantuvo su compostura. "Es un poder digno de un Murciélago Siniestro," comentó, echando un vistazo al cuerpo sin vida del murciélago a lo lejos. Con un lento movimiento de cabeza, lamentó, "Es una verdadera pena que estén al borde de la extinción."
"Volvamos," dijo Zhu Long de repente, girándose para liderar el camino de vuelta. Mientras se alejaban, el grupo se encontró nuevamente con los lobos que habían estado merodeando antes. Pero esta vez, la amenaza era mucho mayor: más de cincuenta lobos emergieron de entre los árboles, sus ojos brillando con un hambre predadora. La manada completa había llegado y, sin dudarlo, comenzaron a atacar.
Zhu Long actuó con rapidez. Invocó su espíritu marcial y, en un instante, orejas y cola de gato adornaron su cuerpo. Cinco anillos brillaron en sus pies, y activó los dos primeros con urgencia. Con una velocidad sobrenatural, se abalanzó sobre la manada.
La lucha que siguió fue brutal y sangrienta. Las garras de Zhu Long desgarraban la carne de los lobos con una eficiencia mortal, cada ataque preciso y letal. La sangre empapaba el suelo del bosque, y los aullidos de dolor de las criaturas llenaban el aire. Uno tras otro, los lobos caían, sus cuerpos destrozados por la fuerza implacable del espíritu marcial de Zhu Long.
De cada lobo abatido, emergía un anillo de alma. La mayoría eran de color blanco, pero algunos brillaban con un tenue resplandor amarillo, indicando una calidad superior.
Cuando el último lobo cayó, Zhu Long desactivó su espíritu marcial. Los niños, visiblemente conmocionados por la violencia que acababan de presenciar, se agruparon a su alrededor y juntos salieron del bosque.
Al llegar a la entrada, Zhu Long se acercó al mismo guardia de antes y le entregó una ficha junto con una moneda de oro. "Puedes devolverlo tú," dijo con firmeza.
El guardia asintió, aceptando la moneda y la ficha. "Claro que sí, lo devolveré enseguida," respondió, su voz teñida de respeto ante la generosidad inesperada.
"Gracias," dijo Zhu Long, y se alejó con los niños siguiéndolo. Zhu Xiang, con una mezcla de curiosidad y admiración, preguntó, "Papá, ¿dónde vamos ahora?"
Los demás niños también miraron a Zhu Long, esperando su respuesta. "Ahora vamos hacia el norte," declaró, su mirada se perdía brevemente en la distancia antes de enfocarse nuevamente en el camino por delante.
Aunque los niños no comprendían el propósito de su nuevo destino, confiaban en Zhu Long y lo seguían sin cuestionar, listos para enfrentar juntos cualquier desafío que les esperara en el norte.
Siete días después, en Yolin City, Zhu Long y los niños se encontraban en un restaurante acogedor, disfrutando de una comida que desplegaba la riqueza de la cocina china. La mesa estaba repleta de platos tradicionales: pato laqueado con su piel tostada y brillante, xiaolongbao emanando vapor con cada mordisco, fideos zhajiangmian cubiertos de una salsa espesa y fragante, y un montón de verduras salteadas que crujían con cada bocado. Los niños, con palillos en mano, exploraban los sabores con curiosidad y deleite.
Mientras saboreaban su comida, una conversación en la mesa de al lado captó su atención. Dos hombres, con jarras de cerveza espumosa frente a ellos, hablaban en voz baja pero con una intensidad que atravesaba el bullicio del lugar.
"¿Has oído lo que ha pasado?" inquirió el primero, dando un sorbo a su cerveza antes de continuar.
"No, ¿qué ha pasado?" respondió el segundo, dejando su jarra sobre la mesa con un gesto de interés.
"Pues, ¿sabes qué ha hecho Tang Hao?" El primero parecía ansioso por compartir la noticia, mirando a su alrededor para asegurarse de que nadie más escuchaba.
"Espera, ¿estás hablando del Tang Hao del Clan Cielo Claro?" El segundo hombre parecía sorprendido, casi escupiendo un bocado de comida.
"Sí, ese mismo Tang Hao. Me acaban de llegar noticias de que, cuando estaba pasando por un pueblo por la noche, buscaba un lugar para dormir junto a su esposa, pero los aldeanos se negaron. Entonces, cogió su martillo y... mató a todos los aldeanos del pueblo." La voz del primer hombre se tornó sombría al revelar el final de la historia.
El segundo hombre, claramente enfurecido por lo que acababa de escuchar, golpeó la mesa con fuerza, haciendo temblar las jarras y los platos, provocando que algunos comensales cercanos se sobresaltaran. "¡Eso es monstruoso! ¿Cómo puede alguien cometer tal barbaridad? ¡Espero que lo atrapen y le hagan pagar por sus actos!"
"Lo bueno es que Su Majestad el Papa pasaba por ahí y lo vio. Ahora lo está persiguiendo. Espero que lo mate cuanto antes, mejor," dijo el primer hombre, con un gesto de aprobación, como si la posibilidad de venganza le diera cierto consuelo.
"¿Y qué pueblo es el que ha sido masacrado?" preguntó el segundo, todavía conmocionado, mientras tomaba otro trago de cerveza para calmar su ira.
"Creo que era Ba Hun Zhuang o algo así," respondió el primero, frunciendo el ceño en un esfuerzo por recordar el nombre exacto.
Al escuchar la conversación de los hombres en la mesa contigua, Xue Sha palideció visiblemente. Su mirada se desvió hacia Zhu Long, llena de incertidumbre y una silenciosa pregunta: ¿Podía ser verdad lo que acababan de escuchar?
Zhu Long, percibiendo la mirada de Xue Sha, suspiró profundamente. Continuó comiendo con calma antes de responder. "Es verdad," dijo con voz baja, "pero no ha sido Tang Hao. Ha sido el Papa."
Las palabras de Zhu Long cayeron como una piedra en el estómago de Xue Sha, quien palideció aún más, si cabe. Después de unos momentos de tensión, en los que parecía estar luchando por mantener la compostura, retomó su comida. Sin embargo, sus movimientos eran mecánicos, casi violentos, como si cada bocado fuera un golpe contenido. Era evidente que, en su mente, Xue Sha ya estaba librando una batalla, deseando enfrentarse al verdadero culpable de la masacre.
Una vez terminada la comida, el grupo se levantó de la mesa. Xue Sha había recuperado algo de su serenidad, pero la ira todavía ardía en sus ojos. Mientras caminaban hacia la salida de la ciudad, sus pensamientos eran un torbellino amargo. Miró el anillo en su dedo y reflexionó, "Entonces, supongo que era por eso que nos estábamos alejando del pueblo..."
Al cruzar las puertas de la ciudad, la mirada de Xue Sha se tornó fría, desprovista de emociones. Había una determinación férrea en su semblante, una resolución que se había forjado en el fuego de la injusticia y la revelación. Con cada paso que se alejaban de Yolin City, Xue Sha y sus compañeros dejaban atrás no solo un lugar, sino también la inocencia que habían perdido al descubrir la verdad sobre la masacre.