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Prólogo

Despertó en un lugar totalmente desconocido, la sangre de su nuca empezaba a secarse por todas las horas que había estado moribunda. Se quejó al levantarse rápidamente cuando su cabeza se presionó con fuerza sin tener nada a qué sostenerse.

Miró a su alrededor y no reconoció nada, su corazón comenzó a palpitar sofocado y sus instintos primarios se activaron en respuesta. Todo ser vivo siente miedo fuera de su hábitat natural.

No quería hablar, solo cerraba los ojos intentando recordar, pero el desagradable olor a azufre no la dejaba centrarse en su objetivo.

— ¿Dónde estoy? —se preguntó a sí misma. Notó que se encontraba en el cuarto de una casa y quiso levantarse por completo sin embargo no pudo, estaba atada desde los pies.

Escuchó unas voces infantiles.

— Ayuda —pidió, estaba perturbada y su corazón estaba descontrolado en su caja torácica.

Escuchó que los pasos de unas personas se aproximaban en su dirección. Y sus músculos se entumecieron de miedo.

Un niño de aproximadamente un año apareció en su campo de visión y balbuceaba palabras ininteligibles. Era un varón. No pudo mantenerse de pie por mucho tiempo, cayó al suelo y gateó hacia ella.

—Fergus —habló una adolescente —no te le acerques a ella. No es confiable.

La chica se acercó levemente a ella con sumo cuidado y tomó al bebé en brazos. La miró con desconfianza, como si ella fuera una fiera apunto de atacar. La chica estaba algo sucia, su pelo enmarañado rubio la hacía parecer una indigente, como esas personas que vagaban en las calles mendigando migajas de basura. Sin embargo, su instinto de supervivencia era el que estaba activado.

— Ayúdame —pidió, sus ojos estaban llenos de lágrimas y en la garganta un nudo porque sentía que en cualquier momento su vida terminaría. Intuición.

— No. No podemos arriesgarnos —dijo la chica apretando el bebé en sus brazos— no podemos arriesgarnos a ser devorados por ti y tu grupo.

Frunció el ceño. De qué grupo estaba hablando, ella no pertenecía a ningún grupo, al menos no recordaba nada de lo que había pasado antes de despertar ahí sin recuerdos.

— ¿De qué hablas, niña? —sus nervios la hacían temblar y no podía hablar con normalidad.

— Eres diferente —la rodeó — ¿Por qué tienes el cabello así? ¿Por qué brilla y está tan...?

— ¿Nadia? —habló una voz masculina— otra vez perdiendo el tiempo.

— Alex, que bueno que has venido —dijo la chica—. Hay una intrusa aquí. No sé cómo apareció pero ya la amarré. Dice que la dejemos libre pero no podemos confiar en nadie.

— Hiciste bien, no podemos arriesgarnos a ser asesinados por ese grupo de personas.

El chico parecía también ser un adolescente. ¿Acaso eran hermanos? ¿Dónde estaban sus padres? Esa teoría se desvaneció de su mente cuando el chico volvió a hablar.

— ¿Cómo está mi hijo? —preguntó, sus dedos acariciaron la barbilla del bebé y abrió los brazos hacia el chico.

Kayla estaba sin poder creerlo. ¿Era su hijo? ¿Qué clase de leyes existían en ese lugar? Una persona a esa edad debe estar estudiando, no criando hijos.

— Su fiebre bajó —respondió anonadada. Kayla llamó su atención cuando movió sus pies y las cadenas hicieron un leve sonido al chocar contra el suelo.

— Debemos movernos de aquí, supongo que ellos nos interceptaron. Creo que no es de fiar, debe estar con ellos.

¿Ellos? Estaba confundida y aún más aterrada al comprender que este lugar estaba repleto de malas personas, una teoría que estaba navegando en su cabeza. Si esos niños eran padres, no se quería imaginar la clase de personas que moraban en ese lugar.

— ¿De qué diablos hablan? No sé dónde estoy ni qué es este lugar. Por favor, ayúdenme —pidió con voz llorosa.

Pero sí recordaba su nombre. Sí, su nombre era Kayla, su apellido... En blanco... Quedó aún más perturbada.

— Tenemos que buscar la manera de salir de aquí— mencionó la chica— porque en cualquier momento ellos nos van a encontrar.

Una idea se le cruzó a Kayla en la mente. Esos niños no la iban a liberar... Si ella los ayudaba a salir, pero cómo diablos lo haría si ni siquiera sabía quiénes eran estas personas.