Mientras tanto, dentro del salón del banquete...
—¡¿Darte dinero?! ¡Es obvio que hiciste trampa para ganar! ¿Por qué debería dártelo? —exclamó furioso.
—¡¿Quién demonios hizo trampa?! ¡Claramente son tus propias y pésimas habilidades para apostar! ¡Y no solo pésimas, sino patéticas! ¿Estás dispuesto a aceptar las consecuencias de tu apuesta? ¡Te reto a que no devuelvas el dinero! —contestó con desprecio.
—¡Al diablo contigo! ¡No te atrevas a decir que mis habilidades para apostar son malas! Ustedes deben haber estado manipulando todo entre bambalinas. De otra manera, ¿cómo podría haber perdido tan miserablemente? ¡Y tienes el descaro! Yo lanzo los dados, ¿y logras hacer que saque cuatro unos diez veces seguidas? ¡Quieres timarme con mi dinero, pero al menos sé un poco menos obvio al respecto! —gritó desesperado.
—¡Claramente es tu maldita mala suerte! ¡¡@$!@#@$!!
—¡¿Cómo te atreves a insultarme?! ¡Vete al infierno, tú @%!@#!@ —exclamó con rabia.
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