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Expedición (III)

Han pasado cuatro días mortalmente aburridos. Sin sexo. Sin poder hablar con las chicas, aparte de algunas "cartas". Ning parece desesperada por sexo, Rui la mantiene a raya y la obliga a entrenar. Los trabajos son repetitivos y aburridos. Nada nuevo. Al menos los estudiantes empiezan a comportarse de forma más seria. Los peligros empiezan a acechar. Ya ha habido un herido.

Las bestias de esta zona pueden llegar a ser el equivalente a la etapa seis. Como algunos de los estudiantes más bajos. Aunque la mayoría están en la cuatro y la cinco. Hemos montado un campamento más sólido que otras veces. Será el campamento base. Ahora llega lo más peligroso para los esclavos.

Los que tengan suerte se quedarán aquí, atendiendo las necesidades de los que se queden. El resto se distribuirá entre los pequeños grupos de exploración. Estos los forman los estudiantes. Para cazar o recolectar. Si son prudentes, no se alejarán mucho del campamento base. Así pueden recibir ayuda si hay problemas. Si no lo son, pueden obtener mayores recompensas. O no volver nunca.

Son estos últimos los peores para nosotros. Son los que, si se encuentran en apuros, se desharán de nosotros. Ya sea para huir más rápido o para que sirvamos de cebo. Son los más ambiciosos, y muchas veces los más crueles.

La secta en sí deja que cada uno siga su camino. De entre los que más se arriesgan, muchos morirán en un momento u otro. Pero los que sobrevivan, serán más fuertes. Las estrellas de su generación. Los que se arriesgan menos probablemente no serán tan prominentes. Pero serán más, sobrevivirán más. Y eso no vale solo para esta exploración.

Nosotros, como esclavos, no podemos elegir dónde nos toca. De hecho, ni siquiera sabemos qué harán muchos de los grupos. A veces, creo que ni ellos mismos lo saben. Sea como sea, me mantengo cerca de Liang. Así, es más fácil que estemos juntos.

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–Tú, que eres de la etapa uno, ven con nosotros– señala un estudiante a Liang.

Aprieto los dientes. Es uno los "secuaces" de Pu Rong. Y no me gusta su expresión.

–Necesitamos a otro. Que venga ese también. Antes de que lo cojan otros– me señala otro estudiante.

Casi imperceptible, pero diría que Liang ha respirado aliviada. Quizás me lo he imaginado. Pero me alegro de estar con ella.

Es un grupo de unos 15. Van a cazar y "buscar oportunidades". Necesitan porteadores y trabajadores. El anillo que se les ha dado es demasiado valioso. Está reservado para los botines que consigan. La verdad es que sería más eficiente que llevaran el equipaje ellos mismos. Pero prefieren estar "frescos para lo que pueda pasar".

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El trayecto ha sido agotador. Nos han hecho ir a paso rápido y muy cargados. Podrían haber usado los anillos. Ahora mismo están vacíos. Yo estoy mejor que Liang, tengo mejor control de qi. Y mayor reserva. Aunque no es fácil movilizarla. Tengo que abrir el sello del resto de mi poder para hacerlo. Y temo que me descubran. No debería ser un problema, ya que todos son del reino del Génesis. No deberían ser capaces de percibir mi poder. Pero a veces hay excepciones. Y son 15 de ellos.

Al menos nos han dejado descansar tranquilos. A algunos estudiantes no les ha gustado que un par quisieran molestar a Liang. Más que nada, no quieren que los retrase.

El botín del día ha sido más bien escaso. cinco o seis bestias que, como mucho, estaban en la etapa cinco. Y unas pocas hierbas que han recogido. Aunque está claro que no son expertos. No obstante, tampoco parecen muy decepcionados. Están de paso. Se dirigen a una zona concreta. Al parecer bastante más peligrosa y "llena de oportunidades". Dificultad entre la etapa seis y la siete. Yo diría más bien que "llena de peligros". Sobre todo para Liang y para mí.

Aunque estamos cansados, eso no nos libra de que nos encarguen otras tareas. Montar tiendas. La comida. A Liang la manosean cuando la sirve, aunque no pasa de ahí. Otra vez los "secuaces de Pu Rong". No sé si podría controlarme si no hubiera más estudiantes. Ella ni se inmuta. Sé que está acostumbrada. Y sé que, aun así, lo odia.

Al menos, no tenemos que hacer guardia y podemos dormir. Más que nada, porque dos esclavos en la etapa uno no son aptos para hacer guardia. No pensarían lo mismo si supieran de mi Detección de qi. Creo que hay algunos que también la usan. Dos o tres de ellos. Aunque su dominio parece bastante menor al mío. Como si la hubieran empezado a usar solo para esta expedición.

