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023. ¡¿Te parecerá bonito buscarte un sugar daddy?!

El tejedor de sombras quedó a solas en la habitación con los cuatro implicados: Inmaculada, Alfonso, Duncan y Amelia. Desde el pasillo, las quejas de Salvador resonaban como un eco irritante, lamentando lo que él consideraba un castigo demasiado indulgente.

—¿Dónde preferís realizar los rituales? —preguntó Elías, extendiendo los brazos con un gesto de supuesta conciliación, aunque sus ojos reflejaban una tensión difícil de disimular. —¿Mi casa, la logia o tal vez una de vuestras casas? Solo necesito unos cuencos y un altar apropiado.

Alfonso dejó escapar un suspiro profundo. La idea de permitir a otro hechicero en su santuario le resultaba insoportable, pero la urgencia de resolver el asunto superaba su desagrado.

—Antes de nada, sentémonos los cinco. Hay temas que debemos discutir con calma.

Las palabras de Inmaculada pusieron nervioso al tejedor de sombras. Si no la conociera, podría parecer una pérdida de tiempo, pero la exploradora del eterio no perdía el tiempo nunca. Estaban tomando asiento cuando el golpe de una bofetada resonó en el opresivo espacio del salón.

—¡¿Te parecerá bonito buscarte un sugar daddy?! —El rugido de Duncan atravesó el ambiente como una explosión.

El golpe llegó antes de que Amelia pudiera reaccionar. Se tambaleó, llevándose una mano a la mejilla, mientras sus ojos llenos de incredulidad se fijaban en Duncan.

—¿Cómo te atreves...? —susurró Amelia mientras su mano se posaba en la mejilla, sus ojos ardiendo con incredulidad y rabia.

Amelia no dejó que el aturdimiento del golpe la inmovilizara mucho tiempo. Con una precisión que hablaba de instinto puro, lanzó un rodillazo directo a la entrepierna de Duncan. Mientras él se doblaba de dolor, ella agarró su cabeza y la estrelló con fuerza contra su rodilla. En segundos, Duncan estaba en el suelo con la nariz ensangrentada mientras se retorcía de dolor por el primer rodillazo.

—Parece que mi hermanita tiene garras. —comentó Alfonso, mirando a Inmaculada, quien observaba la escena con una mezcla de asombro y preocupación.

—Puedes gritarme, exigir cosas absurdas o incluso humillarme, pero jamás vuelvas a ponerme un dedo encima. La próxima vez, no solo me defenderé; me aseguraré que no vuelvas a levantarte. —Amelia estaba furiosa y apretaba los puños para no patearlo en el suelo. —No soy de tu propiedad y buscaré mi seguridad como mejor pueda. Antes de vuestra llegada, tú y yo íbamos a ser sacrificados. Lo siento, si debo ser la mascota de ese viejo, lo seré; incluso me abriré de piernas para él. —Esta última frase solo la dijo llevada por el enfado. En realidad, jamás pensó en llegar a ese punto.

Alfonso observó a su hermana con una mezcla de reproche y resignación. Le pareció bien la defensa, pero las últimas palabras lanzadas eran un daño gratuito hacia alguien dispuesto a darlo todo por ella. Encogiéndose de hombros, se agachó junto a Duncan y procedió a curarlo.

—No vuelvas a intimidar a mi hermana, Duncan. Te aseguro que lo que hoy llamas dolor será un recuerdo amable si cruzas esa línea otra vez.

Inmaculada observaba en silencio, una mezcla de incomodidad y frustración reflejada en su rostro. Quería intervenir por su hermano, pero el poder de Alfonso era un muro que ni siquiera ella, con toda su experiencia, se atrevía a cruzar.

Duncan miraba enfurecido a Amelia y Alfonso, pero no le quedó más que tragarse su orgullo y sentarse. Amelia se sentó en el sillón más alejado de Duncan, manteniendo la distancia como si con ello pudiera contener la marea de emociones que amenazaban con desbordarla. Se había convertido en hombre por puro egoísmo; ella no se lo había pedido. A pesar de eso, estaba dispuesta a darle una oportunidad, pero él decidió golpearla. El golpe había dolido, pero quizás lo peor era el sentirse humillada delante de todos.

Inmaculada sentía la urgencia por arreglar las cosas entre Duncan y Amelia, pero también estaba el tema del tejedor. Los había traicionado; si su tapadera no era suficiente, podía haber hablado con ellos y no con el custodio de los sellos.

—Quería hablar contigo antes de empezar por otra razón, pero mi estúpido hermano me hace cambiar la primera pregunta. —dijo Inmaculada mirando con reproche a Duncan. —¿Puedes borrar este lamentable incidente de sus memorias? Además, ¿podrías hacer que se acerquen, que confíen el uno en el otro?

Elia pasó la mirada entre Amelia y Duncan; podía sentirse una corriente de aire gélido circulando entre ambos.

