—¡Oh, Dios! —Skender estaba realmente dolorido, algo que solo ahora se daba cuenta cuando no estaba centrado en darle placer a Roxana. Sabía que era peligroso como demonio empezar algo que no se pudiera terminar. Ahora su olor permanecería más tiempo en él. Su picazón ya había crecido y sus encías le dolían tanto como su rigidez. Intentó pensar en otras cosas, en el dolor de su pasado, en ahogarse, en entumecerse, en cualquier cosa que ayudara a aliviar el dolor, pero no podía. Especialmente no cuando ella yacía justo a su lado.
Tomó una profunda y dolorosa respiración. Al menos ella no podía ver sus colmillos. Había atenuado la luz para no asustarla. Ella ya estaba intentando encontrar maneras de escapar o calmar su dolor y él no quería arruinarlo.
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