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Cyberpunk. Radioactivo

Otro milenio... En Las Colonias, la existencia humana y artificial se ve amenazada por las constantes apariciones de contaminados, criaturas radioactivas que provienen del Nido Capital. Encerrada entre murallas de piedra, hierro y acero, la Ciudad Metro es una de las zonas más afectadas del país. Los cementerios están cada vez más llenos y la población desprecia con todas sus fuerzas a los únicos que mantienen la seguridad del territorio: la guardia de la muralla. La joven Ashe, viajará al sur para unirse a los exploradores de la zona prohibida, pero la suerte irá de su lado y se encontrará con Henry S'Larret, uno de los habitantes en la Gran Zona Superior, a quien pedirá ayuda. Henry le proporcionará a la guardia del sur armamentos y jóvenes aptos para la exploración y así Ashe abandonará la zona segura para eliminar a los contaminados. Una historia desde el punto de vista de varios protagonistas, llena de acción, romance y sexo. Rivalidades entre humanos, robots y cyberpunks; las tres razas existentes en esa época; muerte, terror y misterio; tormentas de sentimientos y hormonas serán los desencadenantes de las tragedias en cada capítulo.

Diana_Liz_Villazan · Sci-fi
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7 Chs

Capítulo 4

Bienvenidos a la Torre Blanca de Ciudad Metro.

El rascacielos — o Torre Blanca — del gobernador Charles Forbes era magnífico. A diferencia de la ciudad que lo rodeaba, que utilizaba colores oscuros y fluorescentes, este tenía una fachada blanca impoluta con cristales del mismo color. Al entrar en él cambió la temperatura y el olor, todo estaba limpio y radiante. Figuras de cristal con formas de animales se alzaban brillantes bajo la iluminación blanca artificial, similares a los diamantes. Empleados humanos y robots vestían ropas elegantes, con colores austeros como el gris, el cian y el blanco. Mi ropa negra junto a mi cabello rojo me hacía lucir como una mancha o un insecto fuera de lugar, pero nadie me prestaba atención, todos estaban centrados en sus asuntos.

Las cámaras del lugar me siguieron por todo el trayecto hacia el elevador, como si fuera una especie de amenaza. Tal vez la ropa les llamó la atención. Al entrar en el habitáculo, una luz azul me escaneó de arriba a abajo varias veces, a continuación se escuchó la voz de una mujer.

— El gobernador Charles le espera en su oficina.

Tras un delicado sonido, las puertas de cristal se deslizaron lentamente, y me adentré en un pasillo de más de noventa metros de largo. El piso tenía un aspecto similar a los bloques de hielo, azulado con matices claros. Estaba tan pulido que sentí lástima al caminar sobre él con mis botas. Las columnas eran del mismo cristal que las estatuas anteriores, brillantes y transparentes, no pude aguantar la tentación y las toqué con mis dedos, estaban frías y lisas. Sonreí ante tales sensaciones.

— Esa es la primera impresión que todos tienen de este lugar.

La voz de Marcos a mis espaldas me sorprendió en gran medida. Estaba a solo dos metros, vestido de ropa marrón y botas negras. Le miré ceñuda, en ningún momento escuché el sonido del elevador.

— ¿Qué haces aquí? ¿Cómo...?

— Es un holograma — dijo pasando junto a mí, sin una sombra que le siguiera. Caminé en silencio junto a él.

— Puedo hacer esto yo sola — casi murmuré.

— Lo sé — se detuvo. Con el holograma sus ojos lucían marrones—, pero todos los asuntos relacionados con el Escuadrón de Exploración me conciernen.

— Es que...

— ¿Algún problema, Catherine?— me miró alzando las cejas.

Suspiré.

— Por supuesto que no.

Mis intentos de ganar terreno se habían ido a la mierda con su  presencia. Recordé las palabras de Roger: "será como intentar arrebatarle la comida a un león".

En el otro extremo del pasillo, una mujer de cabellos rubios y mirada artificial nos regaló una sonrisa de dientes blancos y perfectos. Estaba sentada en un escritorio, frente a una pantalla virtual. Señaló el pasillo a su derecha con su delgado brazo.