—Durante el proceso puedo hacer olvidar esto a ambos, pero para hacerlo más cercano debería... —La única idea era demoledora, pensó antes de añadir. —Hacerles olvidar a ellos mismos su sexo anterior.

Inmaculada pensó profundamente en estas palabras. Si ella no se acordaba de lo ocurrido entre María y Roberto, no habría necesidad de venganza. Odiaba perder el control de todo; solo lo estaba perdiendo por dejarse llevar por su corazón.

—¿Con quién está tu lealtad? —Esta era la razón para retraslarlo todo. Debía saber la verdad.

—Mi lealtad siempre estuvo contigo, pero decidiste recurrir a otros para reconstruir la historia. ¿Cómo puedo sentirme valorado si me dejas al margen en mi especialidad? —Había un claro tono de decepción en las palabras del tejedor. —Yo aún recuerdo quién fue la anterior gatita del maestro. Solo tres lo sabemos; yo fui quien la ocultó para todos, incluso para los miembros de la logia. Solo tres personas lo recuerdan. La gatita, el arcanista supremo y yo.

Inmaculada tembló ante las palabras de Elías. ¿La estaba amenazando? Jose Ramón lo había orquestado cuando quiso meter a su gatita en el círculo exterior y nadie la respetaba al ser la mascota de él. Él siempre la había tratado con cariño, nunca abusó de ella, pero, como pasaría con Amelia, sí la hizo estar en muchas ocasiones sentada a sus pies y servirle. Ningún otro hechicero trataba a sus discípulos de esa forma; servirles era habitual, pero hacer que se arrodillaran públicamente era algo que solo él exigía.

—Contéstame con un sí o no. Jamás volveré a ignorarte en estos asuntos. ¿Puedo seguir confiando en ti?

El tejedor de sombras meditó bien su contestación. No quería engañar a la exploradora del eterio; eso podría ser encontrar problemas con el arcanista supremo.

—Sí, pero no soy leal al archivista eterno. Mi lealtad siempre ha estado con el custodio de los sellos entre ellos dos. —Alfonso y Elias cruzaron una mirada desafiante tras estas últimas palabras.

—Entonces vas a tener un problema de lealtades. Mi hermano va a casarse con su hermana y posiblemente yo me case con él.

Elias comprendía la implicación de esas palabras. Inmaculada sería fiel a Alfonso y, si él actuaba contra él, estaría actuando contra ella. Inmaculada y Alfonso juntos, a pesar de su inhabilitación por cinco años, iban a ser una fuerza a tener muy en cuenta dentro de la logia. Miró hacia Amelia; encima, esa chica iba a convertirse en la gatita del arcanista supremo, haciéndose un hueco seguramente en el corazón de este.

Alfonso contaba con ocho apoyos para ser el próximo alquimista supremo; su hermana sería la mascota de José Ramón e Inmaculada era respetada por casi todos los miembros de la logia. Si ella hubiera hablado en favor de uno de los candidatos, posiblemente ahora tendrían un alquimista supremo. No era imposible mantener por cinco años bloqueado el cubrir el puesto. Ya habían pasado tres años de disputas por el puesto. Si Alfonso mantenía sus apoyos, nadie podría acceder al cargo. Solo debían abstenerse para no conseguir ninguno de ellos los diez votos necesarios de los quince posibles.

—Mi lealtad será hacia ti, no hacia tu futuro cuñado, ni hacia tu futuro esposo.

—De acuerdo, quiero pedirte algunos huecos en tu tejido. Primero, me gustaría conservar el conocimiento real sobre ellos. Segundo, crea una historia convincente para que Amelia se crea la hermana de Alfonso y al revés. Tercero, borra este último incidente bochornoso entre Amelia y Duncan. Cuarto, Amelia y Duncan deben recordar su sexo e historia anterior.

Elias miró a Duncan, Amelia y Alfonso. Las demandas de Inmaculada, aunque razonables en apariencia, tenían implicaciones que podían complicarlo todo.

—Antes de empezar, ¿hay algo más que queráis añadir o pedir?

Los tres meditaron durante un momento. Alfonso quería una hermana a toda costa; estaría contento si solo la recordaba como su hermana, pero sabía que existía una posibilidad de volver a convertir a Amelia en hombre. ¿Cómo afrontaría eso? Amelia solo quería una cosa: recordar la noche en la cual cambió su vida, aunque quizás fuera más feliz si no se acordaba de ella. Por último, Duncan estaba arrepentido de haber golpeado a Amelia; si se lo borraba, quizás volviera a hacerlo, si solo se lo borraba a Amelia, lo ocurrido.

—Bien, haré lo posible para satisfacer a todos, pero necesito la sangre de los cuatro. —Contestó el tejedor de sombras tras escuchar atentamente las demandas de los tres. La cosa no era del todo sencilla y quizás, pasado el tiempo, se resquebrajara algunas cosas entre los cuatro, pero podía hacer la historia válida para los demás.