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Al día siguiente llegamos a la zona indicada. Lo llaman el Bosque de las Hienas. Al parecer, son las bestias dominantes. No las de más alto nivel, pero cazan en manadas. Serían peligrosas para nuestro grupo. Pero, por lo que he oído, tenemos algo para no hacernos especialmente atractivos. De esa forma, no se reunirá la manada para cazarnos. Un tipo de talismán que nos hace "poco apetitosos". De entrada, me parece un poco precario. Espero que realmente funcione. La idea de estar rodeado de cientos de bestias no es muy atractiva.

Han establecido el campamento en unas cuevas. Liang y yo nos quedamos en el campamento. Desollando las presas. Cortando la carne. Parte la cocinamos, parte la secamos con unas piedras. Emiten calor al aplicarles qi. Tenemos que usar casi todo el que tenemos. Bueno, el de alguien en la etapa uno. Para Liang resulta agotador. Así que me encargo de poner un poco más de mi parte. Sin que lo note. Creo.

Luego está tratar las pieles. A veces pulverizar los huesos. Otras guardarlos. Extraer las grasas. Depende de lo que nos ordenen. No salimos con los cazadores, pero no tenemos ni un momento libre. Y siempre hay un estudiante de guardia ordenándonos que hacer.

Realmente es agotador. Al principio no era tanto trabajo, pero ahora hay más presas de las que podemos manejar. Así que los estudiantes también tienen que colaborar. Al fin y al cabo, les darán puntos de contribución por lo que traigan. O lo pueden vender en la ciudad ellos mismos.

No tengo mucho tiempo para distraerme. El trabajo no se acaba. Ni siquiera para ver a las chicas cuando pelean entre ellas, desnudas. O cuando Rui y Ning se dedican a actividades más placenteras. A este paso, no sé si les durará mucho el consolador doble.

No es hasta el quinto día allí que nos dan una tarea extra.

–Haced que coma– nos ordena Pu Rong.

Han traído una cría de tigre. Hembra. La han atado a una estaca. Al parecer han matado a su madre. La quieren viva, ya que se venden muy bien. 

–Es preciosa– murmura Liang, extendiendo su mano para acariciarla.

La aparta enseguida, tras ser arañada por las pequeñas y afiladas uñas. Nos enseña los dientes.

–Grrrrrrr.

–¿Estás bien?– me preocupo.

–Solo es un arañazo– asegura ella, chupando la herida. La saliva es desinfectante, y lo mejor que tenemos los esclavos para tratarnos.

Cortamos unos pedazos de carne a trozos muy pequeños. La cría sigue gruñendo. Los huele y se los come. Bastante más de lo que pueda parecer por su tamaño. Llevaba dos días sin comer. Desde que la capturaron. No deja de gruñir mientras come.

–Pobre, ahora también es una esclava– se lamenta Liang.

No parece tenerle en cuenta el arañazo. La dejamos allí, mientras volvemos al trabajo. Si nos distraemos demasiado, es fácil que nos ganemos un latigazo. Algunos son un poco déspotas. A los otros les da igual. Por suerte, están cansados y nos quieren trabajando. Y, por ahora, dejan a Liang en paz. Aunque no sé cuánto durará. Si el trabajo disminuye, sé que hay algunos que la usarán para desahogarse sexualmente. Y no sé como evitarlo.

He pensado en huir con Liang, pero no sé que pasaría después. No podría volver a la secta. Y no hay otra salida a este bosque. Ninguna apta para mí. Más allá, las bestias son demasiado peligrosas.

–Bonito tigre. Sacaremos muchos puntos por él– dice un recién llegado.

–Es nuestro, lo hemos capturado nosotros– se opone otro estudiante.

–Acordamos repartirlo entre todos.

–Solo hablamos de las pieles, carne y huesos, no de animales vivos.

Están un rato discutiendo. Luego se unen más. No parece que hayan llegado a ningún acuerdo. Más bien lo contrario. Esto puede acabar mal. De hecho, al día siguiente ninguno se ha ido a cazar. La excusa es que hay muchas presas que preparar. Y es cierto. Pero está claro que no es la razón real. Se están vigilando los unos a los otros. Y solo empeora a medida que llegan más.

Los diferentes grupo no paran de discutir. Ahora también por el reparto de pieles y demás. Aún no han llegado a las manos. Aunque me temo lo peor. Que se acaben enfrentando y matando. Eso supondría que después irían a por nosotros. Para eliminar testigos. Y asegurarían que los demás han sufrido algún tipo de accidente. Nadie podría demostrar lo contrario. Sucede a menudo. Aunque no sé cuántas veces es "natural".