— Mi nombre es Liss — era la misma voz del elevador—. Sean bienvenidos, la oficina del gobernador está a su izquierda.

Asentimos a modo de agradecimiento. Era un pasillo parecido al anterior, pero con una gran puerta de cristal en el fondo. Esta se deslizó automáticamente y nos mostró una oficina similar al resto del edificio: blanca y lujosa. No se esperaba menos de nuestro "querido" gobernador.

— Catherine Nilveght— el gobernador Forbes esbozó una amplia sonrisa. A diferencia de su asistente, tenía dientes amarillos—. Al fin llegaste. ¿Cómo está Arthur?

— Bien — fue lo único que dije.

El gobernador tenía una pantalla a su derecha con mis datos personales. Sin dudas estaba bien informado de la situación, prácticamente ya sabía todo de mí.

— Por favor siéntate— señaló un asiento blanco en forma de L. Negué con la cabeza.

— Estoy bien, gracias— miró a Marcos.

— ¡Comandante Marcos!— reaccionó exageradamente —. No esperaba ver su holograma por aquí. Creía que Catherine estaría sola.

— El asunto está relacionado con el escuadrón de la muralla— respondió Marcos encogiéndose de hombros —. Debo estar presente.

— Claro el asunto...— dió una pequeña vuelta en su silla giratoria—. ¿A qué se debe esta impresionante visita? No todos los días tenemos a los defensores de la ciudad así de cerca. Hablen.

— Queremos que Thiago regrese a la muralla— solté sin rodeos —. Lo necesitamos. También necesitamos un benefactor que nos proporcione armas, equipos, municiones y vehículos suficientes para hacer una limpieza de terreno. Quiero eliminar a todos los contaminados de la capital.

— ¿Eh? — levantó las cejas y soltó una carcajada —. ¿En serio?

— No bromeo, gobernador — aclaré.

Sus ojos brillaron al momento. Esta era una situación divertida para él, tantos años en este puesto, mirando todo lo que sucedía en la ciudad sin hacer prácticamente nada. Que apareciera alguien con un pedido como este era algo nuevo para él. Miró a Marcos y levantó una ceja.

— Comprendo el porqué sigues en ese puesto. Cuando todos piensan que la muralla no tiene un relevo, aparece ella. ¿No es así? Y hace todo lo que tú no hicistes en cuatro años...

— Tiene razón. Nunca fui tan ambicioso — admitió Marcos.

— ¿A qué se debe tal ambición?— la pregunta iba dirigida a mí.

— Venganza. Solo eso.

— ¿Venganza de los contaminados?— formó una sonrisa ladina —. Pensé que solo nos vengábamos de los humanos, robots o cyberpunks.

— No sé si lo recuerda, gobernador, pero los contaminados una vez fueron humanos.

— Y los humanos fueron monos... Hace millones de años. Pienso que deberíamos exterminar a los monos por evolucionar en criaturas horrorosas como nosotros. ¿No lo crees?

— Se está burlando — le interrumpió Marcos visiblemente enojado.

— Para nada, al contrario comandante. Pero no creo que sus deseos de venganza exterminen una criatura que lleva siglos en el país.

— ¿Nos ayudará o no?— me acerqué a su mesa y apoyé mi peso en ella.

Inmediatamente aparecieron tres hombres de más de dos metros de altura, con grandes músculos y una mirada asesina. Eran los guardias del gobernador. Retrocedí al momento, no era tan idiota como para encarar sola a bestias como ellos. Marcos asintió en aprobación a mi reacción y Forbes les echó con un gesto.

— Es una conversación entre amigos — dijo sonriente. Su dentadura amarilla estaba comenzando a molestarme. Ellos se retiraron con una mirada amenazante —. Catherine, suponiendo que estés en lo correcto... ¿Harás un viaje con cientos de vehículos ocupados de fantasmas y viejos cyberpunks?

— Reclutaré jóvenes que estén aptos para el viaje.

— ¿Ah sí? ¿A cuáles?

