P.V. Alexander
Sin otro lugar al que ir, cargué a Andrea en mis brazos y me lancé al camino que conducía a la muralla.
El bosque parecía interminable, pero lo más inquietante no eran los árboles... sino la sensación de ser observado.
Fue entonces cuando lo vi.
Un lobo gigantesco emergió de entre los árboles.
Era más alto que yo, con un pelaje negro como la noche y ojos incandescentes que brillaban con inteligencia salvaje.
Y poder mágico. Mucho.
No hubo gruñido de advertencia.
Sin previo aviso, el lobo saltó directo hacia mí, sus colmillos listos para desgarrar.
—Tch… activación: Velocidad Divina. —murmuré.
El mundo se ralentizó.
Mi cuerpo se movió solo, como un susurro de viento esquivando el ataque mortal.
No podía luchar.
No mientras Andrea estuviera en mis brazos.
Así que corrí.
Corrí hacia la muralla.
El terreno temblaba, los árboles crujían… y las bestias no dejaban de aparecer.
Jabalíes con colmillos de obsidiana.
Felinos con escamas.
Incluso una criatura parecida a un ciempiés con ojos humanos.
Me estaban esperando.
Una manada entera bloqueaba el camino.
Todos irradiaban sed de sangre y magia salvaje.
—¿Qué problemático? —dije entre dientes.
No tenía más opción.
Desactivé Velocidad Divina y activé Fuerza Divina.
Un latido.
Mi cuerpo se llenó de energía bruta.
Mis músculos brillaron con un leve fulgor dorado.
Antes de que las bestias pudieran reaccionar, salté con toda la fuerza que pude reunir.
Demasiada.
—¡Maldición…! —gruñí.
Mi salto me lanzó por encima de la muralla… y más allá.
El muro de piedra se aproximaba rápido.
—Resistencia Divina… ¡activación!
Un impacto brutal.
Pero lo aguanté.
Mi cuerpo absorbió la fuerza del golpe y protegí a Andrea entre mis brazos.
—Lo siento… —susurré, al ver que aún dormía.
Explosiones resonaron a mi alrededor.
Estábamos en medio de una batalla.
Corrí entre callejones hasta encontrar una casa abandonada.
Aparentemente segura.
Dejé a Andrea con cuidado en un sofá polvoriento.
—Occultatum. —dije, señalándola con el dedo.
Un velo mágico cubrió su figura, volviéndola invisible a ojos normales y mágicos.
El hechizo de ocultación que aprendí de la Asociación Mágica por fin encontraba uso.
—Volveré pronto. Quédate a salvo…
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Corrí por las calles hasta llegar a la cima de la muralla.
Con Velocidad Divina activada, llegué en menos de un minuto.
Lo que vi allí...
parecía sacado de un anime de fantasía.
Caballeros con armaduras de placas luchando cuerpo a cuerpo.
Magos con túnicas lanzando bolas de fuego desde lo alto de la muralla.
—¿Magia de fuego? —susurré.
Y justo al verla, la comprendí.
Mi Divinidad Mágica absorbía el conocimiento de los hechizos cercanos.
Más abajo, en el campo de batalla, un grupo de guerreros de élite resistía el avance de varios monstruos de alto nivel mágico.
Y al frente de ese escuadrón…
Una mujer.
Cabello plateado.
Armadura brillante.
Espada larga. Postura perfecta.
—…No me jodas. ¿La princesa caballero? —murmuré, cruzándome de brazos.
Clásico isekai.
A un lado del campo, dos figuras se acercaban al escuadrón.
Poder mágico… tóxico. Peligroso.
No eran monstruos.
Eran humanos… o algo similar.
—¡Tú! ¡¿Qué haces aquí?! —me gritó un soldado.
Había sido notado.
Me giré y vi a un par de soldados, visiblemente heridos.
—Mirad. —dije con calma, señalando al escuadrón en el campo.
Sus ojos siguieron mi dedo.
—¡¿Princesa?! —exclamó uno.
—¡La princesa está en peligro! ¡Rápido, enviad ayuda! —gritó el otro, entrando en pánico.
Sí. Confirmado. Princesa.
—“¿En serio...? Otro cliché isekai más...” —me dije, llevándome la mano a la frente.
El caos reinaba.
Y yo… bueno, no podía quedarme parado.
Activé Fuerza Divina y salté hacia el campo.
Como si lo hubiera ensayado mil veces, descendí con una patada giratoria justo cuando uno de los hombres extraños estaba por atacar a la princesa.
—¡Haaaahhh!
¡Impacto directo!
El sujeto salió volando como muñeco de trapo.
El campo quedó en silencio unos segundos.
Todos me miraban.
Y yo, aún en pose de aterrizaje dramática, no pude evitar murmurar:
—…Nunca pensé que llegaría el día en el que hiciera una entrada típica de Power Ranger.
Me puse de pie con expresión de absoluta vergüenza.
—Qué vergüenza. —repetí.