El grupo de Pu Rong es uno de ellos. Parecen aliados con otro grupo de cuatro. Aunque sea una alianza temporal. Liang dice que lo de la cría es solo la gota que ha colmado el vaso. Que ya llevaban días discutiendo. Que ya había tensión entre ellos. Casi desde el principio. Está claro que debería prestar más atención.

Por nuestra parte, hemos avanzado un poco con la cría. Al menos ya no nos ataca. Aunque me ha mordido cuando he intentado acariciarla. Sus dientes son pequeños y muy afilados. Por suerte, Armadura Interior ha evitado que sea una herida grave.

He tenido que confesar a Liang que conozco un poco esa técnica. Aunque he reconocido menos de lo que la domino. Que la haya leído en el trabajo de copista ha resultado creíble. Es la única explicación que puedo darle.

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Casi la mitad del grupo se ha ido después de tres días de tensión. Se han llevado algo menos de los que le tocaba. A cambio, se han llevado lo que estaba ya preparado. Han dejado atrás lo que queda por hacer. Prefieren volver cuanto antes y preparar otra cacería. Con otro grupo. Al menos la tensión ha disminuido. Quedan ocho. Los de Pu Rong entre ellos.

–Cuando acaben, si tenemos tiempo, os podéis divertir con ella. Por ahora dejadles trabajar– les oigo decir.

Me estoy planteando seriamente si puedo con todos ellos. Con la ayuda de las chicas, sería más fácil. Sé que es lo normal para una esclava. Y que no es la primera vez. Pero sí es la primera vez que puedo hacer algo. Sin embargo, al día siguiente las preocupaciones son otras.

–Estamos rodeados de hienas– anuncia asustado una de las estudiantes.

–¿Cómo es posible? ¿No deberían ignorarnos?– pregunta Pu Rong, aterrada.

–¿Quizás los rastros de sangre?– sugiere otro.

Me había preguntado como disimulaban los rastros. Es necesario para evitar el peligro, junto a la protección de la base. Ahora me acabo de dar cuenta de que no lo hacían. ¿En serio pueden ser tan ineptos? Pequeña Gruñona me muerde. La tenía en brazos y he apretado un poco de más. Por la tensión. Aunque no ha mordido fuerte. Solo de aviso. La cría se ha acostumbrado a nosotros dos. Al resto les gruñe.

–¿Qué hacemos? ¡Tenemos que salir de aquí!– entra un cuarto estudiante en pánico.

Todos están aterrados. Yo estoy abriendo el sello. La situación es crítica y no pienso morir aquí. Puede que me busque problemas. Pero peor es la muerte.

–¿Y si les tiramos la carne? Así se entretendrán y podremos huir– sugiere otro.

–No podemos tirarla suficientemente lejos. No se irán– añade otro.

–Usemos a los esclavos. Dejemos que las hienas corran tras ellos– sugiere Pu Rong.

Me esperaba algo así. Pero que venga de ella, hace que la odie aún más.

–Vosotros, venid aquí.

Obedecemos. No podemos hacer otra cosa. Liang está temblando. Yo he cortado la cuerda y me he llevado a la cría a una zona apartada de la Residencia. He dejado la otra parte de la cuerda bajo las sábanas en las que se esconde normalmente. Como si aún estuviera allí. Así no se darán cuenta enseguida. Le he cogido cariño. No pienso dejarla aquí.

Y no es lo único que me he llevado. He ido apropiándome de trozos de carne. E incluso hueso en polvo. Aunque no sé de que me pueden servir. Y un par de pieles han desaparecido. Más hubiera sido demasiado sospechoso. También me he apropiado de algún cuchillo, sábana, sal, azúcar…

La cría mira alrededor, extrañada. Le he dejado la manta roída en la que suele dormir junto a ella. Se queda en ella, mirando alrededor durante un rato. Luego se da un vuelta. Le he reservado un espacio pequeño por ahora. Cuando pueda, lo arreglaré mejor. Ahora tengo otros problemas.

–Saldremos de esta, confía en mí– le susurro a Liang, cogiéndola de la mano. Ella me mira e intenta sonreír. Pero no lo consigue. Supongo que cree que solo le doy ánimos.

–Corred hacia allí cuando se os diga. Si sois rápidos, igual podéis sobrevivir– nos ordena uno de ellos.

La punta de unas espadas presionan contra nuestras espaldas. Para asegurarse que obedezcamos. Recogen todo y se preparan para correr hacia el otro lado. Menos algo de carne para dejar tras de sí. Cuando están preparados nos empujan fuera de la barrera. Frente a la jauría de hienas. Sacrificándonos para salvarse