— De esa parte me encargaré yo— dijo Marcos —. Entre los jóvenes que reclutaremos uno será el encargado de la temática de las redes. La noticia debe expandirse por toda Ciudad Metro, seguidamente por todo el país.

Charles Forbes estuvo mucho tiempo en silencio, tal vez más de un minuto. Fue un momento incómodo.

— Está bien, aceptaré sus peticiones — ¡Bien! — Me encargaré de buscarles un benefactor, y este será quien consiga todo para ustedes. Pero lo de Thiago no es mi decisión, es la de él.

Tecleó algo en la superficie de la mesa y la puerta volvió a abrirse tras nosotros. Allí estaba Thiago, tal y como lo recordaba en los libros digitales. Piel blanca, cabellos castaños que llegaban hasta sus pómulos, ojos claros y gran estatura. Verle en persona, frente a mí fue algo emocionante. Tanto así que mi rostro no fue capaz de ocultar mis emociones, dejando escapar una leve sonrisa. Por otro lado, Thiago me miraba con los ojos entrecerrados, como si mi propuesta fuera algo desagradable.

— Thiago — hablé nerviosa—. Soy Catherine Nilveght.

— Lo sé — era una voz un tanto extraña. Supongo que la imitación a su voz anterior—. Estuve escuchando todo.

— Entonces puedes darnos una respuesta rápida— le propuso Marcos.

— Mi respuesta es no.

Decepcionada, miré a Marcos y luego al gobernador. La expresión facial del comandante decía: te lo dije, todos lo hicimos, mientras que la del gobernador era un "lo siento, es su decisión". Pero no me iba a rendir tan rápido.

— ¿Por qué no?— di un paso hacia él.

— ¿Debo nombrarlo todo? — también dio un paso adelante —. Los problemas con la policía, la escasez de hombres, el bajo salario, la mala alimentación, y no nos olvidemos de los riesgos al otro lado de la muralla.

— ¿Eso es todo? — Marcos soltó una risa amarga y se acercó a él —. Los problemas con la policía existían mucho antes de que ambos naciéramos, ellos siempre han intentado llevar las riendas de toda la ciudad, tratando de remover  a la guardia de la muralla para mantener el poder. Nosotros, por otro lado, también les hemos tocado los huevos con la Ley de la Segunda Opción, adentrando en nuestras murallas a los criminales que les ocasionan tantos problemas a ellos. Siempre hemos sido la clara ilustración del perro y el gato, y no creo eso que vaya a cambiar.

>> La escasez de hombres es variable. Tengo hombres en la muralla que valen por tres; llevan años conmigo y han demostrado que no les importa para nada arriesgar su vida en el territorio no protegido por el bien de personas que no conocen, la mayoría malagradecidos que hablan mal de ellos a sus espaldas. Hasta ayer carecíamos de jóvenes, pero Catherine logró traer a un grupo de treinta exploradores provenientes de las otras partes de la muralla, a ninguno le importa el bajo salario o la mala alimentación <<.

La respuesta de Marcos dejó al robot con la mirada perdida, seguramente recordando los motivos que le hicieron unirse a la muralla.

— Poco a poco la guardia de la muralla vuelve a ser lo que era — hablé bajo, mirándole.

— Morirán muchos — logró decir él.

— No sería un riesgo entonces — respondió otra vez el comandante.

Thiago suspiró cansado, Marcos y yo sonreímos. Ya estaba hecho.

***

La noticia de que el héroe congelado hace dos siglos, Thiago aceptó volver al Escuadrón de Exploración de la muralla había corrido como agua. Esa misma noche, los exploradores se reunieron en el Club P.G para festejar el comienzo de la recuperación de la muralla. Estábamos bebiendo y riendo, pasándola bien con lo único que nos ofrecían a bajo precio: alcohol, hierba, y cigarros. Ah, y radiación por montones, esa era gratis. De todas formas hacíamos lo de siempre.

Festejar por todo.

