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Capítulo 3

Gritos de una multitud enfurecida se escuchaba llegar poco a poco, llenando la habitación de ese bullicio ensordecedor. Mientras Dian Victoria mantenía los ojos cerrados y las manos cubriendo sus oídos para tratar de calmar el ruido que crecía.

La abuela Rosa, casi sin importarle el caos que se avecinaba, seguía pronunciando palabras que provenían de otro idioma jamás escuchado en Serendipia.

—Tenemos que encontrarla— Gritaba alguien desde el exterior de la casa, a unos simples metros de distancia.

Frederick Augustus permanecía a las afueras de aquella habitación donde estaba su pequeña hija. Sin poder enterarse de lo que pasaba con exactitud, sintió como la puerta principal le explotaba a un costado de donde se encontraba, volando la puerta en cientos de pedazos que viajaron por el aire en todas direcciones, llegando algunas al rostro del padre de Dian, causándole heridas leves y superficiales en el rostro y brazos. Seguido de ello una multitud enfurecida invadía la casa, sin pedir permisos alguno, entraron como si se tratase de un condenado a muerte que había escapado del destino de su sentencia.

—Dónde está el fenómeno— sentenció uno de ellos, tomando al padre de Dian entre sus brazos, levantando el cuerpo del hombre unos centímetros del suelo.

Dentro de aquella habitación, la abuela Rosa, permanecía inmóvil susurrando cosas y moviendo los brazos en forma de círculos, ahora una luz morada se formaba al centro. De en medio de ella salió una mujer, como si se tratase de algún tipo de portal, trajo desde algún lugar del exterior de la casa a la madre de Dian, Victoria. Aquella mujer tuvo una entrada triunfal, como si el propósito de su vida hubiera sido haberse preparado para ese momento en específico.

Ahora las dos mujeres dentro de aquella habitación se pusieron en sincronía y comenzaron a repetir en voz alta una sola frase "Protejați Imperiul" desprendiendo de sus manos unas ondas que se expandían a todos lados. Protegiendo el lugar donde Dian Victoria se encontraba escondida, el hechizo tenía como fin proteger (volviendo invisible) a cualquier cosa que uno tuviera en mente, no era necesario que estuviera presente en el mismo lugar sólo que se tenga la viva imagen de aquello que se quisiera proteger.

—Protejați Imperiul— pronunciaron ambas mujeres con mayor intensidad en el preciso momento en el que invadieron la habitación.

—¡Madre! Ve con ella, no la dejes sola ni un segundo— Victoria le ordenó a Rosa.

Toda esa gente que venía en busca de la pequeña niña entró en la habitación, la misma donde sólo encontraron a la madre haciendo algún tipo de hechizo, que en ese preciso instante hizo que todos los presentes se sorprendieran al ver tanto poder, provocando la confirmación de un rumor que había circulado por toda la ciudad minutos antes de la llegada de todos los individuos, confundiendo así al rumor, que afirmaba que la pequeña niña era una hechicera y al no encontrarla en la casa y en su lugar a la madre en media exposición, asumieron por hecho que se trataba de ella así que la tomaron de los brazos con unos dispositivos que neutralizaba cualquier tipo de poder o  magia y le hicieron suplicar por su vida.

—Eres una amenaza para todo el pueblo de Serendipia— dijo uno de ellos— Y al ver que no quieres cooperar con nosotros de buena manera— hizo entrar al esposo de aquella mujer que, hasta ese momento no tenía ni la menor idea de que se encontraba ahí— lo tendremos que hacer a la mala.

Sin pensarlo dos veces y mucho menos dudarlo, tomaron a Frederick de su cabello y levantaron su cabeza para exponer su cuello y con una varita de silicato puro recorrieron la silueta de su cuello cortando así la garganta del pobre hombre en menos de un pestañeo, pero luego de hacer eso no pasó lo que esperaban.

Se solía decir que cuando matas a un hechicero con una varita de silicato justo por la garganta, de este mismo tendría que salir todo su poder para ser liberado y que dejara el cuerpo terrenal, pero en lugar de eso, de su garganta se desprendió algo común que todas en esa habitación lo habían visto a la perfección, empezó a brotar sangre por todas partes y de la más roja y espesa que alguien podría tener. 

—¡Noooooo!— Victoria pegó un grito en su impotencia al ver como el padre de sus tres hijos perdía la vida delante de ella.

—Ahora hazlo— proclamaron varias personas a la vez— vierte todo tu poder en esta esfera.

Se trataba de una esfera de cristal que conectaba a una máquina de tamaño medio, la cual extraía y detenía cualquier tipo de magia, hechizo o poder.

Victoria no respondió, tenía ojos llorosos y la garganta cerrada por lo que acababa de presenciar, no tenía las fuerzas suficientes para decir o hacer algo al respecto.

—Háganlo— sentenció una voz varonil. Y seguido de ello la varita de silicato recorrió el cuello de Victoria Rosalinda cortando a su paso la delicada piel de la mujer. Derramando sangre por cada abertura que se hacía y no su poder como todos suponían que tenía que pasar.

Victoria sólo perdía sangre sin poder hacer nada, lenta y dolorosamente hasta perder el último aliento de respiración y quedar sin vida en la sala de aquella casa que alguna vez la protegió de todos los males.

Todos los que estaban presentes quedaron en un estado de estupefacto, no se lograban explicar porque todo el poder que habían visto minutos antes al entrar no se había ido como lo explicaban en todos sus archivos y registros que tenían. Pero, de algo que sí estuvieron conscientes es que un llanto de una niña pequeña crecía en esa habitación, sin embargo, no se encontraba ninguna niña ahí, al menos no a la vista de todos. El llanto se hacía más fuerte hasta que explotó por completo y un campo de luz se extendió en la habitación proveniente de Dian Victoria que, con el estallido de su poder logró romper la magia que la cubría a ella y a su abuela, logró hacer que cada ser vivo, cosa u objeto que estuviera presente se desintegrara, incluyendo la casa donde habitaba.

El estallido alcanzó algunos metros de distancia a la redonda, dejando en medio de la nada a la pequeña niña y a su abuela que se encontraba a alado de ella, sin ni una alma más al rededor.

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