En su camino Olna se encontró con Elmina, quien le aconsejó no acercarse al chico. Ella le aseguró que solo le había dado una advertencia ya que había una asesina merodeando. La Amazona se sorprendió por su respuesta pero reiteró su punto al señalar que él motivaba a la gente a unírsele, haciendo que se preocupara de que le hubiera hecho lo mismo. Molesta, Olna le dijo que no era su asunto y no le ordenara que hacer. Elmina respondió con una mirada triste que la había protegido y seguiría haciéndolo. Olna la interrumpió y antes de irse le dijo de manera despectiva que la odiaba.
En las celdas del castillo, Olna interrogó a Ariadne, preguntándole porque había regresado. La chica se disculpó, recordando que había sido ella quien le permitió escapar, y le agradeció por lo que había hecho. La adivina le informó que tenía un mensaje de Argonaut para ella. Al decírselo, Ariadne lloró de alegría y le pidió que fingiera nunca haberle entregado el mensaje. Olna le aseguró que esa había sido su idea desde el principio y se fue. Mientras escuchaba los sollozos de la chica, Olna lamentó no poder hacer nada y pensó que lo que le había dicho a Argonaut era incorrecto, ya que era a sí misma a quien más odiaba.
Al entrar en su habitación fue recibida por el joven en cuestión, el cual le preguntó si había entregado el mensaje. Ella se preguntó si los candidatos no debían atender a su entrenamiento, lo que él confirmó pero dijo haber evadido ya que no quería desanimarse al ver la brecha entre él y los demás. Olna lo llamó escoria y negó haber entregado su mensaje cuando continuó insistiendo, advirtiéndole que si no se iba llamaría a los guardias. Argonaut comentó que ni ella ni la princesa parecían sonreír mucho y se decidió a hacerla sonreír también.
Comenzó a escribir alegremente sobre ello en su diario pero fue interrumpido por Olna, que le repitió que se fuera. Mencionó que el fin del mundo era inminente y no valía la pena intentar nada. Ya con un rostro más serio, Argonaut notó que era nihilista, lo que ella confirmó. Recordando que era una adivina, Argonaut le pidió que entonces le realizara una lectura de fortuna del futuro del mundo. Le explicó que, aunque no podía entender su desesperanza, quería acabar con su melancolía y creencia de que no había un futuro, retándola a ver si su pesimismo podía sobreponerse a su optimismo.
Los dos debatieron un rato hasta que Olna declaró que era incapaz de ganar contra él debido a lo delirante que era. Aún así, como reconocimiento a su pasión al hablar, decidió contarle su predicción. Le contó que entre el norte del Páramo Kalunga, el lugar donde se libraría la batalla a la que los iba a enviar el rey, y el sur de la capital un incidente tomaría lugar en un profundo cañón y allí se encontraría con alguien que lo había estado esperando, su destino. Además de ello, le prometió que si era capaz de mantener su confianza luego de ver lo que había allí lo llevaría a ver a Ariadne.
Tres días después, el ejército y los candidatos se encontraban en lo que sería su campo de batalla. Yuri y los demás platicaron entre ellos por un rato, curiosos sobre donde se encontraba el famoso general, y se sorprendieron al escuchar al comandante, quien declaró que dejarían pasar al enemigo y dejarían todo al General Minos. Por su parte, ellos fueron asignados la tarea de lidiar con un ataque de monstruos en el sureste junto a la tercera división.
Después de una ardua batalla lograron repeler a los monstruos, aunque notaron que eran los únicos que quedaban ya que todos los demás habían huido. Terminado su labor, fueron a observar la situación en el campo de batalla. Rápidamente se dieron cuenta de que todos los soldados carecían de cualquier habilidad de combate y continuaban retirándose a la vez que parecían estar guiando al enemigo. Mientras los demás se preguntaban que hacer, Argonaut recordó las palabras de Olna, por lo que decidió ir al lugar del que había hablado para descubrir a que se refería.
Habiendo seguido al chico, el grupo quedó impactado al descubrir que todo el ejército de la capital se había retirado y el enemigo estaba a punto de tomar la ciudad. No obstante, su atención fue pronto atraída hacia el gran espacio abierto frente a ellos y la enorme puerta al final del mismo. Conforme los enemigos entraban uno a uno al área la puerta comenzó a abrirse. Desde ella emergió una gran figura con una armadura y un casco con un símbolo de rayo que portaba un hacha de batalla, la cual reconocieron como el General Minos.