Era algo sagrado en Ciudad Metro. Lograbas algo relativamente importante en esta civilización de millones de personas y eso merecía al menos una noche en uno de los clubes. Nos llenábamos el estómago de alcohol ya que no podíamos hacerlo de comida, al menos no de comida decente, y como resultado, nuestra salud era una mierda. Poco a poco todos nos veíamos obligados a reemplazar un órgano dañado por uno artificial que supuestamente hacía las mismas funciones, pero era un engaño.

Lo artificial nunca podrá asemejarse a lo natural, por más que lo intente el ser humano.

Ya fuera por una razón u otra, la gran mayoría terminaba convirtiéndose en cyborgs por la cantidad de chatarra que portaban y la cifra de humanos descendía lentamente. El año pasado, un estudio demostró que el setenta por ciento de la población de Ciudad Metro no era completamente humana. Del resto, un cinco por ciento eran robots y el otro veinticinco eran humanos. La primera cifra se dividía en cyberpunks, humanos que habían nacido con deformaciones debido a la radiación; y cyborgs, personas que habían perdido partes de su cuerpo por "x" razones.

— Esta es la mejor parte de la noche— me avisó Day con entusiasmo. Cable se paró en donde debería estar la pasarela y todos aplaudieron — Es una canción muy vieja, solo la conocen los viejos en Ciudad Subterránea. Ellos la cantan casi siempre.

Cable tenía una voz aguda, con tono algo parecido a un canto tirolés.

Manfreddi tenía un hijo...

Retardado mental — gritaron a coro.

Era viudo y mantenía...

A su suegra y su mamá.

Y cuando llegaba la hora de almorzar, salía de trabajar.

Cuando se encontraba meta a cocinar,

Las viejas solían gritarle:

— ¡Danos de comer!— gritó con voz de anciana uno de ellos.

— Ay ayayay — respondieron al unísono todos.

— ¡Qué ya son la una!

— Ay ayayay.

— ¡Venime a cambiar...!

— Ay ayayay.

— ¿No ves que me hice encima?

— Ay ayayay.

Todos soltaron una gran carcajada y Cable bajó a beber un trago. En ese momento ya habían logrado sacarme la sonrisa, al igual que al resto de los jóvenes nuevos. Cable subió otra vez.

Manfreddi vivía ahorrando...

Para poder vivir.

Se pudo comprar la casa...

Un mes antes de morir.

Cuando agonizaba en el hospital, el cura le vino a rezar.

Y por los pasillos bailan enfermeras, al ritmo del sermón final:

Ten piedad señor— dijo en voz baja con rostro inexpresivo.

— Ay ayayay.

De este pobre idiota...

— Ay ayayay.

De-derrama eh tu amor en...

— Ay ayayay.

Sobre tu siervo este tarado.

— Ay ayayay.

El dios de los infelices...

No lo dejó entrar.

Pues ya tenía albergado...

A más de media ciudad.

Y después de un largo y duro deambular, al infierno fue a parar.

Luego de la espera frente al gran portal,

Abrieron y pudo pasar y... Apenas entró:

— Ay ayayay.

Ya se lo clavaron.

— Ay ayayay.

Pero le gustó...

— Ay ayayay.

Así que lo echaron.

Los hombres de Marcos hicieron un brindis y soltaron un sí al unísono, mientras nosotros reíamos intercambiando miradas de sorpresa. Cable no hacía más que reverencias frente a los nuevos, orgulloso de su canto. Fue entonces cuando recordé las palabras de Marcos, era verdad que lucían intimidantes, como salvajes, pero eran muy agradables. La chatarra que traían arriba no los hacía menos humanos, sino que al parecer, tenía el efecto contrario.

Algo me llamó la atención, en el fondo del club estaba Marcos sentado en una mesa, con una botella en la mano y una sonrisa plasmada en el rostro. Cable y Craig se sentaron junto a él y comenzaron a charlar, hasta que Cable dijo algo y los tres se giraron en mi dirección. No les di tiempo de que comprobaran que les miraba, ya que di media vuelta en mi asiento.

— Dos días aquí y ya le miras así— la voz de Dayana me sobresaltó. Estaba sirviendo las bebidas —. Y eso que aún no te has acostado con él.