Elías permaneció en silencio, observando a los cuatro presentes, aun necesitaba la llegada de esas dos chicas y los asistentes de Inmaculada.

Había tejido ilusiones antes, muchas veces, pero nunca una tan delicada. Esta no era solo una cuestión de alterar recuerdos individuales; era construir una red compleja que debía soportar el escrutinio no solo de los implicados, sino de la logia entera, del publico pues eran personajes en cierto modo públicos. Y de los ojos de Salvador Gallego, siempre buscando una grieta para exponerla al resto.

Mientras sus pensamientos se arremolinaban, las miradas de los implicados parecían perforarlo. Todos aguardaban, ajenos al delicado equilibrio que él debía mantener.

"¿Por dónde debia empezar?" reflexiono el tejedor de sombras frotando sus sienes.

Amelia y Duncan. La relación más frágil y llena de resentimientos. Si no se manejaba bien, cualquier resquicio en sus emociones podría desmoronar la historia. Duncan, con su orgullo herido, era un problema. Borrar el golpe podría calmar las aguas, pero ¿y si lo hacía olvidar completamente el remordimiento? Sin esa culpa, era probable que volviera a cometer el mismo error.

Amelia, en cambio, deseaba recordar su vida pasada, y esa verdad era un peso que podía rasgar incluso el tejido más elaborado. "El equilibrio es un hilo fino: demasiada verdad, y la ilusión se derrumba; muy poca, y todo se convierte en una farsa insostenible." Si Amelia recordaba demasiado, podría cuestionar la realidad implantada. Si recordaba muy poco, se sentiría vacía, como si le hubieran robado algo esencial.

Luego estaban Marina y Rosa. Aunque sus papeles en esta historia eran secundarios, cualquier incoherencia en sus recuerdos podría levantar sospechas en otros miembros de la logia. No bastaba con tejerles una versión simple; tenía que ser lo suficientemente rica en detalles para que pareciera real. Algo que resistiera preguntas casuales y escrutinio profundo. Lo mas sencillo era sustituir a los miembros de la familia de Roberto por Alfonso y algún familiar de este. Si esa noche no se iba a tocar tenia que estar bien construido como se conocieron e hicieron amigos.

Alfonso e Inmaculada...

Los pilares de esta nueva realidad. Alfonso quería a Amelia como hermana, pero su protección debía sentirse genuina, no forzada por el tejido. "Debe creer que siempre ha sido su hermano, pero eso creará tensión por haber sido convertido en mujer por Inmcaulada."

Inmaculada, por otro lado, era más pragmática. No le importaba que la verdad fuera maleable, siempre y cuando pudiera mantener el control. "¿Y si la uso para reforzar el tejido? Que sea ella quien 'reafirme' la historia frente a terceros." Eso podría añadir credibilidad.

El entorno externo era el mayor desafío.

Salvador no se tragaría ninguna mentira sin buscar pruebas. Los otros miembros del círculo externo podrían desconfiar, pero Salvador Gallego era el verdadero problema. Siempre atento, su habilidad para detectar inconsistencias era un arma afilada. El tejido debía ser impecable, lo bastante sólido para soportar su escrutinio, y con suficientes puntos ciegos para que incluso él se perdiera en ellos. "Lagunas. Necesito lagunas. No se pueden cuestionar los detalles si nunca existieron."

Elías suspiró, frotándose las sienes. Cada hilo que tejiera debía conectarse con el siguiente sin fisuras. Los recuerdos implantados debían basarse en emociones fuertes: miedo, amor, lealtad. Las emociones eran pundo de refuerzo; sin ellas, los recuerdos se desmoronaban como un castillo de arena.

"Pero incluso las ilusiones mejor tejidas pueden fallar."

Elías sabía que las grietas eran inevitables. Tal vez Duncan sintiera un déjà vu cuando estuviera solo, o tal vez Amelia empezara a soñar con la vida que había perdido. Cada uno de ellos, en algún momento, podría enfrentarse a una verdad que no encajaba. Recordarse en dos sitios a la vez.

"¿Y entonces qué?"

Ahí estaba el verdadero peligro. No en los recuerdos individuales, sino en la narrativa colectiva. Si alguien externo descubría la mentira, todo se hiria deslichando. Y si eso ocurría, no sería solo su reputación la que estaría en juego, sino su lealtad a la logia.

Elías respiró hondo y levantó la mirada.

—Bien, será un proceso largo, y necesitaré vuestra absoluta cooperación. Pero antes de comenzar, escuchadme bien. —Su voz adquirió un filo helado, cargado de advertencia. —Este tejido no es eterno ni perfecto. Si os atrevéis a rasgar el velo que he tejido, no encontraréis respuestas, solo ruina y un abismo del que no podréis escapar.

Su advertencia flotó en el aire mientras los implicados intercambiaban miradas. Nadie podía decir si era una amenaza o simplemente la verdad.