— ¿Tú sí?

— Una vez y...— me incliné hacia adelante y levanté una mano.

— No quiero detalles— le detuve. Day era muy explícita a la hora de explicar, y esta noche no llevaba temas relacionados con el líder—. Será mejor que me mantengas intrigada. Lo averiguaré yo misma si deseo.

— ¿Segura? — me guiñó un ojo.

— Claro. Aunque — repasé el lugar con la vista, evitando mirar la mesa del fondo —, estaba segura de que había una pasarela justo a mi derecha.

— Decidieron quitarla para que los nuevos no la vieran. Este era un club solo para cyberpunks viejos, ahora es para todo tipo de personas.

— Y gracias a eso, ahora las prostitutas son meseras— comenté mirando a la que había enseñado sus pechos la noche anterior.

— ¿Habían prostitutas? — preguntó uno de los hombres que llegaron ayer, era el de acento extranjero. Si no me equivoco, se llamaba Pierre.

— ¡Ese acento! — exclamó Day —. ¿Eres de Ciudad Antena?

— Oui — afirmó en su idioma natal y Dayana chilló como una niña.

— Un gusto, soy...

— Dayana — le interrumpió Pierre con una sonrisa—. Lo sé, oí su conversación.

— ¿Todos en Ciudad Antena tienen esa costumbre?— inquirí alzando una ceja. Seguro escuchó la conversación sobre Marcos.

— Solo algunos — levantó la botella en modo de brindis y luego bebió —. Lo que más me impactó fue la parte de la pasarela. ¿Por alguna casualidad las camareras hacían un stripteasse?

— Algo parecido— admitió Day —. Nuestros hombres no son bien recibidos en los clubes de la ciudad, así que abrimos este club solo para ellos. Necesitaban ahogar sus penas en algún lugar seguro. Nadie del exterior tiene conocimiento de las cosas que se hacen aquí adentro, así que no hay problema alguno.

— Ya veo — ambos hablaron durante varios minutos. Yo me dediqué a observar.

Pierre era un hombre extremadamente delgado, un poco más alto que yo. A simple vista se notaba que era un cyberpunk; su cuello estaba cubierto de caucho, y en sus clavículas habían dos luces amarillas que parpadeaban cuando respiraba. El cabello rubio era casi blanco, corto a los lados y largo en la parte superior, cejas de corte recto que le brindaban una expresión de aburrimiento y ojos  muy extraños, de iris azul y un reborde amarillo alrededor de la pupila.

— Vengo de la zona este de la muralla — me habló esta vez a mí y su asiento giró unos noventa grados—. ¿Ven aquel grupo de chicas en la mesa de billar? Son algunas de mis compañeras — eran ocho mujeres que rondaban mi edad. Pierre silbó y todas le miraron —. ¡Ey! Vengan.

Todas obedecieron al instante.

— Eras el comandante en el este — afirmé sin duda alguna.

— ¿Tanto se nota?— elevó una ceja y sonrió —. Me volví comandante a los veinte, supongo que es imposible borrar tres años de liderazgo. ¿Cuantos llevabas tú?

— Seis— la expresión de sorpresa apareció en su rostro—. Empecé temprano.

— Impresionante— admitió para luego beber.

El grupo que él había llamado llegó a nuestro lado. Todas eran tan delgadas como él.

— Chicas — les habló Pierre—, esta es Catherine, la antigua comandante del norte quién nos llamó.

— Un gusto — les concedo una sonrisa formal.

— Eres humana — una de ellas me recorrió con la mirada buscando partes artificiales—. ¿No es así?— le respondí con un sí — Soy Jan He, la subcomandante del este. Yo también soy humana.

El cabello de Jan era de un color rosa fluorescente, rapado en la parte derecha de la cabeza. Su maquillaje oscuro era exagerado, extendiéndose desde sus ojos hasta sus sienes, resaltando los ojos pequeños. Las cejas finas de color rosa enmarcaban su rostro junto a los labios negros brindándole un aspecto interesante. Tenía un piercing en la nariz.

— Jan es la única humana del grupo — interrumpió otra de ellas. Al igual que Jan, tenía el cabello rosado, pero un poco más largo y despeinado. Sus ojos eran verdes y carecían de pupilas —. Yo soy Juliet Kellerman, la capitana. Ella es Naira Benue — señaló a una cyberpunk de piel, o mejor dicho, recubrimiento oscuro. Nombró a las demás —, Sam Blin, Jolie Costera, Keke Smith, Betty Scort y Jenny Klein.

— Como ves — Jan tomó una botella que le dió Day —, Pierre es el único hombre al mando. El resto somos mujeres.

— ¿Hablas en serio? — los ojos grandes de Day se abrieron al máximo.

— Sí. Somos noventa y ocho mujeres en el Escuadrón de Exploración del Este, y Pierre es el único hombre.

— ¿Por qué hay tan pocos hombres? — preguntó Day—. Sería algo sencillo.

— Es una zona muy segura, gran parte de ella está construida sobre el mar, y los contaminados no se adentran al agua para atacar. La exploración del terreno se hace mediante el buceo y el único problema es quedarse sin oxígeno bajo el agua.

— A los hombres no les atrae mucho — comentó Pierre mirando su botella.

— Estábamos tan aburridas en esa zona, que decidimos viajar hasta aquí para enfrentarnos a una verdadera amenaza — espetó Jan.

— Y por lo que veo — una de ellas, Keke, le habló a Day —, eras la única mujer aquí.

— En realidad no pertenezco al escuadrón, solo trabajo en el club. Soy un poco miedosa cuando se trata del exterior — le explicó Day mientras limpiaba la barra.

— Es una pena...

Una parte del grupo se quedó conversando con Day en la barra, y la otra se movió hacia una mesa. Éramos yo, Pierre, Jan, Juliet y Naira. Llegué a la conclusión de que me agradaba su compañía.

— En el país de mis padres los robots solucionaron la mayor parte del problema— Jan se refería al Coloso Amarillo, la zona protegida más poblada y una de las más grandes del mundo —. Apenas quedan contaminados y la población es libre de viajar de una zona a otra.

— Una verdadera pasada — admitió Juliet, estaba algo ebria —. A diferencia de nosotros, que sólo podemos viajar en avión o en naves.

— Putos genios del Coloso... — Pierre subió los pies en la mesa.

— Pero su problema no era como el de nosotros— continuó Jan —, era peor. Los contaminados de su zona eran el triple a los que nuestro país posee ahora mismo, ya que los del Bloque Nuclear del Norte y los del Cuerno Digital emigraron hacia allá.

— Era un criadero — exclamé y ella asintió.

— Los gobernadores de cada una de las ciudades del Coloso Amarillo pidieron ayuda a los del Bloque Nuclear y Cuerno Digital. Pidieron armas y municiones, pero estos se negaron, así que tuvieron que abastecerse lentamente, con el paso de los años. Hasta que hicieron un ejército con miles de robots, hombres y cyberpunks que conducían exoesqueletos bípedos. Fueron capaces de limpiar la Fosa Origen.

— ¿Cuánto tiempo les tomó limpiar el territorio?— pregunto bebiendo un sorbo de la botella de cerveza.

— Cincuenta años — su respuesta me hizo atragantarme.

— Si esta misión demorara lo mismo, lo mejor sería abortar — opinó Naira. Sus palabras me molestaron.

— Estoy segura de que en menos de un año hemos conseguido lo necesario para emprender la expedición — aseguré con total seriedad.

— ¿Y si no es así?— preguntó Jan algo dudosa.

Realmente no supe que responderle, no podía ver el futuro.

— Alguien dijo que quien no conoce su historia está condenado a repetirla — agregó Pierre con la mirada perdida —. La humanidad no está dispuesta a que se repitan los errores del milenio pasado y está cooperando para volver a salir adelante. Debemos estudiar a fondo lo sucedido con el Coloso Amarillo, luego sabremos si nuestra guerra es de meses, años o décadas — me miró —. ¿Non?

Esto no sería tan sencillo.